Elena Postigo Solana.

—Es Vd. doctora en Bioética (Roma, 2000) y profesora de Filosofía y Bioética desde hace 20 años, con una trayectoria que transcurre entre Italia, Oxford y España y numerosas publicaciones sobre un tema en boga: el transhumanismo y sus implicaciones bioéticas. ¿Qué se entiende por transhumanismo?—El transhumanismo ha sido definido por Nick Bostrom, director del Instituto para el futuro de la humanidad de la Universidad de Oxford, y uno de sus grandes ideólogos, como un movimiento cultural, intelectual y científico que promueve la mejora de las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana y el aplicar nuevas tecnologías al cuerpo humano con la finalidad de eliminar aspectos indeseables e innecesarios de la condición humana como el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento, e incluso la muerte.

Hoy en día se llama Humanity+ y su objetivo es mejorar, alterar y alargar la naturaleza humana. Reúne a científicos de muchas áreas: genética, nanotecnología, robótica, Neurociencia o Inteligencia neurocomputacional con el objetivo de potenciar nuestras capacidades físicas y cognitivas, vivir indefinidamente e incluso no morir.

—¿Cuándo surgió esta corriente? ¿Quiénes son los teóricos del movimiento?
—La palabra “transhumanismo” fue acuñada por Julian Huxley en 1957, en un ensayo sobre ciencia y filosofía; aunque en realidad el término “transhumanar” ya se encuentra en la Divina Comedia de Dante. Según Bostrom el ser humano siempre ha deseado mejorar su condición física y mental a través de la ciencia, pero el transhumanismo da un paso más que es la transformación radical de la naturaleza humana mediante la ciencia y la técnica. Apuesta por llevar las riendas de la evolución humana, que hasta ahora ha sido un proceso natural, mediante las mejoras biotecnológicas que conduzcan al transhumano mejorado y posteriormente a un posthumano.
La corriente entronca en el movimiento eugenésico iniciado por Galton y sigue siendo todavía eugenésico. La tesis transhumanista se refuerza con todos los estudios realizados sobre la Inteligencia Artificial en la segunda mitad del siglo XX. Influyen en la corriente los llamados “futuristas” de los años 60-80: E. Drexler, C. Peterson, R. Ettinger y otros. En 1997 se fundó la Asociación Transhumanista Mundial, presidida por Nick Bostrom y actualmente por Natasha Vita-More. Entre los autores que desarrollan la teoría podemos mencionar a D. Pearce, A. Sandberg, neurocientífico sueco experto en inteligencia neurocomputacional, S. Young o J. Hughes. Van tomando mayor fuerza en muchos ámbitos, ciencia, tecnología, universidades, economía, empresa, e incluso en política con el partido transhumanista estadounidense.
—¿Qué se entiende por dignidad humana?
—Por dignidad humana, desde una perspectiva filosófica, se entiende el valor intrínseco de todo ser humano, el valor inherente, no otorgado sino reconocido por otros, que tenemos en cuanto personas. Es un valor intangible, igual para todos e inviolable. Es la base del respeto ético y de la igualdad ontológica entre todos los seres humanos, fundamento del derecho y de la no discriminación. No es lo mismo la dignidad ontológica (inherente a nuestro ser personas y que es invariable), que la dignidad moral (que depende de nuestras acciones y que puede variar). Kant afirmó que toda persona tiene una dignidad y un valor inconmensurables. Es muy importante distinguir entre valor y precio. Las personas tienen igual dignidad o valor intrínseco, no tienen precio.

—¿Qué quiere decir mejoramiento humano?
—Para los transhumanistas significa usar la biotecnología para alterar mediante intervención directa los procesos naturales, no patológicos, del cuerpo y la mente humanas, con el objeto de mejorar sus capacidades naturales físicas o psíquicas. Es algo distinto de la terapia, cuya finalidad es restablecer la funcionalidad de un órgano o una parte de nuestro organismo dañada. Los transhumanistas se plantean fundamentalmente una finalidad mejorativa o de potenciamiento, no solo terapéutica.

