
A levante del Acueducto no había plaza y, cuando se logró, durante mucho tiempo nadie supo muy bien qué hacer con ella. Los segovianos la llamaron Plaza Oriental, por eso de la orientación, que tampoco, pero el Ayuntamiento oficializó el nombre de Plaza de la Artillería.
El Acueducto empequeñece cuanto está en su entorno, pero si el viandante presta atención podrá ver cosas, no sólo llamativas en sí mismas, sino capaces de dar otro aire a esas viejas piedras que el genio romano ordenó en esa magistral serie de pilares y arcos.
Vamos con la historia. Al entrar el siglo XIX, todos los huecos de la parte baja del Acueducto estaban cegados con construcciones modestas, menos dos, que eran los que se utilizaban para que circulasen personas, animales y carruajes. Y un día, uno de estos últimos, ocupado por la embajadora de Suecia volcó por culpa de la estrechez de la vía. El accidente fue un aviso bien atendido por la municipalidad que dio comienzo a un proceso de derribo que sólo concluyó cuando se dejaron expeditos los arcos y se abrieron calles a ambos lados del monumento, algo que, además de mejorar la circulación también facilitó la visión completa de tan rara e insólita obra.
Martín Rico, gran paisajista, nos dejó una preciosa acuarela en la que podemos ver como estaban los barrancos que conducían hacia San Lorenzo las aguas que bajaban del norte y oriente de la ciudad. Las del norte y oriente porque las del sur y poniente iban hacia San Millán. La que sigue es una observación que no creo haya sido escrita por nadie hasta ahora: los romanos, desde que metieron el Acueducto en la ciudad le hicieron seguir justo por la divisoria de aguas que van a los ríos Clamores y Eresma, algo que es muy fácil seguir en el último tramo aéreo, donde las que caen en la Plaza del Azoguejo van hacia el primero y las que caen en la Plaza Oriental discurren hacia el segundo.

Tras un largo y laborioso proceso de obras, la plaza de levante quedó tal como puede verse en una fotografía firmada por Fernando París (Paraví).

Las casas se separaron del monumento aunque a partir de éste, que no se ve por estar a la derecha, la superficie edificada siguió siendo muy densa: en primer término están los tejados de las primeras casas de las calles San Juan y Gascos; luego, el bloque donde se localizaban el bar Turia y la carbonería de Soldado; detrás, la estación de autobuses en la que tenían su parada los que venían de la Sierra; y encima, la calle Ochoa Ondategui con la que durante muchos años se conoció como Casa Amarilla. A nadie le gustaba su aspecto y la Dirección General de Bellas Artes, el año 1946, dedicó el Concurso Nacional de Arquitectura a un Proyecto de Plaza de Acceso al Acueducto de Segovia, al que se presentaron seis propuestas. Casi todas coincidían en que había que aumentar la superficie de la plaza con más derribos, en practicar desmontes y rellenos para igualar el terreno y en utilizar la vegetación para eliminar quiebros violentos. Pero no se hizo nada.

Fue en una siguiente fase de obras cuando se derribó todo. Y sin que nadie fuera capaz de adivinar lo que habría de venir, el espacio se macizó con escombros y cemento, logrando la amplia plaza que hace incomparable la vista del gran monumento pero… Hubiera podido conseguirse un aparcamiento subterráneo bastante capaz, pero en aquellos momentos nadie pudo ni siquiera imaginar que algún día Segovia fuera a tener necesidad de aquella infraestructura que tan bien hubiera venido.
Quedó un espacio destartalado y sin límites muy precisos, recipiendario del tráfico procedente de varias calles y de dos carreteras no muy separadas, que como ya pasó en los años cuarenta, no pareció gustar a nadie por lo que se abrió una nueva convocatoria que aportara ideas, esta vez por parte del Ayuntamiento. Si el concurso abierto por la Dirección General de Bellas Artes no sirvió de nada, el propuesto por el Ayuntamiento no fue otra cosa que un gasto inútil, algo que muchos sabían que iba a ocurrir.
Pero las obras continuaron. Y siguieron haciéndose reformas y añadidos, pendientes, sobre todo de las vías de comunicación, algo que se aprecia bien en otra fotografía en la que se ve el Acueducto y, delante, un cartel colocado para indicar la dirección que había de seguir el tráfico de las vías del lado izquierdo, calle Ochoa Ondategui y avenida Padre Claret, y del derecho, calle San Juan y carretera de Boceguillas.

Se derribaron bastantes edificios. Por el lado izquierdo, la casa Amarilla y siguientes hasta la gasolinera, incluyendo una casona que había conservado las columnas de un patio renacentista. Por el lado derecho cayeron todos los de una de las aceras de la Calle San Juan y unos servicios públicos, estos sustituidos por un pequeño jardín con el que se cerraba la pradera que se sembró paralela a los arcos hasta que estos daban con la roca sobre la que se apoyan los cimientos de la muralla; también se abatieron los que formaban la embocadura de la calle Gascos, que quedó cortada por una escalera abrupta, prácticamente impracticable para muchas personas. Se allanaron dos pequeñas explanadas a ambos lados, habilitadas para aparcamiento de motocicletas. Por el lado del Cerrillo se construyeron pretiles de separación y escaleras de acceso y se comenzó la construcción de un edificio de varias plantas que no pudo concluirse porque una fotografía publicada en la prensa nacional hizo ver que aquel era como un atentado contra el Acueducto. Por el lado de la calle San Juan se trazó un jardín que ocupó el talud que desde ésta bajaba a la plaza.

Y en esas se andaban cuando llegó el año 1974 y alguien tuvo la genial idea de celebrar el Bimilenario del Acueducto. Se sabía que la fecha resultaría difícil de creer pero todo el mundo la creyó, incluyendo las autoridades locales y las nacionales. Y hasta Roma, que a lo de las fechas no dio ninguna importancia, envió a Segovia a su embajador con un hermoso regalo, la copia en bronce de la Loba Capitolina amamantando a los pequeños Rómulo y Remo.

¿Dónde colocar tan bonito regalo escultórico? En el talud resultante de haber eliminado el comienzo de la calle Gascos y rellenado el vacío hasta su unión con la calle San Juan, se había trazado un pequeño pero lucido jardín que venía bien para el intento. Se acondicionó, se colocó el pedestal para la estatua enmarcado por dos cipreses y todo quedó bien. Sólo fallaron las letras, que se pusieron de bronce y que los desaprensivos robaron en varias ocasiones, hasta que se grabaron en piedra: Roma a Segovia en el bimilenario de su Acueducto MCMLXXIV. Intercalados entre el césped, unos años salvias, otros geranios o pensamientos, embellecen la bonita mentira histórica.

Hoy, el tráfico rodado impone su dictado, en el centro de la plaza se ha trazado una rotonda que se ajardina todos los años con flores de temporada. No sé si los conductores dirigirán hacia ellas su mirada. Yo, sí las miro.
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* Supernumerario de San Quirce
porunasegoviamasverde.wordpress.com