
Han pasado más de 200 años desde que la Plaza de Toros de Segovia se levantara sobre la actual posición. Catalogada como coso de ‘segunda categoría’, la historia de este emblemático espacio de la ciudad ha vivido diferentes etapas, con el levantamiento de varias partes del graderío de los tendidos, adaptaciones y reformas conforme han ido evolucionando los años. Su construcción fue impulsada por la Sociedad Económica Segoviana de Amigos del País en 1801 con el fin de celebrar los eventos taurinos que hasta entonces se llevaban a cabo en la Plaza Mayor. Según documenta el arquitecto Miguel Ángel Chaves Martín en su libro ‘Segovia. Guía de Arquitectura’ en 1802 se sabe que el Ayuntamiento “concede licencia para poner una cantina” junto al terreno de la Plaza de Toros y en 1814 la cita como “en ruinas”, situación que se repite “en 1840”. Diez años después, el arquitecto Ildefonso Vázquez de Zúñiga redacta un proyecto para la rehabilitación del coso y señala que está “sin acabar” y que solo cuenta con “los muros del exterior”. En 1856, Miguel Arévalo, arquitecto municipal, lleva a cabo un informe en el que destaca el “estado de ruina” del recinto; un apunte similar al que hace Joaquín Odriozola, que desempeñaba las mismas funciones a finales del siglo XIX. Ya en 1916, Francisco Javier Cabello y Dodero presentó un proyecto para su reforma; y entre 1990 y 1995 se restauró definitivamente y quedando con la imagen actual, con su zona de gradas, piso inferior y superior, y con un aforo de unas 7.000 localidades. Las últimas obras realizadas en este escenario fueron durante los años de la pandemia para adaptar los aseos y la iluminación.
A lo largo de todos esos años, aún estando sin terminar, se dieron festejos taurinos; albergando a las más celebres figuras del toreo. Sobre la fecha de la inauguración hay varias apreciaciones; teniendo como eje al torero José Delgado ‘Pepe-Hillo’ (Sevilla, 1754 – Madrid, 1801). Hay fuentes que dicen que la primera vez que hubo corridas en la Plaza de Toros de Segovia fue en 1805 con el diestro sevillano en el cartel, una interpretación al parecer imprecisa pues Pepe-Hillo perdió la vida el 11 de mayo de 1801 tras recibir una cornada que resultó mortal en Madrid, en uno de los sucesos más trágicos dentro de la historia del toreo y que fue recreado por el pintor Francisco de Goya en varias estampas de su ‘Tauromaquia’. La segunda acepción sobre la inauguración del coso segoviano, que cobra más sentido y credibilidad y que es la que pone en memoria el actual propietario de la Plaza, Manuel Lozano, es la que gira en torno a 1801, con Pepe-Hillo como maestro de la ceremonia de partida en el Domingo de Pascua de aquel año, que rebobinando en el calendario coincide con el 6 de abril. Por tanto, Segovia contó con la presencia de uno de los más importantes de finales del siglo XVIII, un mes antes de que ocurriera su percance fatal.
La trayectoria de Pepe-Hillo
José Delgado pasó a la historia del toreo con el apodo de ‘Pepe-Hillo’, que cuenta además con diferentes referencias como ‘Pepe-Illo’, ‘Pepe-Yllo’, ‘Pepeíllo’ o incluso con la acepción ‘Joseph, Illo’, con la que firmaba documentos personales como contratos o testamentos, tal y como especifica el periodista Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897 – Londres, 1944). Según cuenta el escritor taurino Ventura Bagüés, conocido por ‘Don Ventura’ (1880–1973), Pepe-Hillo ha ejercido una “influencia innegable” en la Tauromaquia; siendo “impulsor y regulador de la fiesta”. Destacó por “su valor” y “su alegría”, unas cualidades que le permitieron “competir” con su maestro Joaquín Rodríguez ‘Costillares’ (1743-1800) y, después, tener una “rivalidad más enconada” con el rondeño Pedro Romero (1754-1839).
“Disfrutó de una popularidad que ningún otro torero había alcanzado hasta entonces y habrían de pasar muchos años hasta que otros la obtuvieran en igual medida”, subraya Don Ventura de Pepe-Hillo; que además añade: “La leyenda se mezcló con su historia y ha servido de fuente de inspiración a poetas, músicos, pintores y autores dramáticos. Fue el prototipo del torero gallardo, siempre sediento de palmas, dechado de gracia y simpatía, rumboso y caritativo”. Delgado realizaba un toreo basado en la estética. Comenzó a tratar la técnica del toreo, sin que en aquellos tiempos se tuviera apenas constancia de este concepto, a la vez que no compartía la interpretación de la ligazón de pases, que siguió el toreo contemporáneo, ya que lo consideraba como “una muestra de miedo y poca destreza”.
Sus inicios se remontan, como otros muchos becerristas, al matadero sevillano. El escritor y miembro de la Real Academia Española (RAE) José María de Cossío (1892-1977) reproduce una frase, que dice que en aquel centro “se le vio torear con su propia camisa, por no tener la capa que para hacerlo usaban los demás”. Allí empezó a entablar relación con Costillares, antes de comenzar con 16 años como ‘medio espada’ en Córdoba en 1770. Aquí comenzó a fraguarse como novillero, aunque también se comentaba -sin documentos de por medio- que con 14 años llegó a actuar con más de una veintena de astados en Sevilla (1768) como consecuencia de percances de otros toreros.
