
El martes, en el patio de Andrés Laguna, ocurrió algo singular: el reloj de la Plaza Mayor dio las diez y todavía había corrillos de gente conversando de pie. De uno de estos corros salió un hombre de blanca melena y se subió al escenario mientras el resto de personas se sentaban en sus localidades. Con la última campanada, Quico Cadaval ya estaba saludando y mirando a cada uno de los asistentes, como si pasara lista, sin presentarse, pues no recordaría hacerlo hasta un cuarto de hora después, pero comentando el hecho curioso de haber conocido a alguien en el patio que no lo había escuchado nunca y que le había preguntado si él era el orador.
Se quedó con la copla, porque inició su actuación como si se tratase de un orador, aunque claro, tras tantos años y tantas actuaciones en Segovia, el coruñés ya es de la familia y ya no puede hacerse pasar por orador, pues es viejo amigo que vuelve verano tras verano. Por tanto, no debe ser fácil elegir repertorio con un público tan conocedor y al que Cadaval se empeña en llamar culto y entendido. O no. Porque Cavadal puede traer algo pensado, preparado, pero siempre deja espacio para lo que ocurra y a veces eso es lo más especial de la contada, sin duda lo que la hace única y diferente a cualquier otra.
Además, este proceder es una de sus señas de identidad: el abandonarse a una palabra, a una idea o a un detalle que vislumbra en el público y que le despierta una historia dormida en la memoria y, claro, una vez despertada la historia, hay que contarla. Luego, cuando retoma el relato principal se produce una sacudida en la mente de los escuchantes que se sienten sorprendidos en el olvido de la historia inicial y para compensar se prometen prestar más atención en adelante. El público ya está cazado.
Cadaval sabía que iba a contar ‘Edipo’ y no tenía prisa por hacerlo, era consciente de ya se la había contado a gran parte de quienes lo rodeaban -esa historia lleva unos veinte años con él- y quería disfrutar un poco más de la «conversación» con el público. Así que con el juego de las referencias cultas dedicadas a los segovianos, cito los primeros versos de la ‘Divina Comedia’ (nel mezzo del cammin di nostra vita/ mi ritrovai per una selva oscura) y ahí se quedó jugando, y reflexionando sobre el cambio de perspectiva que da el saberse en la segunda mitad de la vida. Volvió al camino principal, pero le asaltaron las etimologías de las palabras «nostalgia» y «añoranza», con divertidos aderezos de gallegos en Nueva York, cuando las invocaba para poder regresar y llevar al público con él hasta la cocina de su madre, lugar fundamental para armar su versión de Edipo.
Porque Quico Cadaval no narra el mito de Edipo, sino el cómo le contó el mito griego a su madre cuando esta le preguntó por el famoso complejo freudiano. Con este juego cervantino de perspectivas, el gallego introduce la rentranca, la ironía e incluso la crítica social al tiempo que desgrana una de las historias más antiguas de la tradición occidental, demostrando la pervivencia de los clásicos y su capacidad para conmovernos todavía hoy.
Con la narración del mito de Edipo, Cadaval descubrió los distintos estadios de su trabajo y sus materiales, porque permitió contrastar ese conversar inicial (del latín «conversari» que significa «vivir, dar vueltas, en compañía») con un trabajo pulido que lleva funcionando años gracias a la capacidad de adaptación a los tiempos y a los lugares a través de alguna que otra nota al margen. Sin embargo, esto no es suficiente para Cadaval, quien no puede limitar su proceso creativo, siempre bullante, por lo que necesita jugar e ingeniar sobre lo ya trabajado, ya sea adoptando actitudes bufonéscas e hiperteatrales o yéndose por las ramas, explorando hasta dónde llega un inciso recién descubierto. El público de Segovia ya no teme que Quico Cadaval se pierda entre las hojas de su memoria, lo espera tranquilo, atento, aunque olvide de qué hablaba cuando comenzó la digresión; sabe que siempre vuelve y que esta es su manera de conversar.
Y siguieron conversando narrador y público después, porque el acercamiento es de muchos años y una actuación no es suficiente para una buena conversación. La cercanía del Festival de Narradores Orales continua esta noche con la narradora Sonsoles Novo y cantante Álida Jiménez que se encontrarán arropadas por un entorno bien conocido.