
Manuel, es Vd. catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid y tiene una obra publicada ingente: ‘El Conde Duque de Olivares’, ‘La edad de oro de los Virreyes’, ‘La Monarquía de los Austrias’, ‘Gattinara, Carlos V y el sueño del Imperio’, la lista es muy larga y de un conocimiento muy profundo sobre la Monarquía Hispánica.
—Y acabo de publicar en la editorial Arzalia el libro “Olivares: Reforma y Revolución en España” que está en las librerías desde hace un par de semanas
—¿Qué título prefiere Vd. utilizar Monarquía Católica, Monarquía Hispánica, Monarquía polisinodial?
—Esta diversidad de términos refleja la falta de consenso que hay entre los historiadores, indica la dificultad que entraña acercarse a nuestra edad moderna sin caer en los temas y motivos del franquismo. Desde los años 40, se impuso la imagen de la España imperial como un modelo y como un referente histórico ejemplar, fundamento del Estado Nación. Los conceptos mencionados buscan el alejamiento de esa idea, primero desnacionalizando la monarquía y después agregándole un adjetivo que la describa mejor, como un ente cuya soberanía era incompleta por su naturaleza católica, por su diversidad (polisinodia, muchos consejos) o por abarcar el mundo hispánico de ambos hemisferios. A mí no me satisface ninguna de ellas, por eso empleé el término ‘Monarquía de los Austrias’ porque es la principal característica de este momento histórico, la Monarquía la constituye el conjunto de estados de los que era propietaria una sola familia, los Austrias.
—¿Qué papel desempeñó la Iglesia en la Monarquía?
—Fundamental, legitimó su razón de ser, por eso algunos historiadores la llaman Monarquía Católica, pero es un anacronismo porque quien era Católico era el rey.
—¿Qué influencia tuvo Erasmo en España?
—Enorme y me resultaría imposible resumirla en pocas palabras, pero su pensamiento se localiza en casi toda la producción intelectual del Siglo de Oro alcanzando a Cervantes.
—¿Quién fue Gattinara? ¿Cómo influyó en Carlos V?
—Fue un jurista piamontés al servicio del emperador Maximiliano I, abuelo de Carlos V. La Corte del joven príncipe no deseaba que su soberano fuera emperador por lo que Gattinara fue enviado a España para convencerle. Redactó una serie de memoriales que explicaban la importancia de la dignidad imperial y su misión para defender la Cristiandad. Se ha pensado que ahí nació la “idea imperial de Carlos” pero la realidad es que ni el soberano ni sus ministros los leyeron. No obstante, el Gran Canciller les convenció de palabra haciéndoles ver que que si Francisco I de Francia fuera coronado emperador perderían su patrimonio y su independencia.
“La Monarquía española construyó un imperio político, fue incorporando y administrando reinos. Ingleses, holandeses y franceses dejaron esta actividad en manos de compañías comerciales con intereses económicos, pero no políticos”
—¿Qué particularidades tuvo el gobierno de Italia durante el reinado de Felipe II?
—Felipe II antes de ser rey de España fue rey de Nápoles y duque de Milán. Dichos títulos los recibió de su padre cuando contrajo matrimonio con María I de Inglaterra. En las capitulaciones matrimoniales se estableció que tenía que residir en Gran Bretaña y por tanto tendría que gobernar sus posesiones desde Londres. En su residencia de Hampton Court creó el Consejo de Italia para gobernar aquellos territorios al modo que se hacía con América con el Consejo de Indias, creando un mecanismo administrativo para gobernar desde lejos y en ausencia. El rey prudente durante su corta estancia londinense, apenas tres años, adquirió la experiencia necesaria para imponer una nueva forma de gobernar cuando regresó a España en 1559. El Consejo de Italia le permitió comprender la importancia de gobernar en una sede fija, sin viajar continuamente influyendo en su decisión a instalarse en Madrid, así mismo las discordias civiles de naturaleza religiosa que afectaban a los países del Norte de Europa le indujeron a rechazar la tolerancia confesional.
—Ha escrito sobre la batalla de Lepanto ¿Qué enfoque nuevo aporta su obra?
