Pedro Simón (Madrid, 1971) acaba de publicar su tercera novela: Los Incomprendidos (Espasa). La obra explora la soledad familiar, la incomunicación de padres e hijos y la culpa, entre otros materiales humanos. Este reportero del diario El Mundo acumula en su morral los premios de periodismo más prestigiosos (Ortega y Gasset, APM o Rey de España), pero su querencia por la literatura le condujo en 2015 hacia la ficción y publicó entonces Peligro de Derrumbe. Más recientemente ha recibido el sonoro aplauso de lectores y críticos con su novela Los Ingratos (2021), que le confirma como una de las mejores plumas de nuestro país.

—Eres un periodista maduro. ¿Te consideras también un escritor maduro?
—Mira, me pasa una cosa. Agarrarme a la palabra “escritor” me parece demasiado grande, porque cuando pienso en escritor me acuerdo de Ignacio Aldecoa o de John Steinbeck. Entonces uno se hace muy pequeñito. Lo que sí creo es que un reportero actúa como un taxista, como alguien que te lleva de viaje, y también un escritor es como un conductor de autobuses, porque lleva de viaje a más gente. La cosa de escribir tiene que ver con llevar a la gente a viajar. Y bueno, aunque soy periodista, que es lo que me considero, por lo menos tenemos la ficción, que cuando la actualidad está tan cabrona y tan polarizada es un buen respiradero.

—En ese pulso entre la realidad y la ficción, ¿cuál crees que va a ganar en tu vida?
—Pues yo me considero periodista y cuando escribo ficción no lo paso demasiado bien, porque escribir una novela tiene que ver con desnudarse, con que yo me suba a esta mesa y la gente vea mi ridículo cuerpo y mis ridículas heridas. Y mostrar tu debilidad. Y yo creo que escribir una novela tiene que ver con eso. Escribir es un proceso casi pornográfico, desnudarte en lo afectivo, y eso tiene un precio. Por ello conviene distanciarse de vez en cuando. De algún modo ejercer el periodismo tiene que ver con eviscerar al otro, y escribir una novela, con eviscerarte a ti.

—Pero el periodismo social que practicas te expone ante tragedias humanas constantemente…
—A mí me interesa la materia prima averiada cuando escribo reportajes. Me interesa la gente que está jodida, la gente que está rota. Bienaventurados los impuros, bienaventurados los rotos. Porque la palabra pureza da muchísimo miedo, porque requiere perfección y creo que la mayoría somos juguetitos que necesitamos que nos ajusten las piezas. Me parece muy inspiradora esa gente que tiene problemas y te los cuenta, y también arroja algo de luz sobre lo suyo, porque el mero hecho de compartir ya es arrojar luz. Por eso en el periodismo me interesa siempre esa materia prima averiada.

—¿Hay mucha distancia entre tu último libro y las dos novelas anteriores o están en una misma órbita?
—Esto es como lo del fútbol. Dicen que se juega al fútbol como se es. Creo que se escribe como se es. Yo escribo así. Habrá gente a la que le parezca que escribir desde los sentimientos es una cosa un poco ñoña, un poco afectada. A mí es lo que me sale, me costaría mucho hacer una novela de un rey del siglo XV porque no he conocido a ninguno y no he vivido en el siglo XV. Entonces, en mi terrario, de lo que escribo es de la familia. Está en “Los Ingratos”, está en “Los Incomprendidos” y en la siguiente novela, que prometo que no se llamará “Los informáticos”. Pues también estará la familia de algún modo. Quiero escribir una novela que trate más de la relación de la gente de mi edad con sus padres octogenarios, que también tiene tela, y claro, la familia, siempre. Los grandes temas universales siempre están en la familia: el amor, la muerte, el paso del tiempo, la soledad, las incomprensiones, la culpa. Yo creo que todo está en la familia.

—Ya que hablas de familia, es una de palabra clave en la obra de Coppola. Hagamos un ejercicio. Cuenta Coppola que cuando edifica una película, busca que una sola palabra esté presente en cada diálogo, en cada imagen, en cada instante. La palabra que sintetiza `El Padrino´, en concreto, para el cineasta es “sucesión”: el padre entrega al hijo el poder, el mando de la familia. ¿Podrías sintetizar al máximo tus libros? Empezamos por “Los Ingratos”…
—¿Una palabra?… Ingratitud. Silencio.

—“Peligro de derrumbe”.
—Crisis.
—“Los incomprendidos”.
—Culpa.

—“Crónicas Bárbaras”
—Tripas, vísceras. En el buen sentido de la palabra, no en el de la casquería.

