Portada del periódico 'El Segoviano'.
Portada del periódico 'El Segoviano'.

El 22 de septiembre de 1867 debuta en el coso taurino de Segovia Martina García. Es la primera vez en la historia que visita una cuadrilla de toreras la ciudad. A principios del siglo XX sabemos de la prohibición gubernamental del toreo femenino por el Diario de Avisos (Contra las señoritas toreras se llama el suelto, que se fecha el 8 de julio de 1908); incluso hay constancia de la opinión desfavorable hacia el conjunto de la Fiesta de la Sociedad Económica Segoviana de Amigos del País. Se publicó la crítica en las páginas de la Revista de la entidad el 25 de mayo de 1877. Pero no conocemos ninguna crónica sobre la actuación de La Martina en el hoy ruedo bicentenario. ¿La causa? Porque entonces en Segovia no había periódico que pudiera recogerla.

Una sequía que, en todo caso, debe entenderse como algo puntual. En la década anterior ya se conocían en Segovia los primeros ejemplares de prensa periódica y un año más tarde empezarán a proliferar publicaciones de todo tipo y pelaje con la llegada de La Gloriosa, circunstancias estas que preceden a un último cuarto de siglo que conocerá una eclosión de medios escritos coincidiendo con el florecimiento en Segovia de una vasta generación de profesionales y hombres de letras. Es entonces, en esas décadas que componen el final de la centuria, cuando se popularizan los diarios de avisos y de noticias y los periódicos jocosos, tan del gusto de una sociedad, como la española, que desde el siglo XVII poseía una manera particular de enfrentarse al poder y de superar la censura administrativa y eclesial. Hasta llegar a este espacio temporal de finales de siglo –y aún entonces-, los periódicos van a poseer un marcado acento ideológico, concebidos no solo como medios de información sino ante todo de adoctrinamiento.

En época de triunfo de las ideas propias surgían como instrumentos escritos de exaltación; en tiempo de repliegue, como arma combativa o de testimonio. No es difícil observar a lo largo del XIX medios radicalmente liberales o tradicionalistas; clericales hasta la médula o anticlericales; tampoco aquellos firmes defensores de un político –Prim se llevó la palma en este sentido- o de una idea, por ejemplo, que el ferrocarril llegue a la capital.

Esa herencia se va a notar todavía, y con remarcable fuerza, en la Segovia finisecular y con las dos cabeceras que entonces copaban todo el protagonismo: El Porvenir segoviano (Diario de Avisos de Segovia), de Gregorio Bernabé Pedrazuela, y El Adelantado de Segovia, de Rufino Cano de Rueda. El botón de muestra lo aporta el primer número del todavía denominado, aunque por poco tiempo, El Porvenir segoviano –que no hay que confundir con el que fundaran décadas atrás Félix Lázaro y Antonino Sancho-: “Somos católicos sinceros y defenderemos del modo más esforzado la religión de Jesucristo. Profesamos la doctrina del partido liberal conservador tal y como la entiende y defiende el ilustre Duque de Tetuán” (1 de abril de 1899). Mucho miraba atrás Pedrazuela. Por su parte, El Adelantado de Segovia, siguiendo la estela abierta por su predecesor, propiedad de Antonio y de Rafael Ochoa y fundado en 1880, seguía ostensiblemente la huella de Germán Gamazo y de su particular agrarismo.

Dicho esto, no es difícil colegir que en épocas de cierta relajación social en este convulso siglo XIX español las publicaciones de periódicos disminuyan, y lo hagan debido a una simple cuestión: la no existencia de particular o de facción que las promuevan. Quiero decir con ello que no es extraño que en una provincia como Segovia, y en una época que no destaca por su especial esplendor -sino más bien por lo contrario-, existan periodos de sequía informativa y que además – y es otra de las características del periodismo de la época- las publicaciones que salgan a la luz posean escasa pervivencia. Y puestos a sacar conclusiones, una última: es frecuente la convivencia de periódicos que hacen honor a su nombre –o sea, con edición regular- con hojas volanderas, pliegos o panfletos, que abundan, por ejemplo, entre 1820 y 1823. Algunos de ellos llegaron a venderse por cuatro cuartos el ejemplar, precio considerable para los tiempos que corrían.

