Santiago d’Ors: “Un mundo sin Dios es un mundo siniestro, aunque muy avanzado»

Basta con escuchar su apellido para descubrir que procede de una “gran” familia. Sus raíces aglutinan a reconocidos intelectuales y escritores (Eugenio d'Ors, Álvaro d'Ors, Miguel d´Ors…). De hecho, por El Adelantado de Segovia pasó su bisabuelo, Eugenio d'Ors, algo que a Santiago (1994, Madrid) le parece una “maravillosa coincidencia”, aunque no es de los que creen en las casualidades.

Casualidad o causalidad, este fin de semana su camino se ha detenido en el Convento de San Juan de la Cruz, donde está de retiro espiritual. Hace años que Santiago d´Ors convirtió a la meditación en la brújula de una vida que, si tuviese una melodía, sería la de los Beatles. En ese lugar emblemático nos recibe, aunque no es allí donde tiene lugar la , que transcurre ante unas vistas que rápido le embaucan: en la lejanía se vislumbra el valle del Eresma.

Su apariencia física -es un tipo joven y tímido- no se corresponde con su nivel de conocimiento, más propio de alguien con unos cuantos surcos en la piel. Desde 2017, ejerce como profesor de en institutos públicos de Madrid.

Acaba de publicar ‘El tambor, el río y la máscara: Un viaje por la literatura', de la editorial Gadir. A través de sus letras, pretende transmitir su admiración por una ‘Poesía' que no se limita a ser un conjunto de versos.

— Unamuno prefería a Fray Luis de León y denostaba a San Juan de la Cruz. ¿A quién prefiere?

A San Juan de la Cruz. Como decía Santa Teresa de Jesús cariñosamente es “mi pequeño senequita”, porque tiene esa inteligencia enorme de los aparentemente pequeños hombres.

— Medita en un convento que es una especie de Templo de Delfos, en cuyo pronaos estaba inscrito “Conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses”.

Es una declaración de intenciones. Es ahí donde empieza el libro. Digo que esas son las primeras palabras de Occidente en un sentido espiritual, pero también literario porque en el Templo de Delfos empieza todo.

— El Templo está dedicado a Apolo, el Dios poderoso, pero también la serpiente con lengua bífida. Sin embargo, los cristianos apuestan más por la Trinidad.

Hay una lucha entre el mundo como dualidad y como trinidad, pero el verdadero mensaje espiritual apunta a que son uno. Esas tradiciones hablan de que la aparente multiplicidad del mundo es ilusoria porque todo es esencia divina.

— ¿Concibe el bien intrínsecamente unido al mal?

Para la mente humana es inevitable que discriminemos bien y mal. Hay que saber leer entre líneas el libro de la vida, y darnos cuenta de que todo sucede por algo, no existen las casualidades, sino una bendita causalidad.

— Volviendo a ese “conócete a ti mismo”, ¿qué es más terrible, conocer la cara de Dios, al Universo o a uno mismo?

La humanidad descansa sobre una gran sombra colectiva. Eso está en la psique de cada ser humano. Esa ‘humana negrura' hay que vivirla para, en algún momento, también dejarla atrás. La oscuridad siempre va a estar así, pero estamos llamados a ir un poco más allá de nuestra condición humana para reconocernos.

— O sea que, en última instancia, más que el hombre es creación de Dios, este es creación del hombre.

Yo lo concibo así, a Dios como lo sagrado, la belleza.

Reconciliación y enfado

— En el libro habla de que se empieza a olvidar la importancia de Dios, frente al antropocentrismo. Según las nuevas tesis espirituales, una vez que nos olvidamos de Dios, se trata de volver a encontrarlo dentro de nosotros. Es una especie de contradicción.

La historia de la humanidad podría leerse como la reconciliación y el enfado del hombre con la figura de Dios. De alguna manera, un mundo sin Dios es un mundo siniestro, aunque muy avanzado tecnológica o científicamente. Tengo la sensación de que el ser humano de hoy vive una vida más cómoda, pero no más feliz.

— ¿Es católico?

No.

— ¿Y cristiano?

Sí, pero igual que puedo ser budista o taoísta.

— Pero hace meditaciones en un convento.

