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Uno de los carteles que recibe a los visitantes a la entrada del municipio. / ANA Mª CRIADO

En las zonas rurales el silencio no es algo nuevo, tampoco consecuencia de la llegada de una catastrófica pandemia. Cuando los veraneantes se van y cae el ocaso, Sebúlcor, un pequeño municipio en la meseta segoviana, parece embrujado. No obstante, es parte de su identidad e historia, pues precisamente es reconocido como ‘el pueblo de los brujos’. Esto se debe a una tradición folclórica de conjuros, druidas y curanderos llena de enigmas y secretos. Y aunque ya casi nadie cree en ellos, la leyenda permanece muy viva en el imaginario popular de toda la comarca.

En un contexto tan marcado por una crisis sanitaria sin precedentes, Sebúlcor carece de farmacia y apenas recibe la visita de un médico. Desde marzo del pasado año y hasta la reapertura parcial del consultorio, el personal sociosanitario solo había aparecido por sus calles para atender contadas urgencias. Para hacer frente a las dificultades, salen a la luz los sanadores –conocidos como ‘brujos’- que durante años han sorprendido a los visitantes por su capacidad para curar personas y animales enfermos, tanto física como mentalmente, con sus remedios. Estos consisten en recetas y oraciones que no tienen ninguna evidencia científica ni explicación, pero se han mantenido a lo largo del tiempo, hasta llegar a nuestros días.

No es raro escuchar en las zonas aledañas “¡vaya con los brujos de Sebúlcor!”. Esta pequeña localidad, que no llega a 300 habitantes, ha cambiado su gentilicio original –sebulcorano- para renombrar a sus vecinos como ‘brujos’. Este municipio se sitúa en pleno corazón de las Hoces del Río Duratón y su término acoge el Convento de Nuestra Señora de los Ángeles de la Hoz. A la belleza de su paraje, se suman historias llenas de misterio: un campanario inclinado, un sepulcro visigodo bajo la iglesia o la leyenda de los curanderos son sus señas de identidad primordiales, que permanecen intactas aún en pleno siglo XXI.

Hace 20 años, el periodista Guillermo Herrero escribió en este mismo periódico un artículo sobre ‘El último curandero’. Hacía referencia a uno de sus vecinos, Mariano Tejedor, fallecido hace algunos años y resinero de profesión, “un hombre que sabe cómo curar con hierbas y rezos”. En ese momento, no pudo desvelar quién le enseñó este oficio, aunque sí mencionaba alguno de sus rituales. Entre sus muchas especialidades, destacan la cura del catarro, clavos, verrugas, hemorroides, anginas y picaduras de alacranes. No obstante, también era capaz de adivinar el sexo de los bebés por medio de un truco con ‘una perra gorda’.

La leyenda de los brujos está llena de entresijos. Un vecino anónimo del municipio remarca que “no es algo de lo que se hable con detalle, ya que, por respeto, hay una parte de secreto para quien lo practica”. Esto se debe a que es fruto de la tradición oral y los conjuros son heredados, traspasan por generación. No se pueden contar, pues de otro modo, se acabaría la magia y dejarían de funcionar.

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Olegario Arranz conoce un ritual para tratar las hemorroides. / ANA Mª CRIADO

Mariano legó algunos de sus poderes a su hija Victoria, que aunque conoce varios remedios, solo puede desvelar uno, que es el que usa para quitar clavos: “tantos clavos como tienes en la mano, tantos garbanzos tira a un pozo”. Pero según documentan varios sebulcoranos, hay variaciones del hechizo: tirar los garbanzos y decir unas palabras en alto para no escuchar el sonido que hacen al caer al agua, restregar ajos mientras se pronuncia una oración, tirar una moneda a un pozo de espaldas o realizar un ungüento con leche de higos y verterlos en la zona afectada.

Según una encuesta realizada a 76 vecinos de la comarca por vía telemática, más de la mitad conocían algún ritual practicado por los brujos de Sebúlcor. Paz Rodrigo, ya fallecida, era famosa por curar las anginas al atar un cordel de lana a las muñecas y hacer un masaje en la zona con aceite mientras realizaba una plegaria. Olegario Arranz, regente de uno de los bares del pueblo, heredó de su madre la curación de las hemorroides: “con la raíz de cierta planta se hace un hatillo y se guarda entre la ropa interior y la piel hasta que se seca”. Aunque no puede revelar de qué planta se trata, asegura que cuando se seca, el problema se acaba.

