Juan Manuel Santamaría (*)
1954 fue el primer año en el que el Curso de Pintores Pensionados del Paular dejó el cenobio serrano y pasó a desarrollarse íntegramente en Segovia, ciudad que los jóvenes artistas miraban con ojos asombrados, llevándola a sus lienzos con formas nuevas y bajo nuevas concepciones. Dejaban de reproducir con exactitud lo que veían, librándose así del “complejo del parecido”, y usaban de licencias que les permitían modificar una realidad que, a pesar de las transformaciones, seguía siendo inconfundible. Por ejemplo, este lienzo de Luz García Gómez (imagen 1), de ese mismo año.
Para emparejar el aguafuerte de Lasterra (imagen 2), con su contraste de luces y sombras, dominado por los grises y con tanta casa semiarruinada he elegido un texto que el delicado poeta Juan Ramón Jiménez dedicó a Segovia “Una ciudad para don Francisco de Goya o para don Francisco de Quevedo; una ciudad para pintores decadentes, para poetas decadentes, muerta, engolada, con el sol triste…” ¿De verdad nos vería así? Llamo la atención sobre ese detalle del grabado que documenta el esgrafiado que adornaba la fachada de la casa aneja a la puerta.
En la imagen 3, Mesa Esteban Drake se enfrenta con un motivo que se viene abajo pero al que, simplificando volúmenes, reduciendo planos y eliminando elementos accesorios, eleva y hace bello. Con la fuerza de los colores empleados supo dar robustez a un tema que nadie podrá asociar con recuerdos de pícaros sino a versos tan rotundos como los que, referidos a ella, escribió Rafael Fernández Pombo: Puerta de San Andrés, muralla viva, / arco, almenas, adarve, ejecutoria / de una vieja ciudad definitiva.
En la imagen 4 tenemos una vista de la plazuela y de la puerta en la que el artista, con un estilo muy personal, hecho de planos angulosos y colores fuertes, ha conseguido una imagen como la que hizo que se exaltara el espíritu del Buscón cuando éste regresó a una ciudad, de la que hacía tiempo que faltaba: “Vimos los muros de Segovia, y a mí se me alegaron los ojos a pesar de la memoria que, con los sucesos de Cabra, me contradecía el contento”. A la derecha lucen dos almenas. La parte caída de la muralla había sido reparada.
Imagen 5: “Es la puerta de mayor empaque y enjundia de todo el recinto y la única que desprende un marcado aire guerrero, de defensa. Consta de un fornido y poderoso torreón poligonal, con grandes y tallados sillares bien trabajados, temibles saeteras, gruesa cornisa de bolas y almenas piramidales. Un segundo torreón, unido a la muralla, cuadrado, con ventanas en la parte superior, de ladrillo, y un cuerpo central con ventanas y un arco de medio punto peraltado…” Con la bonanza económica vino su reconstrucción.
El mismo Antonio Moragón y para el mismo libro, Segovia. Ecos de una tarde, dibujó a línea el arco visto desde la plazuela y tuvo en cuenta la existencia de una talla románica de la Virgen del Socorro que allí está desde los primeros tiempos: “Cuando se ha traspasado la serenidad de la entrada, protegida por un modesto balcón de madera y sobre un pequeño altar con blanco mantelillo, se ve la diminuta estatua de una virgen, graciosa y popular en su factura, que ampara a toda la judería y procura el socorro, la ayuda, a quien eleva la mirada implorando fervientemente un consuelo… Un farol de disecado armazón se divierte con las sombras al silbido del viento”.
Juan Luis Pita, arquitecto, pintor y grabador, despliega su vocación múltiple en esta serigrafía (ilustración 7) a la que no ha llevado imágenes de la puerta vista desde dentro o desde fuera sino rodeada de una estructura bien organizada de construcciones, de viviendas multiformes con las que se convierte en un elemento urbano más, ni para la guerra ni para el paso, uno con la piedra y los tejados de los que sólo se diferencia por el color y por la serie de almenas y merlones que la coronan.
Para otro libro, Segovia. Puertas de silencio, publicado en 1995, Antonio Moragón se acercó por segunda vez a la Puerta de San Andrés. La deconstruyò de manera original para imagen de portada y la describió con afán literario: “Lágrimas engarzadas en las almenas del achaflanado y robusto cubillo; muecas verticales de rasgadas saeteras y obscuros ojos que miran con desconfianza al profundo valle del Clamores… Tu prestigio y elevada dignidad está presente en el sello del escudo real que campea bajo ese atrevido arco colgado. La boca de reforzados labios semicirculares, dilatada y perfecta, se abre con humedecida generosidad debido al relente de siglos…” Antonio Moragón fue compañero en la enseñanza y buen amigo.
Imagen 9: tras muchas vacilaciones, para dar contenido literario a esta pintura, única que conozco que haya reflejado la puerta iluminada con luz artificial, he elegido un texto de alguien que había pasado por allí tres cuartos de siglo antes, Alberto Camba: “Reanudo la marcha, y andando sin pausa, no me detengo hasta el Arco de San Andrés, prodigio de poesía en las blancas noches de plenilunio, en cuyo refugio tiembla un fulgor medroso de luz que irradia la lámpara de una hornacina. Bajo la sombra de este arco se desborda mi alma en imaginaciones…”
El esmalte a fuego es una técnica artística que aquí sale por primera vez. El autor, Lorenzo Tardón, fue vecino de la plazuela, en la que han nacido muchos artistas que quiero recordar: Juan Callejo, forjador y damasquinador; Ignacio, Joaquín, Julián y Antonio Hernando, pintores de los que destacó Antonio, autor de grandes carteleras para los cines de la Gran Vía madrileña; Rafael Davía Ramos y sus hijos Rafael y Juan Ignacio, dibujantes, pintores y vidrieros; los hermanos Lorenzo Tardón: Francisco, pintor y grabador; Rafael, pintor y ceramista; y Paulino, pintor y esmaltista; y Carlos Muñoz de Pablos, vitralista distinguido con merecidos honores.
Juan Ignacio Davía hizo este dibujo de la Puerta del Socorro como felicitación navideña de 2020, la pandemia le impidió repartirla y lo hizo en 2021. Veo un deje de amargura entre tantas líneas negras y verde oliváceas. Y las mujeres con sus grandes mantones me llevan a los terribles años del Buscón, cuando un padre, que murió ajusticiado, aconsejaba así a su hijo: “Quien no hurta en el mundo no vive. ¿Por qué piensas que los alguaciles y alcaldes nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nos azotan y otras nos cuelgan… Porque no querrían que adonde están hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros”.
Para que no quedara un vacío en la geografía de esta puerta faltaba una vista de la plaza a la que daba acceso. La vemos en el dibujo de Torreagero y nos la describía así Julián María Otero: “Traspuesta la muralla, nos hallamos en una plaza irregular en que corre una fuente quejumbrosa… De la plaza parten tres calles. Una frente al arco, bordeando la altura de la muralla, sobre el camino de ronda. Esta calle de la Ronda es la más tenebrosa de las vías que desembocan en la Plaza del Socorro, con serlo mucho las otras dos que, empinadas y tortuosas, vierten su silencio y sus sombras en aquel desagüe…” El mismo desagüe desde el que Antonio Moragón podía contemplar la torre más alta y oír los últimos ecos del canto de las horas.
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(*) Supernumerario de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce.
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