Primer intento de publicación periódica

Es en ese periodo marcadamente liberal que dura tres años en el que este cronista cifra el primer intento de publicación periódica que intentaba unir la información de los sucesos de relevancia que acontecían en la nación con el contexto que vivía la sociedad, superando por lo tanto el absentismo político de otros boletines previos como el de las sociedades de amigos del país. No obstante, y todo hay que decirlo, en el proyecto todavía faltaba el elemento informativo generalista pues todo aparecía ganado por una ideología que emergía en el conjunto del contenido sobre dicha información. Nos referimos a la publicación que editó la Sociedad Patriótica de Segovia como boletín a mitad de 1820. No es de extrañar esta génesis en el periodo histórico aludido, pues coincide con un trienio liberal en el que la exaltación de lo político se vive como una manifestación en defensa de los derechos del ser humano y en concreto de los principios recogidos en la Constitución de Cádiz de 1812. Se requería, por lo tanto, el adoctrinamiento de la población más que su instrucción –diferencia sustancial entre las pretensiones de final de siglo XIX y principios del XX, cuando campa en España el Regeneracionismo-; por eso la publicación se dirigía exclusivamente a la incipiente burguesía, considerada entonces el verdadero motor de la sociedad y de la historia.

No obstante, sea con fines ideológicos, críticos o bien para dar noticias de hechos puntuales, desde hace siglos se conocen las, antes mencionadas, hojas volanderas, pliegos sueltos o libelos que perseguían la manifestación de una idea, la crítica anónima o simplemente saciar la curiosidad pública sobre algún suceso extraordinario o acontecimiento digno del conocimiento general. Las que se editaron en la Segovia del trienio liberal tienen una característica que las diferencia de otras semejantes que corrieron por España: su calidad de impresión, en ocasiones hasta en papel de hilo, con un tamaño que va desde el cuarto hasta el llamado folio marquilla. El buen hacer de la imprenta de Antonio Espinosa de los Monteros, ahora a cargo de sus sucesores (murió en 1812), se hace notar todavía en el primer tercio de siglo. Esta calidad se percibe también, por citar otro ejemplo, en los primeros números del Boletín Provincial de la Provincia de Segovia, concretamente en los ejemplares que hemos consultado de 1833. Segovia se caracteriza durante el siglo XIX por buenos impresores: Eduardo Baeza, Alba, Ondero, Santiuste, Jiménez…

Pliegos y hojas volanderas

Vamos a empezar la crónica del protoperiodismo segoviano por estos pliegos, aunque tengamos que retrotraernos siglos atrás. Terminaremos el repaso que compone el objetivo de la crónica cuando el siglo cumpla su segundo tercio, antes de la proliferación de publicaciones a partir de 1868.

A principios del siglo XVIII se imprime en Sevilla, y en la imprenta de Alonso Rodríguez Gamarra, uno de esos folletos u hojas volanderas de los que hablábamos. No se edita en Segovia pero sí trata de un hecho segoviano, y se distribuye por la ciudad. Se titula ‘Relación del repentino y espantoso estrago que hizo un rayo que cayó en la Santa Iglesia Catedral de Segovia’ el jueves 18 de este año de 1614. El narrador se deja la piel para cargar de emoción la crónica del suceso. Se puede leer el relato en el tomo XVI de Estudios Segovianos (1964): “Después de dada la oración, empezó a soplar tan grande viento, con un nublado espeso, que oscureció todo lo que pareció visible y alterándose el aire comenzó la más recia tempestad de truenos, relámpagos y rayos que jamás se han visto en aquella ciudad”. El cronista retrata el miedo de los habitantes –“estando todos despiertos y muy atemorizados”- y describe el rayo: “con tal luz que parecía estar una antorcha encendida que abrazaba toda la ciudad”. Como se sabe, el chapitel de la torre quedó devastado al impactar el rayo en las gruesas planchas de plomo “y habiéndose encendido de la llama empezó a correr el plomo derretido como si fueran canales por espacio de tres horas”.

Obsérvese cómo el narrador tiene la habilidad de mezclar una descripción emocional con una información precisa (“duró tres horas”) para dotar de mayor verosimilitud al relato. Es el estilo habitual en este tipo de hojas volanderas. Y consiguen su objetivo. Diego de Colmenares lo incluye en su Crónica General de la Historia de Segovia (1637).

