El Perdón de 1 de noviembre de 1522, tras la batalla, afectaba solamente a la responsabilidad criminal, pero no afectó a la responsabilidad civil referida a las indemnizaciones a percibir por los daños y perjuicios a los nobles y a la Hacienda real, de modo que el pago de las indemnizaciones se prolongará durante décadas. La consecuencia de aquella rebelión frustrada es que Castilla iba a soportar el peso del Imperio en exclusiva, circunstancia que acabará con el desarrollo económico de Castilla seguidamente. En efecto el coste financiero del Imperio español recaería sobre la Hacienda de Castilla, una Hacienda que se vería desbordada desde el reinado de Carlos I por las cuantiosas exigencias derivadas del Imperio. Las necesidades no dejaron de crecer, en 1590 se crea el Servicio de los Millones, pero el déficit presupuestario se convierte en crónico. El remedio fue, como ahora, la creación de deuda pública como medio para cubrir el indicado déficit público. Existían dos tipos de deuda, la consolidada, consistente en títulos de deuda a medio y largo plazo (juros), cuyos intereses (el situado) consumían los ingresos ordinarios de Castilla, por lo que aquella deuda no se podía devolver. Mientras que la deuda flotante, consistía en contratos de préstamos (asientos) y que se suscribían con los banqueros, muchos de ellos extranjeros que pusieron su vista en los metales que venían de América. Durante el Reinado de Carlos I, el 40% del dinero de los préstamos era aportado por los banqueros italianos, el 35% por los alemanes y solo el 16% por los españoles. Los banqueros italianos (genoveses) se impusieron claramente durante los reinados de Felipe II y Felipe III, mientras que con Felipe IV también destacaron los judíos conversos portugueses, que actuaban como agentes de los banqueros holandeses. El oro y la plata venían de América pero terminaban en los países europeos con los que éstos financiaban su desarrollo.
La cuarta parte de los metales preciosos americanos se destinaba a la Hacienda, de modo que se impidió el surgimiento de un capitalismo castellano que financiara aquellas operaciones y se beneficiara de esos metales americanos. Al mismo tiempo que los efectos de la carga financiera impuesta por el sometimiento del Imperio fueron fatales para la economía castellana. La Hacienda absorbía los ahorros de los particulares en forma de préstamos (juros) o de impuestos, “desviándolos de la inversión productiva”, como subraya García Sanz. Además, aquella presión fiscal creciente deprimió la demanda, al reducir el dinero disponible para el gasto y al incrementar el precio de los artículos de consumo. La Hacienda era insaciable y se tomaron medidas que “provocaron un grave y directo perjuicio a la actividad económica”, en palabras del célebre profesor, como la manipulación de la moneda, venta de títulos, de cargos, o de tierras de realengo, etc. Había una enorme desproporción entre las exigencias financieras del Imperio y la capacidad tributaria de la economía de Castilla, lo que ocasionó la pérdida definitiva de la capacidad industrial y comercial de la economía castellana en el siglo XVII definitivamente. Eso es lo que estaba en juego en Villalar y los comuneros eran conscientes de ello.
La burguesía castellana ascendente fracasó en su intento de desmarcarse del sistema feudal, fue el siglo XVII el siglo del “triunfo de la aristocracia” en Castilla, mientras que en otros países como Inglaterra iba a ser el siglo de la “crisis de la aristocracia“. Un triunfo de la aristocracia por la victoria de una monarquía absoluta y por los problemas financieros de la Hacienda real, que desde el reinado de Felipe II hubo de adoptar medidas para conseguir dinero a toda costa. Pierre Vilar lo resume: “Una naciente burguesía pudo haberlo hecho –invertir en sentido capitalista e instaurar relaciones sociales nuevas (…). Se gasta, se importa, se presta dinero a interés, pero se produce poco. Precios y salarios dan grandes saltos. Se desarrolla el parasitismo y la empresa muere. Es la miseria para el día de mañana”. La revolución de las Comunidades (1520-1521) constituyó una manifestación social y política de la burguesía castellana, mientras que la derrota de Villalar supuso que esa burguesía tenía que hacer frente a la revolución de precios por el aumento exponencial del gasto del Imperio. Una burguesía que se iba a ir apartando de las actividades económicas típicas y buscar unas bases económicas similares a las de la aristocracia, vivir de la renta de la tierra, de los intereses de los préstamos, de los cargos públicos, “la traición de la burguesía”, en palabras de Braudel.
