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Montse Iglesias

Hay plantas que permanecen fértiles pese a que les corten los tallos o las ramas. Se resisten a desaparecer. Sus raíces se empeñan en hacerla brotar hacia el exterior en cada temporada.

Ese afán por la supervivencia, el mandamiento de la Naturaleza es lo que transmite Montserrat Iglesias en su libro ‘La marca del agua’. Lo presentará mañana jueves día 9 en la Biblioteca de Segovia a las 19:00 horas. Estará acompañada por el periodista Guillermo Herrero, apasionado de las tradiciones segovianas.

Montserrat Iglesias denomina “sentimiento de arraigo” a ese afán de pervivencia. Y es la identificación con un terreno o un territorio. Ella ha heredado el apego al terruño transmitido por su familia. Con una peculiaridad: que el pueblo del que procedían sus ancestros, Linares del Arroyo, fue anegado por el pantano que lleva el mismo nombre del poblado que se tragó. Sólo en contadas ocasiones, cuando el caudal del río Riaza está muy bajo, emerge la torre de la iglesia del viejo Linares.

La autora rescata en esta novela algunas voces de toda una generación que pensó que desaparecían sus raíces.

Ella nació en Madrid, destino al que emigraron sus ancestros en los años 50. Pero siempre se ha sentido vinculada a este territorio. Hasta los 13 años la llevaba su abuelo hasta el borde del pantano de Linares. Luego iba con su padre. Ahora lo hace sola. Porque siente su vínculo con el terruño.

Ha tenido que ser una historia de ficción la fórmula para conseguir magistralmente plasmar esos sentimientos; con personajes de ficción, pero que pudieran ser perfectamente reales. En cambio los lugares que aparecen en la novela sí son reales, como el momento histórico en que se enmarca la novela: el inicio de la Guerra.

La marca del agua’ apela a ese momento en el que un pueblo entero debe abandonar sus casas, y también sus raíces, a merced de uno de los pantanos diseñados bajo la política hidráulica impulsada durante la Segunda República y que se alargó durante el Franquismo.

Se pretendía acabar con la pertinaz sequía de una España eminentemente rural. Aquí, en Linares del Arroyo, es donde surge esta historia antigua que habla de inquietudes afines a este primer cuarto del siglo XXI: la necesidad de arraigo, lo inexorable del progreso o el amor por la naturaleza. También es una reflexión profunda sobre la muerte y el olvido, y una reivindicación de la memoria de los antepasados.

Montserrat Iglesias reconoce que su novela pertenece al Neorruralismo que parece emerger en estos tiempos en los que se habla mucho de la España vaciada o de la despoblación. Pero lo define como “algo más que una moda”.

Buscamos nuestra pertenencia a un lugar”, dice. Ese arraigo de las personas a sus territorios rurales nunca se ha perdido. Lo que ocurre es que es ahora, pasados unos años, se pone en valor. Porque las personas que se vieron obligadas a emigrar, las generaciones del éxodo rural, los españoles de la maleta de tela… sufrieron un destierro, pero no un desapego. Todo a pesar de que hubo un esfuerzo “de nuestros padres por modernizarse rápidamente y asimilar la vida en la ciudad y olvidar de donde habían salido, porque les hicieron creer que aquello era la España subdesarrollada y no merecía la pena”. “Les intentaron obligar a olvidar”, resume.

Hoy, varias generaciones después, las cosas se ven de otra forma. “La ciudad, aunque te gusta porque has nacido en ella, es un lugar inhóspito para encontrar ese sentimiento de pertenencia”, asegura. “Pero ese afán por encontrar el arraigo lo compartimos el 80% de la población”, añade.

Iglesias no ha descubierto este sentimiento ahora. A los 16 años, tres años después de fallecer su abuelo, intentó escribir un cuento. Luego se embarcó en una novela que fue premiada, pero no llegó a publicar. Posteriormente, tras su paso por la Escuela de Escritores, donde cursó un Master en narrativa, se convenció de que no iba a prosperar su intento de publicar algo si no era a través de la ficción. Y de ahí ha salido esta primera novela, madurada, y de reciente aparición que está llamada a convertirse en un gran éxito donde el realismo que emana se empareja al de autores como Luis Mateo Díez o Julio Llamazares, o antes Delibes o Cela. “Somos los últimos que oímos aquellas historias, y no podemos desaparecer también bajo la inundación del tiempo sin dejar que se escuche”, concluye.