Mario Camus.
Mario Camus.

Un hombre en la orilla de un río, pensativo. Créditos. Una película de Adolfo Aristarain, para mí la mejor y más importante de las suyas: “Roma”. Está escrita por Aristarain, Kathy Saavedra y Mario Camus. Ese apellido, Camus, me lleva con los signos de un gran cineasta (ya en ese instante sé que lo es) … … me llama desde otro mundo.

Ando desanimado. Errático, oscilo entre pelear o dejarme llevar por el malestar. Es todo una maraña y soy perezoso. Pero no todo está perdido; puedo intentar escribir, agarrarme al timón de lo escrito, viajar en la imaginación, un viaje hacia mi amigo Mario Camus, cineasta desaparecido, pero que sólo lo está aparentemente, porque su fantasma está bien presente. Quiero recordarle y luego poder leer lo que he escrito, luchar con mi desmemoria. Mario rápidamente me da instrucciones: “No hay que pedir ayuda, hay que ponerse a trabajar y ya está”.

El viaje es confuso, no tengo confianza en mí mismo. Inicio un viaje en coche, con mi amigo Carlos Gracia. Yo no sé conducir. Nos perdemos, pero finalmente llegamos a Ruiloba, al barrio de la Iglesia donde Mario vive. En su despacho nos recibe la maqueta del barco “Spray”, aquel con el que Joshua Slocum dió la vuelta al mundo en solitario. Abro ahora el libro de Slocum, editado por Austral, y leo un fragmento: “Leí los nombres de otros muchos barcos. Copié algunos de ellos en mi diario. Había otros que eran ilegibles. Muchas de las cruces estaban carcomidas y caídas… y faltaban otras. El aire se hallaba sobrecargado de tristeza, y para arrancar de mí aquella sensación deprimente, volví a bordo con ánimo de distraer el curso de mis ideas absorbiéndome en los pormenores de mi viaje”.

Los pormenores marineros de Slocum son nuestros pormenores de viaje. Hemos de estar a ellos decididamente. Para mí los nombres de esos barcos son los nombres de mis amigos cinéfilos y cineastas. Recordarles, evitar que esos nombres sean ilegibles. Lo hago con mi lápiz.

Con Mario.
Con Mario.

En la casa de Mario en Ruiloba, además de la maqueta del “Spray”, hay cientos de libros. Yo diría, a ojo, que en esa casa rural hay quizá tres mil libros o más. Y piletas de películas.

Pregunto a Carlos que calificativo daría al cine de Mario Camus y me responde con el siguiente: “formal”. Es decir, que cumple con los requisitos establecidos.

No me convence y después de pensarlo mucho, pienso en un diálogo de su guión “Afectos”, del cual extraigo mi definición del cine de Mario Camus: “Cine de cristales rotos”:

“ANDRÉS: Se supone que yo pude elegir la vida que quería… Tuve otras posibilidades pero de todas me quedé con esta y es una decisión de la que nunca me he arrepentido. Ni un solo minuto… Hablar de razones o contar los horrores que contiene este mundo no tiene sentido ahora… Yo formo parte de un grupo numeroso de personas que está volcada hacia una parte de la humanidad que camina sobre cristales rotos… ¿Usted recuerda eso?

PRESENTADOR: No… ¿Qué es?

ANDRÉS: Luis Cernuda… “Para unos vivir es mirar al sol frente a frente; para otros vivir es pisar cristales con los pies desnudos”…Es un resumen de la situación… Hay seres humanos que necesitan ayuda… No tienen medios ni siquera para pedirla, pero la necesitan… Hay personas que estamos esperando la oportunidad de acudir a prestar su favor a los que la necesitan… Eso es así de sencillo…”.

Los depredadores humillan y aplastan a otros seres, como ese terrorífico señorito Iván (y los que le rodean) de “Los santos inocentes” (quizá la mejor película de nuestro cine y quizá de todos los cines). Todos esos seres que pisan cristales rotos son constantes en el cine de Mario Camus. Puede ser la anciana de “El prado de las estrellas”, el niño perdido de “El color de las nubes”, los guerrilleros de “Los días del pasado”, el Frederic De Pasquale que pierde la esperanza en “Los pájaros de Baden Baden”, los actores de “Los farsantes” o Antonio Gades perseguido en “Con el viento solano”. El depredador puede ser incluso tu propio padre, como en el guión de “Historias de la bahía”, que no pudo rodar. El depredador es el padre. ¿Podrá el hijo enfrentarse a él?:

