Tuvo que convertirse en adulto muy joven, pues con apenas 14 años se vio obligado a alejarse de sus padres y empezar a trabajar en una frutería de Madrid. Aún no habían nacido sus dos hermanos más pequeños, pero ya era consciente de la necesidad de liberar de cargas a su familia que, como todas las del pueblo, no andaban sobradas..
Llegó a la capital del reino de la mano de un conocido de sus padres, natural del pueblo vecino, Corral de Ayllón. Cuando alcanzó los 16 años le hicieron el primer contrato como pinche de cocina en el restaurante La Hostelería, en la calle Libreros. Allí comenzó a conocer el mundo de los fogones, sin conocer ningún oficio concreto. Y un año más tarde, con la expansión de RTVE, le llamaron de la empresa que se hizo cargo del servicio de comidas en Prado del Rey. De aquella época recuerda las caras conocidas de la tele, o curiosos personajes que acudían a comer ataviados con trajes de lo más variopinto, puesto que se sentaban en el comedor con la ropa con la que habían sido caracterizados para las filmaciones. Eran los únicos estudios de grabación que había en Madrid entonces. “Se daban más de mil comidas diarias”, recuerda.
La valentía y astucia que había demostrado desde su niñez le llevaron a evitar lo que entonces le preocupaba: no pasar hambre. «Creo que opté por la hostelería porque era la mejor forma de tener asegurada la comida», relata ahora, cuando está a dos años de alcanzar la jubilación. «Con 16 años, y viviendo de pensión, había que buscar la mejor forma de adaptarse a la vida en Madrid», añade. Pagaba en aquellos años unas 2.000 pesetas a la patrona y si podía evitar el importe de la manutención, tendría más dinero para ahorrar, relata.
También compaginó el trabajo intensivo de la hostelería, acudiendo a hacer temporadas estivales en zonas turísticas como Benicassim o Menorca. «Íbamos en Semana Santa y estábamos allí hasta que finalizaba la temporada de verano», afirma.
Regresó de nuevo a Madrid, para trabajar en un restaurante de la calle Silva. Luego estuvo en la marisquería Aymar; en Casa Luis, en la calle Príncipe de Vergara; y en el Restaurante Las Reses, especializado en carnes. Su vida laboral se estabilizó definitivamente en Madrid. «Eran años en los que no dejaban de llovernos ofertas porque Madrid crecía y no paraban de abrir nuevos restaurantes». «Luego estuve cinco años en un establecimiento especializado en comida italiana, ‘Tony´s’, para parar finalmente en el restaurante Lobato, situado en la Avenida de San Luis, hace ya más de 35 años», resume.
Ricardo Pereira siempre ha mantenido una estrecha relación con sus compañeros cocineros naturales de Cascajares que viven y trabajan en Madrid. «Siempre hemos estado unidos y algunas veces he cambiado de trabajo porque ellos me lo han aconsejado o me han llamado para ayudarles», recuerda con agradecimiento. Con sus paisanos se junta en ocasiones especiales y sobre todo en las vacaciones estivales.
Sobre la profesión, reconoce que ha cambiado mucho en estos últimos años. «Antes había más fidelidad por parte de los clientes, pues no se movía tanto la gente, y la demanda también ha experimentado muchas variaciones, sobre todo cuando hemos tenido épocas de crisis», agrega. «Ahora a los comensales les gusta experimentar, probar platos nuevos, se decantan más por los pinchos… es diferente», apostilla.
También confiesa que le habría gustado poner en marcha su propio negocio de hostelería. Pero con el paso del tiempo fue desechando la idea hasta descartar asumir riesgos. Aún así los ha tenido tenido que afrontar a diario en los fogones con nuevos platos y atendiendo las demandas cambiantes de sus jefes y de los clientes.