No fue este el único pliego que conformará la historia del protoperiodismo en o sobre Segovia. Un siglo después aparece una Memoria trágica de lo que sucedió el año del Señor de 1733. Esta vez no es anónimo, como el anterior, sino que va firmado por un tal Juan Marín que lo escribe en 1739. Relata la crecida del río Clamores, que inundó los arrabales de Santa Eulalia y San Millán “hasta que, no cansado de derribar, destruir y talar, perdiendo el nombre se arrojó al Eresma, donde murió, dejando sin vida nueve personas, ahogadas muchas caballerías, deshizo cerca de trescientas casas, dejó sin vida doscientas familias”. Y también –otra vez la precisión para dar más credibilidad al relato- “800 pobres”.

Eran, como se ha señalado, pliegos sueltos, crónicas de un suceso puntual pero significativo. Buscaban la difusión y para ello usaban un estilo destinado a captar el interés del segmento público al que se dirigían. Pero no eran periódicos porque les faltaba la característica definitoria que señala la propia denominación: eran ejemplares únicos, que se agotaban en su propia formulación, sin alcance regular. Aunque en su naturaleza brillaba el deseo de trasladar información al público, con lo que al menos uno de los elementos de lo que luego se entendieron como medios de comunicación se cumplía con creces.

Memorias de la Económica

Más cerca de esa naturaleza definitoria de un verdadero periódico están las ‘Memorias de la Real Sociedad Económica de Amigos de País de Segovia’, aunque sea más por su periodicidad –de 1785 a 1793- que por su carácter de divulgación generalista y de información de lo que acontecía. Como ya ocurriera en su segunda etapa, del 16 de octubre de 1875 al 14 de diciembre de 1880, el objetivo de la sociedad con sus primigenias Memorias y luego con su Revista –ya se utiliza esa denominación- se centraba en “consignar (las) declaraciones que espliquen el objeto que esta Sociedad se propone, que en lo posible tiende a hacer una propaganda constante y razonada de todos los principios que forman la base de la civilización moderna” (23 de octubre de 1875). A pesar de su periodicidad, en este caso las dudas sobre su naturaleza provienen tanto del exclusivo segmento de la demanda al que iba dirigido cuanto de las limitaciones en el contenido de la publicación. Y es que la Sociedad tenía por reglamento vedadas en sus discusiones y en sus publicaciones las cuestiones políticas, circunstancias que experimentó en sus propias carnes Federico García de Castro tal y como él mismo explicaba en el número de 30 de noviembre de 1876.

En todo caso, tanto las Memorias como la Revista son dos fuentes imprescindibles pues esbozan los perfiles de la sociedad segoviana en el final de los siglos XVIII y XIX.
No quiero dejar de reseñar con respecto a las Memorias de finales del ochocientos su impecable impresión en el ya comentado papel de hilo, ejemplo del buen hacer de los talleres de Antonio Espinosa de los Monteros, del que también se ha hablado.
Después de 1793 en que concluyó la publicación de las Memorias, Segovia volvió a quedar huérfana de publicaciones. No es de extrañar, por lo tanto, que quien buscase la proyección pública de cualquier acto noticiable tuviera que acudir fuera de los límites provinciales.

La crónica como sensibilización

Es lo que hizo el marqués de Quintanar, Victoriano de Chaves-Girón. El 30 de agosto de 1804 escribió desde Segovia una carta a la publicación Efemérides de España, que la difundió en su número 252 correspondiente al viernes 7 de septiembre de 1804. Dibuja el marqués un panorama desolador de la ciudad. Lo hace a modo de carta, un género el epistolar muy utilizado en el siglo XVIII. Se unía en él la objetividad del relato y la humanización de lo que se contaba. Dejémosle hablar: “A mi regreso a ella de un corto viage advertí por sus calles y plazas bastante porción de personas de ambos sexos, caídas y enteramente abandonadas (…) con tan poco espíritu vital, que a breve rato se les veía fenecer, formando por consiguiente el espectáculo más lastimoso, siendo su principal enfermedad falta de alimento”. A continuación el marqués describe pormenorizadamente las distintas acciones que llevó a cabo para intentar solventar la situación: el contacto con el Convento de San Juan de Dios, con el Corregidor, con el deán y Cabildo de la catedral y con el obispo. “En fin”, prosigue la narración, “desde el día 22 de mayo (de 1804) se empezaron a recoger de las calles y a conducir al referido Hospital de San Juan de Dios los pobres enfermos que se hallaban en ellas (…), y hasta ese día de la fecha han sido conducidos 298 de ambos sexos, de los quales han salido perfectamente curados y restablecidos 236, y existen en dicho hospital treinta y dos, quedándome el desconsuelo de que hayan fallecidos 30 entre hombres y mugeres que algunos acabaron en el camino”.

