
Qué gran honor para Segovia, y en particular para los barrios de El Salvador y de san Justo, tener entre sus vecinos de antaño a quien fuera elevado a los altares, no por sus milagros, sino por su vida ejemplar y llena de humildad. Como dice Jesús Fuentetaja: «Santo del que se tiene la certeza de su nacimiento en Segovia y de su existencia, sin necesidad de tener que recurrir a leyendas y tradiciones populares».
Notas biográficas
Nació en esta noble ciudad de Segovia el día 25 de julio de 1531 y fue bautizado en la parroquia de San Justo y Pastor, aunque hay autores que afirman que fue en el año 1533 e, incluso, tanto Colmenares como Baeza, dicen que fue en el año 1530. Estas dudas nacen por no existir partida de bautismo que así lo pruebe, pues por entonces no se había generalizado la costumbre de inscribir a los nacidos en los libros de bautismo, algo que no sucederá hasta después de la celebración del Concilio de Trento. Fue el segundo de 11 hermanos, 7 varones y 4 hembras, siendo el primogénito su hermano Diego Gómez de Alvarado, también escritor; aunque para Colmenares, la primera fue una hermana mayor, por lo que nuestro Santo sería el tercero de los hermanos. Fueron sus padres Diego Rodríguez y María Gómez de Alvarado, ilustres por su antiguo linaje y más aún por sus virtudes, que supieron transmitir a sus hijos como la mejor herencia.
Ya desde niño sobresalió por su virtud entre sus hermanos, del mismo modo que el sol lo hace sobre las estrellas. Se señaló desde la infancia por su amor tierno y filial a la Santísima Virgen María, tan connatural en nuestra tierra.
Fue una providencia singular el que, ya en su niñez, conociera a dos padres de la recién fundada Compañía de Jesús, que vinieron a hacer una misión en Segovia y se hospedaron en casa de los padres de Alonso. Con ellos se aficionó más y más a la virtud y devoción.
Estudió latinidad en Segovia, pero cuando en el año 1543 se enteró su padre de que el Padre Francisco de Villanueva había ido a Alcalá, mandado por San Ignacio, para fundar un colegio de la Compañía, allá mandó a sus hijos mayores Diego y Alonso y los puso bajo la dirección de aquel padre jesuita.
Poco tiempo duró su estancia en dicha ciudad, pues al año siguiente, por muerte de su padre, tuvo que volver a su casa para encargarse de la dirección de la industria y comercio de paños de que vivían.
Para obedecer a su madre, en 1557, Alonso contrajo matrimonio con María Suárez, hija de un ganadero de la villa de Pedraza, con la que tuvo dos hijos, Gaspar y Alonso, y una niña de nombre María. En poco más de cuatro años, murieron la niña, la esposa y el niño mayor, quedando Alonso solamente con el hijo pequeño, por lo que se fue a vivir otra vez con su madre y hermanas.
Hacia el año 1559, se abrió en Segovia el primer colegio de Jesuitas, del que fue rector el Padre Luis Santander. Llamaba la atención este padre por su elocuencia en el púlpito y su acierto en la dirección de las almas, siendo Alonso uno de sus más entusiastas admiradores.
Al poco tiempo murió su madre y, además, quiso el destino quitarle también a su hijo pequeño, por lo que Alonso, libre ya de obstáculos terrenos, hizo, en favor de las dos únicas hermanas que le quedaban: Juliana y Antonia, renuncia de todos sus bienes y se determinó de entrar en la Compañía de Jesús, donde aceleró su marcha por el camino de la santidad. Ingresó en la Compañía el día 31 de enero de 1571, en Valencia, y comenzó su noviciado en el colegio de San Pablo de dicha ciudad, hasta que le destinaron a Mallorca el día 5 de abril de 1573.
Siendo hermano lego y ejerciendo de portero del colegio, padeció numerosas enfermedades, dada su valetudinaria salud, las cuales llevó con resignación, hecho que contribuyó a extender su fama de santidad. Sentía una gran devoción por la Inmaculada Concepción y se ocupó largos ratos en componer y recitar oraciones en alabanza de este misterio. Aunque no era un hombre muy letrado, pues su estancia en Alcalá había sido breve, por su sabiduría natural fue muy consultado por todo aquel que solicitara su consejo.

A los 86 años cayó enfermo de gravedad y durante un año padeció grandísimos dolores. El día 29 de octubre de 1617 entró en éxtasis durante tres días y al tercer día abrió los ojos con muestras de un infinito gozo, los fijó en un crucifijo que estrechaba entre sus manos, le besó, pronunció el nombre de Jesús, y entregó su alma a Dios a la media noche del día 31 de octubre de 1617, a los 86 años de edad.
