La periodista leonesa Sabugal publicó su primera novela allá por 2010: El Asesinato de Sócrates (Alianza Editorial). Fue un estreno por todo lo alto, porque fue finalista del Premio de Novela Fernando Quiñones y representó a nuestro país en el Festival Europeo de Primera Novela de Budapest. Se puede enmarcar ese debut en el género de novela negra. La acción transcurre en la localidad de San Martín, pero trasciende todo localismo y sirve como microcosmos que refleja el latido de cualquier pequeña ciudad. La escritora reflexiona en torno al poder con la percha informativa de la inmigración como hábitat narrativo. Su síntesis: “Una historia sobre las oscuridades y miserias de una ciudad pequeña y sobre un incapaz sentimental. Faltan cuatro palabras. STOP”.
Cambia de registro en la segunda novela, Al Acecho (2013), un título que encierra un guiño a un poemario de Miguel Hernández. Ganó con este texto el Premio de Novela Felipe Trigo y en esta ocasión se utiliza el Madrid de la Segunda República como telón de fondo. El relato histórico ahonda en los problemas morales del compromiso social y los límites de la cobardía humana. La síntesis de la autora: “La destrucción de un país y el peso enorme de la historia. Madrid y España en 1936. También una historia sobre el fanatismo llevado al límite”.
En 2018, nuevo volantazo literario. Sabugal enfila la proa literaria hacia la música blues en su tercera novela. La escritora deja a un lado la novela negra y se centra en una ídem. La cantante Big Mama Thornton (1926-1984) es la protagonista de Una Chica sin Suerte (Ediciones del Viento). En ella se recrea la gira que Big Mama cubrió en 1965 por varios países europeos, junto a músicos como John Lee Hooker, Walter Horton, JB Lenoir y Buddy Guy, entre otros, en el marco del American Folk Blues Festival. Sabugal retrata el precio de la rebeldía afroamericana: la distancia sideral que separa la calidad musical del fracaso comercial, salvo un triunfo efímero con Hound Dog, canción con la que Elvis Presley se forró cuatro años después de que ella la estrenara. Narra la leonesa un viaje delirante por algunas ciudades del viejo continente (Berlín, Amsterdam, Londres, París o Barcelona, entre otras). Los afroamericanos descubrieron con asombro que recibían admiración extrema en las ciudades más cultas de Europa mientras padecían el desprecio en su tierra. La escritora arroja luz sobre la condición humana con la palanca de esta gira. La elección de este fragmento vital de Big Mama para una novela es una osadía que roza la insensatez, un atrevimiento que eleva su valor hasta la estratosfera. Apenas nadie ha escrito sobre esta artista (la única biografía es de 2014), pero esa ausencia de información es un territorio propicio para la ficción, toda una mina literaria. El libro atrapa desde las primeras palabras: “Soy gorda. Y negra. Pero valgo más que todos vosotros, bastardos”. La autora es delgada y de piel blanquecina, pero sabe meterse en el interior de la protagonista para mostrar la cruda realidad. Dice cosas así: “Siempre quise que mi primera vez fuera con un pianista. Esos dedos solo podrían dar felicidad”; “Los mejores besos de mi vida se los he dado a una armónica. Los únicos sinceros me los ha dado ella”; “La pobreza es una roña que no se va. Puedes pasarte la vida frotándola con una esponja de oro, pero siempre estará ahí. El niño pobre no olvida su pobreza, aunque pase el resto de su existencia contando billetes”, o “Los negros nos rebajábamos, hacíamos caricatura de la caricatura, pero lográbamos sobrevivir fuera de las plantaciones y de las fábricas. Para las chicas, fuera de casa era eso o hacerte puta, aunque en algunos casos no había mucha diferencia”.
La novela explora el vínculo entre creación artística y frustración y por ella sobrevuela la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos. Consiguió muy buenas críticas y se presentó en varios festivales musicales en España. La síntesis de la autora: “Una novela que nace de la fascinación por una mujer excepcional: Big Mama Thornton. Una cantante y compositora de blues marcada por su pasión por la música y su alcoholismo”.
El (pen)último aldabonazo se llama Hijos del Carbón (Alfaguara, 2020). El libro recoge sus viajes durante tres años por las zonas carboníferas de España y sus impresiones sobre el cierre de las minas y de las centrales térmicas. Hijos del Carbón es un ensayo que mezcla literatura y periodismo, y en el que aparecen decenas de testimonios de habitantes de las regiones mineras.
