Santiago Sanz Sanz – “Tupinamba; cafés y España”

Son muchas las veces que mi suegro, José Fernández, al hablar de la ciudad de México durante su época de estudiante de ingeniería en el Politécnico, menciona una mítica cafetería que se encontraba en el mismo centro de la Ciudad. Esta era conocida porque allí acostumbraban a reunirse en buen número, los españoles exiliados en un pasado no muy lejano. No era cualquier sitio aquel café denominado “Tupinamba” y tampoco eran poca cosa todos aquellos expatriados. Frecuentaba el café algún que otro político relacionado con el gobierno y el parlamento republicano, muchos taurinos reconocidos junto a aventados emprendedores emigrados y alguno de los intelectuales que se convertirían en un referente para la educación en México y que ayudaron en gran medida a impulsar el ámbito universitario. No podría asegurar, sin embargo, que entre todo ese nutrido grupo de parroquianos habituales, estuviese Anselmo Carretero, un exiliado segoviano.

Me gusta imaginar y lo encuentro ciertamente verosímil, que el ingeniero segoviano participara en todas aquellas tertulias políticas del Tupinamba, defendiendo sus propias tesis estructurales de España o acuñando términos polémicos como “nación de naciones” e intentando argumentar sobre las regiones históricas que tanto su padre como él habían desarrollado y defendido durante sus respectivas trayectorias ¿Sabían ustedes que todos esos términos y visiones del orden territorial de España fueron originadas en el seno de una viajada familia segoviana?

Retomando el Tupinamba, y partiendo de que su primer atractivo era el propio concepto cafetero muy al gusto de los hispanos, habría que suponer, que el café que allí se servía debía de ser una de las dos cuestiones de general coincidencia para la mayoría de los exiliados; el negro amargo por un lado y por otro, la ostentación de un “recuerdo de España apasionado”. Carretero unió muchos criterios en ese sentido. Complacían tanto sus propuestas que, padre e hijo, eran los teóricos de referencia para muchos de los nacionalistas catalanes en el exilio mexicano, lógicamente también para el PSOE, donde militaba y fundamentalmente para el PSC (por descontado). Recuerden que ya en democracia, Pascual Maragall y la fallecida Carmen Chacón, mencionaron las mismas tesis y expusieron a Carretero como uno de los padres del hipotético proyecto de federalismo patrio… y digo patrio refiriéndome a España, sí; porque en ningún momento se contemplaba la viabilidad del secesionismo, ni se legitimaba mínimamente acciones independentistas como aquellas tan sangrientas dirigidas por Lluis Companys durante la II República en 1934. El propio Josep Tarradellas que fue nombrado presidente de la Generalitat en la Embajada de la República Española de México en 1954, nunca hubiera rechazado su españolidad como autonomista que era… y cliente del café, está claro; el título de la franquicia nació nada menos que en la Barcelona modernista. Hoy las cosas son muy distintas; Tarradellas llegó a comentar, que en la ceremonia de transferencia de la Presidencia de la Generalitat a favor de Jordi Pujol, se le obligó a omitir en el final de su discurso los habituales “viva Cataluña y viva España”; algo impensable en los tiempos del Tupinamba. Curiosamente, muchos años antes, el Gobierno de Franco había solicitado a Francia la extradición de Josep Tarradellas y esta no se había ejecutado debido a la presión ejercida por el Gobierno Mexicano, puede que quizás a su vez influenciado por los clientes de aquel café. Recuerden que “era mucho aquel café” y no poca cosa sus parroquianos.

Hay mucha anécdota y también mucho contado o inventado sobre aquella clientela. Era famoso, por ejemplo, el apasionamiento ruidoso y el carácter vehemente del que los españoles solían hacer gala en todos y cada uno de los postulados. Se hacían notar. Tanto, que muchos de los discretos clientes mexicanos optaron por cambiar de rumbos para poder disfrutar de un café tranquilos, deseando que todos esos “ruidosos” terminaran regresando a Veracruz primero, para que después se subieran de nuevo a un barco. El también español exiliado Max Aub, en su cuento llamado “la verdadera historia de la muerte de Francisco Franco”, se inspira de alguna manera en ello; ironiza con el tono vocinglero de los españoles que estaban siempre quejándose de la dictadura, expresándose con un “acento demasiado afilado” para la percepción del oído mexicano. La historia cuenta, que en aquel café era tal el escenario de ruidos y lamentos cotidianos, que terminó haciéndose insoportable para uno de los sufridos camareros. Este decide entonces planear un viaje a España para asesinar al dictador y terminar así con su particular tormento en el café a diario… pero mejor no se lo cuento.

En fin; tantas y tantas cosas hicieron los exiliados en México, y tantas dejaron en el recuerdo… Llegó incluso a comentarme mi suegro, que hay una leyenda urbana que dice que toda aquella clientela de exiliados del Tupinamba tenía una “tercera cosa en común”. Se trataba de un severo acortamiento generalizado en todos ellos, de su respectivo dedo índice de la mano; seguramente producto de golpear fuerte y rítmicamente la mesa con ese apéndice exclamando bien alto: “este año se muere Franco, este año se muere Franco”… y así pasaron cuarenta años.