La colina del cementerio desforestada, años 40. Archivo JMS.
La colina del cementerio desforestada, años 40. Archivo JMS.

Hubiera querido hacer un escrito breve, que sirviera para mostrar con dos fotografías el ayer y el hoy del cerro sobre el que se alza el cementerio de Segovia. El ayer, desforestado. El hoy, con su actual vegetación. Pero el parque es grande y con muchas especies arbustivas y arbóreas; y a él se une la fuerte carga sentimental que le da el estar, desde hace varias generaciones, muy ligado a los afectos de todos los segovianos que enterraron a sus seres queridos en el camposanto que se alza en la cumbre.

Así que, sobre la marcha, pensé que a mis seguidores podría interesarles conocer datos sobre el cómo y el cuándo surgió este dilatado y multiforme parque. Y aquí van los que he podido reunir, una vez colocadas las dos fotografías.

1821. Fue inaugurado el cementerio de la ciudad -grave yard, pudo leerse en un reciente y pedante indicador municipal-, construido a las afueras, en sitio “que en nada ofendía a la salud pública”, sobre un cerro bien rumiado por ovejas y cabras y del que hubo que sacar tierra para rellenar las terrazas en las que habrían de cavarse las sepulturas.

Aspecto actual de la colina del cementerio. JMS.
Aspecto actual de la colina del cementerio. JMS.

1905 y 1907. En los dos años se hicieron propuestas para reforestar el entorno del cementerio. No prosperaron así que desforestado se mantuvo durante cuatro décadas más, aunque en el interior, marcando las calles entre las que se distribuyeron las tumbas, hubo diversas plantaciones de cipreses, árboles que nuestra cultura identifica con estos recintos.

1944. El Ayuntamiento, tras haberse mostrado dispuesto a sacar adelante un plan de ajardinamiento y repoblación de la colina, comenzó a adquirir terrenos que lindaban con los que ya eran de su propiedad. Aunque parecía que la cosa iba en serio, todavía hubo que esperar un lustro para que los árboles llegaran.

En la colina del cementerio, que está a la izquierda, apuntan tímidas las primeras plantaciones. Museo Rodera Robles.
En la colina del cementerio, que está a la izquierda, apuntan tímidas las primeras plantaciones. Museo Rodera Robles.

1949. Habiendo acordado iniciar las plantaciones, el Ayuntamiento, que valoró lo limitado de sus posibilidades, acordó pedir colaboración al Patrimonio Forestal del Estado y al Patronato de Jardines, que se había creado dos años antes. Una vez firmados los correspondientes acuerdos con ambas instituciones, comenzaron los trabajos dirigidos por el Director de Arbolado del municipio, Ángel Cuencas, “para convertir el alto situado entre la carretera de la Cueva de la Zorra y el Cementerio en el mejor parque de la ciudad”.

Lo que se consiguió, partiendo prácticamente de la nada, fue magnífico. Desde la ciudad, al cementerio se accedía por dos vías: la empinada escalinata que, desde la Cueva de la Zorra, sube a la explanada superior y una carretera que partía de la calle de los Batanes; en toda la longitud de la escalinata se dispusieron alineaciones de cipreses que la flanqueaban por ambos lados; y asimismo, a ambos lados de la carretera se plantaron frondosas: olmos, tilos y almeces.

Topiaria de cipreses dispuesta en torno a la cruz de piedra. Mario.
Topiaria de cipreses dispuesta en torno a la cruz de piedra. Mario.

Arriba, en torno a la cruz de piedra que se levanta delante de la fachada del cementerio se ajardinó el espacio con césped y con una lucida topiaria de cipreses, especie elegida por su valor simbólico y para que se unieran visualmente a los que había en el interior del cementerio; a la izquierda se acondicionó una amplia explanada rectangular a la que se puso límites con seto de majuelos recortados, y que quedó convertida en un magnífico mirador de la ciudad; a ambos lados de la carretera que llega desde el barrio de El Salvador se trazaron senderos y glorietas, destacando, en la parte del mediodía, una plantación de olmos y una pequeña avenida de cipreses macrocarpa, que se abría por el centro dando lugar a una mínima rotonda; al final de la fachada, limitando ya con el barrio del Peñascal, un pequeño pinar de pino silvestre. Como complemento, en los taludes se pusieron lirios, las praderas se sembraron de violetas y por cualquier hueco se pusieron árboles, aislados, alineados, o en rodales que componían bonitas estampas con algunos monumentos de la ciudad.

