Los primeros años en Segovia de Antonio Machado

El 27 de noviembre de 1919 El Adelantado de Segovia saluda la llegada a la capital de Antonio Machado: “Mucho celebraremos que encuentre grata su estancia en esta vieja ciudad castellana, donde seguramente hallará motivos de inspiración el genial poeta”.

Ese mismo día, La Tierra de Segovia, periódico fundado por Segundo Gila en colaboración con Feliciano Burgos en mayo de ese año, hace lo propio y expresa su esperanza —a la postre no correspondida en la proporción en que se esperaba— de que Segovia fuera la segunda Soria del poeta. Fue La Tierra un diario de alta calidad, que venía a enriquecer el panorama de la prensa diaria segoviana una vez que el Diario de Avisos de Gregorio Bernabé Pedrezuela dejó de publicarse en 1916, fundiéndose con El Adelantado. El periódico tenía a Burgos como director, y en él participarían, a lo largo de esta Edad de Plata de la cultura segoviana, Blas Zambrano, Gregorio Marañón o, incluso, muy puntualmente, el propio Machado.

El 1 de diciembre Machado toma posesión como catedrático de Lengua francesa en el Instituto General y Técnico —hoy Mariano Quintanilla—. Poco después, el 3 de enero, una Real Orden le acumula al poeta la cátedra de Lengua y española, incrementando su sueldo en dos mil pesetas anuales.

Al día siguiente de su incorporación al Instituto, La Tierra de Segovia —2 de diciembre— le dedica toda la primera plana del periódico. Hacen de introductores del escritor dos personas que estarán estrechamente ligadas a Machado en el tiempo: José Tudela, archivero de la delegación local de Hacienda —más tarde marchará a Soria—, el acompañante con quien viajó a Segovia el 26 de noviembre y quien le buscaría la pensión de Luisa Torrego, en la Calle de los Desamparados; el otro escritor, que utiliza la carta personal como bienvenida periodística, es Marceliano Álvarez Cerón, que en 1928, junto con Julián María Otero, fundaría la revista Manantial. No se puede entender la posterior trayectoria de Álvarez Cerón sin atender a los criterios estéticos del Machado de la época, tanto en la adopción de la forma romance como en la filosofía popular que subyace en sus coplas y proverbios, muy al estilo del Juan de Mairena. No sería muy aventurado decir que la estrella de Antonio Machado va dejar su estela durante su estancia en Segovia en la poesía de tres jóvenes: Álvarez Cerón, Alfredo Marquerie y Francisco Martín y Gómez. Este último, un escritor y periodista no siempre suficientemente ponderado.

Tertulia de San Gregorio Barral Machado Torreajero y Otero
De izquierda a derecha: el escultor Emiliano Barral, Antonio Machado, el pintor y caricaturista Eugenio de la Torre (Torre Agero) y el escritor Julián María Otero. Fotografía obtenida por el ceramista Fernando Arranz en la terraza de su taller en Segovia, hacia 1923.

Las expectativas ante la llegada del poeta eran grandes en Segovia, y ya se perciben desde el primer momento. ‘Se puede señalar el día de ayer‘, escribe José Tudela en referencia a la toma de posesión en el Instituto, “como una fecha histórica en los Anales segovianos, como lo fueron igualmente los días en que Daniel e Ignacio Zuloaga se afrontaron con esta encantadora ciudad, porque han contribuido, como Machado contribuirá, a la exaltación espiritual de Segovia”.

Álvarez Cerón discurre otros senderos, y en su carta le solicita al poeta que “artísticamente (…) rime” paisaje y paisanaje segovianos, con un deje en su exposición que no se sale del costumbrismo que en algunos paisajes mal leídos de Machado se desprenden de Campos de Castilla (1912).

