San Clemente, el románico inadvertido

Aunque en la actualidad es un templo agregado a la parroquia de San Millán –que se ocupa de su gestión y mantenimiento-, la Iglesia de San Clemente atesora una historia de diez siglos como parte visible y destacada de lo que fuera la parte alta del arrabal segoviano. Mil años en los que ha sufrido las vicisitudes del , donde los cambios urbanísticos y sociales de la ciudad le hicieron pasar de ser uno de los más relevantes en la vida diocesana de Segovia a languidecer cerrado al culto en los últimos 20 años.

Los historiadores datan la construcción del templo en el siglo XI, integrado inicialmente por una nave de mampostería cubierta con techo de madera, un ábside y una sencilla torreta. En el siglo XII se decidió ampliar el edificio para construir el actual ábside destruyendo el original, cuya estructura y diseño contrastaba con el resto del románico segoviano por el color de sus piedras, muy semejante a las construcciones del románico del norte europeo.

Una de sus principales características es el refuerzo de esta estructura con dos estribos prismáticos que no llegan al alero, y en las tres zonas que dejan entre ellos se cincelaron una pareja de arquerías apoyadas sobre columnas que arrancan de un recio zócalo corrido.
En su libro ‘La iglesia de San Clemente', el recordado investigador histórico segoviano y canónigo de la Catedral de Mondoñedo (Lugo) Santos San Cristóbal Sebastián ofrece como dato que la cobertura de la techumbre del ábside no se hizo con teja en origen, sino con planchas de piedra a modo de escamas, a ejemplo de construcciones similares en la catedral de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja) o la iglesia de Notre Dame la Mayeur de Arles (Francia).

En una tercera época, la iglesia modificó su estructura a través de la ancha torre, levantada ante el ábside, y que ofrece como curiosidad una bóveda de cuatro nervios en su parte baja, considerada como una de las primeras manifestaciones de la arquitectura gótica en Segovia.

Adosada a la fachada sur, se conserva de forma parcial la galería porticada, que mantiene la puerta con un arco reformado, y en el interior resiste la primitiva y otra al oeste, con adornos de origen vegetal muy propios de la época románica
En lo alto de la torre, cuatro campanas coronan la parte alta, y que fueron llegando al templo entre los siglos XVII y XVIII, entregadas al templo en los años 1659, 1667 las dos mayores y las menores en 1650 y 1759 respectivamente.

Al innegable valor que atesora la construcción y estructura románica, hay que unirle el de los elementos ornamentales que adornan el templo. Destaca sobremanera las pinturas románicas que aparecieron en 1967 tras ser retirado el retablo barroco para su restauración, y que se consideran posteriores a las de la iglesia de San Justo, pero de un valor artístico muy similar.

Los expertos señalan que la composición de las pinturas es de influencia bizantina, conforme a los motivos que aparecen en la iconografía –Un cristo bendiciendo a la manera bizantina rodeado de los Cuatro Evangelistas y dos ángeles de seis alas a las esquinas, en una distribución similar a las pinturas del románico catalán. Lo mas destacado es la representación del árbol genealógico de Cristo según el texto evangélico de San Mateo, plasmado sobre el tramo recto de la bóveda del pequeño ábside.

También es destacable el retablo mayor, una obra del barroco jesuítico construido en 1772 por encargo del entonces obispo Juan Martínez Escalzo, dedicado inicialmente a San Estanislao de Koska, y cuyas dimensiones obligaron a hacer adaptaciones en el ábside. Los retablos laterales dedicados a la Virgen del Rosario y a San Estanislao de Koska, y el de San Crispín y San Crispiniano -procedentes de la antigua iglesia de Santa Columba- conforman la ornamentación básica del templo.

Como en la mayor parte de las iglesias, hasta que se concretó la creación de cementerios civiles en el primer tercio del siglo XIX, San Clemente tuvo en su nave y atrio lugar para el enterramiento de los feligreses, así como un osario, que se deshizo y que trasladó sus restos al cementerio municipal en 1944.

La llamada ‘desamortización de Mendizábal' afectó sensiblemente al templo, ya que el Gobierno suprimió por decreto la categoría de parroquia de San Clemente, que cerró al culto en 1843, aunque siete años después recuperó su título parroquial por mediación de la Cofradía del Rosario, y el obispado expidió un documento declarándola “parroquia unida a San Millán con unión igualmente principal”, título que conserva hasta nuestros días.