—¿Qué técnicas son las que se quieren usar para mejorar a la humanidad o hacerla inmortal?¿Cuáles son reales hoy?
—En el transhumanismo se mezcla lo que ya se puede hacer: la edición genética, la selección embrionaria, el alargamiento de telómeros para ralentizar el envejecimiento (en animales), la estimulación intracraneal profunda (con finalidad terapéutica) o la toma de ciertas pastillas que afecten, por ejemplo, a la afectividad o reduzcan la agresividad; con intervenciones que no sabemos si se podrán realizar o que, incluso, al menos a día de hoy, son ciencia ficción, como serían la criogenización y la “resurrección” post mortem o “subir” (uploading) nuestros pensamientos y nuestras emociones a un ordenador. No cabe duda del desarrollo acelerado y exponencial de la ciencia y la tecnología que seguirán en las próximas décadas, todo ello exige una reflexión previa mayor, una sabiduría superior. No todo aquello que es científicamente posible es éticamente lícito.

—¿Cuáles serán una realidad en el futuro?
—No lo puedo predecir a ciencia cierta, pero diría que es verosímil la posibilidad de la denominada mejora genética y el aumento del uso de implantes cerebrales con distinta finalidad, terapéutica y quizá mejorativa. Hoy existe una moratoria generalizada sobre el uso de CRISPR/Cas9 con finalidad mejorativa en gametos y embriones porque desconocemos cuáles pueden ser sus efectos indeseados que podrían llegar a dañar a las futuras generaciones. Dudo mucho que algún día podamos resucitar a un humano tras la muerte o que podamos subir la mente a un ordenador, si bien los pasos que está dando la inteligencia neurocomputacional y la convergencia entre Neurociencia e IA sea enorme.

—¿Qué visión filosófica y antropológica del hombre subyace en el transhumanismo?
—La negación de la vulnerabilidad y la mortalidad humanas; una visión materialista, mecanicista y determinista del cuerpo humano (somos una máquina imperfecta compuesta por células genes y neuronas); los conceptos de persona y dignidad reducidos a meras cualidades materiales y cambiantes; la consideración del ser humano como un ser reducido a sus funciones superiores, el pensar y el decidir libremente. La ausencia de la dimensión trascendente de la persona y del espíritu humano; y la afirmación de la no existencia de la inmortalidad ultraterrena pero sí de un inmortalismo terrenal, es decir, vivir indefinidamente automejorándonos, como con piezas de recambio.

—¿Tiene componentes eugenésicos o vínculos con el nazismo?
—El transhumanismo es eugenésico, entronca con la eugenesia de siglos pasados y desarrolla una eugenesia no coercitiva (como la nazi) sino liberal, es decir, sostiene que no es obligada, sino libre. En su caso serían la ciencia y la técnica quienes decidirían qué seres humanos mejorados podrían vivir y cuáles no. Pero en sustancia es igualmente eugenésico y discriminatorio. Además, su teoría plantea un tipo de sociedad desigual donde estarían los humanos normales, los transhumanos mejorados mediante ciencia y tecnología, y los posthumanos, seres o entidades perfectas que no padecerían el paso del tiempo, una suerte de superhombre nietzscheano.

—¿Qué intereses económicos y qué grupos de empresas están interesados en promover un modelo post humano alcanzable? ¿Se denuncian?
—Hay muchos intereses económicos y empresariales. El desarrollo de la ciencia y la tecnología está a cargo de grandes corporaciones y de pequeñas startups que desarrollarán estos productos de mejora de la especie. Las GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon), junto a grandes y pequeñas empresas que mueven millones de millones en el mundo de la tecnología y el desarrollo de la inteligencia artificial, como la Singularity University de R. Kurzweil, entre otras. La cuarta revolución vendrá de la mano de las ciencias y tecnologías convergentes, y el transhumanismo es la ideología que las promueve, a menudo sin haber realizado previamente un análisis de la cantidad de implicaciones éticas, legales y sociales que conlleva el desarrollo de estas ciencias y tecnologías, sus fines, medios, consecuencias previsibles y no previsibles. Es una corriente antihumanista, que apuesta por la superación de la humanidad, e incluso una parte no excluye y fomenta su extinción.