“JUAN: Yo creo que te dedicas a ganar… Dinero sobre todo… Y poder, poder que compartes o no, según te da… También pierdes otras cosas… Mi opinión, por ejemplo… Decirle a Nina que no te gusta su trabajo, es como una broma… El tuyo, si es que es trabajo, es repugnante…

VEGA: Eres un ignorante y un necio… No sabes de lo que estás hablando…

JUAN: ¿Por qué? ¿Por qué no me creo que vosotros llevéis el peso del mundo con soltura y con inteligencia?… Yo, en todo eso, sólo entiendo chanchullo, mentira, engaño total, farsa global, conocimiento escaso de lo que ocurre a vuestro alrededor, fracaso y desastre general… Es como si os hubieran confiado la tarea de llevar las cuentas del mundo entero y sacarlo adelante y hubiérais respondido enriqueciéndoos hasta el hartazgo y enriqueciendo a vuestros amigos a la vez que disfrutáis del poder en la sombra… Sin que nadie sepa en que consiste el trabajo; tenéis todo el dinero del mundo que procede de la usura, de favores aquí y allá, de ventas y reventas que se llevan por delante empleos, sueldos, personas y países enteros… Montáis el circo de los Consejos de Administración donde se reparten beneficios millonarios sin que se hable de trabajo alguno y donde se coloca o se corrompe al que pueda estorbar o denunciar todos los manejos…”

Los santos inocentes.
Los santos inocentes.

Hay que luchar decididamente con los depredadores, nos dice el cine de Mario Camus. Hay que unirse frente a ese capitalismo salvaje, frente a la deshumanización, frente al dar la espalda. El dinero lo destruye todo, absolutamente. Y cita a su admirado Pío Baroja: “El dinero sólo genera putrefacción”.

Mario se refugia en sus tres mil libros de Ruiloba, en Conrad, Stevenson, Baroja o Jack London. Le pregunto por los libros de Manolo Marinero y me señala uno de los estantes junto a su mesa de trabajo: “los tengo todos”. Incluyendo una copia quizá única de “Technicolor antaño”. También está Yeats, con retrato incluido, está Henry James, Lowry, Le Carre, Kerouac, Goodis… …. Está Ignacio Aldecoa y siempre muy cerca Claudio Rodríguez.

Cita a Rodríguez y lo apunto: “… de mí, de estos amigos, (…) de nuestros días idos, de nuestro tiempo acribillado, hay que sacar la huella, aunque sea un trazo tan solo, un manchón lóbrego de sombrío pulgar…”.

La huella de mis amigos, pienso, de mis amigos escritores y cineastas, como Mario Camus, Manolo Matji o Adolfo Aristarain. Les necesito cerca. Necesito su cine cerca. Necesito escribir sobre ellos.

Estamos bañando al perro de Mario, Lucas, que anda bastante guarro, y de repente una mudanza, un viaje que no se detiene. Estoy alojado en Liandres, un pequeño paraíso, una belleza, y acudo rápido a Ruiloba. Por la noche, insomne, leo su magnífico, épico guión de “La bandera”, escrito con Adolfo. Leo “Afectos”. Esa casa biblioteca se va a desmantelar. Camus volverá a su lugar de nacimiento, a Santander, a un pequeño apartamento en el que sólo puede guardar unos pocos libros, y los retratos queridos como los de Stevenson y Aldecoa. Y por supuesto la maqueta del “Spray” de Joshua Slocum. Pero no se acostumbrará a ese apartamento y sólo le queda uno de sus tres perros.

Los días del pasado.
Los días del pasado.

Camino por el Sardinero. La luz es tenue. Allí vive, cerca del campo del gran Racing de Santander, aquel equipo que tantos años antes fuese el refugio de Raf Vallone en “Volver a vivir”.

Quiero aprender a vivir. No sé como vivir, como el Raf Vallone de “Volver a vivir” y como el Martín Lobo (Federico Luppi) de “La vieja música”. Lobo vive en la soledad abrumadora, en la desolación. En Lugo entrena, enseña baloncesto en el Breogán y guarda secretos. Y para iniciar esa historia, Claudio Rodríguez: “Sigo. Seguir es mi única esperanza. Seguir oyendo el ruido de mis pasos”.

