El crítico Fran G. Matute ha publicado recientemente “A Quico Rivas. Por una Revolución de la Vida Cotidiana”, editado por Athenaica. La obra adopta la forma de larga carta dirigida al intelectual y agitador cultural fallecido en 2008, en Ronda (como Orson Welles), un personaje relativamente desconocido que durante la transición estuvo en primera fila de grandes acontecimientos culturales y políticos.
El autor ha indagado entre “los escombros” del archivo personal de Rivas, un total de 250 cajas que se preservan en el Museo Reina Sofía. Y eso que buena parte de sus diarios, cartas, fotografías y obra original desaparecieron durante un incendio en su casa en Los Molinos (Madrid), en noviembre de 1998. Matute puso dos condiciones para escribir este libro, según indicó en la presentación de la obra: “Hablar con Juan Manuel Bonet (crítico de arte y profundo conocedor de las peripecias del biografiado) y que la familia me diera acceso a material sensible. Me llevó mucho tiempo escribirlo porque Bonet tardó casi un año en darme audiencia (risas). Aunque lo acabé rápido tuve una experiencia malísima con la editorial y decidí no sacarlo ahí. Retiré el libro, hice un ´Quico Rivas´, porque ya tenía su propio ISBN y parece que existe, pero no existe”.
Sin embargo, al poco tiempo fructificó un acuerdo con Athenaica Ediciones, para su colección Breviarios. Cabe indicar que Juan Manuel Bonet tuvo un papel fundamental en los designios de la pintura española y su complicidad con Rivas propició alianzas que catalizaron la Movida madrileña; mientras Bonet ha sido, entre otras mil ocupaciones, director del Instituto Valenciano de Arte Moderno, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y el Instituto Cervantes, su amigo desde los primeros tiempos optó por un segundo o tercer plano como pintor y poeta, orillando entre sus quehaceres la obra propia.
Estas son las primeras palabras del volumen: “Querido Quico Rivas: Como decía Groucho Marx en aquella loca película: ´Todo me recuerda a usted, excepto usted”. Ese tono cercano y directo desvela desde las líneas iniciales que “nunca he pretendido repasar tu vida al completo. No tenemos tiempo ni espacio. Ojalá alguien escriba algún día tu biografía con todos sus perejiles”.
Quico Rivas nace en Cuenca, el 29 de mayo de 1953. Con tres años la familia se instala en Sevilla, donde permanece hasta 1976. Muy pronto sufre una enfermedad ocular que le obligó a mantener tapado su ojo derecho. El trastorno visual chocó contra su precoz devoción lectora, alimentada sin desmayo por el padre, abogado del sector financiero. No fue una infancia convencional por sus problemas con la vista, sino porque tuvo a su disposición mayordomo y doncellas dada su condición aristócrata. Su tatarabuelo fue el primer conde de la Salceda, mientras su madre era hija de un caballero de la Real Orden Militar de Calatrava y también sobrino del general Miguel Primo de Rivera. El abuelo paterno, Francisco Rivas y Jordán de Urríes, fue gobernador civil con Franco y también conde de la Salceda. Escribe Matute: “Reconoce que siempre te gustó hacer estallar las cosas desde dentro”.
Rivas fue un personaje poliédrico. No solo se dedicó a la crítica de arte o a comisariar exposiciones, sino también al periodismo, la investigación y la creación artística. Pero su faceta como agitador político-cultural fue probablemente la más relevante en ciudades como Sevilla, Madrid o Barcelona, influyendo en la cristalización de la Movida. Rechazaba las instituciones y su trayectoria se cruza con la de Alberto García-Alix, Pedro Almodóvar, los hermanos Auserón, Leopoldo María Panero, Guillermo Pérez Villalta, Ceesepe, Juan Tamariz (con quien escribió un documental sobre magia) o Kilo Veneno, entre otros muchos. Con el tiempo bastantes amigos “acabaron muy mal. La heroína, el sida y los manicomios hicieron estragos”.
Este personaje rebelde e indómito se movió por debajo del radar y estaba dispuesto a huir cada vez que su destino parecía afianzarse rumbo al reconocimiento. “La cosa es que, de haberte conocido, querido Quico, te habría machacado a preguntas. ¡Hay tantas leyendas a tu alrededor! Nada me hubiera gustado más que sentarme a tu lado y charlar contigo, escuchar esa risita entre nerviosa y maquiavélica que gastabas”, escribe Fran G. Matute.
Matute recurre a los papeles privados del biografiado y a las noticias aparecidas en prensa para “invocar a un fantasma”, tras confesar que la agitación constante de Quico Rivas obstaculiza la formalización de un retrato nítido. “Amigos suyos que han leído este libro se han sorprendido al descubrir otras facetas de Quico, lo que me parece un dato revelador: incluso a gente que estuvo cerca de él le faltan patas de la silla para componer al personaje”, explica Matute. El autor de ´Quico Rivas. Por una Revolución de la Vida Cotidiana´ sucumbió finalmente al hechizo, entre otras razones porque constató que la presencia del agitador en tantos frentes culturales le recordaba a Forrest Gump, como “testigo en primera fila” de abundantes momentos históricos cruciales.
