
Miradas perdidas entre las paredes y fijas en el horizonte, nervios, tensión, silencio… Los patios de cuadrillas de las plazas de toros antes de un festejo son un templo mudo que habla con el resto de los sentidos. Son la representación más tangible del miedo. La primera toma de contacto real de la tarde tras el vaivén mental que ronda en la habitación del hotel y en el desplazamiento en furgoneta. El prólogo a lo que guarda chiqueros.
En el patio de cuadrillas se cruzan personalidades. La manera de canalizar los nervios previos denota en la mayoría de ocasiones cómo llega el torero a la plaza: con qué disposición afronta el compromiso. De hecho, en los manos a manos, al menos en los de otra época, en los tiempos de Manuel Benítez ‘El Cordobés’ y Sebastián Palomo Linares, entrar al coso con seguridad y firmeza era el primer triunfo. Una partida ganada antes del paseíllo es la cafeína para recibir con entrega al toro.
La fortaleza mental juega un papel importante y es capaz de descontraer los músculos que se agarrotan para estar ágil de piernas. Por contra, nublan hasta la visión en un momento en el que los minutos duran más de 60 segundos. Normalmente los actuantes en un festejo taurino llegan entre 20 y diez minutos antes de la hora de comienzo fijado. Un espacio de tiempo que es toda una sala de espera de hospital.
Para calmar la tensión, son muchos los que pasan por la capilla para encomendar su suerte a los santos o vírgenes. Otro ritual. Después, no faltan los saludos entre los diferentes componentes de las cuadrillas y, en esos momentos, cobran sentido los apretones de mano y los abrazos que son una vía de escape a la empatía entre el hielo que son los cuerpos.

Apenas dos minutos antes del inicio del paseíllo empieza la liturgia del lío del capote de paseo. Colocárselo por detrás para después plegar los extremos y quedar practicamente cubierto. Como si fuera un refugio.
Los hay que llevan el capote suelto por detrás, pero lo más habitual es que vaya ceñido. No falta el apoyo del resto de las cuadrillas que ayudan a ponerselo con ciudado y mimo; pues es una indumentaria normalment confeccionada en seda, bordado en oro, plata o azabache, con lentejuelas y bordados, que van desde flores a motivos religiosos. En los últimos años han llamado la atención los presentados por diestros como Gonzalo Caballero, que mandó bordar un escudo de su equipo, el Atlético de Madrid, a tamaño grande en mitad de un capote, o José María Manzanares, que al fallecer su padre en 2014 realizó los paseílos de toda una temporada con uno de color negro como símbolo de luto.

La historia del capote de paseo gira en torno a la época de Francisco Montes ‘Paquiro’, en un tiempo en que al principio se llevaba sin liarse. Fue a partir de 1940 cuando los espadas comenzaron a enrosacarse en él. Después, empezaron a añadir elementos ornamentales a criterio de los propios toreros o por consejo de los sastres.
El precio de esta prenda depende de sí es nuevo o de segunda mano y de la tracendencia que haya tenido; es decir, si un capote ha sido usado por una reconocida figura después cobra más valor. También son uno de los premios más elegidos por las entidades taurinas para acreditar a los triunfadores de las ferias. Esta forma de premiación es habitual en certámenes de novilleros y seriales americanos en países como México o Perú.

En la actualidad uno de los que más expectación levanta a su llegada a un patio de cuadrillas es José Antonio ‘Morante de la Puebla’. El sevillano es quizás el torero que más revuelo monta nada más bajarse del furgón y las cámaras de fotos miran todas a él. De hecho, apenas tiene 30 segundos libres para visualizar el estado del ruedo de la plaza. La cola para las instantáneas no acaba. El puro, para después. Manzanares, Julián López ‘El Juli’ o Andrés Roca Rey también son otros protagonistas que atraen la atención del público, en un acto litúrgico en el que solo los toreros saben qué les pasa por la cabeza.
