Isabel López acaba de publicar la primera biografía en castellano del escritor británico Bruce Chatwin (1940-1989), pese a la talla mundial del protagonista retratado.
La autora explora la trayectoria literaria y vital de un personaje que indagó sobre los motivos que impulsan al hombre a viajar en vez de quedarse en casa. Chatwin fue experto en arte, arqueología o coleccionismo, pero ante todo mostró en su corta vida gran poder seductor y talento literario. Las 300 páginas de Bruce Chatwin, La Naturaleza Viajera del Hombre (Sílex) desvelan los motores internos de un viajero herido por la nostalgia de un pasado nómada. Ese trayecto interior está presente a lo largo de las cinco novelas que publicó: En la Patagonia; El Virrey de Ouidah; Colina Negra; Los Trazos de la Canción, y Utz.
—¿A qué se debe la elección de este escritor de viajes para su nuevo libro?
—Es un autor poco conocido y con un discurso literario muy actual. La pregunta que llevó a Chatwin a convertirse en escritor (“¿Por qué el hombre viaja en lugar de quedarse en casa?”) me cautivó. Es un interrogante que nos afecta diametralmente desde el confinamiento. Vivimos una explosión viajera sin precedentes tras la pandemia y era necesario cuestionarse el porqué de esa sed. Nadie mejor que Chatwin para afrontar ese interrogante. Ya han nacido plataformas anti-turismo tal y como está planteada esta industria. Chatwin personifica como muy pocos la búsqueda de respuesta a nuestro desasosiego, pero él define la pasión viajera con adjetivos lejanos a ese ímpetu por coleccionar destinos al que sucumbe el turista medio. Su sentido del viaje dista mucho del concepto del siglo XXI. No me cabe duda de que Chatwin estaría en el centro del debate haciéndonos reflexionar sobre qué es el viaje, qué implica el turismo de masas, etc. Por otra parte, mi relación con Chatwin viene de lejos… Un artículo publicado en El País en los años noventa despertó mi interés por su vida y obra. Era la reseña de un libro publicado por Anaya y Mario Muchnik, “Una Torre la Toscana”, recopilación de artículos del autor, y se deleitaba con el mito de Chatwin. Hay una primera decisión que debe tomarse cuando uno se acerca a este autor. Se debe distinguir entre Chatwin el hombre y Chatwin el mito. A mí, por supuesto, me hipnotizó la leyenda.
—¿No es extraño que sea la primera biografía en castellano una vez transcurridos 35 años de su muerte?
—Chatwin es un gran desconocido en España. Mario Muchnik editó su obra en castellano en los años ochenta, pero su fallecimiento con solo 48 años en 1989 dejó a los lectores con una obra literaria breve compuesta por solo seis libros. Esto no ayudó a que se afianzara su prestigio fuera de Gran Bretaña. Nos quedamos con ganas de más. Habría que añadir que la literatura de viajes, como género, no goza de una tradición tan consolidada aquí como en su país de origen. Su prematura desaparición nos privó de un intelectual de la altura de su amigo Salman Rushdie, por ejemplo. Precisamente, el día del funeral de Chatwin en Londres, el líder espiritual iraní, el ayatolá Jomeini, emitió una fatwa contra Rushdie y ofreció una recompensa en efectivo por su asesinato. Chatwin falleció cuando comenzaba su madurez literaria, al iniciar el vuelo como novelista, aspecto que lamenta precisamente Rushdie. Pese a todo, dejó una obra muy rica en cuanto a planteamientos antropológicos y filosóficos.
—¿Cómo fue el salto vital de Chatwin desde las subastas de arte hasta la literatura?
—Chatwin comenzó a trabajar en la casa de subastas Sotheby´s muy joven, como mozo de cuerda. Ascendió rápidamente. Su sensibilidad estética, un ojo prodigioso para detectar falsificaciones y su inquietud intelectual le proporcionaron un éxito fulgurante. Pero huyó en busca de horizontes más amplios. Su carrera literaria comenzó sin darse cuenta, colaborando como articulista especializado en temas artísticos. La versión menos romántica de su marcha de Sotheby´s apunta a ciertas incompatibilidades entre él y el presidente de la compañía, quien le prohibió proseguir con unos supuestos negocios lucrativos llevados al margen de la empresa. Además, Chatwin confiaba en ser nombrado uno de los socios de la prestigiosa organización. Al no cumplirse sus expectativas, decidió marcharse sin más. Hay una versión novelesca de todo esto. Chatwin precisaba que abandonó el mundo del arte porque un día amaneció ciego. El médico le sugirió que emprendiera un viaje donde pudiera contemplar horizontes lejanos. Su trabajo implicaba el examen minucioso de las obras de arte, actividad que perjudicó gravemente su salud ocular. A Chatwin le gustaba dramatizar y adornar esta historia, contribuyendo al mito que rodeó su vida. Pero sí es cierto que permanecer demasiado tiempo en el mismo lugar y mirar constantemente los cuadros le provocó una ceguera psicosomática. El viaje, representó, desde ese momento, la solución a sus males. Se marchó a Sudán. Allí prendió su pasión por las tribus nómadas. Años más tarde incluiría esta historia en Los Trazos de la Canción. Convirtió la vivencia en señal del destino para curar su eterna inquietud, la que le transformó en un viajero infatigable. Durante su estancia en Sudán compartió con una tribu nómada valores opuestos a los vigentes en el mundo del arte. El viaje a África, recomendado por su médico como remedio de esa ceguera, fue el inicio de la búsqueda de una explicación al eterno vagar del ser humano. Todo ello lo volcaría en un primer libro inacabado llamado La Alternativa Nómada, un estudio sobre el nomadismo.