Fue sepultado en el colegio donde sirvió, en Mallorca, en una bóveda del lado del evangelio del altar y capilla de la Virgen. Fue discípulo suyo San Pedro Clavet, el apóstol de los negros esclavos. Y a su entierro acudieron todos los vecinos de la isla, desde el Obispo hasta el Virrey, además de muchísimos hermanos que habían ingresado en la Compañía de Jesús gracias a los consejos del Santo.
El papa Urbano VIII expidió el rótulo para su beatificación. Clemente XI aprobó sus virtudes en grado heroico en 1627. Clemente XIII mandó publicar el decreto de su beatificación el día 25 de marzo de 1760, al cual no se le dio curso hasta el día 12 de julio de 1825, en que León XII hizo la solemne declaración autorizando el culto de su cuerpo, reliquias e imágenes. Y fue canonizado en 1888.

El obispo de Mallorca Fray Simón de Bauca, dominicano, redactó una información auténtica de su vida y milagros. El Padre Francisco Colín, rector del colegio de la Compañía de Jesús de Manila, que había sido compañero suyo en Mallorca, escribió la vida y los hechos de este venerable, que fue publicada en 1652. El hermano Nicolás Martínez, jesuita, compuso un compendio de su vida, virtudes y milagros, impreso en Madrid en 1765. Y el Licenciado Diego de Colmenares también escribió su biografía. Pero de todos modos, la mayor parte de las noticias de su vida están recogidas en el «Memorial» de su vida que escribió el propio Alonso desde 1604 hasta 1616.
Es san Alonso Rodríguez una de nuestra mayores glorias. Gloria de la ciudad de Segovia, que le vio nacer y donde empezó su carrera de gigante hacia la santidad. Y gloria, también, de la Compañía de Jesús, a la que ilustró con sus virtudes y en la que figurará siempre como uno de sus santos más notables.
Pero… ¿En dónde reside la verdadera grandeza de nuestro Santo? En su profundísima humildad. En Segovia tuvo industria y comercio de paños y fracasó. Fracasó a los ojos de los hombres, pero no a los de Dios, que quiso con aquellos fracasos echar en él sus fundamentos de la humildad y de su futura grandeza.
En la Compañía de Jesús no fue más que un humilde portero en el colegio de Monte Sión de Mallorca, pero Dios le ensalzó y le dio dones extraordinarios, por lo que la Iglesia le sublimó al honor de los altares.
Su amor a la vida religiosa
Llega el momento ahora de hablar del encendido amor de nuestro ilustre paisano san Alonso Rodríguez a la vida religiosa y en particular a la Compañía de Jesús, a la que tuvo la honra de pertenecer.
Sí es verdad que en su juventud se avino a contraer matrimonio, por obedecer a su piadosa madre, que creía poder así resolver la precaria situación en la que se encontraban los negocios de la familia, pero después buscó con ahínco el seguro retiro de la religión. Rechazado aquí en Segovia, por no creerle apto para el estudio, dado lo avanzado de su edad, ni para los trabajos de los hermanos coadjutores, por su complexión delicada, caminó hacia Valencia, y tanto rogó y suplicó, que al fin el provincial Padre Cordeses, iluminado, quizá, con particular luz del cielo, exclamó: «Vaya, recibámosle para Santo».
Cabe preguntarse: ¿Por qué tanto empeño en ser religioso, y por qué eligió la Compañía de Jesús? El mismo lo cuenta en su «Memorial» nº. 19, con estas palabras: «Una noche, esta persona (se refiere a él mismo), en sueños vio sobre sí en el aire un gran número de pájaros negros, que ocupaban todos juntos el tejado de una gran torre. Venía sobre ellos un lindo pájaro del tamaño de una paloma, porque los otros eran del tamaño de tordos negros. Esta hermosa ave traía en el pecho, escritas: JHS. Se ponía en medio y con las uñas despedazaba a los pájaros negros que estaban junto a ella, y era tan grande el destrozo que hacía con ellos, que por el aire iban los pedazos de ellos; y como los otros veían el destrozo, unos por una parte y otros por la otra desampararon la torre y se fueron. Así le quiso el Señor dar a entender a esta persona (él mismo) la hermosa labor que entonces desempañaba la Compañía de Jesús, defendiendo a la Santa Iglesia de sus enemigos».
Por eso tenía Alonso en tanta estima su vocación a la Compañía de Jesús, y lo que más temía en este mundo era el poderla perder. Sentía grandes temores de ser tenido por inútil. Nos cuenta el mismo: «He vivido algunos años con temor de ser despedido de la Compañía y sin duda alguna esto sería lo que más pena me daría». Es más, estando en el refectorio después de comer y cenar con sus compañeros, los veía a todos como a santos. Por eso no es de extrañar el interés que siempre mostró por fomentar las vocaciones a la vida religiosa.
