De las tierras de Pedraza a las puertas de las Hoces del Duratón

Un centenar de personas participaron en la tercera etapa La caminata concluirá hoy en el lugar donde se retiró el patrón de Segovia a llevar vida de oración.

Todavía dormía Orejanilla cuando se presentó, en su desierta Calle Real, Peña Casla, preguntando por el lugar donde debía salir la tercera etapa de la peregrinación hasta San Frutos. “Soy de Valdesaz y vivo en San Pedro de Gaíllos, pero reconozco que no conozco estos pueblos; por eso me he apuntado a la caminata”, decía, a modo de justificación. Ella fue la primera en llegar al punto de encuentro, a escasos metros del lugar donde la tradición oral sitúa la casa de la madre del emperador Trajano, Aureliana.

El nombre del pueblo evoca un pasado romano. El rey Alfonso X el Sabio defendió que la patria de Trajano fue Pedraza de la Sierra. Siglos después, el historiador Diego de Colmenares advirtió que la palabra Orejana podría ser una derivación de Aureliana, y La Matilla de Matidia, hermana del emperador. Las tierras de Pedraza tienen una honda huella romana…

Con el cielo entoldado, chispeando, y una densa neblina escondiendo la silueta de los montes, los caminantes echaron a andar. Eran las 09,30 horas, justas. De inicio, un ascenso, por una pista de concentración parcelaria. Sin percibirlo, los peregrinos salieron del parque natural “Sierra Norte de Guadarrama”. De lo que sí se dieron cuenta fue de que la biodiversidad decrecía. Los espacios eran cada vez más abiertos. Predominaban los paisajes agrícolas, aunque también menudeaban las encinas. Muy cerca está el despoblado de La Alameda, “la ciudad de Wamba”, como gustaba de decir a Manuel González Herrero.

Arriba de la cuesta, la Cruz del Barbero, donde un viejo fígaro reunía a su clientela de aquellos contornos. Delante, La Matilla, que se desperezaba. Una leve bajadita. Antes de llegar al pueblo merecía la pena fijarse en el “pliegue de La Matilla”, un punto de interés geológico perfectamente visible, en el talud de la carretera que circunvala el pueblo. Dicen los geólogos que, como consecuencia del levantamiento de la Sierra durante la orogenia alpina y el choque entre Europa y África, los bancos de roca fueron inclinados y doblados como si se tratara de una barra de plastilina. Ahí está el ejemplo.

En el Ayuntamiento, su alcaldesa, María del Carmen Rojo, se esmeraba en poner sellos en los carnés de los peregrinos. “Me parece maravilloso el Camino de San Frutos; espero que venga mucha gente y este pueblo coja fama, además de por su industria cárnica y su carpintero”, decía la regidora.

Los andariegos salieron de la Plaza Mayor por la calle Cementerio, dejaron el depósito de agua a mano derecha y giraron a la izquierda, en dirección a Valdesaz. Más cultivos, con algunos árboles, casi siempre encinas, dispersos.

La entrada a Valdesaz, por una chopera, proporcionó una de las más bellas imágenes del día. Los chopos están ahora en su momento de mayor esplendor otoñal, regalando un espectáculo visual en el que tres colores (amarillo, verde y marrón) pugnan por dominar el cuadro. Dejando a la derecha un palomar abandonado, los peregrinos subieron por la calle El Egido, pasaron junto a un potro de herrar y sellaron en el Consultorio de Atención Primaria. Pedro del Barrio, concejal de Condado de Castilnovo, se encargó de esa tarea. El avituallamiento, allí mismo, resultó rápido. Empezaba a caer agua con fuerza. Así que se reemprendió la ruta, dejando a mano izquierda la sencilla iglesia de Santa Cristina, de portada románica.

Por carretera, un poco más adelante, el Castillo de Castilnovo, rodeado de un encinar. ‘Momento foto’ para la mayoría de los andariegos, que no querían regresar a casa sin una imagen del monumento. Las copas de los chopos, ahí muy amarillentas, peleaban por alcanzar la altura de las torres de esta fortaleza, de origen incierto, posiblemente árabe, si bien el edificio muestra hoy un amalgama de diferentes estilos arquitectónicos.

Tras cruzar la carretera, los peregrinos entraron de lleno en el valle del río San Juan. La vegetación de ribera, con chopos, marcaba el itinerario del río. En su entorno, la campiña, entendida como una zona de llanuras suavemente onduladas, con extensas tierras dedicadas al cultivo de cereales.

Un trecho más adelante tocaba girar a la derecha para, después de cien metros por carretera, cruzar el famoso ‘puente Murera’. Y de ahí, a Consuegra de Murera, pueblo situado en la falda de una ladera que se ve desde lejos, muy lejos. A la derecha de las casas, un enebral muy denso. Los caminantes cogieron la línea recta, subieron una pequeña cuesta y se presentaron en el caserío. María del Carmen Moreno, de la casa rural “Las Siete Llaves” fue recibiendo a los peregrinos, uno a uno, y poniendo el sello en su carné. A su lado, el representante de la Alcaldía de Sepúlveda, Teodoro Tanarro, contento por ver pasar a gente. “Cada vez somos menos, aquí quedamos cuatro labradores, así que estas cosas [el Camino de San Frutos] algo favorecerán”, indicaba.

La salida de Consuegra era por la parte alta del pueblo, dejando a la diestra a la moderna iglesia de San Pedro Apóstol. Desde allí, el Camino de San Frutos discurre por una carretera semiabandonada, por parajes muy solitarios, con cultivos, algún que otro enebro, y parameras. En Villar de Sobrepeña, la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, con impronta románica, recibió a los peregrinos. Justo enfrente, restos de la tradicional chinela, en la que las gentes de Villar de Sobrepeña queman sus ropas y muebles viejos la noche del último día de la novena a su patrona.

Un último esfuerzo y, ¡ya!, el local de la asociación “El Progreso”, anfitriona de los peregrinos. Víctor Barrio, representante de la Alcaldía, dio la bienvenida a todos, y agradeció a EL ADELANTADO la idea de crear el Camino de San Frutos. De comida, macarrones o espaguetis, elaborados por Julián del Barrio. Y de vuelta a Segovia, que hoy toca la última etapa, hasta la ermita del patrón de Segovia.