Julio Montero(*) – Futuro contra pasado: siempre gana el pasado

La gran ventaja de los profetas a largo plazo es que apenas arriesgan con sus predicciones. Nadie se acuerda de comprobarlo y solo se cita a los que han acertado. El éxito de sus profecías en el presente depende sobre todo de su capacidad de convencer, no de la solidez de sus argumentos. Como soy historiador me gusta hacer las cosas al revés: estudio lo que se decía sobre el pasado en cada época y eso me ayuda a hacer previsiones sobre el futuro. Parece un lío pero no lo es.

Vayamos a un ejemplo. Los profesores universitarios llevamos desde el inicio de la institución (en el siglo XIII) afirmando que la gente que nos llega cada año a la universidad cada vez sabe menos. Si esto fuera verdad resultaría que los mejores estudiantes universitarios habrían sido los de la primera promoción de cada universidad y a partir de entonces todo habría sido una degeneración lamentable hasta el presente.

Y siguiendo con el razonamiento (lleno de lógica) deberíamos pensar que un grupo de gentes malolientes (esto sí resultaría verdadero sin paliativos por las costumbres de higiene de la época), hambrientas y malnutridas, que apenas tendrían libros a su disposición ni para estudiar ni para consultar (porque estaban casi exclusivamente al alcance de los muy ricos o de los profesores más sabios), sin que existieran laboratorios… llegaban a los claustros universitarios mejor preparados que los triglóctidos actuales que se manejan en inglés, saben informática por defecto, viajan y han viajado más que todos los profesores universitarios juntos del siglo, XIII, del XIV y del XV, tienen un conocimiento más exacto de la realidad geográfica, médica, física, química, social del mundo que les rodea que sus antecesores… y encima, los pobres hambrientos y guarros del siglo XIII, cuando llegaban, sabían tan poco latín como los de ahora.

No sé que acabarían sabiendo tres años después de empezar los primeros y primordiales estudiantes medievales; pero me parece difícil que objetivamente supieran algo más que los peores de ahora (y mira que son malos según los profesores actuales).

Otro ejemplo que me asombra. Vengo estudiando la memoria de los españoles sobre un tema concreto, al alcance de todos y nada ideológico (al menos para la gente normal). Hay una coincidencia asombrosa en que cada generación adulta recuerda la televisión de su infancia como notablemente mejor que la que tienen ahora (en su ahora particular) a su disposición. Si nos tomáramos esto en serio (quiero decir que nos lo creyésemos a pie juntillas) resultaría que la mejor televisión de la historia sería la primitiva, la primordial, la de los ensayos y la improvisación. Y basta con estudiar la televisión para demostrar (aunque sé que esto lo negarán todos) que la actual es notablemente mejor que la antigua (sea de la época que sea).

Lo divertido de esto es que, cuando pensamos en el futuro, deberíamos, si se siguiera esta lógica, asumir que será necesariamente peor, ya que cualquier tiempo pasado fue mejor. Dicho de otro modo: cuando nuestros hijos tengan ochenta años pensarán que este mundo nuestro (su infancia) era mejor y que el suyo es peor en conclusión.

Pero sin embargo, contra toda “lógica”, asumimos que las ciencias y las tecnologías habrán avanzado, que la medicina, curará más enfermedades, que cada vez habrá menos hambre en el mundo, que los transportes serán mejores y más seguros… quizá hasta que la liga de fútbol estará más equilibrada (aunque esto no todos lo ven como una mejora).

Siempre he pensado que la memoria colectiva es un timo, porque no hay un cerebro colectivo: nadie lo ha visto nunca. Lo que sí es comprobable es que la infancia, juventud y madurez de los viejos era mejor que su decrepitud. Y no es extraño que se engañen y digan que todo era mejor. Una mentira que repite cada generación.
No sabemos cómo será el futuro. Parece que, en general y a largo plazo mejor. Por lo menos en el orden material y en la disposición de recursos. En el orden moral habría que meterse en la conciencia de cada uno y valorar la honradez de sus decisiones y enfrentar sus convicciones con sus actos. Y analizar igualmente si sus convicciones respondían a un esfuerzo por conocer de verdad las cosas o a la ligereza insustancial del “tira p´alante”. Lo que es seguro es que los viejos seguiremos empeñados en que nosotros lo hicimos mejor. Pero no tendremos razón.

(*) Catedrático de Universidad.