Hay infinitud de remedios: masajes de tuétano de hueso de vaca para aliviar las contracturas de la espalda, una mezcla de aceite y trigo acompañada de rezos para quitar la ‘nube en el ojo’ de animales o lociones de pelo con la planta de San Juan.

La última bruja

Teodora de Frutos es, para muchos, la última sanadora reconocida. A ella han acudido familiares, vecinos, amigos y amigos de amigos, que aconsejados por personas que han quedado satisfechas, no han dudado un instante en pedirle ayuda. A sus 63 años, conoce brebajes con plantas para diferentes malestares. También quita los gases con un pañuelo, el cual mueve sobre el vientre del afectado mientras pronuncia unas palabras que solo ella conoce. Algo que funciona incluso en bebés recién nacidos. Sin embargo, por lo que es verdaderamente popular es por quitar el mal de ojo, un aprendizaje heredado de su padre.

Él se lo eliminaba principalmente a los animales: “antiguamente, cuando la posguerra, el mal de ojo no se daba en personas, sino en animales, que en aquel tiempo era lo más valioso”, indica Teodora. Ahora ella se lo retira a las personas, solo necesita un trozo de pelo del interesado y un candil antiguo. No puede decir nada más del proceso, pues es secreto, pero asevera que, con este ritual, comprueba perfectamente quién está maldito y de qué manera.

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Teodora de Frutos con el candil que cura el mal de ojo. / ANA Mª CRIADO

Ya no hay brujos en Sebúlcor que sepan este conjuro, solo Teodora. En el pasado, Mariano también quitaba el mal de ojo e, incluso, adivinaba quién era el culpable de las desgracias que estaban sufriendo sus pacientes. Su hijo Alberto recuerda cómo el sanador entraba en una habitación a solas con la persona que creía tener el mal de ojo y colocaba “algo parecido a una tijeras” en el centro de una criba de cereal para hacerla girar. Mientras estaba en movimiento, el brujo empezaba a decir nombres de los sospechosos de haber echado el mal de ojo a su paciente. Y cuando se decía el nombre correcto, la criba paraba en seco. Casi de manera fantasmagórica. Algunos vecinos aún dan crédito de ello.

Además, cada cierto tiempo llegaban a su casa sobres postales con trozos de pelo o de tela, pues eran elementos necesarios para limpiar el mal de ojo a sus propietarios, que ya no eran vecinos, sino forasteros de otras ciudades. Mariceli de Frutos, también vecina del municipio, recuerda en una entrevista en Museo Sonoro cómo su padre a veces se iba a un sitio oscuro con un plato de porcelana lleno de agua y un candil. Mientras lo encendía, formulaba una jaculatoria que ella no ha llegado a conocer. Se decía que si la gota de aceite caía en el plato de agua y se esparcía, la persona que había acudido a él estaba embrujada. De modo contrario, no lo estaba.

El mal de ojo puede considerarse como una superstición. Por ejemplo, en el siglo XIX, el periodista Joaquín Bastús relacionaba el mal de ojo con la envidia. “Hay ojos que te sientan mal, mi padre me decía que era la envidia, que aunque no te quieran hacer daño, lo hacen sin darse cuenta”, añade Teodora. No obstante, hay un modo de evitarlo: “Cuando veas a una persona que no te gusta la manera en que te mira, cruza los dedos, mételos en el bolsillo y no te pasará nada”.

En Sebúlcor, hay muchas historias conocidas, tanto pasadas como presentes, de muertes repentinas e inexplicables del ganado. Algunos vecinos coinciden en que, en un cierto tiempo, había una mujer que cuando pasaba entre un rebaño de ovejas, al día siguiente varias de ellas aparecían muertas. En las personas, el mal de ojo puede presentarse como etapas de fuertes dolores de cabeza o bajo estado de ánimo, condiciones que comparten algunas de las personas que han acudido a Teodora.

No hay evidencias científicas ni pruebas materiales que certifiquen su eficacia. Teodora sostiene una consigna: “Tienes que creer, sino no funciona”. En una escala de confianza, más del 70% de los encuestados otorgan a estas prácticas una fiabilidad media o alta.

Una de ellas es Juana Cano, que nació en Jaén, pero pronto se mudó a Sebúlcor al contraer matrimonio con un brujo, Daniel Calvo, al que no creía cuando le contaba historias sobre las sanaciones que se hacían en el municipio. Su marido curaba las llagas al escribir una oración en un papel que luego colocaba bajo la almohada del enfermo durante toda la noche, con la condición de que no se podía leer. En cierta ocasión, se negó a curar a Juana cuando sufría esta dolencia, pues decía que era una “incrédula” y por eso “no funcionaría”. Todo cambió cuando acudió a una conocida sanadora llamada Tomasa porque le habían salido verrugas en las manos. “Yo no sé lo que hizo, pero pocos días después desaparecieron”, asegura Juana.

