
El mundo de la cultura ha dicho adiós al fotógrafo que mejor supo retratar la crudeza y la belleza de la calle; figura clave en los retratos urbanos del siglo XX; artista transgresor, y rebelde pero que llenaba de sentimientos sus obras.
El fotógrafo y cineasta estadounidense William Klein, retratista clave de las calles de Nueva York, París y Roma en la segunda mitad del siglo XX, falleció el pasado sábado 10 de septiembre en París a los 94 años, anunció este lunes su familia en medios locales.
Klein, internacionalmente reconocido por sus fotografías urbanas y su trabajo en la moda y el cine, murió “tranquilamente” dejando tras de sí reportajes que marcaron el fotoperiodismo como el libro “Life is Good & Good for You in New York”, dedicado a su ciudad natal, Nueva York.
Como años más tarde pasó con “Los Americanos”, de Robert Frank, el libro fue publicado gracias a un editor francés por el rechazo en Estados Unidos, donde su trabajo no empezó a ser aplaudido hasta los años 80 del siglo pasado.
Su estilo libre, con el que logró que sus instantáneas parecieran tomadas casi por casualidad, empezó a destacar en la década de los años 50 con imágenes que denotan los impulsos y la violencia de la calle y que desafiaron los principios establecidos sobre el encuadre, la iluminación o la nitidez.
Alejándose de los preceptos de la década, Klein se atrevió a provocar a las personas que retrataba, haciéndolas reír o reaccionar ante el objetivo, como ocurrió con una de sus imágenes más famosas, la de un niño apuntando a la cámara con un revolver. “Le dije: ¡Haz el malo!”, contó en una entrevista en Le Monde en 2005.
En la moda, sus fotografías cotizaron al mismo nivel que otros grandes talentos de la época como Helmut Newton, Irving Penn o Richard Avedon, aunque Klein fue mucho más irreverente y duró poco en la industria.
París se convirtió más adelante en su ciudad de residencia, donde este hijo de húngaros judíos, nacido en 1928 en Manhattan, siguió trabajando su interés en el arte y la política, que tuvo cabida también en su cine, en películas como “Who are you, Polly Magoo?” (1966) o su documental “Lejos de Vietnam”.
El cine comenzó como una afición después de trabajar como asistente para Federico Fellini en “Las noches de Cabiria” (1957), durante las cuales aprovechó para retratar Roma, sobre todo su lado menos turístico, ganándose el aplauso también de Pier Paolo Pasolini, que escribió los textos de su libro “Roma”.
“Roma es una película y Klein la ha dirigido”, dijo entonces de él otro director italiano de la época, Federico Fellini.
Su personalidad de agitador le acompañó también en los últimos años, cuando siguió presentado su trabajo por galerías de media Europa despachando, si era necesario, a periodistas y admiradores y hablando sin tapujos de la situación política en su país natal.
“Siempre he hecho lo contrario de lo que me enseñaron… Me hice fotógrafo sin apenas formación técnica. Cuando tengo una cámara en mis manos, hago lo posible para que no funcione correctamente.
Para mí, hacer una fotografía es hacer una antifotografía”. Esta cita abre el post que se escribió y publicó en enero de 2022, nueve meses antes de su muerte ‘William Klein, el ojo rebelde que amó Nueva York tanto como la odió’ en Un blog de Leire Etxazarra. Estos son algunos fragmentos del artículo.
Rebelde en sus palabras y rebelde en sus imágenes. La fotografía no sería lo que es sin William Klein. No sería lo que es… ni de la forma en que lo es. Revolucionó la fotografía de moda sacándola del estudio, dirigiendo a sus modelos en plena calle, fotografiándolas con teleobjetivo, disfrutando y observando con esa mirada divertida, tan irónica y tan suya, las reacciones de los transeúntes que ignoraban la presencia de la cámara. Y es que la calle siempre ha palpitado muy dentro de Klein. Nacido y criado cerca de Harlem, captó como nadie ese Nueva York en el que nadie se atrevía a entrar y mucho menos a mirar: el Bronx, el Bowery… aquellos barrios y sus gentes estaban muy alejados de la ciudad moderna, blanca y de infinitas posibilidades que se pretendía vender.
Pero William Klein ha sido siempre eso, un rebelde, un fotógrafo con un instinto y una particular pulsión fotográfica muy por encima de los convencionalismos y modas pasajeras. Una creatividad, y lo que es más importante, una libertad creativa, imposible de contener.
Su ‘New York’ marcará un antes y un después, un libro en el que el Nueva York de la calle palpita, respira y siente, un trabajo que no es una mera colección de imágenes, que casi se puede secir que se asemeja más a una película que a un libro, en el que, además, las fotografías van acompañadas por textos escritos por el propio Klein. La prosa de Klein resulta tan irónica y afilada como sus imágenes.
Lo que Klein hizo a mediados de los 50 fue utilizar el lenguaje típico de los trabloides, con mucho grano, mucho blanco y negro y su forma directa de mirar al mundo. Él olió la energía de Nueva York y quiso plasmarla en esas imágenes granulosas en blanco y negro, llenas de vida.
Una de las cosas que llama la atención de las fotografías tomadas por William Klein en Nueva York es que en muchas de ellas hay algún sujeto que mira directamente a la cámara. Klein no evita ese contacto, no es el testigo silencioso y distante que era Cartier-Bresson, él es parte de la foto y su presencia es parte de la escena. Es otra forma de entender la fotografía y la relación con el sujeto. William Klein fotografía desde la cercanía, desde un profundo conocimiento de la naturaleza humana, de sus sentimientos, sus miedos, sus sueños… y su vanidad.
Algunas de las fotos del libro son ya auténticos iconos dentro de la obra de Klein en particular y de la historia de la fotografía e general.