Bessie Smith.

La primera grabación de blues, ese género musical que alberga la identidad de un pueblo machacado por la esclavitud, fue una canción que se llamaba Crazy Blues. Se captó el 10 de agosto de 1920, justo el mismo año que se extendió por Estados Unidos el derecho al voto de la mujer. Ese registro sonoro inaugural del blues alcanza un notable éxito en su tiempo y abre camino a la expresión del alma negra en tierras dominadas por los blancos, un sendero que transitaron de inmediato otros muchos artistas. Esa acta fundacional del género procede de la garganta de una mujer negra que se llamaba Mamie Smith (1891-1946).

Crazy Blues, compuesta por Perry Bradford, fue una de las canciones grabadas esa tarde de verano. Se convirtió en un éxito instantáneo. Vendieron en noviembre de 1920 la friolera de 75.000 copias y en 1921 se alcanzó el millón. El dinero rompe todas las barreras raciales existentes hasta entonces en las discográficas y despierta una búsqueda frenética para explotar el talento escondido entre la cochambre sureña. Para localizar nuevas voces de mujeres las compañías incrementan el rastreo sobre el terreno mediante estudios de grabación ambulantes, en marcha desde comienzos del siglo XX. Solo en Atlanta se produjeron más de 700 expediciones en busca de promesas musicales. Las oportunidades se multiplicaron y por esa rendija inicial que abrió el azar (la afroamericana grabó el disco porque la cantante blanca prevista no pudo asistir a la sesión) se colaron otras voces femeninas de enorme valor: Viola McCoy, Trixie Smith, Alberta Hunter, Ida Cox, Rosa Henderson, Lucille Bogan, Sara Martin, Ma Rainey… Estas pioneras recorrieron Estados Unidos enroladas en los medicine shows (venta ambulante de supuestos remedios para dolencias) y todas cantan al amor, a los hombres, al dolor, al alcohol y a todos los símbolos de esa época dorada del blues.

La espita estaba abierta y la expresión afroamericana se lanzó en tromba para superar su confinamiento secular. En 1926 se grabaron más de trescientos blues y góspel, cifra que casi se duplicó al año siguiente. Cuenta el experto Paco Espínola, en el libro Blues de Gas, que Lucille Bogan (1897-1948) sirve como puente entre las generaciones de cantantes de los años veinte y treinta. Prostitución, alcohol y lesbianismo son señas de identidad en su música; Proclama en los conciertos: “Tengo algo entre mis piernas que puede levantar a un hombre muerto”.
Bogan cantó con descaro sobre el whisky y el sexo, mientras afrontaba también en sus letras la aberración de los maltratadores de mujeres. Una chica dura, pero no tanto como la más grande de aquellas mujeres tan valiosas y rupturistas: Bessie Smith, la Emperatriz del Blues.

Nadie hizo sombra a Bessie Smith (1894-1937) durante un par de décadas. La vida de esta prodigiosa vocalista refleja en gran medida las existencias de todas esas parturientas del blues. El misterio de la cantante abarca desde su nacimiento (no está clara la fecha exacta) hasta su muerte (bajo sospechas fundadas de racismo). Mostró una dureza sin par, espoleada por el alcoholismo, su carácter violento y una voracidad sexual que forjó desde sus primeros lances. Ya dijo Woody Allen que una ventaja de la bisexualidad es que se duplican las oportunidades; ella lo comprobó cuando desfiló por su catre un tropel de bailarinas que había contratado para sus espectáculos. Pero también era dulce y generosa: ayudó a muchos amigos tirados en la cuneta con los dólares que ganó en sus picos de popularidad y cuidó amorosamente al hijo de uno de sus dos esposos.