La crónica del marqués es excepcional. Parca en adjetivos, la descripción de los hechos y de la situación se basta por sí sola para despertar el interés del lector en aras a un objetivo final. Siempre existe un objetivo final detrás de una buena crónica. En este caso, lo que pretende el marqués es alentar el ánimo y la generosidad de los lectores para que participaran en el proyecto. “Aseguro a Vd.”, concluye, “me será sensible el día en que extinguido el fondo de limosnas de que hasta ahora se alimentan estos pobres, y se visten varios desnudos, me vea precisado en cesar en su remedio si para continuación no me proporcionase Dios otros arbitrios”. Hechos y dichos: elementos de la buena crónica. No sabemos si consiguió su objetivo recaudatorio el noble filántropo, pero desde el punto de vista periodístico su relato es impecable.

Damos un salto. Vemos a continuación otro ejemplo de la utilización de un medio escrito en la búsqueda de la sensibilización de la opinión pública. En 1846 nace un periódico con semejante intención recaudatoria, aunque su objetivo sea diferente: el Boletín de la Fuencisla. Probablemente detrás de él estuvieran la pluma y el impulso de otro hombre destacable del siglo XIX segoviano, el deán Tomás Baeza, un entonces treintañero nacido en Lastras de Cuéllar. Su afán pandectístico en lo tocante a la literatura solo es comparable a su ánimo archivero. Tengo ante mí sus Apuntes biográficos de escritores segovianos, editado en 1877 por la Sociedad Económica Segoviana e impreso en los tórculos de la Viuda de Alba y Santiuste: es lo más completo hasta este momento salido de un mismo autor sobre la materia. El fin del Boletín era muy simple: conseguir los fondos necesarios para desviar el curso del Eresma a su paso por la Fuencisla para alejarlo “del pie de la hermosa iglesia (…) dejando un espacioso campo”. “Los auxilios consisten solo en la devoción y generosidad pública. No hay reunido todo lo que se necesita, pero no se consideran agotados los recursos. ¿Se acabará (la obra)? Vergüenza sería que no, una vez hecho empeño”.

Para la consecución del objetivo se constituyó una voluntaria asociación de vecinos que adoptaron el nombre de Devoción y formaron una junta directora. Y se editó la revista. Probablemente todo el peso de la redacción recayera en el deán Baeza, de manera parecida a lo que ocurriría con el Semanario Cristiano y Literario en 1852 y el párroco Félix Lázaro. No obstante, una nota manuscrita encontrada en uno de los ejemplares de la colección Baeza demuestra que el deán contó con ayuda. Al menos hasta un tiempo. Así se deduce del escrito de (probablemente) Ramón de Salas disculpándose por no seguir con la colaboración en el Boletín. De Salas era un ilustrado segoviano que veintiséis años antes había formado parte de la Sociedad Patriótica de Segovia.

Diez números componen la colección más un undécimo del que solo se conservan las pruebas de impresión. Cada ejemplar estaba conformado por cuatro páginas en las que se perseguía con un estilo directo y un rico castellano -de una modernidad periodística que atrapa al lector- informar de la marcha de las obras a la vez que se ilustraba y entretenía con artículos de carácter regional y social. El cronista ha podido leer cada uno de los números y nunca se le hizo pesada la consulta. Incluso en más de una ocasión la risa terminó estallando en sus labios. Pongo solo un ejemplo: así comenzaba el noveno número del Boletín: “El nueve. Este es un número fecundo en alusiones, de tal modo que con él solo podría llenar el Boletín, si no fuera porque os fastidiaríais si del nueve solo hablara”. James Joyce hubiera tomado nota de la ocurrencia literaria. Y el segundo boletín empieza de esta manera tan poco ortodoxa, en un cara a cara con el lector: “Segovianos: No sé qué es lo que os voy a echar. Sermón no es, porque no es desde el púlpito ni trato cosas santas…”. Y así va desgranando las posibilidades: ¿Exhortación?, menos. ¿Proclama o alocución? “Como gustéis”. Y después de un largo fraseo termina el párrafo: “A ver quién me quita el haber llenado ya parte de la proclama con cosas sin sustancia conforme está admitido”.