La escritora Noemí Sabugal invita a un triple viaje aquí. Traslada al lector hacia un mundo en trance de desaparición (“el pasado, ese animal que acecha)”. Es también un recorrido personal, porque con su sensibilidad literaria horada en los recuerdos familiares de varias generaciones dedicadas a un oficio sin parangón en la historia humana, la minería. Y además está el propio movimiento geográfico de la autora por los vestigios de un universo que alimentó la escuálida revolución industrial en nuestro país (“el carbón era el pan”) y que ahora da los últimos coletazos.
Hijos del Carbón es testigo de estos estertores y plasma con impresionante viveza el sentido vital de miles de asturianos, leoneses (tierra de la autora), catalanes, aragoneses, castellanos, gallegos y andaluces. Refleja una España que desaparece en un tiempo de condena a muerte para los combustibles fósiles. La mina es ya un cadáver en el altar de la transición energética que el planeta ha iniciado, otro viaje colectivo tan necesario como desgarrador. Sabugal transita por estos paisajes después de las batallas y muestra la devastación con toda crudeza. La España vacía(da) no se entiende sin esta pieza negra.
Los datos (a mediados del siglo XX había 100.000 mineros en nuestro país y en 2018 quedaban 2.000) fluyen con la destreza narrativa de Sabugal, pero quizá resultan más conmovedores los testimonios directos de los vestigios que sobreviven en los municipios mineros. Ahí aparecen también otros mundos heridos fatalmente por el abandono del carbón, como centrales térmicas, las cementeras, los economatos, la conciencia de clase, los trenes mineros… Y los muertos, la sombra perenne de miles de hombres y mujeres apenas reflejados en unas pocas placas situadas a la puerta de unas minas en silencio. Muertos por represión política y sobre todo muertos por la propia naturaleza del oficio minero, donde el aliento de la parca acompaña cada respiración en las entrañas de la tierra. Cuando la guadaña falla en primera instancia, también deja ejércitos de enfermos silicóticos. Eso lo ha visto de cerca la autora y lo cuenta.
Hay mucho más. Se habla de arte (literatura, música, fotografía), de los buitres empresariales que se alimentan de las subvenciones al carbón, de la importancia de las mujeres y su lucha por la equiparación en un hábitat machista como pocos, del sindicalismo (el de verdad y el otro), de la rapiña con el patrimonio industrial, de los cambios históricos… Y también son páginas ilustradas con las fabulosas fotografías de Pablo J. Casal, que escribe con luz sobre un mundo sin ella.
El fracaso casi unánime de los planes de reactivación económica y el peso tiránico de los vendemotos (las maquetas de proyectos que jamás se construyeron para renovar el mundo que desaparece) también encuentran su espacio. La síntesis de la autora: “Un ensayo-crónica sobre la vida en las cuencas mineras y el cierre de las minas de carbón en España. Y mi memoria familiar como hija y nieta de mineros”.
Noemí Sabugal también ha publicado relatos en varias antologías, además del ensayo Cómo Trabajar en Prensa y Alimentar a la Musa, sobre el escritor Enrique Gil y Carrasco. Reincidió luego en la música con su relato sobre la pianista Mary Lou Williams (Un Gran Día en Harlem, 2019), ganador del premio del Festival de Jazz de Palencia. En literatura infantil, ha publicado Atrapados en Looh, que sintetiza así: “El asombro de un niño ante un mundo extraño, con criaturas hechas de cientos de gusanos o que comen sorbiendo por las manos. También una historia sobre el abuso del poder.
En 2005, consiguió el Premio de Periodismo de Castilla y León Francisco de Cossío por su artículo De Cruce de Caminos a Cruce de Culturas, sobre la inmigración en el barrio leonés del Crucero. Es columnista del diario La Nueva Crónica y colabora habitualmente en la Cadena Ser y las revistas Cuadernos Hispanoamericanos y Leer, entre otros. También es docente de Lengua y Literatura y da cursos de escritura y periodismo narrativo.
“Una escritora debe ser implacable”
Noemí Sabugal (1979, Santa Lucía de Gordón) se ha consolidado como una de las grandes firmas literarias en nuestro país. Tras publicar en la última década tres novelas y varios ensayos, este diciembre presenta en sociedad una antología que recopila sus mejores columnas periodísticas difundidas en varios medios de comunicación. El volumen se titula Flores Prensadas y ofrece una muestra valiosa de su depurada técnica.
— ¿Qué le resulta más absorbente, la literatura o el periodismo?
— La literatura ha sido y es crucial en mi vida. Ya desde que era niña quería ser escritora y lo decía en casa, aunque no me tomaban muy en serio, como suele ocurrir. En ‘Me llamo Lucy Barton’, de Elizabeth Strout, un personaje le dice a la protagonista que si quiere ser escritora tiene que ser implacable. Y ella entiende que ser implacable consiste en aferrarse a ella misma, en decir: ésta soy yo. Es lo que he intentado siempre y lo que sigo intentando. Después, cuando tuve que decidirme por una carrera pensé que Periodismo era la que más posibilidades me ofrecía para conocer mundos distintos y para escribir. Así ha sido.
