Félix Lázaro, el ‘Cura de Santa Eulalia’

Sepa quién leyere que el protagonista de esta historia –verídica-, fue un segoviano, Félix Lázaro García, inquieto él, nacido en el arrabal de El Salvador, al ladito de San Justo y Pastor, en el año 1808, año en que los de Napoleón quisieron implantar a tiros la Independencia en España.

Como una mayoría de los niños de su época, Félix, de la mano de sus padres, entró en el Seminario, donde estudió lo que estaba en programa. Todo normal. Aprueba, sale de la ‘escuela’, se presenta a concurso de curatos y consigue, 1833, la parroquia de Santa Eulalia, puesto que compatibilizaba con el de profesor en el lugar donde él había estudiado.

Mas, hete aquí, que llegan los de Zaratiegui (seguidores del carlismo), a Segovia y la conquistan por unos días. Año 1837. Félix se siente tan atraído por el carlismo, tan entusiasmado por las ideas, que cuando en la ciudad piden voluntarios para engancharse al ‘carro’ del ejército, el sacerdote es uno de ellos y sirve de correa de transmisión para ‘arrastrar’ a otros.

Tanta fue su implicación con el carlismo, que el Gobierno liberal de la nación le considero como ‘enemigo peligroso’, por lo que estuvo sometido a una estrecha vigilancia. Sabían, conocían, que ejerciendo su ministerio sacerdotal, también participaba en las reuniones clandestinas de Molino del Arco, Otero de Herreros y Villacastín, donde preparaban el movimiento carlista.

A efecto, se cuenta como anécdota —por más que verídico sea—, que estando diciendo misa ¿en Hontoria? , y a punto de acabar, se acercó un compañero para decirle: «Hay agentes del gobierno fuera para detenerte». El cura, sin inmutarse, acabó la misa, se despojó de los hábitos, se ‘colocó’ el traje de calle que el amigo le proporcionó, salió por puerta trasera, montó sobre un caballo que le esperaba y regresó a la capital. Entre su indumentaria llevaba ‘medios de defensa’ por si tenía que hacer frente a sus perseguidores.

En lo estrictamente personal, Félix era un tipo fuerte y musculoso, de tez morena y de una gran energía física. Amable, activo e incansable, generaba grandes simpatías a su alrededor.

Félix recorre el ‘camino’. Con sus nuevos amigos y compañeros permanece en las filas con un contrato de dos años. Con la firma del ‘Abrazo (acuerdo) de Vergara’, Lázaro regresa.

Vuelve y pide. El obispado, que no el obispo, pues la sede se encontraba vacante por fallecimiento de Joaquín Briz en 1837, le deniega la petición y, además, le dicen que en la capital no puede residir. Lo ‘extraditan’ a Turégano. En el tiempo de su permanencia en la localidad, el inquieto Félix escribe ‘El sistema Liberal’, en el que ofrece varios remedios caseros, «descubiertos por los políticos y gobernantes de esta época». Escrito, dice, «por un aldeano de tierra de Segovia».

En aquellos años ya tenía Félix relación con el periodismo. Le tiraba la idea. Era colaborador de ‘El Papelito’, periódico editado en Madrid que se destacaba por su ‘leal’ enfrentamiento al gobierno y los gobernantes.

En 1850 regresa a la capital y desempeña su anterior puesto de párroco de Santa Eulalia

El inquieto Lázaro no para. En 1850 regresa a la capital y desempeña su anterior puesto de párroco de Santa Eulalia. A sus 53 años, junto con Antonino Sancho, propietario y director del Balneario, fundan ‘El Porvenir Segoviano’, semanario ‘cristiano y literario’. Durante los dos primeros meses dirige Félix. Hasta su fecha de cierre en 1855, Antonino.

En 1868 funda y dirige el bisemanario ‘El Amigo Verdadero del Pueblo’. Periódico católico con ‘mandobles’ a diestra y siniestra al Gobierno Provisional. Dejó de publicarse en 1870. Había escrito también un ‘Compendio de Teología’ y los once tomos de la ‘Biblioteca Predicable’, además de fundar la Sociedad de Socorros Mutuos del Clero.

Fue incansable a la hora de socorrer y dar aliento al necesitado

Félix Lázaro, ‘El cura de Santa Eulalia’, como era bien conocido, falleció de una afección pulmonar —enfermedad que se llevó su vida en tan solo siete días— en 1869. Sus condiciones afables de carácter le granjearon grandes simpatías. Fue incansable a la hora de socorrer y dar aliento al necesitado. Ello quedó patente el día de su entierro. De ello, en 1927, se escribía en El Adelantado:

«Fue una de las más imponentes manifestaciones de duelo que se conocen en Segovia. Figuraban miles de personas de todas las clases sociales, sobre todo de las más populares. Desde La Granja viajaron en autobuses, que puso a su disposición un empresario, —carlista de acción—, más de doscientos trabajadores. De muchas localidades de la provincia también llegaron personas a las que había conquistado con su forma de ser Félix Lázaro García».