Ve la luz en Chattanooga (Tennnessee), pero apenas pudo posar la mirada en su padre (murió siendo bebé) ni en su madre, fallecida cuando apenas tenía ocho años. Nació en plena crisis económica, tan devastadora que dejó en el paro a tres millones de trabajadores y en la cuneta a 642 bancos La huérfana pasó hambre, al igual que sus siete hermanos. Para combatir el ruido del estómago, formó dúo musical con su hermano Andrew y se buscaron la vida en los barrios oscuros de la ciudad, pasando el gorro. Ella bailaba y él tocaba la guitarra. Ya entonces, como señala la reciente biografía, “su voz era portadora de una especie de conocimiento que te hacía pensar que aquella mujer lo sabía todo sobre la vida y no le tenía ningún miedo”.

La futura Emperatriz del Blues entra años después en una compañía en la que actúa Ma Rainey (1886-1939), otra de las pioneras más relevantes. Consiguió cobijo allí, pero la estrella del show es Rainey y a Bessie sólo se le permitía bailar. Ma Rainey había abrazado el blues tras escucharlo en 1902, en una localidad perdida de Misuri, y era tan espabilada que fue la primera empresaria musical de raza negra. Viajaron juntas durante meses por ciudades sureñas hasta que Smith cambió de carromato y se unió a un nuevo espectáculo ambulante para saltar después a otro: Fat Chappelle´s Rabbit Foot Minstrels. Ahí se reencontró con Ma Rainey y compartieron giras durante 1916.

Bessie tardará algún tiempo hasta erigirse como prima donna del espectáculo. La riqueza de las cuerdas vocales y la fuerza expresiva de sus interpretaciones ganaron adeptos a gran velocidad, pero debió esperar hasta 1923 para grabar. Los discos de estas mujeres y hombres se llamaron “de raza”, una penosa etiqueta para diferenciar este estilo del tradicional hillbilly. Había también estudios de grabación de raza, distribuidores de raza o emisoras de raza (una de las más relevantes fue WDIA, en Memphis). Se encapsuló así un mercado emergente: consumidores negros de grandes ciudades (Nueva York o Chicago, sobre todo) que compraban música de cantantes negras.

También ese año pisaron por primera vez un estudio otras leyendas del blues como Ma Rainey o Ida Cox, tras haberse curtido durante años en minstrels. Estos espectáculos consistían en un teatro musical ambulante para pequeñas localidades con el gancho de bailes, canciones y números humorísticos, muy extendidos desde la segunda mitad del siglo XIX hasta comienzos del XX; en su origen los protagonistas eran actores blancos con la cara pintada de negro, hasta que luego los afroamericanos tomaron el relevo y, tal vez por inercia, siguieron pintándose los rostros de un negro redundante. Esos escenarios bajo carpas constituían una de las escasas diversiones para los trabajadores en el sur. A Bessie la habían rechazado previamente sellos como Okeh o Black Swan.

Tampoco pasó el filtro de la discográfica que montó Thomas Edison, precisamente el dueño de las patentes de grabación. Todos la consideraban demasiado fuerte para que pudiera calar entre públicos amplios.

La oportunidad llegó a finales de ese 1923, al calor del fenómeno de ventas logrado por Mamie Smith y su Crazy Blues. Columbia grabó su primer sencillo: Down Hearted Blues. Será un bombazo y vende 780.000 copias. Dos años después repite éxito con St. Louis Blues, obra de W.C. Handy y grabada junto a Louis Armstrong. Llega a sus manos mucho dinero y acaba grabando en su carrera 160 canciones, la mayoría durante la década que permaneció en Columbia Records y algunas compuestas por ella misma. Esa obra es la columna vertebral del denominado blues clásico.

Los asuntos que serpentean por las piezas de Bessie Smith son los recurrentes entre los primeros blues: dolor, traiciones amorosas, rivalidad sexual, protesta o racismo. La biografía de Kay es contundente al concretar el asunto nuclear de su cancionero: “Las letras trataban principalmente sobre las ciento y una maneras en que un hombre era capaz de decepcionarte”, porque su blues “sonaba a autobiografía”.