—Mi libro plantea un enfoque político más que militar. Mi interés por el tema vino de la lectura de algunos despachos de embajadores franceses e ingleses que me dieron una visión muy diferente a la que tenía o teníamos sobre la batalla, muy cervantina por otra parte, como la más alta ocasión que vieron los siglos. Poca gente sabe que la victoria se celebró con fuegos artificiales y varios días de fiesta en Londres. Mi obra hace una lectura del significado de la batalla en una Europa desangrada por las guerras de religión en la que católicos y protestantes se están matando y donde parece que la reconciliación es imposible, sin embargo y a pesar de todo ello, tienen una conciencia o identidad común, la de pertenecer a la Cristiandad. No es tanto un problema de choque de civilizaciones, que no lo hay (Felipe II mantenía alianzas con soberanos musulmanes para hacer frente a los turcos), sino de la nostalgia por una unidad perdida. Otro elemento que aporto es una explicación de las reticencias de Felipe II a participar en esta empresa y el significado político que quisieron conferirle los Papas Pio V y Gregorio XIII mirando hacia el mundo protestante, Lepanto se presentó como la victoria de la verdadera Cristiandad, razón por la que se estableció en ese día la fiesta de la Virgen del Rosario que -según algunos testimonios- se apareció a algunos combatientes en el fragor de la batalla.
“ En una Europa desangrada por las guerras de religión, en la que católicos y protestantes se están matando, y donde parece que la reconciliación es imposible, a pesar de todo ello, tienen una conciencia o identidad común, la de pertenecer a la Cristiandad. Poca gente sabe que la victoria de Lepanto se celebró con fuegos artificiales y varios días de fiesta
—¿Aporta algo a la historia la distinción entra Austrias mayores y Austrias menores?
—Esa distinción fue idea de Cánovas del Castillo y no me parece muy adecuada para entender ese periodo histórico, en realidad habría un momento en el que la hegemonía española era un hecho, más o menos entre 1530 y 1635, y otro en el que se pasó de un mundo unipolar, dominado por España, a uno multipolar en el que entran en juego otras potencias y donde España es una más de un conjunto encabezado por Francia, Inglaterra y los Países Bajos, participando en la política que decidía los destinos del mundo hasta 1808. Después de las guerras napoleónicas España desaparece como potencia de primera clase y su decadencia debería situarse ahí, en los reinados de Carlos IV y Fernando VII. Los reinados de Felipe IV y Carlos II no son propiamente de decadencia sino de pérdida de la hegemonía, lo cual es diferente, puesto que sin unas instituciones sólidas y una sociedad estructurada y organizada los soberanos de la Casa de Borbón no hubieran podido mantener la iniciativa en la política internacional de la forma en que lo hicieron.
—¿Cómo gobernó Felipe IV?
—Decir que fue un buen o un mal gobernante es como no decir nada. Felipe IV entró a reinar con 16 años, por tanto, era muy difícil que pudiera asumir todas las tareas de gobierno sin más. Fue un hombre muy culto, buen lector, tradujo del italiano y del latín y se interesó por el arte y la literatura, siendo un gran coleccionista y mecenas. Aunque en la primera mitad de su reinado estuvo dominado por el conde duque de Olivares lo cierto es que tuvo más carácter y más peso en la toma de decisiones de las que se le atribuyen, no fue un rey débil ni apocado, tenía sus propias ideas y principios fundamentadas en una piedad religiosa extrema que se contradecía con su extrema afición a las mujeres (se le atribuyen decenas de bastardos). Pensaba que por sus pecados Dios castigaba a la Monarquía. En su correspondencia con sor María de Ágreda, una monja milagrera, aflora una personalidad patética y atormentada.
—¿Luces y sombras del Conde Duque de Olivares?
