Jimmie Rodgers con su inseparable guitarra.
Jimmie Rodgers con su inseparable guitarra.

Jimmie Rodgers (1897-1933) es “el hombre con el que comenzó todo”, según declaró solemnemente el Country Music Hall of Fame cuando le eligió entre los músicos esenciales del estilo sonoro más genuinamente americano. Hay un antes y un después de este personaje en la cultura popular. Rodgers se eleva como el ídolo indiscutible para millones de americanos, un hito en la gestación del mundo moderno del espectáculo y una influencia de hondo calado sobre generaciones de artistas.

Podría matizarse que con Rodgers comienza todo para los blancos (la comunidad afroamericana inició antes ese camino) y desde entonces la revolución musical incubada en el Misisipi salta hasta otra dimensión planetaria. El blues es inequívocamente negro; sin embargo, la amplia paleta de sonidos que alberga el country (desde el yodel hasta el hillbilly, pasando por ecos folk o expresiones sonoras llegadas de Europa) es un rasgo propio de los americanos con piel blanca, mayoritarios y a los mandos del país.

Rodgers vivió 35 años y ocho meses, justo en un período de inmensos cambios culturales, sociales y tecnológicos: el auge del cinematógrafo, el fonógrafo y la radio. Eso le convierte en la primera superestrella de alcance nacional. El mito grabó 113 canciones durante su carrera musical.

La corta existencia de Jimmie Rodgers transcurrió en constante movimiento. El nomadismo y los traslados permanentes marcan su adolescencia, algo normal entre las gentes del tren o los músicos, dos oficios que exigen una itinerancia mayor que la del resto de los mortales. El hogar es y será siempre aquel sitio donde pueda “colgar mi sombrero”.

Los ferroviarios irrumpen en el panorama social con ímpetu esos años. Son miles de hombres con su propio lenguaje, trabajadores cuya forma de vida deviene en modelo de conducta para otros americanos que envidian ese margen de movimiento frente a la rutina que les ancla a unos pocos kilómetros a la redonda de su empleo. Destacan como profesionales envueltos en un halo aventurero y romántico, de modo similar al de otros oficios como conductores de barcos de vapor o cowboys.

El 8 de septiembre de 1897 nace Jimmie Rodgers, el tercer y último hijo del matrimonio Aaron y Eliza. El parto llega en Geiger (Alabama). La madre fallece seis años más tarde. El primogénito ingresa en la compañía ferroviaria local, pero tanto Jimmie como el otro hermano mediano son muy pequeños y quedan al cuidado del padre. Aaron se dedica al ferrocarril en la compañía New Orleans & Northeastern Railroad, en Meridian. Esta ciudad nace precisamente a consecuencia de la expansión ferroviaria por zonas próximas, que la transforma en un núcleo urbano relevante.

A los catorce años ya está enfrascado en trabajillos para el ferrocarril o como lavaplatos. Ya despunta como muchacho con encanto irresistible. Confía en sí mismo de forma arrolladora y parece comerse el mundo sin despeinarse. Sube peldaños en el escalafón y asciende al puesto de guardafrenos (brakeman). Se trata de un trabajo muy peligroso. Debe accionar los frenos para detener los trenes cuando llegan a las estaciones. Esta función tan relevante en los tiempos del vapor obligaba a los guardafrenos a correr de vagón en vagón cuando el tren permanece en marcha. Exige reflejos, habilidad y gran forma física.

El magnetismo personal de Rodgers atrae a su primera esposa. El precoz matrimonio le lleva a emplearse en la firma ferroviaria M&O, controlada entonces por el Gobierno debido a la Guerra. La pareja dura pocos meses y se divorcian en 1919. En ese lapso, engendran una hija de la que el ferroviario apenas se preocupa hasta el final de sus días. Vuelve a casarse en abril de 1920, en un momento de estrecheces extremas.

Un músico ambulante le enseña en Nueva Orleans los fundamentos del yodel, término que describe una forma peculiar de utilizar la voz cuando pasa de tono grave a agudo. Rodgers no sabe leer solfeo, pero ese ulular le alza como leyenda entre sus contemporáneos. No fue un chispazo rápido. Tardó bastantes años en combinar la dosis exacta de voz e instrumentos y consigue hacerlo en el momento preciso. Lo dijo Hank Williams: “Tienes que oler mucho estiércol de mula antes de poder cantar como un hillbilly”.

Un año especialmente duro en términos laborales llega en 1922. Apenas consigue trabajar. Una huelga de ferroviarios golpea duro y ese período ocioso espolea el deseo de volcarse en el mundo del espectáculo. Ensaya sin parar con guitarra o banjo y escucha obsesivamente sus discos favoritos.

La primera aparición profesional de Jimmie le depara un notable éxito, en 1923. Interpreta en su debut algunos números de “blues yodels”. Tiene lugar en Hattiesburg, Misisipi. Recibe tantos aplausos que sus conciertos se prorrogan varias semanas.