El poeta, que llega a la ciudad castellana desde Baeza, no se prodiga en la publicación de poesía estos años. Desde la edición de Campos de Castilla, y la aparición, en 1917, de su volumen Poesías completas, editado por la Residencia de Estudiantes, acaso si conocen sus versos algunas revistas literarias. Será durante su estancia en Segovia —1919/1932— cuando salga a la luz su libro Nuevas canciones (1924), en donde se amalgamará la obra de este periodo.

El Machado de esos primeros años en Segovia se encuentra en una encrucijada poética —cul de sac, la denomina Ian Gibson—. No es el autor vibrante de Campos de Castilla, el escritor de la condición humana. No publicará un nuevo libro de versos hasta 1924

Machado no hará de Segovia una nueva Soria, como pretendían sus seguidores, ya se ha dicho, aunque escriba sobre la ciudad párrafos bellísimos, como el grabado en el peirón del puente de la Alameda del Eresma, y que principia este Especial: “Eché mano del estuche de mis gafas/ en busca de ese andamio de mis ojos,/ mi volado balcón de mi mirada”. En él se resume el Machado que más admiro; más que el Machado coplero; más que el encasillado en el metro clásico o en el romance. Coincido con Antonio Colinas: es el Machado órfico, el esencial, el que une sentir y pensar en unos versos de singular hermosura, recogidos, por ejemplo, en Soledades, Galerías y otros poemas, su primer libro, en la mejor versión —junto con el Juan Ramón de Diario de un poeta recién casado (1917)— del modernismo español: “Tal vez las manos en sueños/ del sembrador de estrellas…”. El escritor que no teme a las metáforas, a los símbolos, a las imágenes, a la literatura creadora, a la mezcla de razón y sueño. En el ejemplar de La Tierra de Segovia citado, con magnífico ojo y no menos buen gusto, se le ilustra con un poema, A un olmo seco, y con una bellísima copla que comienza así: “¿Para qué llamar caminos/ a los surcos del azar?”. Es el poeta que utiliza la mirada para penetrar —con esa maravillosa herramienta que es la razón— en la realidad, y la convierte en metáfora literaria o en símbolo que explica la condición humana.

Sin embargo, el Machado de esos primeros años en Segovia se encuentra en una encrucijada poética —cul de sac, la denomina Ian Gibson—. Si en Campos de Castilla vibra un escritor que se encuentra cómodo en su cometido, elevándose como el poeta de la condición humana, superando el modernismo desde el modernismo, en estos años deambula de uno a otro estilo, como lo hace de uno a otro género literario. Sabemos que, recién llegado a la ciudad, le llama mucho la atención el libro de Gregorio M. Vergara Cantares populares en Segovia y su Tierra (1912), y esos derroteros seguirá en algunas de las coplas recogidas en Nuevas canciones. El 17 de septiembre de 1920 se publica la contestación que da al semanario madrileño La Internacional sobre su concepto artístico: “Yo, por ahora, no hago más que folklore, autofolklore o folklore de mí mismo (…) Mi próximo libro será, en gran parte, de coplas que no pretenden imitar la manera popular (…) sino coplas donde se contiene cuanto hay en mí de común con el alma que canta y piensa en el pueblo”.

Vida cotidiana

Antonio Machado solo se prodiga en determinados círculos de Segovia. Huye de la sociedad “pétrea e inamovible”, parafraseando a María Zambrano. Se integra en la Universidad Popular —fundada en 1919, el año en que llega a Segovia—; da clases, asiste a tertulias —café del Casino de la Unión, café la Unión, casa-taller del ceramista Fernando Arranz en calle del Socorro 11, duplicado: la unidad seguida de ceros llamaron a esta tertulia los maledicentes—, da paseos y escribe en su dormitorio de la pensión de la viuda Torrego. No es muy ordenado en sus escritos. En una deliciosa carta que se conserva en el fondo machadiano de Burgos, da instrucciones a su patrona sobre cómo ordenar los papeles que ha dejado desperdigado en la habitación. “Cuide de que no se extravíen, pues entre muchas cosas inútiles, quedaron en desorden sobre las mesas, cuadernos, libros y papeles que son de gran interés para mí”.