En esa línea, se unen los datos cronológicos de Guillermo Boto Arnau sobre los años de formación de Pepe-Hillo, que siendo un niño toreó en “Cádiz en la cuadrilla de Cándido; en 1769 actuó en Madrid formando parte de la de Juan Romero; en 1770 toreó en Córdoba en la de Damián Gallo; en 1771 salió en Sevilla de nuevo con Cándido y en 1774 toreó en Madrid como banderillero de Costillares”. Ya en 1775, dio el paso a ‘jefe de cuadrilla’ y ‘primer espada’ en Sevilla. La primera vez que rivalizó con Pedro Romero fue en 1778, en Cádiz.
La rivalidad con Pedro Romero
Según relata el periodista José Luis Ramón (Madrid, 1960), último director del semanario ‘6 Toros 6’, en la biografía del diestro sevillano para la Real Academia de la Historia, en los años siguientes toreó “fundamentalmente en Andalucía”. La primera vez que aparece el nombre de ‘Pepe-Hillo’ en Madrid es el 27 de agosto de 1781, junto a Costillares. “A partir de ese momento, la presencia de Hillo en los carteles de Sevilla y Madrid es muy frecuente, si bien hay años en que su nombre no aparece. Tras la competencia vivida en 1778, Pedro Romero y Pepe-Hillo no se encontraron en la plaza de Madrid hasta 1789, con motivo de las funciones reales celebradas por la jura de Carlos IV, renovándose la rivalidad entre ambos toreros”, recoge Ramón.
La competencia entre ambos tuvo varias sonadas disputas y discusiones, en un momento en el que Pepe-Hillo gozaba de prestigio y reconocimiento. El impacto era tal que, según apunta Chaves Nogales, “las mujeres le dispensaban grandes favores y más de algunas riñeron por ser objeto de sus galanteos”. Asimismo, “si tenía alguna cogida, el pueblo se agrupaba a la puerta de su posada y las imágenes más devotas contaban con multitud de fieles que pidiesen por la salud del diestro”. Hillo mantuvo su estatus hasta el trágico final de su carrera, mientras que Romero se retiró en 1799.
El último mes
Inmerso en ese posición de liderazgo y alto reconocimiento, debió llegar a Segovia para actuar el Domingo de Pascua en abril de 1801, en un festejo que sirvió para inaugurar la que hoy se considera como bicentenaria Plaza de Toros y para poner la fecha que se toma como referencia para abarcar ‘la vida’ de uno de los cosos más antiguos de Castilla y León. A partir de aquí, la trayectoria de Pepe-Hillo ya toma cauce de desenlace. José Luis Ramón explica que “se ha escrito, sin que nada pueda demostrar que sea cierto, que una gitana le leyó las rayas de la mano y le dijo que no matase toros negros, porque uno de ellos iba a causarle la muerte”. En esa línea, también se ha escrito que “la víspera de la corrida en que resultó mortalmente herido se acercó a ver los toros que iban a lidiarse, que pastaban apaciblemente en el Arroyo Abroñigal y, señalando uno negro zaíno que sobresalía de la manada, pidió que se lo reservaran para él”.

Madrid: el percance mortal
Pepe-Hillo actuó por última vez el lunes 11 de mayo de 1801 en Madrid, en funciones de mañana y tarde para lidiar 16 reses de José Gijón, Manuel García Briceño, José Gabriel Rodríguez, Díaz Hidalgo, Juan Antonio Hernán y Vicente Bello, junto con José Romero -hermano de José Romero- y Antonio de los Santos -también estaba anunciado Costillares, pero no llegó a torear-. La cogida llegó en el turno vespertino, con el séptimo astado de la corrida, de nombre ‘Barbudo’ y de la ganadería de José Gabriel Rodríguez, de Peñaranda de Bracamonte (Salamanca). El relato del suceso se reproduce en la ‘Carta’ de José de la Tixera donde apunta que el percance llegó a la hora de estoquear al animal, momento en que “le enganchó con el pitón derecho por el cañón izquierdo de los calzones y le tiró por encima de la espaldilla al suelo, cayendo boca arriba” y después “le ensartó con el cuerno izquierdo por la boca del estómago, le suspendió en el aire y campaneándole en distintas posiciones, le tuvo más de un minuto, destrozándole en menudas partes cuanto contiene la cavidad del vientre y pecho (a más de diez costillas fracturadas), hasta que le soltó en tierra inmóvil y con sólo algunos espíritus de vida”.
Según recoge este escrito, perdió la vida en “poco más de un cuarto de hora, en cuyo intermedio se le suministraron todos los socorros espirituales que son posibles a la piedad más religiosa”. Un final que tuvo lugar apenas un mes de ‘la inauguración’ de la Plaza de Segovia. En su recuerdo, destaca Don Ventura: “Tras haberse visto elevado a la categoría de ídolo de las multitudes, su trágica muerte contribuyó no poco a que aumentara considerablemente el nimbo de celebridad que rodea su nombre”.