—Empecemos por las sombras que es no sólo lo más fácil de responder sino lo que todo el mundo tiene en la mente: se produjo la pérdida de algo más de la mitad de los territorios, la Monarquía ya no era ese lugar donde ya no se ponía el sol, la noche se hizo en gran parte de África y Asia, en todo el océano Índico, además la Hacienda quedó arruinada en una larga e interminable guerra que duró treinta años, el agotamiento de los súbditos y el descontento de las poblaciones empobrecidas provocó revueltas en Portugal, Vizcaya, Aragón, Cataluña, México y Andalucía. No llegó a ver los resultados del desastre pues había muerto cuando se firmaron las paces de Westfalia (1648) y Pirineos (1659). Una vez dicho esto hay que pasar a los éxitos, que los hubo, y es de lo que trata mi reciente libro que aborda esa reforma y revolución cultural que dirigió con mano de hierro desde 1623. Probablemente estas reformas acercan a Olivares a Cromwell más que a otro estadista de su tiempo, la reforma de costumbres fue un auténtico revulsivo, tanto que Jovellanos le atribuiría en el siglo XVIII la incapacidad de los españoles para divertirse. Su persecución de la ociosidad llevó, a mi juicio, a agostar el Siglo de Oro. A nuestros ojos esto es deplorable, pero se propuso hacer una sociedad sobria, austera y laboriosa. La unión de armas, la idea de que los reinos de la monarquía se ayudasen los unos a los otros de manera solidaria, se mantuvo a su muerte y pervivió en el reinado de Carlos II. Otro rasgo decisivo es la reforma de la administración imponiendo el mérito como única consideración para ocupar un cargo, asimismo, obligó a todos los oficiales de la corona a presentar una relación de su riqueza al tomar posesión o al final en el ejercicio de un cargo, a ello se añaden los métodos de inspección y castigo de los defraudadores y los corruptos. Evidentemente no erradicó la corrupción, pero estas leyes estuvieron vigentes hasta 1804, incorporándose entonces a la Novísima Recopilación de Carlos IV. Su legado fue, en este sentido una administración más eficiente.
—¿Empieza la decadencia del Imperio en 1640? ¿Qué significa el término decadencia?
—Creo haber respondido en parte al hablar de los Austrias mayores y menores. En la década de 1640 hay una crisis de magnitud colosal, pero no puede considerarse que sea el inicio de la decadencia porque lo valores éticos y culturales impuestos por Olivares con su legislación reformista tuvieron un éxito más que notable. De la crisis se empieza a salir en la década de 1650, la Monarquía comienza entonces un nuevo ciclo, una nueva andadura en la que se va adaptando a una nueva realidad. Ya no es la única potencia hegemónica, existe un sistema o concierto europeo que domina el mundo, ya no es una “monarquía evangélica”, es decir, no se la asocia con la misión de extender el catolicismo por el mundo porque Roma, al crear la congregación de Propaganda Fide, ya no autoriza la conquista para incorporar nuevos fieles. La Monarquía seguirá creciendo, pero no en la forma en que lo hizo antes, en Norteamérica, en América del Sur o en las islas Filipinas se siguen incorporando pueblos y territorios, pero ya no con el sentido y la intención en que se inició en el siglo XVI.
—Vd. junto con José Martínez Millán han introducido en el análisis histórico el sistema de Corte ¿Qué aporta? ¿Con quién colaboran?
—La Corte fue la forma política de la Edad Moderna. Hay que tener en cuenta que no existía un sistema de estados. A excepción de Suiza y Holanda, toda Europa era propiedad de un club de familias que se relacionaban entre sí. Todas estas familias procuraban aumentar y conservar sus patrimonios mediante bodas y guerras. Cada reino era propiedad de su soberano y quienes estaban en la Corte entraban en un juego político en el que servían a un señor no al Estado.
—¿En qué sentido el sistema de corte antecede y alumbra el de estado-nación?
—Las ciudades en las que los soberanos establecieron su Corte fueron después las capitales de los estados nacionales. La ‘lengua de Corte’ se convirtió en lengua nacional pues era la que hablaban las élites, era con la que se hacían los negocios y se fijaban las leyes, esto es muy llamativo en lugares como Italia donde en 1870 solo el 15% de la población hablaba el italiano o en Francia donde antes de la revolución ocurría casi lo mismo. Alexis de Tocqueville testigo de la construcción de los estados nacionales en el siglo XIX, apreció que las revoluciones aceleraron reformas que ya habían comenzado las cortes europeas. Asimismo, el sistema cortesano no murió con los estados nacionales, persistió. Por ejemplo, todas las nuevas naciones que obtuvieron su independencia en la Europa del siglo XIX fueron monarquías y todas ellas tuvieron soberanos con fuertes vínculos dinásticos con las monarquías occidentales. Esto se acabó en la I Guerra Mundial, las nuevas naciones posteriores a 1918 serán todas repúblicas.