—Ese impulso hacia Patagonia fue crucial para su trayectoria…
—Fue fundamental. Le liberó intelectualmente y le convirtió en un escritor aclamado por el público y la crítica. Había colaborado como articulista para Sunday Times y elaborado ese manuscrito sobre el nomadismo, pero el peso de ese libro inconcluso constituía una carga demasiado grande para él. Marcharse a Patagonia le liberó de ese lastre, porque convirtió ese viaje en una declaración de fe. Además, En la Patagonia contribuyó a cambiar la idea de lo que podía ser la literatura de viajes y recupera la idea del viaje como metáfora. Quiso convertirse en el joven héroe que parte a luchar con un monstruo, en este caso un trozo de brontosaurio que desde su niñez le fascinaba. Chatwin partió en busca del animal almacenado en casa de su abuela del mismo modo que Jasón había buscado el Vellocino de Oro. Barajó incluso la posibilidad de titular el libro A Piece of Brontosaurus (“un trozo de brontosaurio”), convirtiéndolo en una especie de documento apócrifo en el que podría orillar las explicaciones académicas que le habían asfixiado en su estudio sobre el nomadismo. Por fin podría abandonar los conceptos abstractos para reflejar sus ideas en historias y relatos concretos.
—¿Puede ofrecer alguna recomendación personal para adentrarse en este autor?
—Mi debilidad es Los Trazos de la Canción porque sumerge en la cultura aborigen australiana y nos adentra en el corazón del propio Chatwin. Es su biografía espiritual donde vuelca sus obsesiones e intenta explicar la naturaleza de su desasosiego, ese impulso que le alejaba de casa insistentemente. Su propia niñez fue un ir y venir, un cambio de hogar constante debido a la guerra y a la profesión de su padre. En Los Trazos de la Canción analiza estos primeros años, cuando nació su interés por Australia. Explica cómo estableció una conexión íntima entre su propia inquietud y el alma aborigen. Es fascinante también cómo dibuja el mito de la creación aborigen, tan distinto del cristiano. Los aborígenes eran para él unos seres humanos que, de repente, sin ninguna razón visible, abandonaban sus quehaceres y emprendían la marcha. A Chatwin le pasaba lo mismo y se identifica con la forma de crear su mundo a través de la canción mientras caminan. Pero cada uno de sus libros aporta esa mezcla de conocimiento de otras culturas y cierto grado de sabiduría sobre nuestra sed viajera. No hay equivocación posible, si eres de mente inquieta y buscas viajar leyendo. Como, por ejemplo, su último libro, ya plenamente considerado novela, Utz, donde se viaja a Praga, pero también permite adentrarse en el mundo del coleccionismo.

—Parece un sello personal de Chatwin imbricar realidad y ficción, como si la verdad estuviera sobrevalorada…
—Chatwin era ante todo un contador de historias. Nunca se sintió cómodo con la etiqueta de escritor de libros de viaje. En sus obras, no relata cómo llegó a tal lugar o cuáles fueron las dificultades durante el camino. Mezcló realidad y ficción para realzar los personajes que eligió como más representativos de la idea que deseaba plasmar. Se evidenció desde el comienzo, con En la Patagonia. Muchos se desplazaron allí con el libro en el bolsillo y volvieron desilusionados al no localizar lo leído. Incluso algunos protagonistas le acusaron de inventar excentricidades. Lo cierto es que Chatwin era un viajero literario. Quería plasmar sus inquietudes sobre el papel y coloreaba la realidad. En Patagonia, y también en Australia, Chatwin captó a esta colección de personajes poco corrientes como a través de una cámara fotográfica. Se transmutó así en una especie de Cartier-Bresson literario, como él mismo se describió. Escribió rápidas instantáneas sobre gente corriente con la que pasó muy poco tiempo. Del mismo modo que un fotógrafo persigue ese momento decisivo, el instante perfecto que debe plasmar en la foto, Chatwin reprodujo a esas personas en circunstancias concretas. Si hubieran sabido la intención del escritor, la imagen obtenida hubiera sido otra. Probablemente hubieran posado, y ese instante mágico no habría brotado. Los retratos no eran falsos, constituían más bien síntesis cuyo efecto pretendía intensificar y engrandecer. Algunos sintieron que durante este proceso Chatwin consiguió arrebatarles ciertos momentos íntimos y conservarlos bajo una prosa en la que ellos mismos no se reconocían. Su colaboración para la revista Sunday Times le sirvió para pulir esa técnica de elaborar historias que atienden a los perfiles mágicos o inesperados para captar la atención del lector.