Escucho esos pasos, mis pasos. Hablo un rato con Mario y al atardecer me retiro. Paseo, veo a jóvenes jugar al voleibol en la playa. Ríen. Pienso si acercarme un rato a Mataleñas, un lugar mágico. Al final me retiro al hotel junto al mar, el Chiqui. Está a sólo unos minutos de Mario. Quiero estar cerca de él, detener el tiempo, escuchar su voz.

Viene a mi memoria José Hierro, que aparecía en aquel documental de Mario de finales de los sesenta, dedicado a la bahía de Santander. Hierro decía que la bahía era el corazón de Santander.
Entonces busco en mis papeles un fragmento de “Historias de la bahía”, la que debió ser su última película pero para la que no consiguió financiación. Hubiese sido un tesoro para el cine. El corazón de su cine. Quién sabe, quizá algún día un cineasta encuentre ese guión y lo filme.

“BAHÍA DE SANTANDER.- EXT.- AMAN.- 19.

A las nuevas imágenes que pretenden mostrarnos la ciudad donde transcurre esta historia, les precede el sonido del mar bronco y profundo. Después descubrimos la entrada a la bahía, el contorno de la península de la Magdalena, la isla grande y las pequeñas rocas donde baten las olas, el interminable arenal donde se sitúan las Quebrantas, las montañas que se asoman en el horizonte frente a la ciudad, y la ciudad misma recostada en la ancha colina, los muelles, el puerto, los pueblos orilleros enmarcados entre los árboles, la larga columna de barcos pesqueros atracados junto a las casas, los lejanos astilleros, la silueta del puente…”

Dijo Paco Ibáñez que “la dictadura, hoy, es la de mantener a la gente en la ignorancia”. Necesito maestros, entrenadores como los de “El prado de las estrellas”, “Volver a vivir” y “La vieja música”. Los necesitamos tanto. Necesitamos a Mario Camus.

Entonces abro “Apuntes del natural”, el libro de Mario que me regaló. Leo la dedicatoria: “A Sergio, fiel amigo de mis películas, de mis amigos, de mis libros y amigo mío”.

Hojeo el libro y procuro remontar el río del tiempo, voy a dar con el cuento “El entrenador”. Hay un fragmento marcado: “(…) Dice que no hay que renunciar a nada, que estamos preparados para hacer grandes cosas y que oír música, tener curiosidad por todo, seleccionar las lecturas, escuchar al que tenga algo que decir y no perder el tiempo, es la manera correcta de proceder”.

En el Chiqui ando inquieto, no duermo. Me levanto y abro la ventana. Hay oleaje en la playa. Pienso que todo pasará y no quedará nada de mi viaje. Estas líneas serán un puro y vago recuerdo. De nuevo me invade la desmemoria y mis carencias, mi escritura apresurada, disparada, la ansiedad, la tristeza.

La colmena.
La colmena.

Se me acaba el tiempo, el viaje. Rápidamente copio los “Afectos” de Mario Camus:

“63. (FLASH BACK) HABITACIÓN. INT. NOCHE.

Antonia, adolescente, en la cama, escucha la voz del hombre sentado cerca de ella. Están a oscuras y el hombre es una silueta y una voz baja y profunda. La adolescente pone toda la atención y mantiene los ojos abiertos.

PEDRO:

“Crecer supone no dejar de moverte hacia adelante, seguir andando y enfrentarte con cosas nuevas que no conoces y que nadie sabrá explicarte bien.

Porque es mentira que los padres podemos enseñar todo a los hijos… Enseñar un poco y también aprender de ellos y encontrar cosas nuevas que descubrimos al tiempo. Así te verás avanzando sin pausa… A veces te quedas parada, quieta, sin saber a donde dirigirte… Si pudieras observarte desde la altura verías que ocupas el centro de un complicado laberinto… Ya has crecido… Tienes varios caminos a seguir… No quieres pedir ayuda porque sientes que elegir por donde quieres andar es algo que te corresponde decir a ti… (tachado: sigue, te dice una voz, sigue…) Buscas algún sitio que diferencia un camino de otro… Una estrella, un árbol, la forma de unas nubes, pero no encuentras nada… Finalmente echas a andar y tú sola te enfrentas con lo desconocido… Yo sólo puedo pensar que las cosas que has aprendido y sigues aprendiendo te sirvan y desearte toda la suerte que pueda haber en este mundo…”.

Maqueta Spray.
Maqueta Spray.