La economía castellana tuvo una fase expansiva desde el siglo XV que se mantuvo hasta el año 1580, y una época de gran decadencia entre los años 1630 y 1680. La fase expansión para Ángel García Sanz se inicia con anterioridad a la conversión de Castilla en el territorio nuclear del imperio de Carlos I, incluso con anterioridad al descubrimiento de América, debido a factores internos, consecuencia de la inserción de la economía castellana en los circuitos de comercio europeo, gracias a la exportación de varios productos, sobre todo lana merina de los rebaños de la Mesta, así como de productos agrarios del sur peninsular.
La derrota de Villalar supuso la integración de la economía de Castilla en el ámbito del Imperio de Carlos I, al propio tiempo que va a ser afectada por el comercio con las Indias americanas. La población en los territorios de la Corona de Castilla rondaría en el año 1530 la cifra de 4 millones de habitantes y subió a 5,6 millones en 1591, con un crecimiento del 33% en las zonas centrales frente al crecimiento superior de Galicia, Asturias y Cantabria. Una población que representaba el 80% del total peninsular, mientras que la Corona de Aragón suponía el 20% restante. Sin embargo, será la población urbana la que crezca con mayor intensidad con un crecimiento del 75% frente a un 40% en zonas rurales. Debido naturalmente al crecimiento de las actividades manufactureras y comerciales, centradas en los núcleos urbanos. Se produce un éxodo rural hacia las ciudades, por la atracción de sus posibilidades económicas.
Sin embargo, en los años 80 del siglo XVI, el crecimiento de la población castellana se detiene y se inicia a continuación un fuerte descenso, en el año 1650 la cifra de su población puede situarse entre 4,2 y 4,5 millones de personas, con un decrecimiento poblacional de entre un 20 y un 25% menos que los 5,6 millones de 1591. Un descenso demográfico que afectó a los centros urbanos de las regiones castellanas, muchas de cuyas ciudades perdieron la mitad de sus habitantes entre 1591-1650, como Segovia, ante la decadencia de las actividades industriales y comerciales. Mientras que en la segunda mitad del siglo XVII, los centros urbanos no aumentaron en su población, a diferencia de la población rural. El crecimiento de la población en el siglo XVI vino de la mano del incremento de la producción agrícola, mediante la ampliación de la superficie cultivada por el aumento de la demanda de alimentos. Un crecimiento que se detiene en el año 1580 y alcanza su máxima crisis depresiva entre los años 1640-1650, por el aumento de la renta de la tierra y la reducción de la productividad al cultivarse tierras de peor calidad, así los precios agrarios subieron por el aumento de la masa monetaria a raíz de la llegada de las remesas de metales preciosos americanos y del aumento de los costes de producción, con el perjuicio consiguiente para el campesinado. Se abandonaron tierras y poblaciones, hechos que también afectaron a la ganadería.