Con toda probabilidad, el producto sobrepasara el nivel intelectual de una comunidad que en lo económico estaba sufriendo la caída descomunal del mercado pañero y en lo social experimentaba un preocupante letargo. Ninguno de los números del Boletín tiene marcado precio. Se imprimía en la Imprenta de Eduardo Baeza, en la calle Real, número 42. El cansancio, la falta de recursos y la proximidad de la culminación del desvío del Eresma pusieron fin a la historia de la publicación. 34 años después de la aventura, en 1880, Tomás Baeza y González dio a la imprenta de Santiuste otra obra muy destacable: Reseña histórica de la imprenta en Segovia. Su archivo personal es de los más completos reunidos en el siglo XIX.

Protoperiodismo

Echamos mano de la frase evangélica para introducir al final de nuestra crónica los que, a nuestro entender, y puestos en la tesitura de elegir un comienzo, suponen las muestras más logradas de protoperiodismo o de periódico avant la lettre, y en algún supuesto, como ‘El Segoviano’ en su primera época –primer número: 16 de noviembre de 1854- con toda los elementos para ser considerado un periódico moderno. Incluido el tamaño pliego que huye del tradicional folio e introduce elementos como la nota de avisos y la crónica de los actos de Corte.

Nos retrotraemos en nuestro análisis 30 años –hasta 1820- para tratar el boletín de la Sociedad Patriótica de Segovia. Es el órgano de expresión de la homónima hermandad de marcado fervor liberal y nacida tras el pronunciamiento de Rafael del Riego el primer día de enero de 1820. De la misma manera que en el último cuarto del siglo XVIII nacen las reales sociedades económicas de amigos del país, en el trienio liberal se conoce la eclosión por todo el territorio español de las sociedades patrióticas. Pero mientras que las primeras desterraban de sus estatutos la cosa política, como se ha visto, las segundas buscaban con denuedo los sentimientos “políticos, sabios y generosos”, como se dice en uno de los discursos apologéticos que se pronunciaron en su sede.

Tenía la patriótica segoviana un listado con sus componentes, un reglamento y una junta directiva bajo la presidencia de Manuel de la Torre González. En el listado del que disponemos aparecen sacerdotes, militares -profesores del entonces colegio de Artillería- e industriales. Está fechado el 30 de mayo de mayo de 1820. Publicaron canciones patrióticas y todo tipo de proclamas y discursos. Y un boletín periódico que, a diferencia del de la Económica, se vendía al público en general por cuatro cuartos.

Se imprimía la revista en los tórculos de los sucesores de Antonio Espinosa. Consistía en dos hojas en folio, editada a dos columnas. El lugar de venta era la librería Domingo Alejandro, en los soportales de la Plaza de la Constitución (hoy, Mayor). Los primeros catorce números no incorporan fecha; el 15 se data el 24 de agosto; el 19, el 21 de septiembre; el 20, el 28 del mismo mes. No hemos encontrado más ejemplares. Su contenido era esencialmente político, y aunque en ocasiones se abría a la introducción de comedietas y diálogos teatralizados, e incluso a la colaboración foránea, siempre terminaban predominando los contenidos ideológicos o de actos de la sociedad. Le faltaba por lo tanto el elemento generalista a la hora de tratar la información. No abjuraba del rey ni de la religión, aunque su bandera incuestionable era la Constitución de Cádiz. Tampoco disimulaba su ataque a los cargos eclesiásticos que no traslucían en su comportamiento y homilías el acatamiento a la Constitución. Tres años después de la formación de la Sociedad, en junio de 1823, ya restituido el absolutismo tras la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis dos meses antes, las tornas cambiaban y quienes vigilaban actos anticonstitucionales o en contra de la libertad pasaron a ser perseguidos. Un tal Juan Rivas del Campo se presentaba recién entrado el verano ante el Ayuntamiento de Segovia con la lista de los que conformaban, ese mayo de 1820 al que aludíamos antes, la hermandad patriótica. “Para los efectos que tenga por bien”, así motivó su acto el tal Rivas según recoge el acta municipal. El punto del orden del día que da cuenta de la presentación tiene en el margen una frase lapidaria: “Delación de Rivas”. “De todas las historias de la Historia/ sin duda la más triste es la de España,/ porque termina mal”, escribió Gil de Biedma. Ejemplos hay de ello. Este es uno.