—¿Te obsesiona el concepto de la familia?
—La familia es ese terrario donde hay muchos bichos. Todos tenemos el mismo grado de humedad y la misma temperatura, pero cuando echas un elemento extraño en el terrario cada bicho se comporta de un modo diferente. Y esa es la familia. Muy curioso como lugar de observación…

—Tus novelas son también sobre heridas.
—Sí. Son sobre heridas y sobre cicatrices, y son sobre los procesos de cicatrización. Y son tipos cosiéndose a sí mismos los brazos, que muchas veces se cortan ellos. Y son gente queriendo restaurar heridas y no sabiendo cómo. Esto nos pasa mucho. Queremos restañar heridas, pero no sabemos cómo. Muchos libros míos hablan de eso.

—Y también hablan de la incomunicación.
—Siempre. Yo creo que vivimos en la era en que más nos comunicamos, pero menos nos decimos. Y eso tiene mucho que ver con la tecnología y con esta demanda constante de éxito y de felicidad y de alegría, que en ese mundo líquido casi siempre te está interpelando. Debe de ser horroroso ser adolescente y vivir con eso. Siempre ha habido incomprensiones y el nuevo pegamento es la tele, qué curioso. En los ochenta, mi padre decía: “Quita la tele, que no hablamos”. Y ahora dices: “Vamos a ver algo juntos en la tele”. Dentro de unos años será: “no sé, por lo menos mándame un mensaje por el móvil”. Siempre ha habido incomprensiones mutuas y silencios intergeneracionales entre nosotros y nuestros padres. O sea, yo puedo hablar de la relación con mi padre y de la relación con mi hijo, pero sospecho que así era la relación de mi padre con los suyos y por saecula saeculorum para atrás. Para mí, la diferencia por primera vez es que los silencios vienen de otro lado. Los silencios que yo puedo tener con mis hijos adolescentes. Los silencios y las incomprensiones.

—En tu última novela, el más loco es el más cuerdo.
—Siempre el más loco es el más cuerdo. Y bienaventurados los impuros y bienaventurados los locos. Las personas que han sido el motor más grande de mi vida son una señora de pueblo analfabeta, un tío esquizofrénico y una hermana matemática.

—¿La culpa es más lacerante en la infancia o la culpa pesa más en la edad adulta?
—En “Los Incomprendidos”, la hija adolescente siente culpa y el padre siente culpa. Es muy curioso. A mí la culpa me parece monstruosa en la edad adulta, porque yo entiendo que en la edad en la que te estás formando hay una inmadurez emocional y te saltan muchos sarpullidos afectivos. Pero esto de la culpa… Cuando ya la has racionalizado, destilado, cuando ya has podido meter al monstruo en una caja y echas la llave… y todavía sigue saliendo. Me parece más inquietante la culpa de los padres que la de los hijos.

—¿”Los Incomprendidos” es un libro para madres y padres o para hijos?
—Es un libro para todo el mundo. Ha habido chavales adolescentes que lo han leído y me han dicho cosas muy bonitas. Me han dicho: “Me ha hecho pensar mucho en mis padres”. Y eso para mí es un poco… En el fondo está hablando de lo mismo que “Los Ingratos”. Es un libro que habla sobre la necesidad de hablar las cosas a tiempo.

Unas historias, unos libros

Peligro de derrumbe (2015)
“Vivimos la era en que más nos comunicamos y menos nos decimos”El estreno literario de Pedro Simón fue esta novela que recoge el latido de los tiempos convulsos tras el estallido de la burbuja inmobiliaria. En el prólogo, el escritor Enric González señala que “Pedro Simón es, en mi opinión, el periodista que mejor ha contado la crisis en España. Lo ha hecho hablando con personas zarandeadas por la crisis (esta crisis, que va más allá de lo económico, nos ha afectado hasta el tuétano individual y colectivo) y revelándolas en su complejidad”. Y añade: “Quien ha escrito esto cuenta con una capacidad extraordinaria para captar voces, gestos, pequeños detalles reveladores, y para descubrir la vida que hay tras ellos, y para demostrarnos que cada vida es nuestra vida. Quien ha escrito esto pertenece a una estirpe rara, supuestamente extinguida desde hace tiempo y obstinadamente necesaria: la estirpe de los novelistas”. Peligro de Derrumbe está editado por La Esfera.

Crónicas Bárbaras (2019)“Vivimos la era en que más nos comunicamos y menos nos decimos”
Pedro Simón publicó en 2019 “Crónicas Bárbaras”, editado por Kailas, una tabla de salvación para los amantes del auténtico periodismo tras la degradación del oficio en las últimas décadas. Ahora se denomina “periodismo” en demasiados foros a ese ruido molesto que ha copado desde hace años los diarios, radios y televisores, relegando a los grandes reporteros a la categoría de especie en peligro de extinción; sin embargo, algunos francotiradores como Simón continúan en la brega por la nobleza del oficio y son capaces de narrar con maestría historias que desvelan la auténtica realidad social de nuestro tiempo.

