Mariano Contreras García.

Los actos que se celebraban en la mayoría de los pueblos la noche de ánimas se acompañaban con el toque de campanas durante toda la noche que resonaban en las proximidades del pueblo y que llamaban al recogimiento y a la oración por los familiares fallecidos.

En esa época no existía alumbrado público que iluminara por la noche las calles de los pueblos y mucho menos los caminos que comunicaban unos pueblos con otros, con lo que la oscuridad era absoluta y el sonido de las campanas se escuchaba a varios kilómetros del pueblo y se mezclaban los de un pueblo con los de otro.

Volvía Mariano Contreras de intervenir en los actos religiosos de Torrecaballeros y como ya se había echando la noche encima, aparejó su burra con la albarda, montó en ella y enfiló camino adelante por la antigua carretera de Boceguillas para llegar en la madrugada a Santiuste de Pedraza para poder atender al ganado.

A medida que se iba acercando a cada pueblo que quedaba próximo al camino de vuelta (Sotosalbos, La Salceda, Collado Hermoso), se oían cada vez más cerca las campanas de la iglesia con sus tañidos fúnebres, tristes y melancólicos que sobresaltaban al jumento haciendo quiebros de vez en cuando que obligaban al jinete a guardar el equilibrio para no caer. Mariano intentaba guiar a la burra por los caminos más alejados del sonido de las campanas, para evitar que los quiebros de la burra dieran con él en el suelo.

Era ya más de medianoche cuando se aproximaba a Collado Hermoso y el sonido de las campanas era cada vez mayor. Ante los quiebros que había hecho la burra con los clamores de las campanas de los pueblos atrás y en evitación de que la burra se espantara al pasar al pie de la iglesia de Collado, Mariano Contreras decidió rodear el pueblo por el camino del cementerio, para no tener un percance con su burra. Los cementerios desde el siglo XIX se tuvieron que situar a las afueras de las poblaciones y en lugares “donde no ofendieran la salud pública”, como ya indicaba Pascual Madoz en su Diccionario Geográfico.

Justo al pasar por la puerta del cementerio la burra tropezó, tiró al suelo al jinete y emprendió una carrera desapareciendo en la oscuridad de la noche.

Mariano Contreras llamó a la burra varias veces, pero ésta no acudió y en vista de la situación buscó primero por los alrededores del cementerio sin éxito, y después, armándose de valor, no tuvo más remedio que entrar en el cementerio con mucho miedo por la imagen tétrica que ofrecía el lugar, con algunas tumbas con sus lamparillas encendidas, pero allí tampoco apareció la burra.

No había otra solución que abandonar cuanto antes el cementerio y seguir a pie el camino hacia Santiuste pensando que durante el camino podría encontrar a la burra, pero no fue así. Llegó a Santiuste a pie, a altas horas de la madrugada, atendió al ganado y a la mañana siguiente apareció la burra, parada y sin la albarda, en la puerta de la casa.

Félix Contreras Sanz