Llamas en el Alcázar

El viernes, 6 de marzo, se cumplen 153 años del incendio que devoró el monumento. Segovia luchó con ahínco por lograr su restauración, en contra de la opinión del Estado.

Un montón de humeantes cenizas. En eso quedó convertido el Alcázar de Segovia el 6 de marzo de 1862 —el próximo viernes se cumplen 153 años—, tras sufrir un pavoroso incendio…

Cuentan las crónicas de la época que las llamas se originaron en la Sala del Cordón, después del desprendimiento de una chimenea. Al poco de declararse, y dada la alarma que cundió entre la población, se presentaron a las puertas del Alcázar, con ánimo de dirigir las operaciones de extinción, los gobernadores civil y militar, y el juez de primera instancia. Pero poco pudieron hacer. Las llamas devoraban con rapidez los elementos más vulnerables.

De acuerdo a un relato del cronista de Segovia Carlos de Lecea, testigo presencial del suceso, los cadetes que en primera instancia intentaron sofocar el fuego fueron ayudados por numerosos vecinos de la ciudad, en especial de San Marcos. Fue precisamente en ese barrio donde en mayor medida se expandió el pánico, ya que fragmentos de techumbre ardientes, arrancados por el viento, se precipitaban sobre los tejados de las casas de San Marcos.

Los dos héroes de la jornada fueron el maestro de obras Alejandro Cuevas y el capitán Federico Lewendfel. Ellos consiguieron sacar del edificio a un grupo de voluntarios, entre los que se encontraba un labrador que, tras haber llegado a la ciudad ese jueves —día de mercado semanal— se presentó en el Alcázar con la intención de ayudar. En su desesperada búsqueda de una salida, y tras verse cortado su vía de escape por el fuego, Cuevas y Lewendfel hubieron de recorrer, con el grupo al que habían acudido a socorrer, desvanes y pasillos, llegando incluso a tener que derribar un muro. Finalmente, mediante una escalera de mano accedieron al puente levadizo. Y por fin pudieron respirar.

“A las cuatro de la tarde el fuego era dueño de todo el edificio, y solo parecía desafiar a la voracidad de las llamas la parte abovedada y el torreón grande… De los efectos del Colegio [de Artillería], hoy dotado en instrumentos y mobiliario como los primeros de Europa, no se han salvado sino muy pocos, y entre ellos, el arca de los fondos. A las seis de la tarde el fuego había consumido las armaduras y pisos altos del Alcázar, y el fuego estaba reconcentrado en la parte superior del edificio, pero el viento soplaba todavía y no había esperanzas de que se salvase sino lo construido de piedra sillería y defendido por bóvedas”. Así aparece en un artículo sobre el suceso publicado en el periódico Las Novedades, de Madrid, el 8 de marzo.

El incendio conmovió por la pérdida del monumento. Y al Estado le preocupó la desaparición de un testimonio de las glorias de Castilla. Pero, según cuenta el historiador Rafael Cantalejo San Frutos en su libro “Los proyectos de restauración del Alcázar de Segovia tras el incendio de 1862”, “una vez apagado el fuego, también se sofocó el interés por la recuperación del inmueble, hasta que, gracias al tesón de una serie de segovianos inquietos, se pudo volver a completar tan magnífica silueta”.

El mismo día del incendio, el Ayuntamiento se reunió en sesión extraordinaria, acordando dirigirse a Su Majestad la Reina y al Gobierno para hacer presente la disposición de la ciudad a contribuir con sus bienes y, sobre todo, con las maderas de los pinares de la Comunidad de Ciudad y Tierra, para la rehabilitación del edificio siniestrado o para la reconstrucción de uno nuevo. De igual forma, la corporación dijo estar dispuesta a correr con los gastos que ocasionase la adaptación del exconvento de San Francisco, para que sirviera como nueva sede del Colegio de Artillería.

De lo tratado en aquella sesión, Cantalejo deduce que a la corporación preocupaba, sobre todo, la permanencia en Segovia del Colegio de Artillería, una institución que contaba en ese momento con más de trescientas personas, alojadas la mayoría en domicilios particulares, con los ingresos económicos que ello reportaba a una ciudad en paupérrima situación.

Dos años después del siniestro, en la sesión ordinaria del 19 de julio de 1864, se da cuenta de que el Ayuntamiento cooperaría en la reedificación del Alcázar con veinte mil duros, producto de la venta del papel de la deuda sin interés y de sus aprovechamientos forestales, para lo que pidió el preceptivo permiso a la Reina a través del gobernador civil.