No todo salió bien. Los olmos acabaron muriendo atacados por la grafiosis; buena parte de los pinos silvestres, especie que no se adapta al césped regado, se secaron; los pinos carrascos, que crecen con ramas hacia arriba, formado copa, se desgarran con el peso de la nieve; los pinos laricios, que gustan de suelos calizos pero que se plantaron sobre suelo silíceo, decayeron, como se ve en la fotografía de la derecha; los abetos y los crataegus también fueron desapareciendo, acusando la falta de agua y la sequedad de los tórridos veranos de la meseta…

Tujha, ciprés y libocedro, marco para la torre del Salvador. JMS.
Tujha, ciprés y libocedro, marco para la torre del Salvador. JMS.

Apenas creado, el que en algún escrito oficial llamaron “parque innominado”, en su conjunto fue perdiendo lozanía rápidamente.

1976. Ante esta situación, el Ayuntamiento volvió a buscar la colaboración del Estado, esta vez mediante un concierto con el Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza, y el espacio conoció un relanzamiento, tras haber sido bautizado, Parque de La Albuera, por el ingeniero José Luis Aboal y García Tuñón, quien dirigió el nuevo proyecto.

Pino laricio. JMS.
Pino laricio. JMS.

Despareció la glorieta con cipreses macroparpa que había en el sector sur y se arrancaron todos los majuelos de la terraza superior pero, a cambio, hubo un nuevo trazado de paseos, especialmente al sur y al este, donde se hicieron dos que se cruzaban, al servicio de los vecinos de los nuevos bloques de viviendas que iban surgiendo; se construyeron muros perimetrales, con piedra unos y con troncos de enebro otros; se acondicionó un espacio para área de estancia con bancos, mesas y fuentes labrados en granito, a la sombra de una pequeña plantación de farolillos de la China; se creó una zona de juegos infantiles…

Y se multiplicó el número de árboles y arbustos plantados. Sólo en la temporada 1977-1978, el parque recibió 17 arces negundos, 25 arces plateados, 54 cedros del Himalaya, 25 árboles del amor o de Judea, 12 cotoneaster, 35 cipreses de Arizona, 10 cipreses macrocarpa, 15 cipreses dorados, 36 paraísos o perales de Bohemia, 15 enebros, 6 acebos, 11 acebos plateados, 30 libocedros, 6 mahonías, 28 piceas, 21 piceas del Colorado, 15 pinos piñoneros, 24 boleanos, 49 almendros, 12 lauros, 68 prunus, 6 espinos de fuego, 9 acacias o robinias, 110 acacias de sombra, 2 sauces llorones, 5 secuoayas, 25 thujas orientales, 30 olmos de bola, 36 olmos de Siberia, 8 viburnos y 25 árboles de Júpiter.

Imagen del parque en invierno. JMS.
Imagen del parque en invierno. JMS.

Las plantaciones no se hicieron en masas cerradas sino siguiendo un planteamiento propio de los parques urbanos. Alineaciones, arbustos recortados, árboles aislados en medio de césped y árboles con follaje de colores variados y contrastantes, creando composiciones en línea como lo que pudiera verse en parques ingleses. Mucho no agarró, claro. Pero se repusieron marras y el parque quedó tal como lo conocemos. No faltaron, sin embargo, algunas modificaciones, como la segregación del ángulo sureste para construir unas pistas de juegos autóctonos que tienen gran éxito. No fue la primera vez que la municipalidad, necesitando suelo, acabó eliminando verde, si bien en esta ocasión lo hizo de forma discreta y aunque acabó con un rincón en el que el color azulado del pinsapo y el granate del prunus componían una bella estampa, lo construido se mimetiza bien con lo plantado y disimula la mutilación.


*Académico de San Quirce
porunasegoviamasverde.wordpress.com