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La primera sesión en el exterior del curso de iniciación a la espeleología se celebró en un lugar cercano a la iglesia de la Veracruz. / JAIME GUERRERO

A más de treinta grados y con vistas al Alcázar y la Catedral. Con cascos, arneses, un puñado de cuerdas y varios mosquetones. Así discurrió la primera jornada en el exterior del curso de iniciación a la espeleología organizado por el club segoviano Jaspe, tras meses de parón por la pandemia. Una pared lisa, pero rocosa, con una altura de aproximadamente seis metros y cerca de la iglesia de la Veracruz, era el escenario de los nuevos aspirantes a convertirse en profesionales de esta actividad deportiva. Aunque siempre monitorizados y guiados por los instructores del club, el cual poco a poco comienza a retomar su actividad.

Llevábamos varios años sin hacer este curso por la pandemia y ahora lo hemos retomado. Nuestro objetivo es promocionar este deporte, pero también pasar el testigo”, indica Lucio de Pablos, presidente del club segoviano y vicepresidente de la Federación de Espeleología de Castilla y León. Con ello, se refiere al interés que tiene la organización por captar a gente joven que se sume a esta afición y pasión. De hecho, en este primer curso de iniciación hay varios inscritos que tienen menos de treinta años.

Pasión y afición

El club Jaspe se fundó en 1999, aunque sus orígenes están en el Grupo de Montaña Horizonte Cultural. En la actualidad, tiene aproximadamente medio centenar de socios, lo que es algo “sorprendente”, según define De Pablos, “pues en Segovia no hay cuevas”, añade. De hecho, en las salidas que suelen organizar, es habitual que practiquen el deporte en un destino a más de 300 kilómetros de la capital. Además, el presidente también se enorgullece de que en el club segoviano haya “un alto número de mujeres”, cuando hasta hace poco era un deporte practicado mayoritariamente por hombres.

Son varios los sacrificios que una persona tiene que hacer para aprender la actividad de la espeleología. No solo monetarios, ya que el equipo debe estar constantemente actualizado; sino que también implica la asunción de cierto riesgo. Parafraseando a Julio Verne, la principal ocupación de un espeleólogo es ir al centro de la tierra. Una acción que es “completamente segura”, garantiza De Pablos, a pesar de que la espeleología esté definida como una disciplina de riesgo. Además, no es necesario tener una gran forma física.

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Los participantes en el curso estuvieron monitorizados por instructores pertenecientes al club Jaspe. / JAIME GUERRERO

“Es el único deporte en el que no se compite. Cuando estamos en una cueva, solo hay una cuerda, por lo que el ritmo lo marca quien va más despacio”, asegura De Pablos. “Somos como una cadena y vamos todos juntos, es algo muy amigable y familiar”, detalla el presidente del club.

Más allá de las cuevas

Una actividad muy emparentada con el conocimiento, no solo con el deporte. De hecho, el curso de iniciación también se adentra en el estudio de la biología, arqueología y topografía, entre otras ciencias. De ahí que una de las labores más importantes del club sea la colaboración con instituciones para, por ejemplo, hacer un censo de murciélagos y explorar cuevas para documentar algunas de las cavidades menos accesibles. A ello se suma la cooperación con organizaciones de salvamento, como la UME. También participan en la divulgación en colegios, aunque estas labores se hayan paralizado por la pandemia.

Para empezar en la espeleología, hay que desterrar los miedos y tener como bandera la seguridad. “A veces vamos por galerías tan altas que no sabemos si es de día o de noche porque no llegan las luces al techo”, rememora. “Otras veces accedemos por pozos muy estrechos que desembocan en lagos y riachuelos”, detalla. A pesar de estas riquezas, “no es un superdeporte”, determina De Pablos. “Hay solo unos 10.000 federados en todo el país”, considera, una cifra muy inferior si hacemos si comparamos con otros .

Y hasta hace pocos años, era una actividad muy desconocida, solo practicada por unos pocos. Pero eso tiene que cambiar. “No solo se hace espeleología, también montaña. Además vas a parajes naturales preciosos, es una disciplina muy relacionada con el turismo, en la que hay un contacto total y absoluto con el entorno que no se puede explicar hasta que no se prueba”, concluye De Pablos.