El incremento demográfico y la expansión agraria hasta el año 1580 estimularon la producción castellana de manufacturas. El núcleo industrial de Segovia conoció un enorme crecimiento gracias a la producción industrial textil, de hecho la producción de paños de Segovia hacia 1585 era de una cantidad y calidad similares a la producción de ciudades como Florencia o Venecia, unos 16.000 paños anuales, de 33,4 metros de largo cada uno. La producción industrial creció a lo largo del siglo XVI, en el caso textil se mejoró la forma de producción y la calidad de los productos, y gracias a las Ordenanzas Generales de 1511 sobre fabricación de paños, se concentraron las distintas fases de producción en las ciudades, mientras que operaciones previas se realizaban en las zonas rurales, pero siempre bajo la dirección de los ”mercaderes hacedores de paños” superando la organización gremial. La actividad textil mejoró indudablemente, de hecho la producción en Segovia el año 1585 era de la clase de Veintidosenos, frente a la producción un siglo atrás de paños Dieciochenos, con el aumento de la calidad de los tejidos, que afectaba a la industria textil lanera y sedera de Toledo, Cuenca, Córdoba y Granada. En el caso de Segovia, hay conocidos ejemplos de superación del Domestic System entre los años 1560 y 1590, de manera que la producción se organizaba a la manera del Factory System, es decir, todas las operaciones de fabricación se concentraban en un mismo establecimiento y con mano de obra asalariada. Los mercaderes controlaban el proceso productivo y comercial aportando su conocimiento y el capital comercial, pero no van a poder sobreponerse a la parada de la expansión de la producción industrial (1580-1590), y finalmente bajará la producción y la calidad de los productos para adaptarse a la demanda de una población más pobre.
La presión fiscal, que encareció los productos, y la fuerte alza de los precios españoles ante el impacto inflacionista del “tesoro americano”, propiciaron la entrada de productos extranjeros, unas circunstancias que generaron una enorme crisis en el sector textil segoviano, lo que determinó que los comerciantes se dedicaran simplemente a la exportación de la lana en lugar de la fabricación de paños. Burgos, con su consulado de Comercio creado en 1494, era la ciudad que canalizaba las relaciones comerciales de Castilla con el resto de Europa, en especial con los Países Bajos. Las grandes ferias de Medica del Campo, Medina de Ríoseco, Villalón o Benavente, fueron las plazas de contratación y de pagos e integradas en este eje comercial del Norte, que manejaron esa prosperidad. Una actividad comercial que cayó en una larga depresión de la que Castilla no se recuperará jamás. Las guerras en Flandes dificultaron el tráfico comercial con esta región, Burgos perdía la mitad de su población en el siglo XVII como Segovia, mientras que aquellas ferias languidecieron. Sevilla con su Casa de la Contratación monopolizaba el comercio americano, y sin embargo el tráfico comercial con América fue cayendo progresivamente bajo el control de mercaderes extranjeros, que se valían de testaferros para remitir al nuevo continente mercancías importadas de otros países de Europa. A finales del siglo XVII, los franceses proporcionaban el 25% de las mercancías remitidas a América, el 22% los genoveses, el 20% los holandeses, el 11% los flamencos, otro tanto los ingleses y un 8% los alemanes. No se pudo en definitiva crear una producción castellana en el siglo XVII capaz de abastecer el mercado americano y sentar las bases para un crecimiento económico de Castilla, en contra de lo aconsejado por los postulados mercantilistas.
Debido a la ubicación geográfica de Segovia, se consiguen aprovechar los recursos naturales desde la Edad Media y se desarrolla una actividad ganadera, en particular la ovina trashumante y transterminante, lo que originaba una oferta de lana abundante y a un buen precio. Es precisamente a comienzos del Siglo XVI cuando la industria textil segoviana acomete un proceso de cambio, al aplicar las Ordenanzas Generales de 1511, y se procede a fabricar el paño veintidoseno, aunque también se fabrican los paños veintenos a veinticuatrenos. El número de telares aumenta significativamente, cantidad que llega hasta los 600 telares en 1580 con una producción de 500.000 varas de tejido, en su mayoría paños veintidosenos, lo que colocó a Segovia como la fábrica más potente de toda España en la Edad Moderna. La lana merina también era un producto fundamental de la industria textil europea, especialmente en Flandes, Italia, Francia e Inglaterra.