Voy por mi hermano San Juan de la Cruz que, para mí, sigue ahí. Ese lugar tiene la palabra de un hombre que se reconoció a sí mismo como algo más que un cuerpo y una historia personal en el tiempo. Es mi hermano, mi maestro, yo quiero seguir sus pasos. Yo no sigo ninguna religión. Uno puede venirse al valle sagrado y estar con Dios, no hay que ir a ninguna iglesia ni seguir un dogma. De hecho, la iglesia no me gusta.

— Pertenece a una familia muy entroncada con las cuestiones religiosas; por una parte, con miembros del Opus Dei y, por otra, con tradición mas cristiana, como es el caso de Pablo d'Ors (sacerdote). ¿Cómo le influyó en este cuestionamiento interior su familia, sus lecturas y su vida?

La familia d'Ors no ha influido mucho en mí porque no tengo mucha relación con ellos. Han influido más bien personas que he ido conociendo y experiencias personales difíciles a nivel psicológico, como una crisis que atravesé con 16 años. Me pasaban cosas que no sabía explicar y me recomendaron meditar. La meditación me fue llevando a un estado en el que la vida empezó a cobrar sentido.

— ¿Tiene alguien en el que depositar el amor humano?

Mi camino hacia dentro y hacia Dios incluye mis experiencias humanas y mundanas con mujeres. Me encanta la mujer en muchos sentidos, porque lo femenino está lleno de sabiduría. Ante la mujer me rindo.

Heredar un legado

— ¿Su apellido genera presión?

Es un honor llevarlo, a pesar de las circunstancias controversiales que rodean a mi bisabuelo. Hay una carga de sensibilidad hacia lo artístico y lo literario en mi familia que es privilegiada. Soy consciente de que hay un legado y de que todo gran poder conlleva una gran responsabilidad.

— Ahora recoge ese legado. Acaba de publicar ‘El tambor, el río y la máscara: Un viaje por la literatura'. ¿Por qué ese título?

Son símbolos ancestrales que están en la mente colectiva. El tambor es aquello que late dentro de nosotros y, por tanto, está vinculado con el imaginarse del hombre a través de su corazón. El río es la imagen de que el hombre no solo es eternidad, también tránsito. La máscara es un juego de identidades y oculta que debajo de la persona está la consciencia.

— ¿Qué es lo que más le ha fascinado de ese viaje?

Que hombres y mujeres, a lo largo de la historia, hayan tenido esa búsqueda de la belleza y hayan querido ponerla en palabra escrita que perdura y que les sobrevive y trasciende.

No solo es un viaje por la historia de la literatura, sino al corazón de la literatura, es decir, a lo que de literario hay en la vida y en el hombre.

— ¿Ha llegado a ese corazón?

A ese corazón no se llega. Hay que vivir en los libros y convertirlos en tus mejores amigos y hacer de la palabra de los que saben tu brújula. Yo no he llegado al corazón de la literatura; es tan íntima pero, al mismo tiempo universal, que lo único que he hecho ha sido darle un poco de voz.

Panorama descorazonador

— ¿Cómo entiende la literatura?

En sus aspectos más críticos, como belleza encarnada. Las palabras de los poetas están desautomatizando el lenguaje, que empieza a convertirse en algo en sí mismo. La literatura como imagen del hombre y de la condición humana me fascina.

— ¿Qué balance haría del panorama literario actual?

No soy un gran lector de literatura actual. Leo a algunas personas de mi familia, que no dejan de ser referentes. Estoy a la expectativa de que se produzca un cambio, porque hay gente que hace cosas muy buenas, pero no hay visibilidad suficiente. El panorama lo veo descorazonador. Para mí, la Casa del Libro es el supermercado: el pescado fresco se vende y después se va retirando.

— ¿Qué libro tiene en su mesilla?

‘Obras Completas de San Juan de la Cruz'. Pero me están encantando los ensayos de Lezama Lima.

— ¿Va a escribir una novela?

Estoy escribiéndola. La he empezado hace un par de semanas. Estoy muy ilusionado porque está cogiendo forma de una manera natural. Hay un personaje muy potente que es la protagonista. Me interesa que sea mujer porque lo femenino me fascina. Tiene pretensión de ser una novela más de acción que de reflexión.

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