Homenaje en Zaragoza a los hermanos Machado por el exito de La Lola se va a los Puertos Sentados
Antonio Machado con sus alumnos de Segovia, curso 1922-23.

En algunos homenajes no consta su presencia en las adhesiones, como el que se dio a Segundo Gila el 9 de marzo de 1922 en uno de los salones del Casino Mercantil, pero encabeza el que honraba la memoria de Daniel Zuloaga (El Adelantado, 11 de abril de 1924), junto al doctor Marañón, Ignacio Zuloaga, Tomás Sanz y Leopoldo Moreno, y el 10 de junio de ese mismo año contribuye con 25 pesetas —misma cantidad que Aniceto Marinas y Blas Zambrano— a la suscripción popular para el encargo del busto, que esculpiría Emiliano Barral, y cuya ubicación tanto problemas tendría con el tiempo.

En marzo de 1922, Antonio Machado hace el debut como conferenciante en la Casa de los Picos, en donde tenía su sede el Casino de la Unión Mercantil, pero no se le encuentra mucho en este tipo de actos durante su estancia en Segovia. Unos días antes, el 24 de febrero, había presentado, de manera muy escueta, a Miguel de Unamuno en el teatro Juan Bravo. Lo hacía como amigo y como futuro presidente de la sección segoviana de la Liga Española por los Derechos del Hombre —la sección se constituyó en junio de 1922, aunque Machado firmó el manifiesto el 4 de marzo de ese año—. El 21 de marzo de 1922, Francisco de Cossío, el gran Pancho de Cossío, escribe un memorable artículo en El Adelantado, narrando el encuentro entre Machado y Unamuno y el paseo de ambos por las calles de Segovia. El poeta también presentaría —dicen que mirando unos papeles en donde no había nada escrito— a Ortega y Gasset: fue en el mismo escenario y el 14 de febrero de 1931; nacía públicamente la Agrupación al servicio de la República.

Acudió en cambio con sumo gusto a la fiesta que se le dio el 18 de mayo de 1923 en el llamado Gran chalet, El Pinarillo —que, por cierto, se anunciaba poco después como “el único e higiénico para el verano”—. La fiesta fue iniciativa de los poetas Fernández Ardavín y Mauricio Becarisse. Asistieron, entre otros, José Rodao, Emiliano Barral, Leopoldo Romero, José Tudela e Ignacio Carral. Las adhesiones fueron múltiples: Eugenio d´Ors, Julián M. Otero, Álvarez Cerón, Blas Zambrano o Segundo Gila —que no acudió por estar enfermo—. El Adelantado de 19 de mayo lleva la crónica del homenaje a primera plana, y la titula: “En honor de un gran poeta”. Y continúa: “(La fiesta) abrirá un hondo surco de gratitud en el alma de Antonio Machado, tan modesto, sencillo, afable y caballeroso, que tiene el don, por su infantilidad de carácter y nobles sentimientos, de atraerse el afecto más entrañable de cuantos le tratan”. El periódico declara encontrarse “entre los más incondicionales admiradores de su vigorosa mentalidad artística”.

Lo demostró en la crítica de Nuevas canciones que Ángel Dotor hizo en el periódico el 10 de junio de 1924 —en algunos sitios se silencia esta crítica—: “Todas las composiciones que integran el tomo son bellísimas, y están henchidas de profunda filosofía, de armonioso ritmo, de riqueza imaginativa y perfección verbal”. Destaca Dotor los Proverbios y cantares, los versos dedicados a Emiliano Barral o los que se contienen en la poesía En el tren. Comparto la elección del firmante. Todo hay que decirlo: no fue tan benévola la crítica que se le hizo, el 7 de febrero de 1925, desde el mismo periódico, a la adaptación al español de la obra de teatro Hernani de Víctor Hugo, que se había estrenado el 1 de enero en Madrid.


(*) Director general de El Adelantado de Segovia.

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