“ Felipe II creó el Consejo de Italia al modo que se hacía con América con el Consejo de Indias, para gobernar sus posesiones desde Londres, su lugar de residencia por tres años tras el matrimonio con María I de Inglaterra”
—¿Cómo funcionó la diplomacia de la Monarquía Hispánica?
—Los diplomáticos eran representantes personales del rey, su función era concertar paces y alianzas que se aseguraban con los matrimonios de los vástagos de las familias reinantes. Es curioso saber que los fundamentos del derecho de embajada fueron establecidos en un tratado escrito por el conde la Roca en 1620. Era amigo del conde duque de Olivares y nunca había servido en una embajada, su libro tuvo un éxito enorme, traducido a todas las lenguas y le mereció ser nombrado embajador en Venecia donde hizo grandes servicios a la corona. La diplomacia de los Austrias tuvo unos objetivos muy claros en tres direcciones: aislar a Francia y a los Países Bajos, fortalecer los lazos y la cooperación con los Habsburgo alemanes y, por último, ejercer un control suave sobre Roma para mantener la hegemonía en Italia y en el mundo.
—¿Qué era un Virreinato?
—En puridad los virreinatos no existieron. Hubo reinos gobernados por virreyes. En la Edad Media cuando el rey se ausentaba dejaba a un miembro de su familia ocupando su lugar mientras estaba ausente. Después fueron limitando sus viajes hasta que su ausencia se hizo permanente, los virreyes ocuparon el lugar y las veces del rey, hasta tal punto que junto a su cargo se incluía su incorporación a la familia real.
—¿Fueron iguales en Italia que en América?
—Si examinamos las instrucciones que unos y otros recibían no notamos gran diferencia, como se decía entonces la diferencia la marcaba la ‘calidad de los reinos’ que iban a gobernar, Nápoles, Sicilia, Nueva España y Perú pueden considerarse reinos de primera categoría donde los virreyes regresaban notablemente enriquecidos, sin embargo Cerdeña, Mallorca o Navarra apenas eran apreciados por su poca importancia y sus escasas rentas.
—¿Cuándo fue su edad de Oro?
—Sin duda en el siglo XVII, solo hay que dar un breve paseo por los palacios reales de Nápoles, Palermo o México para advertir que ese fue su momento de mayor esplendor. En el siglo XVIII hubo una política de disminución de su poder y prerrogativas mientras que en el XVI no se asentó del todo este sistema hasta final de la centuria.
—¿Nos puede citar a algún Virrey americano cuyo legado fuera importante?
—Francisco de Toledo, en su tiempo lo compararon con Solón, por pacificar el Perú y darle una organización estable que perduró hasta 1821.
—¿En que fue diferente el sistema de virreinatos de la estructura metrópoli- colonia de imperios posteriores: inglés, holandés, francés?
—La Monarquía española construyó un imperio político, fue incorporando y administrando reinos. Ingleses, holandeses y franceses dejaron esta actividad en manos de compañías comerciales con intereses económicos, pero no políticos. Las grandes compañías de Indias mediante una carta tenían derecho a explotar un lugar o un producto sin que el gobierno interviniese, sus accionistas debían pagar la manutención y defensa de las colonias, navíos y bienes. Curiosamente, en el siglo XIX los ingleses copiaron el modelo hispanoportugués cuando quebró la Compañía Inglesa de las Indias Orientales y su inmenso patrimonio pasó a ser propiedad de la corona, la reina Victoria nombró un virrey de la India para gobernar ese inmenso territorio.
—¿Por qué se fragmentaron los Virreinatos?
—Las reformas borbónicas en América se dirigieron a vaciar de contenido a la autoridad de los virreyes con el fin de debilitar la estructura de los reinos de Indias y convertirlos en colonias, esto los convertiría en territorios administrados desde España y por españoles, provocando el descontento de los criollos.