Escaparate de la librería Cambra en el popular barrio de El Carmen. Sergio Plaza Cerezo.
Escaparate de la librería Cambra en el popular barrio de El Carmen. Sergio Plaza Cerezo.

En busca de una cristalería, llegamos hasta los confines de la ciudad de Segovia. El maestro vidriero, natural de Bernardos, afirma que el pedido podría estar listo en apenas media hora. Había tiempo para tomar café; y nos encaminamos a la calle paralela, más principal.

En aquel medio día de una jornada estival, derretidos por un sol de justicia, apareció una librería, cuyos cestillos apostados en el exterior, repletos de libros saldados, atrajeron a este paseante cual golosina, auténtico panal con miel. Todo un oasis, físico y mental, inclusivo de toldo protector frente a la calorina extrema, dentro de aquel páramo donde la ciudad vacía se nos revelaba con toda su crudeza. Un templo urbano que, a pesar de su modestia, almacenaba conocimiento. ¿El azar depararía algún título sorpresivo? Solo había que echar un vistazo. La liquidación por jubilación, inmediata, era razón para almoneda única, símbolo de un final. Ejemplares a un euro; otros a tres euros, con posibilidad de adquirir 4 por 10 en el caso de los volúmenes colocados en una mesa del interior.

El librero Florencio acumula las vivencias de sus 65 primaveras; y clausura el local tras 38 años al pie del cañón. El cierre se extiende a la sucursal cercana, atendida por su esposa durante dos décadas en el mercado de La Albuera. En el primer caso, se ha intentado el traspaso, fallido. El cierre de una librería siempre resulta triste: “¿les da pena?, pregunto. Él dice que no, ante sus grandes esperanzas para la etapa a estrenar. Tendrán cabida actividades placenteras, tales como caminar por la sierra; eso que los vascos llaman “ir al monte”. “¿No se ha planteado retrasar este momento y seguir en la brecha?”, inquiero. Y, contundente, replica que podrá tener todo el tiempo que le dé la gana. Cierta duda aparece en el rostro de la mujer, para quien estas jornadas de despedida han sido como estar de vacaciones; pero, no descarta que la nostalgia llegue en septiembre, tras la excursión planeada a Sevilla.

El librero ejerce como embajador de su barrio; y refiere al forastero que Pascual Marín, antiguo gobernador civil, levantino y otorgante del nombre de la calle en la que nos encontramos, fue promotor en Segovia de la colonia fundacional de La Albuera. “Como esto era casi un manantial”, el entorno recordaba a la Albufera. Mi madre recuerda haber visto, paseando por Segovia, al alto funcionario. Un hombre alto, fuerte, rubio y con el pelo rizado.

Pascual Marín es vía pública bastante apagada: dos mesones con estética “retro”; un servicio técnico de reparaciones; y el local cerrado de una cooperativa de viviendas completan el elenco de usos no residenciales. Por lo visto, antaño había más trasiego; pero el declive se inició tras la apertura de la calle que llaman de las Hermanitas de los Pobres.

Me gusta el conjunto arquitectónico, génesis del barrio de La Albuera. Sus edificios de una o dos plantas erigidos en los años cincuenta del siglo XX resultan coquetos. El plano de damero con bocacalles secundarias en cuesta refleja buena ordenación, frente a tantos desaguisados del urbanismo desarrollista de la época. En algunos casos, ciertas asimetrías permiten visualizar una especie de torreón en la altura superior.

Mi interlocutor relata que los propios vecinos edificaron con sus propias manos estas viviendas por la noche; mientras, de día, se procuraban el jornal. Paralelismos con la trama de “El techo” (1956), film neorrealista de Vittorio de Sica ambientado en la Italia de posguerra. Historias universales de la intrahistoria.

La utilización frecuente de piedra como material de construcción otorga aires serranos a esta colonia, catalogable como pintoresca; mientras, la extracción rural predominaba entre los pioneros. Florencio me dice que, a su llegada (1985), se trataba de un barrio joven; pero, no ha tenido relevo generacional.

En cualquier caso, La Albuera no integra la “Segovia vaciada”. Por el contrario, se han asentado inmigrantes. Según descendimos del coche, camino de la cristalería, los miembros de una familia marroquí son las primeras personas que vimos. Algunos vecinos latinoamericanos han llegado a ser buenos clientes de la librería.