El biógrafo le considera uno de los “principales creadores” de la Movida, en “un Madrid excitante en el que una serie de pintores, músicos, poetas, diseñadores y fotógrafos, marginales en la mayoría de los casos, consiguió por primera vez encontrar un altavoz para poder dar a conocer su obra”, desde mediados de los setenta hasta finales de la década siguiente.
Es probable que su principal virtud sea también la menos tangible y más proclive a perderse. La capacidad de Rivas para contactar personas con fuerte espíritu creativo era extraordinaria, si bien se trata de una cualidad inasible. ¿A cuántas personas “distintas, complementarias o antagónicas” unió? ¿Cómo medir el número de proyectos que cuajaron gracias a la conexión que logró Rivas de personas desconocidas, a pesar de que habitaban en una misma ciudad sin haber trabado relación previamente? Esa tendencia a olvidarse de sí mismo y volcarse en trenzar complicidades fue decisiva para impulsar fenómenos culturales. Este hombre era un liante que se presentaba habitualmente a citas personales con amigos inesperados y así abría caminos insospechados. Estaba, apunta Matute, “siempre al servicio del talento de los demás”.
Radio Futura, Alberto García-Alix o Ceesepe alcanzan visibilidad gracias a Quico, señala el autor. Con el fotógrafo García-Alix forma un tándem periodístico y entrevistan a grandes nombres del momento. Curiosamente, al igual que le ocurrió con otro de sus grandes amigos, el citado Bonet, en cuanto esos jóvenes creadores se asentaron y lograron reconocimiento social brotaron fricciones que en ocasiones mutaron desde una honda amistad hasta la ruptura total. Y dice Matute: “Todo el mundo parecía estar sentando la cabeza menos tú, que seguías enzarzado con el tema de las cárceles”. Cabe apuntar que en ese tiempo Rivas defendió apasionadamente la abolición de las instituciones penitenciarias, una auténtica “revolución de la vida cotidiana”, como recoge el título del libro.
Rivas apenas compartió en vida algunos poemas y dejó inconclusos numerosos proyectos mientras en su entorno otros creadores acaparaban la atención. “Fue esta una de tus constantes vitales, no terminar nada propio, pero no por no querer hacerlo sino por… ¿perfeccionismo? ¿inseguridad? ¿miedo a la exposición?”, pregunta Matute a su interlocutor en el texto epistolar.
La “aspereza” con la que se había expresado como crítico “y la tangana que tuvo con más de un compañero” quizá pesaron en la balanza. “Exponerse ante los demás después de esto no resultaba tan fácil”. Y añade: “Pero él también estaba cómodo en la cara B de la historia. No he leído en ningún sitio que se lamentara de no haber sido un poeta o un pintor admirado. Él fue consciente de que creaba en una onda casi personal. Creo que no fue un artista frustrado en este sentido”.
Junto a Juan Manuel Bonet ideó el Equipo Múltiple, propuesta artística muy heterodoxa en la Sevilla del momento. También escribió textos para la sección de arte de medios como El Correo de Andalucía (primer trabajo remunerado) sin miedo a batirse en duelo “con nombres casi intocables de la cultura española”, como destaca Matute en el libro, citando que a los 18 años sostuvo una trifulca con Tàpies, “que ya entonces era un dios…”. También elaboró un sinfín de catálogos de exposiciones, muchas veces con mediación de Zóbel.
En las páginas del libro, magníficamente escrito, se describe asimismo el tormento que sufrieron muchos de sus amigos, “la primera generación de la heroína, castigada también por la aparición del sida, por las esquizofrenias que surgieron por el consumo de drogas… Él se movía en unos ambientes extremos, y acabó con el hígado destrozado. Murió joven, pero fue también un superviviente”, dice Matute sobre el complejo personaje. También alude el escritor a la picaresca y sablazos que dio a sus amigos, algo habitual en el mundo bohemio. Vivía al día y no dudaba en vender un cuadro, aunque no fuera suyo. “Fuiste enormemente generoso pero también enormemente manirroto, quizá porque para ser de verdad lo primero haya que ser también lo segundo”, escribe Matute.
Sufrió pronto un gran desengaño con el mundo del arte, al que definió como “tenebroso” y “medio fuertemente especulativo donde el dinero es el único patrón de referencia”. “Hay que tener en cuenta”, expone Matute, “que Bonet y él organizan dos exposiciones, 1980 y Madrid D.F., que anticipan y guían lo que va a ser la pintura de los años posteriores, y que con su labor como crítico, pero también con su trabajo con Juana de Aizpuru para ARCO, continúa su influencia. Para él, resulta duro comprender que el arte ya no tiene trascendencia, no genera debates. Le duele que sólo interese a coleccionistas y marchantes, y no preocupe a la sociedad”.