Dijo de Alonso, el Padre General Ledochowski, en una carta escrita con motivo del tercer centenario de la muerte del futuro santo, que, durante su vida en el colegio de Monte Sión de Mallorca, indujo a más de cien jóvenes a entrar en religión. Y el padre Colín, que le conoció personalmente, añade que: «Varios de estos jóvenes concurrieron a su entierro desde lejanos puntos y que en tantos años que fue portero, ninguno entró en la Compañía en el colegio de Mallorca, que no le comunicase primero sus deseos, o no se moviera a tenerlos por sus pláticas»
El segoviano que más amó a la Virgen María.
Por los años cincuenta del siglo pasado, las Congregaciones Marianas organizaron un gran certamen literario en honor de la Inmaculada y, lamentablemente, a los organizadores, al señalar los temas de estudio, se les olvidó incluir a nuestro santo paisano, pues ciertamente san Alonso Rodríguez hubiera sido muy digno de estudio bajo el tema “El segoviano que más amó a la Virgen María”. No en vano, nuestro santo segoviano fue entre los santos del cielo y entre los hombres de nuestra tierra, quien más se señaló por la devoción a la Santísima Virgen.

Representa al santo jesuita teniendo una visión y contemplando a Jesucristo y la Virgen María.
Este amor de Alonso por la Virgen nació en Segovia desde su más tierna infancia, casi podríamos decir que desde la cuna lo mamó de los pechos de su madre. Por aquellas fechas del siglo XVI, en la parroquia de san Juan de los Caballeros, estaba canónicamente fundada la Cofradía de los Esclavos de Nuestra Señora en su Huida a Egipto y esta idea de la esclavitud mariana, a cuya cofradía seguramente perteneció Alonso, quedó profundamente grabada en su alma, pues nadie como él vivió después la esclavitud mariana todos los días de su vida. Prueba de lo que acabamos de decir, nos lo dice el propio santo en su «Memorial» hablando de sí mismo: «Acontécele a esta persona (él mismo) que, a menudo, todo su trato y conversación con Jesús y la Virgen su Santísima Madre, y amores de mi alma, dándoles cuenta de lo que pasa por mí. Porque yo soy tan nada de veras y grosero e ignorante, que no valgo nada para nada. Y acudo a ella para que me ayude y favorezca, para que todo vaya hecho a su gusto y no de otra manera…».
Al hablar de su obra escrita, podemos clasificarla en tres grandes grupos o apartados: (a) Consejos espirituales, que daba por escrito; (b) notas, en las que recogía sus inspiraciones; y (c) la cuenta de conciencia, en donde se refiere a las gracias recibidas de Dios. De entre esas notas e inspiraciones, entresacamos el texto: «Y en el hablar con Jesús y con María voy con santo temor hablando con ellos y ellos me responden con dulce suavidad y me enseñan, dándome a conocer su santa voluntad para que me ponga por su obra. Y en esta familiaridad tan dulce con Dios y con la Virgen se ha (sic) esta persona, como se ha (sic) un niño de teta con su madre, que ni se sabe elevar, ni puede, porque es niño».
A lo que hay que añadir su jaculatoria favorita: «Jesús, María, mis dulces amores, sea yo todo vuestro y nada mío, como si no tuviese ser».
Otra de las cosas que tuvo desde niño fue su afición al rezo del santo rosario. Aquí, en Segovia, antes de ingresar en la Compañía de Jesús, rezaba a menudo el rosario a Nuestra Señora y, parece ser que en una ocasión refirió a sus hermanas que, al principio, cuando se inició en esta costumbre, solía ver delante de sí en el aire «a cada Padrenuestro una muy linda rosa encarnada, y a cada Avemaría otra blanca de igual belleza y fragancia».
Las reseñas en su «Memorial» sobre este tema son tantas que no cabrían en el corto espacio de este artículo dedicado a nuestro santo, sobre el mutuo amor de la Virgen a Alonso y de Alonso a la Virgen, pero recordaremos lo que le ocurrió yendo con un Padre al castillo de Bellver, en Mallorca, para ayudarle a misa. Como ya era anciano, el camino largo y cuesta arriba, y el tiempo de mucho calor, cuenta el mismo: «Que súbitamente se le apareció la Virgen a esta persona (él mismo), que venía a aliviarle el cansancio, y con un lienzo que traía le limpió el sudor del rostro».
Todo lo dicho hasta aquí y muchas más cosas que se omiten para evitar prolijidad, creo que dejan bien claro que con todo derecho se puede decir sobre san Alonso Rodríguez, que es: “El segoviano que más amó a la Virgen María”.
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*Doctor en Historia por la UNED