ACTUALIDAD

La llegada del siglo XX supuso el ocaso del templo, que fue atendido por las comunidades de religiosas de las Salesas y las Madres Reparadoras hasta que en la década de los 90 se decidió su cierre al culto por cuestiones de operatividad vinculadas a la vida parroquial de la Iglesia de San Millán. No por ello, el templo dejó de ser atendido en sus necesidades de mantenimiento, y la obra de mayor envergadura abordó la restauración de todas las cubiertas del edificio, dirigida por Julián López Parras y que sentó las bases de la recuperación de un templo que espera ser una referencia en la vida religiosa y cultural de la ciudad.

Jesús Cano, párroco de San Millán, asegura que la iglesia de San Clemente está “supercuidada”, y resalta el celo de la comunidad parroquial por el mantenimiento de este querido templo. Así, señaló que tras el desprendimiento de una piedra de la cornisa que obligó a una intervención preventiva de los bomberos para asegurar la zona y delimitar los daños, “nos pusimos manos a la obra para arreglarlo lo antes posible”.

“El suceso ocurrió un domingo, y en poco más de una semana después se llevaron a cabo las obras, contando con la agilización de los trámites burocráticos fruto de la sensibilidad de las instituciones –asegura el párroco- Si bien es cierto que es una intervención menor, dadas las características de la obra, resulta difícil calificarla como ‘menor' en un templo del siglo XI que ya ha tenido muchas intervenciones y que necesita un mantenimiento y cuidado constantes”.

El párroco de San Millan aboga por impulsar “una voluntad civil y religiosa” que permita la apertura del templo

“Es lógico que cuando una piedra de un monumento cae al suelo, se forma un revuelo, pero no hay que tener ningún cuidado, porque el resto de la iglesia está bien”, precisa Cano.
Aunque no esté abierta al culto, San Clemente alberga de forma puntual algunas celebraciones de tipo religioso como encuentros de oración con jóvenes o liturgias puntuales coincidiendo con la festividad de San Clemente. En el ámbito cultural, el templo ha acogido también algunas exposiciones vinculadas a la diócesis y durante algunos años fue sede de la presentación de la Semana Santa segoviana.

Cano lamenta que la iglesia no pueda estar abierta porque “es un templo maravilloso tanto en su exterior como en el interior, pero el problema es económico, porque es difícil asumir el coste que supone mantenerla abierta con los gastos corrientes más el de una persona que pudiera estar pendiente”. Para ello, en su opinión, es necesario que haya “una voluntad civil y religiosa” que permita la apertura de un templo que, curiosamente, no tiene declaración como Bien de Interés Cultural (BIC), a diferencia del resto de las iglesias más importantes del románico segoviano.

Así, todos los gastos que origina son asumidos por la parroquia de San Millán, cuyos feligreses “han demostrado siempre querer a este templo y siempre están dispuestos a colaborar”, asegura su párroco.

 

SALESAS Y REPARADORAS, EN LA HISTORIA DEL TEMPLO

Dos comunidades de religiosas contribuyeron a lo largo de la historia del templo a dar pujanza a su actividad parroquial en distintas épocas. A principios del siglo XX, la comunidad de Salesas de Lisboa fue acogida por sus hermanas de Madrid tras ser expulsadas de Portugal tras la proclamación de la república en 1910.
Diez años después, adquirireron una casa junto a la iglesia de San Clemente por mediación de los Marqueses de Lozoya, y el obispo Remigio Gandásegui les cedió el templo, en el que llegó a estar venerado el cuerpo de Santa Concordia, llegado desde Lisboa. Su labor fue muy conocida en el primer tercio del siglo pasado, contribuyendo en actos como la catorcena, y alternando sus cultos como comunidad con los de la parroquia. En 1933 abandonaron de nuevo España, esta vez presionadas por el Gobierno republicano español, para regresar a Portugal.
No tardó mucho en ocuparse su casa con otra comunidad, y las Madres Reparadoras llegaron a Segovia en 1935, llegando a alcanzar las 100 religiosas tras concluir la Guerra Civil e instalarse el noviciado provisional. En la posguerra, la vida parroquial fue impulsada por las Reparadoras acogiendo asociaciones como Acción Católica, o San Vicente de Paúl, y su casa se transformó en residencia de estudiantes hasta que en 2020, la comunidad decidió marcharse de Segovia y ceder su residencia a la gestión privada.

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