
El pueblo de Villacastín representa un nudo de comunicaciones desde hace siglos. En este tiempo han pasado por esta localidad miles de viajeros. Pero la villa no hubiera dejado su impronta en la historia de las comunicaciones de no haber sido por sus habitantes, que siempre han estado ahí para prestar el servicio a los que pasan.
Uno de estos habitantes fundamentales ha sido Casimiro Bachiller García, que acaba de cumplir 101 años. Junto a su esposa Domitila abrió hace 70 años el restaurante Casa Bachiller. Y estuvo sin cerrar la puerta durante más de medio siglo, abierto las 24 horas del día los 365 días del año. A modo de las modernas áreas de servicio, pero en los años de la posguerra; cuando viajar era distinto a lo que se hace hoy.
Más que un negocio, Casa Bachiller era un servicio en la más extensa acepción de la palabra. Los camioneros que circulaban en los 50 por la recién inaugurada N-VI eran casi héroes. Y también quien les atendía.
Casimiro, de niño había sido pastor y sabía lo que era el sacrificio. Tenía que enfrentarse a los lobos que bajaban de la sierra para defender sus ovejas.
Casa Bachiller se ganó un prestigio que hacía que se formaran largas colas de camiones en la carretera. La calidad de su cocina, el cordial trato de sus dueños, y la atención permanente, hacían de este sitio una parada obligada. Pero también lo exigían las averías o la nieve, que interrumpían la circulación durante días. Como asador, Casimiro se especializó en el ‘pecho de ternera’, y en sus famosos bocadillos. Él mataba los terneros y los destazaba. A los camioneros que sorprendía la Nochebuena o Nochevieja en la carretera, cenaban gratis pasando esa jornada con la familia Bachiller.
El presidente del Centro Segoviano en Madrid, Antonio Horcajo, le ha entregado el premio Manuel González Herrero a la Fidelidad a la Tierra. Aún hoy con más de un siglo de vida a sus espaldas, canta, junto a su esposa, Domitila (93 años), y sus hijos Juan Antonio, Casimiro y María del Carmen. Les acompañaron sus tres nietas y seis biznietos.
Aunque en silla de ruedas, su cabeza y buena memoria le permiten recomendar a sus descendientes que mantengan siempre los brazos abiertos, y no pierdan los valores de las buenas gentes castellanas: honestidad, seriedad, trabajo y constancia.