LA CUESTIÓN DEL IDIOMA

Así, como decía antes, que era muy posible que no hubiese problema catalán, creo también muy posible que no haya dentro de ese problema, si lo hay, cuestión de rivalidad de lenguas.

La cuestión del predominio del idioma se ha de resolver por el tiempo. El castellano se ha convertido en español y hasta en hispanoamericano; es una ‘lengua tan nuestra como de los demás españoles, tan del catalán como del gallego o del vascongado.

Lo estúpido, lo absurdo, es que haya criterios aún que defiendan que el castellano debe ser exclusivamente castellano: el castellano hoy debe ser el español, y hay que romperlo y descuartizarlo, y convertirlo en un idioma lo más perfecto posible, que sirva para la literatura, para la filosofía, para la industria y para toda clase de actividad humana.

Y al desear yo que el castellano se nacionalice y se internacionalice, no es porque me parezca un idioma en sí superior al catalán; es sencillamente porque es más general; ha invadido ya toda España y, además, tiene el porvenir de que casi toda la inmensidad de la América del Sur y gran parte de la del Norte lo acepten.

Hace unos días se decía que los yanquis querían proponer el español como un idioma universal ¿Y no sería estúpido hacer perder la extensión de una lengua, que es también de uno, por un prurito de amor propio? Dar a entender, como lo hacen los catalanistas, que el castellano se conserva en Cataluña por la presión oficial, es un absur­do. Aquí, en Barcelona, se han hecho en estos últimos tres o cuatro años grandes En­ciclopedias; pero se han hecho en español, y es natural, porque es la única manera de tener la venta en América, porque el interés de todas las regiones españolas es hacer del español una lengua expansiva.

Ante los hechos es ridículo afirmar el despotismo central en la cuestión del idioma. Es naturalísimo que de los cuatro o cinco idiomas nacionales haya preponderado uno, y esto ha pasado en Francia y en otros países, y esto pasa en España; pero el Estado no ha hecho presión aquí y, si la ha hecho, no ha sido tan enérgica como la han hecho en Francia, en Alemania y en Inglaterra, con sus idiomas regionales.

LA RAZA
Respecto a las cuestiones de raza, creo que no se debe hablar; no se sabe nada, absolutamente nada, de la etnolía española; es más, no se cree que exista una raza pura; lo más que se llega a suponer es que hay tipos que, un poco arbitrariamente, se clasifican y se señalan con un nombre. Ni hay raza ca­talana, ni hay raza castellana, ni raza gallega, ni raza vasca, y podemos decir que no hay tampoco raza española. Lo que hay, sí, es una forma espiritual en cada país y en cada región, y esta forma espiritual tiende a fragmentarse, tiende a romperse cuando el Estado se hunde; tiende a fortificarse cuando el país se levanta y florece.

Todos los pueblos que caen quieren regiones más o menos separatistas, porque el se­paratismo es el egoísmo, es el sálvese el que pueda de las ciudades, de las provincias o de las regiones.

Ya sé que no se puede hablar hoy de separatismo, porque los nacionalistas, aún los más absolutos, no quieren llamarse así. ¿Pero esta es una cordialidad que debemos agradecer o es el reconocimiento de que no se puede vivir separados? ¿Es un mérito o es el con­vencimiento de que no se pueden cortar los lazos con que nos une a los españoles, sobre todo, la geografía?

EL NACIONALISMO

Yo no creo que haya nada útil, nada aprovechable en el nacionalismo; no me parece, ni mucho menos, el régimen del porvenir. Si ya a los hombres nos empieza a pesar el ser nacionales; si ya comenzamos a querer ser sólo humanos, sólo terrestres, ¿cómo vamos a permitir que nos subdividan más, y el uno sea catalán, y el otro castellano, y el otro ga­llego, como una obligación?
Porque ahora lo somos todos, claro, según nuestro nacimiento; pero yo, vascongado, voy a vivir a Madrid y soy un madrileño, sin necesidad de exigirme expediente, y e1 ara­gonés, o el valenciano o el gallego que viene a vivir a Barcelona es un catalán como el que haya nacido en Reus o en Gerona.

Además, ¡qué serie de trastornos inútiles se producirían en el país con el nacionalismo! Yo no conozco Cataluña, pero conozco las provincias vascongadas, en donde hay también nacionalismo, y veo lo grotesca que sería su implantación. Sería un verdadero ciempiés, porque allí pasa que en la región vasco-navarra hay una parte que es en su espíritu aragonesa, otra riojana, otra castellana y otra puramente vasca.