En 1923, su año de estreno discográfico, también graba Chicago Bound Blues, de marcado sabor ferroviario. Y es que los trenes también fueron un hogar para Bessie Smith, porque vivió mucho tiempo en ellos. Un hermano de la cantante sugirió en 1925 que sería buena idea fabricar un vagón para la cantante y sus músicos. Dicho y hecho: Columbia compró para su estrella un coche a la empresa South Iron and Equipment Company y de esa forma viajaron por todo el país. Ese modo de transporte mejoraba los desplazamientos profesionales de la troupe. Los negros, incluida la famosa Bessie Smith, no podían usar entonces los asientos de primera clase, exclusivos para blancos.

El coche se distribuía en siete compartimentos, cocina y baño, pero la comodidad más importante era que así amortiguaban la presión del racismo ambiental. Estados Unidos mantiene casi intacto el espíritu “Jim Crow”. Este nombre proviene de un personaje teatral de Thomas D. Rice y designa el sistema de segregación racial (sobre todo en los estados del sur) entre 1877 y mediados de los años sesenta del siglo XX, una aberración atenuada por el movimiento de derechos civiles. Jim Crow no se limita a la vigencia de leyes racistas, sino que ampara una forma de vida que considera natural relegar a los afroamericanos como ciudadanos de segunda clase. Como indica Paula Park en su biografía de Paul Robeson, “muchos teólogos enseñaban que los blancos eran el pueblo elegido y que Dios apoyaba la segregación; la frenología, la eugenesia y el darwinismo social también sostenían que los negros eran genéticamente inferiores a los blancos, tanto intelectual como culturalmente”.

Eso no impidió acosos esporádicos. Una noche de 1927, aparecieron miembros del Ku Klux Klan durante una actuación y comenzaron a desmontar la carpa donde se celebraba el concierto. Bessie Smith salió de la lona y se enfrentó a los agresores mientras blandía su puño. La cantante medía 1,80 metros y era muy corpulenta. Ahuyentó a los racistas con un par de bramidos y salieron en estampida. Esta mujer de armas tomar prosiguió acto seguido su concierto con toda tranquilidad.

El año 1929 fue el del crack bursátil, pero también el momento en que Bessie Smith apareció por primera y única vez en una película: St. Louis Blues. Hacía cuatro años que había grabado la canción, pero la longevidad de las novedades discográficas era distinta a la actual, víctimas del voraz consumo. El compositor se llamaba W.C. Handy. Recomendó a los productores la presencia de Bessie en el cortometraje de 17 minutos que dirigió Dudley Murphy. Es un documento para la historia cultural americana muy admirado por los aficionados. También ese mismo 1929, lanzó uno de sus mayores éxitos, Nobody Knows You When You´re Down and Out (Nadie te Conoce Cuando Estás en la Cuneta). La canción resulta profética por el mensaje: lo voluble que es el dinero y la ingenuidad de los que creen poseerlo. Se grabó en septiembre y al mes siguiente se hundió la Bolsa. Pronto, en 1931, la máquina de éxitos se frenó en seco. Los efectos de la Depresión arrasaron las incipientes estructuras de la industria discográfica y se llevaron casi todo por delante. Bessie tenía agujeros en las manos por los que salía el dinero a la misma velocidad vertiginosa con que llegaba. Para colmo su segundo marido, ex vigilante de seguridad, la desplumó y utilizó el dinero robado para financiar la carrera musical de su amante. La biografía de Jackie Kay dedica muchas páginas a desentrañar el misterio de por qué una mujer tan poderosa se dejó humillar en vida (y después de su muerte) por un mastuerzo de tres al cuarto, un maltratador ignorante y dominante; la escritora extiende esas reflexiones a muchas mujeres víctimas de la violencia machista. Escribe Kay: “Por absurdo que parezca, ha de haber algo que explique el enorme ascendiente que Jack (Gee) ejercía sobre Bessie. Allí estaba ella, una mujer independiente con salud, fama y éxito atada a un hombre que la golpeaba y trataba de controlar su vida”. Y remacha: “¿Por qué Bessie Smith, la Emperatriz del Blues, perdió el tiempo y gran parte de su vida con un ejemplo viviente de aquellos hombres inútiles y rastreros sobre los que cantaba?”.