—¿Qué hacer frente a una corriente que puede conducir a tiranías y distopías?
—Primero siendo conscientes de ella y conociéndola bien; segundo, realizando una crítica racional y rigurosa de la misma; tercero, mediante la ética, la bioética y el derecho, denunciando cuáles podrían ser las consecuencias de un desarrollo descontrolado o acrítico de la ciencia y la tecnología que no prevén las consecuencias para las personas más débiles y las futuras generaciones. Por ejemplo, la aplicación de CRISPR Cas/9 con finalidad mejorativa podría crear un tipo de sociedad donde podría haber discriminación entre tipos de personas; o el desarrollo de neurochips y su aplicación al cerebro podría llevar a una pérdida y reducción de la libertad, intimidad o identidad de las personas. Sobre este tema algunos autores como Rafael Yuste, Roberto Andorno y otros, hablan ya de la necesidad de desarrollar determinados Neuroderechos que tutelen bienes fundamentales como la salud, la identidad integral, la libertad, la privacidad o la justicia. Hemos de desarrollar la ciencia y la técnica, pero hacerlo con sabiduría, pensando en el bien de las personas y de las generaciones futuras.

—¿Podemos decir que las técnicas reproductivas actuales son un primer paso hacia el transhumanismo?
—Tal y como están siendo utilizadas la mayor parte de las veces, sí, es decir, el uso del diagnóstico genético preimplantacional conlleva ya en sí una discriminación, la eliminación de aquellos embriones que no están sanos. Pensemos en la “gestación subrogada”, el desarrollo futuro del útero artificial o incluso de la ectogénesis (la externalización del embarazo). Cada una de estas cuestiones ha de ser estudiada por distintas disciplinas que nos permitan discernir qué es humano y ético y qué no lo es. De esto se ocupa la Bioética.

—¿Y las técnicas transgénero?
—La Asociación transhumanista mundial promueve la ideología transgenerista. Ambas se basan en una idea de la naturaleza humana cambiante, transformable y mejorable. Un concepto de “naturaleza humana líquida”, utilizando el calificativo de Bauman, dúctil y versátil, a merced del deseo y la voluntad humanas. Sin pensar, o haciéndolo escasamente, sobre las implicaciones éticas de estos cambios y transformaciones.

—¿Estamos irremisiblemente abocados a un crecimiento de la técnica que no respete la dignidad humana?
—No necesariamente, dependerá de nosotros y de hacia dónde dirijamos nuestros pasos. Si bien es verdad que una visión reduccionista de la ciencia, es decir, considerar que es la única disciplina o ámbito del saber que puede decir algo sobre el ser humano, podría llevar a ello, hoy en día vamos hacia una visión interdisciplinar a la hora de tratar problemas complejos como los planteados por la ciencia. En este caso, la mirada no fragmentada del saber y del conocimiento sobre la realidad podría hacer que no perdamos de vista la prioridad del respeto de la dignidad de cada persona, es decir, de tener en cuenta su valor intrínseco, base y fundamento del respeto y de los derechos humanos fundamentales, así como el respeto de su identidad, privacidad y libertad. En el momento en que perdamos de vista ese igual valor intrínseco de cada ser humano comienzan las discriminaciones y la perdida de respeto hacia toda vida humana. El objeto de la Bioética es hacer un buen uso de la ciencia y de la técnica, al servicio de la persona, especialmente la más vulnerable, y de las generaciones futuras.

