El pájaro negro

Allá por los años 36 y 37 del siglo pasado, es decir hace unos 85 años, al comienzo de la Guerra Civil, se sometió a Segovia a un episodio dramático digno de recordar para conocimiento de generaciones actuales, pero que pasado poco tiempo cayó en el panteón del olvido. No obstante al tener yo 6 ó 7 años quedó grabado para siempre en mi mente infantil, aunque el paso de los años haya diluido algo los detalles del mismo.

Cuando en plena Guerra Civil, venían a bombardear nuestra ciudad los aviones de la Zona Republicana, una sirena que se instaló en lo alto de la Catedral, sonaba (de igual sonido y potencia que la que estaba instalada en la fábrica de Klein) y ponía en aviso a «todo el vecindario» de que era inminente un bombardeo aéreo, lo que permitía guarecerse en los llamados refugios, que solían ser las bodegas de ciertos establecimientos. A tal fin se colocaron pasquines en las fachadas de las inmediaciones indicando su ubicación. Así de esta forma, si te daba tiempo para entrar en el refugio, podías salvar el pellejo de ese bombardeo. Si no te daba tiempo te tenías que proteger precariamente en algún recoveco.

De todos los bombardeos el más temido era la venida aérea del que dimos en llamar «el Pájaro Negro». Era una avioneta de doble ala, con una sola hélice, monoplaza, de color pardusco. Su peligro estaba en las bombas que arrojaba de forma manual y del tamaño de botes de tomate, aunque a nosotros nos parecían obuses disparados por el célebre cañón Gran Berta. Estas bombas eran muy certeras y generalmente mataban algún viandante que no se había escondido lo suficiente. Las pocas ametralladoras colocadas estratégicamente en lo alto de algunas torres y en las murallas disparaban sobre «el Pájaro Negro», pero el aviador que le pilotaba era muy hábil, siempre se escaqueaba y se iba de rositas del bombardeo que realizaba. Menos podía hacer un vecino del barrio de Santa Columba que se llamaba Enebral que salía al balcón y le disparaba con una simple pistola.

En mi casa nos refugiábamos en la bodega el Bar Venecia y yo como asistí en los primeros tiempos a la Escuela graduada de los Huertos y posteriormente a la escuela de don Juan Bonefoix, en el primer caso nos refugiábamos alguna vez en la bodega del Banco España en un edificio anterior al existente y en el segundo caso que estábamos en la plaza de Medina del Campo, en el local subterráneo que allí sigue existiendo que ocupaba entonces la Electra Segoviana como almacén.

Como en Segovia éramos unos 18.000 habitantes nos conocíamos todos y los ataques eran comentados por mis padres y aún recuerdo que en cierta ocasión hablaron de una tal Encarna, amiga de mi madre, que fue víctima en una incursión, ya que no la dio más tiempo que esconderse en un portal y la bomba penetró en él explotando a bocajarro.

Era tristemente eficaz el maldito piloto del «Pájaro Negro», porque las bombas que tiraba a mano eran arrojadas con tal saña y puntería que casi siempre acertaba en su mortífera misión.

No fueron así todos los bombardeos que sufrimos, ya que los hubo mucho más benevolentes. Por ejemplo un día llegaron tres aviones en vuelo rasante, sonó la sirena y al poco se oyeron tres enormes explosiones, pero el sitio donde habían arrojado su potente carga eran los terrenos que hoy ocupa el Hospital General, entonces totalmente despoblados. Los «chaveas» del barrio de aquellos tiempos fuimos a ver el estropicio y nos encontramos con tres enormes hoyos en los que nos podíamos introducir, tapándonos completamente. Aquel día el estruendo fue monumental, sin embargo no hicieron ningún daño. Se llegó a hablar, si acaso algún piloto no sería un aviador segoviano amante de su patria chica.

Como existe un refrán que dice que a «cada cerdo le llega su San Martín», un buen día apareció en el Azoguejo una camioneta del ejército con los restos de una avioneta, que resultó ser «el Pájaro Negro» derribado en las proximidades de Segovia. Nosotros, los chicos de Santa Columba, arrancamos un trocito de gutapercha de un ala, que llevé a mi padre, porque tenía varios trozos de este material clavados en la pared de su taller de ebanistería pertenecientes a avionetas abatidas procedentes de la zona republicana para que le añadiera a su colección. Del piloto no supimos nada, aunque es de suponer que moriría en el derribo, y de no fenecer hubiera sido fusilado en procedimiento sumarísimo.

Aunque hubo muchas muertes por bombardeos aéreos, a partir de este momento los bombardeos a Segovia, fueron más leves y se espaciaron en el tiempo hasta el año 38 que prácticamente desaparecieron.