— Ya que su último libro se llama Flores Prensadas, hablemos de las margaritas: ¿por qué ha elegido unos artículos para el libro y otros se han quedado con el efímero honor del periódico donde se publicaron y quizá estén hoy envolviendo bocadillos?
— Las columnas tienen un cordón umbilical que las une a la actualidad. Como son la escritura del instante y están pensadas para ser leídas en el instante, es difícil que se mantengan en el tiempo. Por eso he elegido las que me parecía que todavía perduraban, que suelen ser las que más se alejan de la actualidad en sentido estricto: las que hablan de lo cotidiano, de amigos, de lecturas, de viajes, cosas así.
— ¿Por qué ese título de Flores Prensadas?
— Porque las columnas de prensa son flores de un día y, si se meten en un libro, como ha ocurrido con éstas, se convierten en flores prensadas. Y esas flores prensadas, para ser bonitas e interesantes, deben conservar parte de su color e incluso de su aroma.
— ¿Se es joven o viejo para la literatura con 43 años? ¿Da igual para hombres que para mujeres el umbral de madurez?
— Nada de eso importa. Lo único importante es escribir bien, hacer libros que digan algo, que aporten algo. Y esta pregunta se podría contestar incluso de otra manera, replanteándola con cualquier ejemplo que se nos ocurra: ¿se es joven o viejo para plantar un manzano con 43 años / para hacer un solomillo Wellington / para aprender italiano / para bailar tango? Y, para plantar un manzano o hacer un solomillo Wellington o aprender italiano o bailar tango, ¿da igual para hombres que para mujeres el umbral de madurez?
— ¿Y para el periodismo?
— Lo mismo digo.
— Ha colaborado con medios como La Nueva Crónica de León. ¿Cómo valora la situación periodística en España?
— Como se suele decir, cada uno cuenta la feria como le va en ella. Pero hay que recordar, aunque sea algo sabido, que un periodismo plural es fundamental para la salud democrática de un país. Veamos si no lo que está ocurriendo en China, donde se está protestando con folios en blanco en la mano y con la consigna 404, que es el error que dan las páginas web censuradas por el gobierno. Un periodismo fuerte es necesario y por eso va en detrimento de los propios medios la precariedad laboral de muchos periodistas.
— ¿Resiste mejor el periodismo local los embates de la era digital que los medios generalistas? ¿Por qué?
Más o menos tienen los mismos problemas, cada cual en su escala. El principal siempre es el mismo: cómo financiarse. Pero el periodismo local existirá siempre porque todos necesitamos esa información de lo cercano. Debemos sentirnos concernidos por lo que venga en el periódico.
— ¿Cómo decide que una historia concreta es merecedora del esfuerzo de hacer un libro, algo que suele llevar varios años de tiempo?
— Casi te diría que es como el amor. Se produce un enamoramiento de una historia, de un personaje, de un lugar, y te lanzas.
—¿Cuáles son sus principales referentes, tanto en literatura como en periodismo?
—Hay muchos y siempre van en aumento. Pero por unir la literatura con el periodismo, diré que uno de mis referentes es el trabajo de Leila Guerriero. Me gusta mucho su forma de escribir. Es pulida hasta que casi se le ve el hueso al texto, y a la vez sensorial y sugerente. Guerriero es una maestra y lleva mucho tiempo demostrando que la literatura y el periodismo pueden ser lo mismo.
—¿Cómo define su estilo?
—Eso casi mejor que lo digan los lectores.
—¿Está entre sus proyectos el salto definitivo a la literatura?
—Bueno, diría que ya lo he dado, más o menos.
—¿Ha sido buena la pandemia para la literatura o para la afición lectora?
—Ha habido demasiadas muertes y demasiado dolor como para decir que la pandemia ha sido buena para nada. Ojalá no hubiera ocurrido nunca.
—Participó el año pasado en el Festival Hay de Segovia. ¿Qué impresiones guarda de ese encuentro cultural?
—En el Hay Festival estuve en una charla con Jesús Carrasco. Además de un gran escritor es un tipo muy majo, y creo que mantuvimos una conversación donde se veía la buena sintonía entre nosotros. Espero que eso se notara en el público y que lo que dijimos resultara interesante. El Hay Festival es una cita literaria de referencia y me parece maravilloso que se haga en Segovia. Tiene que haber encuentros culturales importantes fuera de las ciudades grandes.