—¿Qué está investigando ahora?
—Tras 10 años de estudiar el transhumanismo, sus fundamentos filosóficos y sus implicaciones bioéticas, desde hace unos años estoy investigando cuestiones bioéticas derivadas de la aplicación de tecnologías emergentes o convergentes: la nanotecnología, la biotecnología, la mal llamada Inteligencia Artificial y la neurociencia, resumidas en el acrónimo NBIC. Para que se comprenda bien, estudio cuáles son las implicaciones que pueden tener para la persona y su descendencia la aplicación de la edición genética CRISPR/Cas9 o determinados nanochips en el cerebro, como podría ser Neuralink, nanoimplante cerebral, de Elon Musk. Estudio de qué manera podría afectar a la salud, a la integridad física y psíquica, a la libertad, la identidad cognitiva e intimidad, la justicia, etc. La ciencia de las próximas décadas seguirá un desarrollo exponencial con el cruce de estas tecnologías convergentes, lo que supone también un desafío intelectual, filosófico y práctico. Hemos de pensar bien y aplicar sabiamente todas estas intervenciones para que no causen un daño, sino que beneficien a las personas.

—¿Qué percepción tienen sus alumnos de estas nuevas posibilidades y cómo las tratan?
—Acabo de terminar un curso de Bioética, donde las hemos abordado con los estudiantes de 3º de Biomedicina, y le puedo decir que a los estudiantes les interesan muchísimo. A primera vista, cuando se lo planteas por primera vez no ven problemas, pero cuando vas ahondando en la técnica, sus posibles aplicaciones e implicaciones éticas son conscientes de los enormes desafíos que tienen por delante y están dispuestos a reflexionar sobre ellos. Me he llevado una grata sorpresa: este año por vez primera hice que algunos alumnos expusieran un trabajo de investigación sobre Neuralink, sus aspectos científicos, éticos y legales, y con tan buen resultado que me gustaría publicar algo con ellos en una revista de Bioética.

—¿Qué consejos daría Vd. a alguien que comienza a estudiar Bioética? ¿Debe ser filósofo, biólogo, médico, ingeniero?
—La Bioética es “la sabiduría de la ciencia”, expresión de V.R. Potter, pionero de esta disciplina en los 70. Que cultive la Bioética mediante la formación, la reflexión y profundización sobre su propio quehacer científico desde una perspectiva interdisciplinar, científica y ética; que piense bien cuáles son las implicaciones antropológicas y éticas de una acción para guiar la ciencia con sabiduría, prudencia y responsabilidad, hacia el bien de la persona y de la humanidad.

La Bioética, ética de las intervenciones sobre la vida, al ser interdisciplinar y práctica, requiere conocimientos tanto científicos como filosóficos o jurídicos. Se puede acercar a ella cualquier persona que venga del ámbito sanitario (médico, enfermero, farmacéutico), de la ciencia básica (biólogo, biomédico) o de la ingeniería biomédica, filósofo, jurista, profesor, teólogo, etc. Los estudios de postgrado en bioética, Máster y doctorado, permiten reflexionar sobre los temas tratados en el grado desde una perspectiva interdisciplinar, más compleja pero más honda, y completando la formación sobre los aspectos no tratados en la carrera que permitan orientar la propia ciencia hacia el bien de las personas para no dañar nunca.

—Y, por último, cuéntenos sus vínculos con Segovia
—Segovia es mi ciudad natal. Viví aquí hasta los 13 años. Conservo en mi memoria innumerables recuerdos en torno a sus calles y parajes. Mis abuelos paternos y mi padre eran de Cantimpalos; muchos de mis tíos, hermanos y primos nacieron aquí. Le tengo un cariño especial a esta ciudad por mis raíces familiares, y aunque haya vivido fuera o en el extranjero el resto de mi vida, quizá por ello, siempre que puedo regreso. Nuestra ciudad posee una riqueza cultural, histórica y artística extraordinarias. Un patrimonio cultural que merece ser reconocido y promocionado. A medida que me hago mayor, quizás por haber vivido mucho tiempo fuera, mis raíces segovianas me tiran más y sueño con jubilarme por estos lares.