La crisis llegó en el siglo XVII de la mano de la competencia de los paños extranjeros, de una menor demanda y por el consumo de paños más baratos y de peor calidad por parte de la población. Comienzan las dificultades de comercialización de paños y la fuga de capital comercial del sector productivo, un capital que se ha a orientar a la exportación de la lana, de modo que el número de telares pasa de 600 en 1580 a 159 en 1692 en Segovia, aunque la realidad es que en este último año 1692 se produce la cuarta parte de la producción realizada en el ejercicio 1580. La industria se ruraliza, y se crea a finales del siglo XVII la fábrica de Bernardos que producirá paños ordinarios y sayales, mientras que Cobos cuenta por esos años con 37 telares dedicados a producir estameñas y sayales, al propio tiempo que decae la industria en Villacastín que contaba con ordenanzas propias del año 1551.
Segovia intentó reactivar su industria textil mediante la fabricación de la bayeta en el siglo XVII, paños segovianos que encontraban salida en las ciudades de La Coruña, Madrid o Santander, incluso salen hacia América desde Cádiz y hacia Méjico por el puerto de Santa María. Segovia consigue reflotar en parte su industria pero no llega a superar la mitad del volumen de la producción conseguida en el siglo XVI, el trabajo de hilandera se extiende al medio rural, creándose una serie de escuelas por los fabricantes, como las creadas por Laureano Ortiz de Paz, o por instituciones oficiales. Con el fin de controlar la fabricación por los grandes fabricantes por encima de los gremios artesanos, se creó en el año 1708 la Diputación Vitalicia de la Fábrica con el poder de imponer el sello que representaba el control de la producción a las ordenanzas, lo que implicaba la autorización para la comercialización de la pieza como paño de Segovia, con el objetivo de garantizar el cumplimiento de las ordenanzas. Se intenta la producción de paños veintenos a veinticuatrenos con el objeto de la una producción de mayor de calidad, incluso se invita la producción de paños veintiseisenos o treintaidosenos. Medidas que no solucionan la crisis, aunque en 1785 se suprimen las limitaciones a la producción industrial, también se suprime la Diputación Vitalicia de la Fábrica y se permite que los paños se terminen en las zonas rurales. Incluso, se permite la fabricación y venta de paños fabricados al margen de las ordenanzas, siempre que se vendiesen sin el sello de la fábrica de Segovia, los paños sin ley.
En la segunda mitad del siglo XVIII, concretamente en el año 1763 se creó la Real Fábrica de Paños Superfinos de la Compañía con el fin de evitar por parte de la Hacienda Real la entrada de tejidos de calidad foráneos en territorio castellano (paños treintenos, treintaicuatrenos y cuarentenos, frente a los veintidosenos de Segovia) con ocho telares. Una fábrica que no podía competir con las fábricas de San Fernando y Brihuega, que dominaban el mercado de Madrid, aunque la fábrica segoviana recibiera privilegios de venta en las ciudades de Sevilla, La Coruña y Alicante. La Real Fábrica fue adquirida finalmente por Laureano Ortiz de Paz, uno de los grandes hombres de negocios segovianos de aquella época, recibiendo del rey Carlos III la facultad de abrir un almacén en Madrid, poner reales en su fábrica y almacén con la inscripción de Fábrica Real de Paños Ortiz de Paz y así estar fuera del control gremial. Un espejismo, como la fábrica de Santa María de Nieva, cuyas ordenanzas fueron sancionadas por la Corona en 1747, y cuya producción se vendía en la comarca y en el mercado gallego. Al final la fábrica de Paños Ortiz de Paz se convertiría en un cuartel en el siglo XIX. Terminaba la industria textil segoviana cuya pujanza puede observarse en la magnitud de los palacios y las innumerables iglesias de nuestra ciudad. Un triste final para el porvenir de Castilla que tiene su origen en la fatal derrota de Villalar. Una situación de atonía que todavía nos tiene atenazados. El derribo del chalé de Villa Estrella es todo una muestra de la falta de reacción de la sociedad segoviana ante tal abuso.