Crónicas Bárbaras recoge 36 piezas periodísticas de enorme valor, agrupadas en tres categorías: Cornisas (algo así como vidas extremas); Astilleros (la esperanza y la lucha), y Puentes (encuentros insospechados, diríamos, en la tercera fase). Todos escritos con una belleza, inteligencia y sensibilidad tal que es preciso disponer cerca el paquete de pañuelos al leerlos. Es un baño vivificante de periodismo gracias al talento de Pedro Simón para trazar un hilo conductor llamado compasión, herida abierta, periodismo humano.

“Vivimos la era en que más nos comunicamos y menos nos decimos”Los Ingratos (2021)
El entrelazamiento de periodismo y literatura ejerce fascinación desde hace siglos. Simón ya ha demostrado sobradamente su talento como reportero, pero sorprende con los elevados vuelos literarios de esta novela. Pone ante el lector una obra que refleja en clave semiautobiográfica un tiempo, un país y unas generaciones marcados por el sumidero histórico que todo lo engulle. Pero lo más relevante es que eleva una historia íntima de la España Prevaciada (“Éramos esa España que todavía cruzaba sin mirar”) en una emoción universal. Lo logra con emocionante belleza y turbación para el lector por su eficaz contundencia narrativa.

Decía Orson Welles que toda la literatura occidental versa sobre la pérdida de la inocencia. Y, tal vez por eso, dice el protagonista de “Los Ingratos”: “No te haces mayor de verdad hasta que no escuchas insultarse a tus padres”. Simón logra guardar la mirada de un niño arrastrado por el tiempo (“Estuve sin hablar con ella por lo menos cien años. O sea, hasta el lunes”) y construye un emocionante tratado sobre el egoísmo inconsciente que anida en todo ser humano. No somos justos ni bien nacidos. Sustituimos un minuto por el siguiente, dejando en la cuneta lo que ha construido nuestras huellas dactilares. Tenemos deudas a las que damos la espalda. Y sobre todo las tenemos con los perdedores, con los débiles, con los que dejamos atrás por mucho que necesiten algo del aliento que nos han dado.

“Vivimos la era en que más nos comunicamos y menos nos decimos”Los Incomprendidos (2022)
La entrega más reciente de Pedro Simón ahonda en los conflictos interiores de la familia, alimentados por el silencio y los secretos. La novela retrata también a una generación donde muestra con dosis exactas la densidad psicológica de los personajes en su condición de padre, madre, hijos, tíos, abuelos… Como explica Simón, “ser padre es empezar a tener mucho miedo, porque inconscientemente pones todos los huevos de tu felicidad en una cesta que no es la tuya. Es la cesta de otro, como si fuese una especie de ruleta gigante y metes todas las fichas al catorce y rojo, y al diecisiete blanco, no sé si es así, porque no juego a la ruleta”. Y añade: “Estos padres a los que no les va mal, porque él es editor y ella es neumóloga, empiezan a ver que su vida se va a la mierda o que pueden fracasar, porque no saben cómo poner luz a la vida de su hijo. La palabra pureza da mucho miedo, porque exige perfección y pedir ayuda tiene que ver con lo que nos pasa a todos, que somos muñequitos que necesitamos algunas piezas. Mucha gente me ha hablado del personaje de la tía Clara, que es la típica tía sin hijos que mola mucho porque es supegenerosa, te dedica su tiempo, gente que te habla sin filtros, gente que le dice a su hermano: ´Mira lo estás haciendo fatal porque estás todo el día ahí…´. Y yo he tenido tíos así, que no tenían hijos y son maravillosos por todo esto que digo. Pero me apetecía meter un personaje esquizofrénico, porque yo he tenido un tío esquizofrénico que ha sido una persona muy importante en mi vida, sobre todo porque me ha abierto mucho al mundo de la cultura. Yo recuerdo con 19 años que, escuchando a Dylan, leyendo a Lorca, él escribía también poemas y yo estaba ahí pegao a toda esa plastilina, porque pillé mucho de él. Se puede ser muy ejemplar desde lo roto y puede ser más inspiradora una persona con esquizofrenia que un tío que gana 20 slams de tenis. Me parece más interesante, porque tiene más que ver conmigo. Lo otro me parece un superhéroe de la Marvel con capa, pero a mí me inspira mucho por esto que te digo, por las biografías rotas y cómo de ahí se puede sacar siempre algo maravilloso”.

Y concluye: “Esto de la felicidad, al final la felicidad es el perfecto desorden. Te vas dando cuenta cuando en tu casa empieza a haber mucho silencio y mucho orden. Al final el caos era la felicidad. Y esto yo también lo veo en amigos cuyos hijos ya se han ido de casa. En los ruidos y los silencios siempre hay como un síntoma de algo”, concluye.