© Gioconda Belli - giocondabelli.org

Me pregunto en dónde reside el paraíso terrenal de Gioconda Belli. En dónde ubica su paraíso perdido, a la manera de Milton, queda más claro: la soledad, la relación con el otro que se muestra lejana y compleja, la apetencia de más, siempre de más, la afirmación de la condición femenina o el inestable y permanente coqueteo con la literatura conforman el paisaje emocional que se desarrolla en este interesante, complejo, trabado, poemario, el más completo en la trayectoria de Gioconda Belli. Se desgrana la obra en teselas, como las que dibujan el rostro de una dama en el mosaico romano de Paradinas, para proyectar al final una imagen fiel del universo moral de la autora.

La técnica varía en este libro: desde la escritura enunciativa hasta la simbólica; desde la que se tiñe con tintes emocionales –expuestos de manera clara y directa- hasta la rayana con el surrealismo y el creacionismo. Pero, en todo caso, el conjunto goza de una coherencia estilística y moral digna de consideración, y la puntual variedad que se exhibe en algunos de los versos lejos de distraer la lectura, la enriquece y la agiliza.

Cuando un poeta se atreve a lanzar su universo moral corre el peligro de la impostación, de que lo artificioso termine emponzoñando la escritura, agriete el cordón umbilical que debe existir entre el lector y la obra que se lee. Belli se muestra, en cambio, poderosa y firme en el trasiego de espacios íntimos en donde el peligro del naufragio se hace más evidente. En ocasiones, sus poemas transcurren en una intemporalidad estática que favorece la reflexión; en otras, sin embargo, la poeta se atreve con el relato de una escena de pareja, cotidiana, íntima, nimia, y, sin embargo, consigue retratar en breves pinceladas tanto los miedos de quien escribe como el sentido último de la relación: “Yo, una mujer independiente/ navegante de muchas soledades./ Increíble la desolación/ de una noche de ausencia (…)/ tu cuerpo tiene la intensidad de todo el cielo”.

La poesía es el género literario más propicio para la reflexión ética. Cada cual tiene moral como tiene culo. La ética es otra cosa: la reflexión sobre los principios que asume el ser humano para mantenerse de pie, erguido, con acaso una pizca de entereza, es lo que la define; y la poesía está llena de ella. En un poema se encierra un vástago mundo, el del autor que se atreve a describir desde su óptica la complejidad de un universo que solo discurre bajo su dominio en el momento de la creación, pero que después se expande y se generaliza: “Habito el frío de tu ciudad de invierno./ Una cama vacía/ una mujer furiosamente piel/ maldiciendo la maldita/ distancia/ acostándose con la nieve/ durmiendo con Vivaldi/ soñando con Ulises”.

No obstante, la poesía debe ser sutileza, juego, símbolo. Hay que tener el verbo muy seguro y controlado para no desbarrar a la hora de lanzar un mensaje directo. En este campo, el barco de Gioconda Belli parece por momentos zozobrar, y el mensaje de directo termina en obvio, y se vulgariza. Es la Belli que recuerda a otros poemarios no tan completos como este: “Si valientemente escribís/ o declarás estas verdades/ te endilgan como insulto/ que eres feminista/ o feminazi, gorda y fea/ o Barbie con mucho maquillaje/ quizás entrada en años, solterona, mustia”.

Comprendo que la tentación sea fuerte y larga la sombra del pasado. Aunque nunca un borrón debe empañar una obra tan compleja y ambiciosa como esta. Una obra que pasa a formar parte del brillante palmarés de este premio convocado por la Diputación de Segovia, el más importante de España.