¿Y por qué obligar al que se siente castellano o aragonés, que es una tierra de trigo, de viñas y de olivos, a identificarse con el vasco verdadero, de una tierra de maíz y de manzanos?
No, yo no veo en el nacionalismo como un régimen del porvenir; podrá ser un camino en países constituídos por razas distintas: en Austria, por ejemplo, en donde los checos luchan contra los sajones; en Rusia, donde los polacos luchan contra los eslavos; en los Balkanes, en Finfandia, en Irlanda; ¡pero aquí!, aquí no tiene, razón de ser y creo que en el fondo no tiene tampoco raíz; creo que en el fondo no se sostiene más que por rivalidades personales, por celos de unos personajes contra otros, por ver el modo de quitarse la parroquia mutuamente.

EL ELEMENTO HISTÓRICO

Además, el nacionalismo lleva un carga­mento histórico que la masa popular, con un gran sentido de la realidad, mira con un des­dén absoluto. La masa popular es radical, es antitradicionalista, es antihistórica, y tiene razón. Su instinto le hace comprender que en la tradición está su enemigo. El hombre que vive en el pasado no ama el presente y quiere vaciar casi siempre el porvenir en el molde de lo pretérito. Nosotros, no; nosotros no queremos ocuparnos del pasado, no quere­mos saber las fases que han servido de eta­pas al martirologio del pueblo. La Humani­dad ha levantado dos grandes construccio­nes: la Historia y la Ciencia. La Historia es como un río, tan pronto claro, tan pronto turbio, que viene de la obscuridad de las eda­des lejanas; la Ciencia, no; la Ciencia es sólo luz, la Ciencia es la construcción sólida de la Humanidad, la única bienhechora; ella, poco a poco, a medida que avanza, nos va dando el pan del cuerpo y del espíritu, y va alejan­do de nuestro lado las enfermedades y la muerte.

LA SAGRADA CIENCIA

Un padre Zacarías, que la semana pasada estaba dando en Madrid unas conferencias en la iglesia de San Ginés, decía, con una in­consciencia de… fraile, que los Estados de­bían suprimir las subvenciones que se dan a los laboratorios. Y yo, que fuí a oírle, recordaba, mientras escuchaba estas enormidades, una escena presenciada por mí como médico hace ya tiempo, cuando vi por primera vez dár a un niño una inyección del suero para la difteria, del doctor Roux. La madre había traído en un coche a la criaturita, envuelta en un mantón, hasta la clínica; el niño no podía ya respirar por la asfixia, estaba azul; la madre lloraba desesperada; se le dió la inyección al chiquillo, se fué la mujer y al día siguiente volvió transfigurada. El niño estaba ya salvado, y aquella mujer miraba los instrumentos del despacho del médico arrobada, pensando, sin duda, que si Dios está en alguna parte, está, sobre todo, en los laboratorios.

Sí, la ciencia es sagrada; podremos comprenderla o no; podrá estar por encima de nosotros, pero no importa, es nuestra protec­ tora, es nuestra madre. La historia, no; la historia es traidora, la historia es reacciona­ria, la historia trata de escarmentarnos con el ejemplo; pero, afortunadamente, los pue­blos no tienen memoria y olvidan a los tira­nos y olvidan a sus verdugos. Es la manera mejor de vengarse de ellos.

LOS GRANDES MUNICIPIOS

Como decía, el nacionalismo lleva un gran peso histórico y una falta bastante grande de espíritu moderno, de sentido científico.

Mucho más lógico, mucho más dentro de la vida actual, de la vida sin historia, sería el régimen de grandes municipalidades, de enormes Ayuntamientos, formados por otros Municipios, que se unieran y se de unieran a voluntad suya.

Yo no encuentro bien que si, por ejemplo, Tortosa -y no sé lo que pasa en esta ciudad tuviera sentimientos poco catalanes, se le obligara a ser catalana ; en cambio, me parecería muy lógico ,que si un Municipio de Aragón o Valencia tuviera su centro de con­tratación en Barcelona, se unieran a esta ciudad y formara parte de su gran municipalidad mientras quisiera.

Peor aún que la doctrina nacionalista me parece el procedimiento de los catalanistas. ¿En dónde, en qué está legitimada la cam­paña antiespañola que ha hecho durante mu­chos años el catalanismo? Yo he visto en pe­riódicos extranjeros cómo se insultaba a los españoles estúpidamente, y sabía de dónde salían esos artículos publicados en periódi­cos italianos y franceses ; he visto disfrazar la historia y la antropología, y todo con mó­viles mezquinos y bajos.

Mañana capítulo 4: ASPIRACIÓN DEL RADICALISMO