Toda una vida dedicada al monte

Galo García Calvo, a sus cien años, sigue paseando todos los días hasta los pinares que ha resinado durante décadas.

El mismo año en que Pío Baroja publicó su principal novela, ‘El árbol de la Ciencia’, nació Galo García Calvo, un niño cuya vida estaría ligada a los árboles; en concreto, a los pinos de Navalilla. De hecho ha sido uno de los principales resineros que ha tenido el pueblo, donde cien años después, sigue apurando cada jornada con paseos hasta los pinares cercanos. De ellos suele traerse a casa alguna piña o un poco de leña: “Me gusta sentirme útil, y así me creo que todavía valgo para algo”, asegura demostrando un sentimiento de definitiva unión al monte.

Los pinares han sido su vida. Comenzó a trabajar con 14 años ayudando a su padre, también resinero. Luego se hizo con media mata y recuerda cómo se levantaban de noche para aprovechar la fresca de la mañana para derroñar, remondar y recoger miera. “Eran jornadas de sol a sol”, asegura a la vez que afirma, en un tono de humor y de lamento, que recuerda lo ocurrió hace 50 años y ha olvidado lo que hizo ayer.

“Entonces los pinares valían algo, porque de ellos se sacaba la colofina y el aguarrás, pero hoy no tienen valor”. Pero él conoce bien que su importancia, especialmente ambiental. Dice que algo bueno tienen que tener cuando él ha pasado toda su vida entre pinos respirando el olor a espliego, a madera y a barrujo. “Y he estado fumando hasta los 90 años”, un vicio que finalmente dejó a causa de un fuerte resfriado. Ahora todos los días camina, juega a las cartas; y lee y oye casi a la perfección.

También ha sido cazador y pescador. Y ha tenido dos motocicletas. Las consiguió gracias a que trabajó en la construcción de la presa de Burgomillodo cuando tenía 15 años. Entonces cobraban cinco pesetas al día los oficiales, y dos y media los pinches como él.

De los pinos se ha separado do sólo en dos ocasiones: a los 20 años para cumplir el servicio militar; y a los 27 años, en que volvió a ser alistado de nuevo y obligado a ir a la Guerra Civil, un episodio que le incomoda rememorar, pues como miembro del Regimiento de Zapadores-Minadores de Salamanca tuvo que ver muchos cadáveres de compatriotas.

Ha pasado en pocas ocasiones por la consulta del médico, pero ha sufrido algunos achaques especialmente dolorosos, como la pérdida de dos de sus cuatro hijos, de los que mantiene once nietos. “Como un árbol al que le han resquebrajado sus ramas”, dice sentirse Galo, que ha asistido recientemente a una de esas pérdidas más íntimas.

A pesar de todo, nunca le ha faltado el buen humor. Cuando se le pregunta por el secreto para vivir tantos años en un estado tan envidiable responde: “¿El secreto?… no morirse.”

También se ha caracterizado Galo por su generosidad. De hecho sorprende a quien le conoce por primera vez porque suele sacar del bolsillo algún caramelo, que ofrece al que se encuentra; y le dice: “Saborea la vida”.