Pero entra en mala racha y poco después, inmerso en la penuria económica, le diagnostican tuberculosis. La enfermedad está muy extendida y afecta a más de tres millones de americanos en el primer cuarto de siglo XX: casi 100.000 fallecidos por año. Rodgers hace caso omiso a los requerimientos médicos y no cambia sus hábitos. La tuberculosis roba fuerzas al músico y trabaja más como guardagujas que como guardafrenos. Solía dedicarse a reducir la velocidad de los coches hasta unirlos junto a la topera. Hay mucho peligro en ese oficio y abundan los ferroviarios mutilados que pierden algún miembro cuando chocan los distintos coches, porque no calculan bien el tiempo disponible para accionar los frenos. Sus días como ferroviario están contados.

En una de la sesiones de fotos de su dicografía.
En una de la sesiones de fotos de su dicografía.

En primavera y verano de 1925 se incorpora a varios medicine shows por Tennessee, Kentucky, Ohio e Indiana. Crece su ambición artística, pero arrastra un matrimonio fallido, una docena de empleos en los que ha fracasado y han quebrado varios intentos de montar su propio negocio. Acumula deudas y la enfermedad marca su destino.

La vida errante de los años juveniles desemboca un día en Asheville (Carolina del Norte), en 1927. Busca ganarse unos dólares en la compañía Southern Railway, pero el azar conspira para que en ese momento llegue su oportunidad en lo que más le gusta del mundo.

Las piezas del rompecabezas se unen rápidamente. Ralph Peer, un cazatalentos, busca entonces artistas para el sello discográfico más importante del momento, Victor Talking Machine Company, fundada en 1901. Ya toca la cumbre como compañía puntera en la industria tras éxitos como el de la estrella Enrico Caruso. El currículum de Peer incluye grabaciones a Blind Willie McTell, Furry Lewis o Jim Jackson, y alardea más adelante de haber “inventado a Louis Armstrong”.

Pero el campanazo de Peer son sus grabaciones a Rodgers en Bristol (Tennessee), una ciudad con 25.000 habitantes y potente estación ferroviaria. Las míticas Bristol Sessions, entre el 25 de julio y 5 de agosto de 1927, se consideran el origen de la música country moderna. Pasa de todo en esos momentos de romper el cascarón. Rodgers se pelea con su banda recién formada. Discuten por el nombre que llevará el disco y la bronca deriva en escisión, de forma que el guardafrenos graba en solitario, pero recoge en esa sesión el tuétano del espíritu musical americano.

Peer organiza una segunda tanda de grabaciones. Es la catapulta definitiva al éxito. Para millones de estadounidenses Rodgers y yodel se convierten en sinónimos. No todas las canciones que graba recogen ese gritito agudo, pero el éxito arrasador de su Sleep, Baby, Sleep (1927), una nana que vende dos millones de copias en apenas año y medio, le cuelga el sobrenombre de “America´s Blue Yodeler”. Ese rasgo distintivo le acompaña hasta la tumba.

El gran éxito de la sesión es T for Texas (bajo el título Blue Yodel, a sugerencia de Peer). La canción habla de un amor traicionado y el afán de venganza, con un tono tragicómico muy propio del blues. Rodgers se apropia del yodel como sello personal, sea cual sea su origen. Asimila esa tradición y se transforma en un fenómeno rupturista para el show business.

Mantiene además su propio programa de radio semanal y el dinero empieza a llegar a sus bolsillos, siempre agujereados y dispuestos a vaciarse de inmediato. Su estado de salud se complica con paréntesis cada vez más estrechos de bienestar. Le alivia el whisky, cuyas dosis incrementa de forma incesante el resto de sus días. Entre 1920 y 1933, la prohibición del alcohol complica ese consumo excesivo que Rodgers siente como necesario para aguantar los dolores. El éxito de la extendida expresión “quitapenas” tiene su fundamento.

Peer quiere exprimir el fruto de su descubrimiento. Organiza una tercera sesión de grabaciones. El cazatalentos oficia como productor e inyecta más ambición al incorporar músicos de acompañamiento. Elsie Mc Williams (su cuñada de Meridian) aparece como mujer fundamental en el camino al triunfo gracias a sus composiciones. Esas aportaciones resultan capitales en los primeros tiempos (aunque ella no aparece en los créditos), y orienta al músico hacia el objetivo de definir un modelo propio. El tren une a los cuñados (otro milagro del ferrocarril) en My Little Old Home Down in New Orleans, inspirada en sus recuerdos. Rodgers-Elsie bautizan su tándem como la “fábrica de música”.

En mayo de 1928, se publica Blue Yodel No.II / Brakeman´s Blues. Se vende a mansalva. Aúpa a la compañía Victor hasta enormes beneficios, pero un pez grande llamado RCA se come entonces a un pez chico que hasta ese momento llevaba por nombre Víctor.

