Yo también soy sanchista… de Sancho Panza

Unos días antes a que el presidente del Gobierno sorprendiera a la opinión pública con la condicionada amenaza de su posible dimisión, me confesaba un amigo, militante del partido que le sustenta, que se sentía obligado a manifestarse sanchista de puertas para fuera, ocultando hacia dentro su disconformidad con alguna de las decisiones adoptadas en los últimos tiempos por el líder socialista. Es lo que tiene comer de la política, que a veces tienes que alimentarte con sapos difícil de digerir, además, de estar siempre dispuesto para acudir fielmente a la sede de Ferraz, a dar el obligado cabezazo en reverencial besamanos. Quizá por eso agradeció que le dijera que yo también era sanchista, pensando que compartía con él la sufrida dicotomía a la que se enfrentaba. No me quedo más remedio que sacarle enseguida de su error, porque, efectivamente, uno es sanchista, pero por el momento solo sanchista de Sancho Panza, el interesado escudero que escolta a don Alonso Quijano por el mundo imaginario de la universal obra cervantina.

Puede que algo tengan en común el personaje de ficción con el de carne y hueso. Al fin y al cabo el apellido Sánchez es un derivado del patronímico Sancho que significa “hijo o descendiente de Sancho”. Uno de los motivos principales por los que Sancho acompaña a Don Quijote, es el de poder obtener pingues beneficios materiales a la sombra del principal protagonista, al que sigue detrás de la zanahoria que cuelga del palo de sus ilusiones, con la sana intención de llegar a gobernar alguna ínsula, que culminaría todos sus sueños, anhelos y pretensiones: “sin mucha solicitud y sin mucho riesgo me deparase el cielo alguna ínsula, u otra cosa semejante, no soy tan necio que la desechase; que también se dice: ‘cuando te dieren la vaquilla, corre con la soguilla’; y cuando viene el bien, mételo en tu casa” (Cap. IV de la Segunda parte del Quijote). Una vez que alcanza el gobierno de la ansiada ínsula ya no oculta sus pensamientos: “…Hasta agora no he tocado derecho ni llevado cohecho, y no puedo pensar en que va esto; porque aquí me han dicho que los gobernadores que a esta ínsula suelen venir, antes de entrar en ella, o les han dado o les han prestado los del pueblo muchos dineros, y que esta es ordinaria usanza en los demás que van a gobiernos, no solamente en este.” (Cap. LI, Segunda Parte)

Como ya anticipábamos, es posible que alguien haya podido encontrar en la líneas precedentes, alguna semejanza y paralelismo entre la realidad del Sancho imaginado y la fantasía política del Sánchez real; parecidos estos que serán difícil apreciar de ahora en adelante, puesto que una vez que el primero se ve en la obligación de asumir las funciones propias del gobierno de la ínsula, no mal llamada por casualidad Barataria, aflora en él un sentido común que rara vez hemos apreciado en el segundo. Recordemos que Cervantes, justifica la denominación toponímica de Barataria: “o ya porque el lugar se llamaba Baratarios, o ya por el barato que se le habría dado el gobierno”. (Cap. XLV de la Segunda Parte), que adaptado a los tiempos actuales, para algunos podría cobrar plena vigencia, por lo barato en que se está pudiendo vender toda la ínsula que aún se conoce como España. Hay opiniones para todo.

Volvemos a nuestro universal personaje. Sancho, impelido por la nueva responsabilidad adquirida, no deja ya lugar alguna de cuál sería su prioridad en la acción del gobierno de la ínsula que la jocosa inspiración cervantina le ha deparado en suerte: “… es mi intención limpiar esta ínsula de todo género de inmundicia y de gente vagabunda, holgazana y mal entretenida; porque quiero que sepáis, amigos, que la gente balda y perezosa es en la república lo mismo que los zánganos en las colmenas, que se comen la miel que las trabajadoras abejas hacen” (Cap.XLIX. Segunda Parte).
Después, ya entrando en materia, va mostrando sus dotes de afrontar las cuestiones que se le van planteando en el ejercicio de su gobierno, que resuelve con la lógica más aplastante y haciendo uso de una inteligencia natural y sobre todo pragmática nada desdeñable. Así acontece en el episodio de las cinco caperuzas que un sastre confecciona con un único retal; con el de los escudos de oro escondidos dentro del báculo, que pasa de mano del deudor a la del acreedor sin solución de continuidad; o el de la presunta violada por la fuerza por un ganadero a la que luego este, por orden del gobernador, no consigue arrebatar la bolsa de dinero que oculta entre las faldas. Incluso, Sancho, consciente de sus limitaciones, se muestra modesto en su obrar, quitando méritos a sus aciertos: “De donde se podía colegir que los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus juicios” (Cap. XLV Segunda Parte), acaba diciendo el propio Sancho.

Cuánto me gustaría que el actual presidente del Gobierno de mi país, al menos hasta el momento de escribir estas líneas, que no olvidemos jamás, ha sido elegido de forma democrática por el Parlamento en el que reside la soberanía popular, gobernara para todos, porque a todos representa; y que no sólo lo hiciera en el interés propio o en el de los partidos a los que debe su puesto. Que fuera veraz en sus manifestaciones. Que no dijera hoy una cosa y mañana hiciera la contraria, obligado por la necesidad de mantenerse en el gobierno. En este caso, me encantaría poder decir que yo también soy sanchista de Sánchez, pero por el momento solo puedo afirmar que soy sanchista de mi admirado Sancho Panza.