—Un contador de historias…
—Sí, Chatwin era un seductor, un hombre carismático y un gran contador de historias, alguien que vivía con una mezcla de intensidad y curiosidad, siempre en movimiento y en busca de experiencias para sus escritos. Disfrutaba de un talento especial para combinar realidad y ficción, no solo en sus libros. Formaba parte de su vida personal. Tendía a embellecer sus propias experiencias y a estimular una narrativa sobre sí mismo que no siempre se ajustaba a los hechos. Se le ha descrito también como un hombre difícil de conocer por completo, reservado y a veces elusivo; podía ser encantador, pero también distante. Su deseo de viajar y el rechazo a quedarse quieto lo convirtió en una figura esquiva, alguien que siempre parecía estar en busca de algo, pero que rara vez revelaba lo que realmente buscaba.
—¿Es Chatwin un caso donde vida y obra están totalmente unidas?
—Chatwin era un narrador brillante y cautivador, pero también alguien profundamente complejo y reservado. Contar su vida resultó difícil. Por esta razón decidí acercarme a su figura desde el punto de vista literario, porque lo plasmado en su obra revela su personalidad nómada, una curiosidad insaciable y acusada tendencia a mezclar realidad con ficción. Al mismo tiempo esta unión no siempre es tan directa, porque alteraba detalles de su vida para construir una narrativa más fascinante.
—Chatwin señala que los humanos traicionaron su auténtica esencia nómada y que de ahí vienen todos los problemas. ¿Ha cosechado seguidores esta línea de pensamiento?
—Sus ideas han cosechado seguidores, sobre todo en las comunidades literarias y de escritores de viajes. Pensadores y escritores como Robert Macfarlane, Patrick Leigh Fermor han conectado con la visión de Chatwin. Estos autores, junto con Colin Thubron y otros narradores de viajes contemporáneos, comparten la idea de que la inquietud y el vagabundeo son intrínsecos a la experiencia humana. Las obras de Thubron también exploran viajes a través de regiones remotas, a menudo desoladas, lo que coincide con las meditaciones de Chatwin sobre el movimiento y la búsqueda de sentido a través del viaje.
—¿Han quedado eclipsadas la obra fotográfica y periodística de Chatwin por el peso de sus novelas?
—Chatwin fue capaz de reflejar sus reflexiones a través del arte fotográfico, como se aprecia en su libro póstumo Bruce Chatwin: Fotografías y Cuadernos de Viaje. Demostró ahí una sorprendente capacidad para expresarse a través de la imagen, faceta bastante desconocida. Desgraciadamente, el temprano fallecimiento truncó su carrera. Figuras claves en la literatura de viajes, como Jan Morris, Colin Thubron, Paul Theroux o Jonathan Raban, amigos y colegas de oficio, han tenido la oportunidad de disfrutar de una larga trayectoria. Chatwin tendría ahora 84 años. ¿Qué sorpresas nos hubiera deparado una mente tan inquieta como la suya? Solo lo podemos imaginar. Su amigo el cineasta Werner Herzog cuenta que en su primer encuentro estuvieron 48 horas contándose historias el uno al otro, con breves pausas para el sueño. Me imagino a Chatwin siendo un famoso podcaster dando rienda suelta a todas sus inquietudes intelectuales o un instagramer con millones de seguidores ávidos de ver sus historias.
—Últimamente han aparecido documentales y libros en inglés sobre su figura. ¿Sigue siendo su reconocimiento una tarea pendiente?
—La aportación más reciente a ese reconocimiento es el documental de Werner Herzog Nómada: Tras los pasos de Bruce Chatwin, en el que evoca a su amigo y explora el pensamiento de Chatwin. Ahora, 35 años después de su fallecimiento, sus libros continúan siendo publicados. Sin embargo, al mencionar a los autores más influyentes de las décadas de 1970 y 1980, su nombre suele pasar desapercibido, aunque su primer libro contribuyó a cambiar la idea de lo que podía ser la literatura de viajes. Apareció en un momento de gran riqueza literaria, cuando los reportajes y novelas empezaban a volar alto en nuevas direcciones. Angela Carter, Ryszard Kapuscinski, Martin Amis, Ian McEwan, Salman Rushdie o Julian Barnes, por citar unos pocos, eran autores con los que se codeaba Chatwin y resumen su época. Una carrera brillante, pero muy breve. Animo a los lectores a leer y viajar con la vida y obra de uno de los escritores más vibrantes de finales del siglo XX.