Rodgers graba Waiting for a Train el 22 de octubre de 1928, probablemente su período de máximo esplendor creativo. Cuenta la historia de un vagabundo (hobo) que viaja por un precio imbatible en trenes de mercancías. Le expulsan del tren camino a San Francisco y reflexiona mientras aguarda la llegada de otro convoy para volver a intentarlo. El músico infunde trascendencia a esa espera y la convierte en esperanza: reflejo de millones de vidas. El tren como metáfora alcanza un vuelo estratosférico. Waiting for a Train introduce en el disco por primera vez la imitación del silbato de un tren con su voz. Rodgers parece infalible en ese momento y se transforma en sinónimo de éxito. Las ventas se multiplican por todo el mundo: Inglaterra, India, África, India, Australia o Japón. Alcanza una dimensión global inédita para la música popular.

Recopilatorio de sus mejores canciones.
Recopilatorio de sus mejores canciones.

Los medios de comunicación controlados por las compañías ferroviarias abordan a Rodgers. En Southern Railway News Bulletin, publican un texto laudatorio que se titula “Cómo Jimmie Rodgers se convirtió en artista”. Lo más jugoso del reportaje se halla en la insinuación de que los problemas con el alcohol alejaron a Rodgers del oficio. Los excesos etílicos, unidos a la precaria salud y vocación, decantaron en su día al guardafrenos hacia el espectáculo. El artículo señala: “Parece que en sus días como ferroviario, entre 1918 y 1924, él tuvo bastantes problemas con la ´Regla G´”. Esa norma no alude a un espacio de estimulación sexual, sino que se implanta para frenar la tendencia entre los ferroviarios a abusar de la bebida en su puesto de trabajo, un riesgo para la seguridad. La dureza del oficio y el desarraigo por las muchas jornadas fuera del hogar explican el extendido hábito. Ahora esta prohibición forma parte del código de conducta de la Asociación de Ferrocarriles Americanos y de las empresas de todo el mundo. El artículo no dedica una sola palabra a la tuberculosis que sufre y congracia a sus camaradas con Rodgers.

Los colapsos del guardafrenos en plena actuación se reproducen hasta niveles preocupantes. El crack de 1929 tarda algún tiempo en sentirse sobre el show business. El impacto brutal se aprecia con toda crudeza hacia 1931. El ídolo americano (conocido en todo el país como El Guardafrenos Cantor) ya ha vendido más de diez millones de discos. La pasión por Rodgers equivale a la que más tarde sentirá todo el país por Elvis Presley o Frank Sinatra. La radio se hace onmipresente y el vodevil sobrevive malamente en plan bonsai, con rutas por poblaciones donde no llega la electricidad. En poco tiempo bajan en picado los precios de los espectáculos en directo.

La máquina de hacer dinero incrementa su presión, temerosa de que el filón se agote. Los colapsos del músico alarman a los más cercanos por su virulencia. El rudimentario aparato propagandístico que rodea a Rodgers evita toda mención a la pésima salud que padece el ferroviario.

Rodgers viaja a Candem para filmar su cortometraje sonoro The Singing Brakeman (1930). Es una producción de Columbia y Victor. Antes de entrar en plano se escuchan sus acrobacias vocales de yodel y después aparece en la cantina de una estación, ataviado con ropas ferroviarias. La película atesora un alto valor documental y muestra al guardafrenos mientras ejecuta a la guitarra tres canciones: Waiting for a Train, Daddy and Home y T For Texas.

Todo se complica en la recta final. La tuberculosis se agrava y afloran problemas legales atizados por su primera esposa, que reclama dinero para la hija común.

El galopante avance de la enfermedad marca la agenda en los tres últimos años de Rodgers. El rostro demacrado y la piel macilenta desvelan la gravedad de su dolencia. La respiración jadeante se impone. La morfina (en crecientes dosis), los cigarrillos Picayune y el alcohol constituyen medicinas de uso constante.

No para de viajar de una punta a otra del país, descuidando su precaria condición, y casi siempre con acompañamiento musical para salvar el espectáculo en sus desvanecimientos. Sobrevive en un “quiero y no puedo”.

Las ventas de discos se desploman y apenas alcanzan el 6% de los datos previos al crack. Pero hay una noticia buena: las canciones hillbilly están entre las más vendidas y Rodgers descolla siempre en las menguadas listas de éxito.

No obstante, el declive de Rodgers se revela imparable y paralelo al de la discográfica Victor Machine Company.

Muere con las botas puestas, en plan cowboy. Las últimas sesiones se celebran en los estudios Victor, en la calle 24 de Nueva York. Los testigos no comprenden de dónde procede el coraje del moribundo durante la agonía. Muere el 26 de mayo de 1933 y el punto final se convierte en puntos suspensivos.

Fallece en la ciudad de los rascacielos, en el Taff Hotel, y emprende su último viaje. En tren, por supuesto. Vuelve al terruño en un coche especial del Southern´s Washington-New Orleans. El ataúd, cubierto de lirios, lo portan amigos personales con elevada proporción de ferroviarios. Cientos de personas reciben el féretro en la estación de Meridian. Antes de que el tren se detenga, se escucha el silbato de la máquina de vapor, ese sonido tan característico en la vida y obra de Rodgers, tantas veces imitado con sus cuerdas vocales.