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Juana Cano con algunas de las hierbas ‘mágicas’ recolectadas por su marido. / ANA Mª CRIADO

Hay infinitos conjuros y todos permanecen en el imaginario colectivo y se conocen a partir de la tradición oral. A pesar de su trascendencia y permanencia, no se recogen en ningún libro, seguramente este sea uno de los primeros reportajes que traten sobre ello. Y es que el mutismo y hermetismo sobre la leyenda ha sido la tónica habitual. Tal como certifican varias personas de mayor edad del municipio, hace décadas venía gente preguntando por algún curandero, que luego resultaba ser alguno de sus vecinos, pero hasta ese momento no lo descubrían, pues se mantenía en secreto.

Un sepulcro visigodo

Teodora considera que la gran fama de los brujos de Sebúlcor se debe a otras leyendas mágicas arraigadas en el municipio. Por ejemplo, se dice que el repique de campanas de la iglesia ahuyenta los nublados. Y tal como indica el administrador de La Web de Sebúlcor, Eugenio Chicharro, “su nombre original era El Sepulcro”. Un topónimo que se debe a “la existencia de una necrópolis visigoda” en la aldea recientemente abandonada de San Miguel de Neguera o ‘El Barrio’, considerada como el asentamiento precedente de Sebúlcor; según documentó en 1971 el arqueólogo segoviano Antonio Molinero.

Tras este descubrimiento, el médico local de aquel periodo, Salvador Heredero, corroboró la existencia de “restos abundantes de esqueletos humanos, sepulturas enfosadas y restos de alhajas en aquel término”. Sin embargo, esto no acabó aquí. Hace varias décadas, en unas obras de mejora de la plaza de la iglesia, aparecieron más restos, lo que dio lugar a la creencia de que Sebúlcor estaba construido encima de un sepulcro visigodo.

Es cierto que el número de brujos ha disminuido en comparación con décadas anteriores, tal como expone Teodora, que no quiere que sus remedios se pierdan. Por eso, legará a alguno de sus hijos todos los hechizos. Por su parte, Victoria piensa que, con la llegada de la medicina clásica y una mayor accesibilidad a los servicios sanitarios, “nos hemos olvidado de estos remedios ancestrales”.

A pesar de ello, el renombre de Sebúlcor como ‘el pueblo de los brujos’ está más popularizado que nunca. No es de extrañar que, tras una crisis sanitaria mundial , donde el sistema sanitario ha colapsado y en muchas áreas rurales apenas hay visitas de los médicos, los jóvenes se refugien en el campo, miren al pasado, hablen con sus abuelos y, en definitiva, surjan nuevos hechiceros.

Una leyenda ancestral más viva que nunca

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Una veleta con forma de bruja en lo alto de un tejado de Sebúlcor. / ANA Mª CRIADO

Hoy en día, las leyendas se han encumbrado en historia y la de los brujos es la más popularizada en la comarca. Sus vecinos se enorgullecen de ello y, a su manera, promocionan esta tradición. Cada entrada y salida del municipio está adornada con un gran cartel que recibe a sus visitantes con un ‘Bienvenid@s al pueblo de los bruj@s’. Además, es usual ver veletas con forma de bruja coronando los tejados, amuletos en los marcos de las puertas, maceteros llenos de hierbas mágicas o cualquier motivo decorativo referente a brujas, lunas y gatos negros en un afán de recordar y traer la leyenda en la actualidad. No obstante, no solo se incide en reconocer la historia, sino que hay una pretensión de despertar interés sobre ella a las nuevas generaciones. Prueba de ello son las camisetas y otros objetos que cada año se venden a todos los vecinos en las fiestas patronales con mensajes referentes a la leyenda.

Pero el afán de permanencia no solo es material. Una peña de amigos decidió nombrarse ‘Los brujos’, además de una charanga que llevaban la historiade pueblo en pueblo. A esto se suma que, cada año, en la primera noche de fiestas, se celebra el concurso de ‘Miss Bruja’, ‘Míster Brujo’, ‘Miss Brujita’ y ‘Miss Brujito’, consistente en la elección de varios vecinos del pueblo para ocupar las categorías enunciadas. Tras esto, los afortunados recibirán regalos, se vestirán con capas y gorros de brujos, serán los encargados de presentar el desfile de peñas y participarán en el pregón de las fiestas patronales. Una tradición que pronto cumplirá 15 años.