Años después, en abril de 2001, Rivas escribe en una ponencia titulada “El Arte y el Dinero”: “Entender, pues, cómo funciona el dinero en ese tenebroso mundo resulta fundamental para moverse en él, para sobrevivir en él, pues el mercado del arte es un mercado verdaderamente especial, mucho más sibilino e imprevisible que el mercado de bienes raíces, por poner un ejemplo. El mercado del arte es, seguramente, el más sibilino, impredecible y hermético de todos los mercados que conforman la sociedad capitalista”.
Rivas pensaba que “escribir de pintura sin que se note ha sido siempre mi propósito cuando me disponía a escribir… de pintura, algo que todo el mundo valora, mucha gente sobrevalora y solo unos pocos aprecian”. Y añade: “No es pintura lo que sostiene a la pintura. Lo que sujeta una obra de arte a la pared y la fija al mundo no es su materia, sino su sentido”.
Muere con las botas puestas. Dos días antes de su adiós organiza una última exposición, justo al cumplir 55 años. Cabalga tras su muerte y publicó póstumamente una biografía “maldita” sobre Pedro Luis de Gálvez, cuyo título completo fue Reivindicación de Don Pedro Luis de Gálvez a través de sus Úlceras, Sables y Sonetos. La acabó en vida, pero se perdió el borrador y luego apareció en una librería. Sostiene Matute que a Quico Rivas le fascinaba este poeta bohemio y ácrata porque “además de la fascinación que contagia el personaje, encontraras algunos paralelismos entre su azarosa vida y la tuya”.
Bandazos políticos
Los primeros escarceos políticos de Rivas le condujeron a los Círculos José Antonio, un falangismo de primera hornada. Rivas confesaba que “teníamos las hormonas aún más revueltas que las ideas políticas”. Luego salta a la Unión Democrática de Estudiantes de Enseñanza Media (UDEEM), en la órbita de las Juventudes Comunistas. De ahí surgirá una huelga de estudiantes que dejó huella y derivó en su primera detención, durante una manifestación por el uno de mayo. Por entonces Quico Rivas conoce a Juan Manuel Bonet, intercambiando ambos pasiones artísticas y políticas.
Matute descubre unas cuartillas manuscritas, de marzo de 1969, con frases como “el artista no ha de rebajarse al nivel del pueblo para que este comprenda su arte, es el pueblo el que ha de ascender culturalmente”. Por entonces, escribe Rivas, “no nos daba tiempo para asimilar y digerir tantas novedades”.
Matute se muestra escéptico con “esa militancia exacerbada de Quico en Acción Comunista, que me resulta difícil de creer. Me cuesta pensar que él comulgara con determinadas doctrinas que eran muy cerradas”, dice sobre el compromiso de este hombre de origen aristocrático, “una especie de ácrata, su inteligencia y su cultura estaban por encima de las consignas. Después de su etapa en Acción Comunista, él se desencanta, como mucha gente de su generación, y se aparta de la política reglada, la política de manifiestos y lecturas obligatorias, y se pasa a una especie de anarquismo individualista cercano a la CNT. Pero fue un cenetista muy libre”. Su carnet en la organización libertaria indica que trabajaba en RTVE, donde colaboró en el programa Trazos, de Paloma Chamorro. En esa etapa, desapareció el dinero de la caja fuerte de los trabajadores anarcosindicalistas de la Televisión pública… “Y todas las sospechas recayeron sobre ti. En tus papeles confiesas que fueron tus amigos de la COPEL los que se llevaron aquel dinero”, escribe Matute.
Es importante su visión que enlaza arte y combate político esos años de la transición. Dice Matute que su meta era “convertir la ciudad en un campo de minas. Y para ello hacía falta poner en contacto a la gente, promoviendo encuentros, detectando afinidades y, también, por qué no, explotando las mínimas tensiones interpersonales. En eso, hay que reconocerlo, fuiste siempre un magistral tocapelotas”.
Rivas no encajaba en ningún molde; por ejemplo, en una manifestación unos anarquistas le abrieron la cabeza por llevar en la solapa un pin de la Macarena, imagen por la que el artista sentía devoción. “No es que fuera un capillita, pero si podía no se perdía la Semana Santa de Sevilla. Él quiso comprender, intelectualmente, el origen de este fervor pagano que generaba la fiesta en él y en otras personas que no eran creyentes y que incluso estaban en contra de la religión”, explica Matute.
Otra de sus actividades postreras fue la huelga de hambre a la que se sometió en apoyo a los basureros de Tomares (Sevilla). Además organizó una subasta de arte para recaudar fondos para los limpiadores, con apoyo de la CNT de Sevilla. En los panfletos que preparó podía leerse: “La basura es un sector de vanguardia; los ricos hacen cada vez más basuras y pagan cada vez menos a sus basureros”.
Fran Matute, que ha comisariado las exposiciones Días de Viejo Color. Vestigios de una Andalucía Pop (1956-1986) y, junto a Miguel Olid, It’s Summers time! Vida y Obra de Manolo Summers, es autor también del ensayo Esta vez venimos a golpear. Vanguardismos, psicodelias y subversiones varias en la Sevilla contracultural (1965-1968).