Escaparate de la librería Cambra tras su cierre.
Escaparate de la librería Cambra tras su cierre.

El regente asegura que se esforzó todo lo posible por promover la lectura; pero, “esto era un barrio”. Por ello, tuvo que aprender a diversificar el negocio, con sección de papelería, si bien no demasiado especializada. Se distribuía prensa hasta hace dos meses; y una campaña lanzada por “El País” para captar suscriptores fue muy exitosa en los inicios del siglo XXI. Muchas personas venían con un cupón para recoger su ejemplar. Le escucho; y aprendo también sobre cuestiones más generales de Segovia. Me comenta que, tras el cierre de la fábrica de FEMSA –componentes de automoción-, abrieron numerosos pequeños comercios.

La librería Cambra ha sido centro neurálgico y logístico del barrio hasta el último día, con su administración de loterías incluida. Enclave pionero para recogida de paquetes de Amazon y similares. Un señor altísimo llega a por su pedido. Cuando me dice que corresponde a Zalando, aquellas palabras germinan en reloj de arena. Una alumna alemana de máster hizo su exposición en la asignatura sobre el estudio de caso de esa tienda de ropa, berlinesa y virtual. Por aquel entonces, se trataba de una marca desconocida en España; pero, ahora ya es famosa. La muchacha, muy buena estudiante, siempre llegaba la primera al aula. Según me dijo, consideraba vergonzoso entrar más tarde que el profesor. Estos pequeños detalles ayudan a explicar la fortaleza de Alemania.

Una señora quiere hacer fotocopias; y, al encontrarse con la máquina retirada, exclama sorprendida: “así que te vas, ¿es cierto?” Este vacío deja tristes a muchos vecinos. Lloviera o hiciera calor, Florencio y señora siempre estaban allí, con dos sedes de un establecimiento que vertebraba a la comunidad. Una madre accede con su hijo; y la librera interroga al marido: “libros ya no, ¿verdad?”. Se refiere a los libros de texto, tan relevantes para un comercio de estas características en un barrio. Pregunto a una chica en el interior del local si es clienta de toda la vida. “Mis padres”, responde con simpatía. Y recuerda cómo, en el pasado, “todos los septiembres” le compraban este material escolar.

Según Florencio, la venta de manuales para los diversos niveles académicos –primaria, bachillerato y formación profesional- ha sido parte principal del negocio. Los meses de septiembre, octubre y noviembre eran los más fructíferos, debido a este factor. El resto del año había que ser “hormiguitas”; pero, escucho las palabras “salimos adelante”, pronunciadas con la satisfacción del deber cumplido. En los últimos tiempos, las reservas para el próximo curso se habían adelantado hasta el mes de junio. Los mejores años del establecimiento fueron entre 1990-2006.

Las novedades editoriales más recientes todavía inundan los estantes, desde un libro sobre la actualidad política de España, firmado por un periodista muy conocido, hasta el título policiaco “Delito”, cuya portada atrae al visitante con el madrileño Edificio España. Varias novelas históricas completan el panel. Por allí, también aparece un volumen más antiguo de Harry Potter, testimonio de globalización anglosajona. Las mujeres mayores de 40 años han sido las principales lectoras del barrio. “Cuando había que hacer un regalo, nunca faltaba un libro”, me transmite el comerciante.

El librero confiesa que no es tan buen lector como querría; pero, en los últimos tiempos está leyendo más. Le recomiendo un libro naranja de la colección Austral que tiene repetido. La biografía escrita por Gregorio Marañón sobre el Conde-Duque de Olivares. Allí se recoge una instantánea cinematográfica: las reuniones de Estado, mantenidas por el valido de Felipe IV con sus consejeros dentro del carruaje en movimiento por las calles de Madrid. Prevención frente al espionaje.

Adquiero numerosos libros saldados: aprendizaje de títulos que desconocía. Temas desde el ámbito internacional al local. La biografía de referencia dedicada al periodista estadounidense Walter Lippmann; “Cartas a un joven artista”, sobre la clase creativa de Nueva York; una obra que recoge la historia de Radio Segovia durante el periodo 1983-1995; etc. Al seleccionar una novela de Delibes, Florencio manifiesta su admiración por el autor vallisoletano. El hombre tendrá el detalle de obsequiarme con varios marcadores de páginas, objetos tan preciados para mí. Siempre lamentaré no haber adquirido un tomo de Zipi y Zape, personajes ausentes desde mi niñez. Aquella escena, cuando mandan a su perro que hiciera los deberes escolares.

