25 años sin Nacho

Hoy se cumple un cuarto de siglo de la matanza de la Universidad Centroamericana de El Salvador, en la que murió el jesuita Ignacio Martín Baró, vinculado a El Espinar.

La madrugada del 16 de noviembre de 1989 —hoy hace 25 años—, miembros del batallón ‘Atlacalt’ entraron en la Universidad Centroamericana de El Salvador (UCA) y asesinaron a tiros a ocho personas. Además del vasco Ignacio Ellacuría, ideólogo de la Teología de la Liberación, en el ataque murieron otros cinco jesuitas —entre ellos Ignacio Martín Baró, nacido en Valladolid aunque vinculado desde su niñez a El Espinar— y dos mujeres salvadoreñas, la cocinera Elba Julia Ramos y su hija Julia.

Un cuarto de siglo después, la UCA ha celebrado diversas actividades en recuerdo de la masacre. En España, el Ayuntamiento de Valladolid, cuna de Martín Baró y de otro de los asesinados, Segundo Montes, también ha programado para estos días varios actos. La memoria de aquella matanza, acaecida durante la Guerra Civil de El Salvador (1980 – 1992) sigue, pues, viva. En El Espinar, donde Ignacio Martín Baró pasó los veranos de su niñez y juventud, la herida no ha cicatrizado todavía.

“A día de hoy, en El Salvador no se ha hecho nada por hacer justicia”, lamentaba ayer el escritor Alberto Martín Baró, quien a pesar de las numerosas solicitudes recibidas para que, con motivo de la efeméride, escribiera algún artículo, se resiste a hacerlo, “para no traicionar a mi hermano Nacho”. Aunque, en rigor, en 1991 se inició un juicio contra los presuntos responsables de la muerte de los jesuitas, en 1993 se aprobó la Ley de Amnistía General, a la que se acogieron quienes cometieron delitos de sangre durante la Guerra Civil. Muchos años después, el juez de la Audiencia Nacional de España Eloy Velasco inició una investigación sobre la masacre, procesando a 20 militares. Ya en 2012, la Corte Suprema de Justicia de El Salvador denegó la extradición a España de 13 de esos militares.

En la intimidad de su casa de El Espinar, Alberto Martín Baró admite mantener “largas charlas” con su hermano Nacho. “Yo le encomiendo que cuide de mis nietos y, aunque sé que en la otra orilla tiene mucho trabajo, ¡lo está haciendo muy bien!”, señala el escritor, quien reconoce que, para él, el 16 de noviembre sigue siendo “una fecha muy dolorosa”.

Tras recordar que sus abuelos, Fernando Baró y Luisa Morón, empezaron a frecuentar El Espinar por recomendación del musicólogo Víctor Espinós, el literato es ahora capaz de rememorar múltiples anécdotas de Nacho durante sus vacaciones espinariegas, como sus excursiones a ‘peña El Gato’ o aquella vez que metió la cabeza entre los barrotes de una reja del paseo de las Peñitas y luego no podía liberarse. “Tenía una simpatía arrolladora y era muy travieso”, asegura el escritor, que califica a su hermano de “un auténtico mártir”.

“Él —prosigue— entregó su vida por El Salvador, sobre todo por los más desfavorecidos”. Aunque entiende que en aquel país “habrá mucha gente digna, como en todos los lugares”, no oculta su rechazo a las autoridades de El Salvador. “No puedo tener cariño a quienes mataron a mi hermano y a sus cómplices”, manifiesta el escritor, quien, un cuarto de siglo después de la masacre que conmovió al mundo, dice seguir esperando “un gesto de El Salvador en reconocimiento a quienes pusieron todo su empeño, hasta tal punto que dieron su sangre, en conseguir una mayor justicia social”.