Bessie logró resucitar su carrera tras un período plano, sobre todo gracias a vibrantes actuaciones en el Connie´s Inn, un club de Harlem (Nueva York). Volvió a hipnotizar al público en la recta final, al calor de los rescoldos del Renacimiento de Harlem (Harlem Renaissance), un movimiento del arte negro con gran pujanza en los años veinte y treinta. Escritores (Langston Hughes), pintores (Aaron Douglas o Jacob Lawrence), gentes del teatro (Ida Anderson), bailarines (Bill Bojangles o Josephine Baker) escultores y músicos de enorme talento reivindicaron el poder negro en la , cuyo epicentro era el barrio de Harlem (delimitado al sur por la calle 96, donde las vías de tren afloran del túnel bajo Park Avenue).

La muerte de Bessie Smith quedó para siempre envuelta en polémica. El 26 de septiembre de 1937 sufrió un accidente de automóvil cuando viajaba por la Carretera 61 (la que cantó Dylan), entre Memphis y Clarksdale. El conductor se estrelló contra un camión y la Emperatriz falleció horas después. El prestigioso productor musical John Hammond denunció racismo en el fatal desenlace en un artículo publicado en la revista Down Beat. Reveló que un hospital para blancos se negó a atenderla tras el accidente y esa demora provocó su muerte. Desde entonces se han multiplicado las versiones sobre esas últimas horas de la cantante. Hammond, quien esos años apoya la causa republicana en España, nunca se retractó. Pasaron varias décadas hasta que Janis Joplin y una vieja amiga de Bessie compraron una lápida digna para la Emperatriz. La inscripción reza: “La cantante de blues más grande del mundo nunca parará de cantar”.

Una biografía de hondas raíces literarias

La biografía escrita por Jackie Kay (Edimburgo, 1961) profundiza en clave literaria sobre un mito en construcción cuya trascendencia no ha parado de crecer desde su fallecimiento. Escribe Kay, poeta y novelista, en la introducción del libro publicado por la Editorial Alpha Decay: “No sé cómo se me ocurrió la idea, en 1996, cuando escribí Bessie, de escribir simultáneamente sobre su vida y sobre la mía. Qué extraño, tratar de hacer ambas cosas al mismo tiempo. No me interesaba escribir la típica biografía estándar. Creo que lo que me interesaba era saber hasta qué punto nuestros intereses y pasiones forman parte de nuestra propia identidad”.

Siendo joven, Kay se quedó prendada por la voz de Bessie Smith y descubrió enseguida que los textos y armonías de la Emperatriz ocultaban una vida difícil, marcada por el racismo y el maltrato, pero el mayor hallazgo fue quizá encontrar en ella “un espejo donde reconocer su propia negrura y aceptar su sexualidad”. Por eso, las 190 páginas del libro entreveran la poesía, la biografía pura y dura, el y la ficción.

Cree la escritora escocesa que “podríamos encontrar una correspondencia entre cualquiera de los problemas y angustias de nuestra época y su música. Los blues no son cosa del pasado. Los blues de Bessie se mantienen vigentes”. Y añade: “Los pioneros pueden hacer ese truco de magia que consiste en ser actuales en cualquier época”. El texto se publicó originalmente en 1997, pero ahora llega por primera vez en castellano a las librerías.

La editorial también ha publicado recientemente El Chicle de Nina Simone, obra de Warren Ellis, obra que fascinó al músico Nick Cave, quien declaró que “Warren ha convertido ese recuerdo, sustraído del piano de su ídolo en un momento de enajenación, en un verdadero objeto religioso”.