“¿Cómo te apellidas, Florencio?”. Y el segoviano de ojos azules, natural de Carbonero el Mayor, responde con sentido del humor: “Santos Galán; Santos por lo bueno y Galán por lo guapo”. Su mujer es de Mozoncillo; y, no resulta necesario preguntar cómo se conocieron. “Yo era un saltimbanqui”, afirma risueño el cónyuge al evocar su querencia juvenil por las fiestas de los pueblos vecinos. ¿Cómo iniciaste esta andadura?, pregunto. “Trabajaba en el negocio familiar –bar y estanco- de Carbonero; pero, quería independizarme”. Y, un buen día, la lectura de “El Adelantado de Segovia” inclinó la balanza hacia un destino profesional. Aquel anuncio relativo al traspaso de la librería, clasificado en la última página del diario, fue paso decisivo.

La conversación prosigue, camino de la gran cuestión del ser o no ser: la vida en un hilo, como el título de la película (1945) de Edgar Neville. En caso de haber podido profetizar el futuro, con la información de la que hoy dispone, ¿habría vuelto el señor Santos a responder de forma favorable al anuncio que le posibilitó una biografía libresca?”. Sin dudarlo, seguro de sí mismo, responde que “a la vista está”. Un hombre satisfecho con su pasado: no es poco.

Placa de la calle de Pascual Marín donde estaba ubicada la librería Cambra.
Placa de la calle de Pascual Marín donde estaba ubicada la librería Cambra.

Le digo al segoviano que ha tenido una buena vida, máxime cuando el matrimonio reside en las cercanías. La frase “he echado muchas horas entre estas cuatro paredes y he tenido muchas preocupaciones” expresa un pequeño lamento en el personaje entrevistado.

Sigo dando la lata, máxime aquel día en que mis anfitriones concluían a dúo el último inventario. El aprendiz obsesivo de reportero pide que le cuenten una anécdota sabrosa. ¿Será considerado un pesado? Y resulta que, una vez, cuando todavía se celebraban en el barrio las Fiestas del Carmen, se dejaron la puerta del establecimiento completamente abierta; pero, no pasó nada. Por el contrario, hasta en tres ocasiones, sin festejo alguno, hubo robos con rotura de luna y forzamiento de verja.

El fundador bautizó a la librería primigenia con su segundo apellido: Cambra. Un catalán que vivió con su madre en el barrio del Puente de Hierro. En tanto hubo interregno con algún librero secundario entre ambos protagonistas, Santos Galán y el primero de la saga no llegaron a conocerse. Mi imaginación vuela: la llegada de un señor de Barcelona a aquellos barrios de Segovia no deja de resultar un enigma. Por cierto, ¿algún lector conoció al señor Cambra?

En la mañana del sábado 26 de agosto de 2023, vuelvo al local. La placa con el rótulo emblemático ya no está, lo mismo que la nota del escaparate en la que rezaba “última semana”. Estanterías, libros y objetos varios han sido evacuados. Los libreros están a punto de echar la llave por última vez. Me retraso; pero, llego a tiempo, antes de la finalización de la historia de este enclave.

Espero a que finalice su conversación por teléfono móvil; y hablo un minuto con Florencio. Por vez primera, pronuncia el nombre completo de su antecesor, mentor imaginado, desconocido, ausente. Si en algún momento pasado se hubiera producido el encuentro entre ambos, habría sido tan memorable como el abrazo de Bolívar y San Martín en Guayaquil.

Regreso al cabo de unos minutos, tras tomar algo en el mesón El Rescoldo. Y ya no queda señal alguna de la librería del barrio, salvo un letrero donde figura, escrito a rotulador, “cerrado por jubilación”. Reina el vacío; pero, la Física Cuántica nos enseña que el vacío no es lo que parece. Si bien todo tiene fecha de caducidad, siempre quedará el recuerdo.

El ciudadano Florencio Santos Galán ha sido un adelantado de la cultura en el barrio de La Albuera. En aquella primera jornada abrasadora a finales de julio de 2023, la calle de Pascual Marín, carente de transeúntes, se me antojó poblado fronterizo del Lejano Oeste. Como Gary Cooper en “Solo ante el peligro” (1952), el librero segoviano también contribuyó a que su ciudad fuera mejor.