‘El Segoviano’, 1854

El 16 de noviembre de 1854 sale el primer número de ‘El Segoviano’. Su subtítulo ya marca carácter: periódico político, de intereses materiales y morales del pueblo. Se venderá tres días a la semana, los martes, jueves y sábado, lo que era una novedad en las publicaciones de este tipo en Segovia. También lo era la presencia de un director y redactor, Saturnino Navarro de Vicente, y de un editor responsable: Juan Antonio Galindo. Su estreno se produce ocho días después de que las Cortes Constituyentes oficializasen el llamado bienio progresista con Espartero como hombre fuerte y las tesis liberales pitando en España.

Coincide en el tiempo el bautizo de ‘El Segoviano’ con el último número de la revista El trono y la nobleza. Revista monárquica de historia, ciencias, artes y literatura –número extraordinario de 21 de julio de 1854-, cuyo primer ejemplar había salido de la imprenta de los sucesores de Espinosa en 1853, cuando campaban tiempos moderados en España. Las jornadas de San Ildefonso alrededor de los reyes peligraban ahora con la llegada de los vientos revolucionarios iniciados con la Vicalvarada. No estaba el mercado para alardear de fervor monárquico ni de pertenencia aristocrática. Todo lo contrario le ocurría al celo liberal de ‘El Segoviano’, que se plasmaba en sus cuatro páginas salidas de la imprenta de don Eduardo Baeza. ‘El Segoviano’ es lo más parecido a un diario moderno. El más completo ejemplo conocido hasta entonces en la provincia. En sus páginas de pliego se recogen actos oficiales, noticias extranjeras, crónicas segovianas y hechos puntuales, como, por ejemplo, la rapidez con la que una pulmonía se carga a todo un obispo –una semana-. También fue innovador que se publicitara la sede de su redacción, que en este caso se localizaba en la Calle Real, 41. Durante su corta existencia siguió con inquietud el desarrollo de las Cortes Constituyentes, y en sus editoriales quedaba expuesto con claridad meridiana su apoyo a tres principios: las leyes del libre comercio, la defensa de la agricultura como sector fundamental de Castilla y el respaldo a la autoridad gubernativa, que se concebía como garante de esos principios. Hasta inauguró la publicación en Segovia un folletín en el faldón de sus páginas dos y tres. Su foco se extendió también a lo que acontecía en la provincia, en donde se vendía al precio de 20 reales la suscripción durante tres meses. Lo dicho: ‘El Segoviano’ introdujo de lleno a Segovia en el ámbito de la prensa contemporánea entendida esta bajo un triple aspecto: opinión conformadora de criterio político, información multidisciplinar y difusión general; añadiendo al objetivo de formar e informar el de entretener.

Paso por alto en este final, el análisis pormenorizado de ‘El Correo de Segovia‘, dirigido por Mariano Álvarez, cuyo primer número se imprimió en la imprenta de Eduardo Baeza el 1 de mayo de 1855. En realidad, no era sino la versión provincial de ‘El Correo Universal‘, de Madrid. De sus cuatro planas, tres procedían de la capital de España; la cuarta, en blanco, se rellenaba en Segovia. Se publicaron 26 números, lo cual indica la poca rentabilidad que tuvo el invento. Esta corresponsalía era novedosa en España, y Segovia la protagonizaba. Después el modelo se repetiría en otros lugares.

El autor agradece la ayuda en la realización de esta crónica a Isabel Álvarez, del Archivo Municipal de Segovia, Rafael Cantalejo, Bonifacio Bartolomé, del Archivo catedralicio, y a Mercedes Sanz.

La Segovia finisecular | El nacimiento de la prensa segoviana (descarga el suplemento)