
Fue el ingeniero John Logie Baird quien inventó la televisión. Lo hizo en el año 1923. Tres años después (1926), se emitió la primera imagen. Desde entonces, esta vive un continuo proceso de cambio para adaptarse a los nuevos tiempos. Tal es así que, en la actualidad, y de acuerdo con el Catedrático de Historia de la Comunicación Social Julio Montero (Madrid, 1954), “tiene muy poco que ver” con lo que era en 1990. La característica más evidente que demuestra el proceso de transformación que afronta este medio es la creación de “una realidad televisiva que mucha gente confunde con la realidad”. Esto se debe, en gran medida, a uno de sus géneros estrella; los realities show, que “son lo mismo que la realidad, pero son una realidad seleccionada, de lo marginal”, subraya. El también colaborador de ‘El Adelantado de Segovia’ desde hace cinco años analiza estas y otras cuestiones en el libro que publicó el pasado mes de abril junto a las investigadoras María Antonia Paz y Charo Lacalle, ‘La edad dorada de la televisión generalista en España (1990-2010). Programas y programaciones’.
Convertidos con frecuencia en objeto de debate, hay quienes tildan este modelo televisivo de ‘telebasura’, algo que no comparte Montero, quien hace especial hincapié en que los realities “no tienen por qué ser basura, otra cosa es que algunos sean auténtica basura”. Lo cierto es que hace años que algunas cadenas mantienen una firme apuesta por los realities, en detrimento de los programas informativos, en los que cada vez tiene “menos importancia lo que cuentan y más la emoción que es capaz de transmitir la persona que da la noticia”, según el investigador.
Estos contenidos tienen, además, una “gran ventaja” para televisión: su coste de montaje es reducido. De acuerdo con Montero, esto permite ensayar, con poco riesgo económico, un programa nuevo puesto que, si este “funciona bien” y la audiencia lo respalda, se puede ir haciendo más complejo, con más lujo aparente o personas más populares, algo que no sucede con las series: si la audiencia no las consume, la pérdida es mayor.
Un medio en continuo cambio
Montero empezó a estudiar e investigar la influencia de los medios en la vida política y eso le llevó, en primer lugar, a realizar estudios sobre periodismo y política y, más tarde, sobre televisión, política y la representación de la vida a través del cine. De ahí que su experiencia le permita afirmar con contundencia que “los medios siempre han sido un instrumento al servicio de la política”.
En su último libro, el madrileño aborda los nuevos programas que surgieron entre 1990 y 2010, cómo cambiaron los ya existentes, y la desaparición de ciertos tipos de contenidos, como los programas infantiles y “casi” los toros, de las cadenas generalistas de televisión. En el caso de los “emergentes o novedosos”, estos se construyeron alrededor de los realities. “Se produce un empuje muy fuerte de un tipo de programas que ya existían antes, pero que cambian radicalmente: las series de ficción de televisión”, explica. A su vez, se realizaron modificaciones significativas en los informativos, en los que la información pasó a convertirse “cada vez más, en un espectáculo”.
“Durante ese periodo, la televisión fue el medio de comunicación más influyente con gran diferencia”, sostiene Montero. En 1990, solo dos cadenas de ámbito nacional, La 1 y La 2, se repartían toda la programación. Tiempo después, entraron en juego las privadas y, con ello, la producción televisiva y las horas de emisión en España se multiplicaron.
En 2010, se produjo un nuevo cambio; las cadenas generalistas perdieron peso a favor de las plataformas y de la televisión previo pago, en la que el espectador decide lo que quiere ver. “Estamos en una época de televisión bajo demanda, más que por emisión”, asegura Montero.
Uno de los capítulos del libro enumera las conclusiones extraídas tras la realización de una encuesta y la organización de un grupo de discusión, en los que los participantes tenían que valorar si era mejor o peor la televisión de 1990 que la actual. De acuerdo con los resultados, la mayoría afirmó que era mejor, “pero lo que ocurre en realidad es que se lo pasaban mejor porque eran jóvenes y asocian como bueno algo que tiene que ver con su juventud”, explica Montero.
Un futuro asegurado
Los expertos ya advierten de que la televisión del futuro no solo será un emisor de contenidos, sino que es posible que su función vaya más allá y se convierta en un centro de control que permitirá un acceso directo, a través de Internet, a buena parte de los aparatos eléctricos de la casa.
“Si la televisión se entiende como una pantalla que está perpetuamente encendida en un hogar, tiene muchísimo futuro”, alega Montero, al tiempo que declara que esta compartirá el interés con otras pantallas -la del ordenador o el móvil. Así, confía en que la gente se irá acostumbrando a consumir contenidos en diversas pantallas “en función de dónde estemos nosotros y del tipo de producto”. Por tanto parece que, en contra de lo que algunos creen, y al menos de momento, la historia de la televisión no se aproxima a su capítulo final.