No era de números. Más bien lo contrario. Siempre le gustó el arte. Por eso no resulta extraño que, en el colegio, no durara mucho tiempo en las clases de matemáticas. De hecho, en más de una ocasión, le echaron del aula por estar dibujando. Esther Cuesta es muy tímida. Pero, desde que era apenas una niña, encontró en la ilustración la vía para plasmar sus emociones. Y su manera de ver y entender el mundo. Lo hace, sobre todo, a través del retrato. Dentro de él, le gusta contar otra historia: en el pecho de la persona, crea un paisaje. O incluye cualquier tipo de objeto. Utiliza una técnica mixta. Y mucho realismo. Está “muy comprometida” con el medio ambiente. Con la “lucha de la mujer”. Y con temas que afectan a las “minorías”. De ahí que use su obra para concienciar a la sociedad. Es su forma de ayudar y “llamar la atención” a la ciudadanía.

Su tío era pintor de óleos. Pero lo cierto es que, más allá de él, no tuvo referentes en su entorno que alimentaran su vena artística. Estudió un curso de Ilustración en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Segovia. Poco después, hizo la carrera de Diseño. A raíz de ahí, empezó a desarrollar su pasión. Desde entonces, no ha dejado de formarse. Lo ha hecho, en su mayoría, de forma autodidacta. Aunque, en ocasiones, tuvo que compaginarlo con otro empleo, nunca dejó de crear. Ni de jugar con su imaginación.

Hasta 2020, combinó la ilustración con su trabajo en una empresa de videojuegos. Pero con la pandemia, y la crisis que esta trajo consigo, perdió su empleo. “Ahora estoy sobreviviendo, todavía no vivo al 100% de ello, pero estoy en el camino de hacerme autónoma”, explica. Hace unos meses, logró firmar un contrato con una empresa de representación de Estados Unidos. Cree que en ese país se valora y “se paga mucho más” el trabajo de los ilustradores.

Cuesta usa, sobre todo, lápices de colores y acuarelas. También grafito o, incluso, tinta de tatuaje. “La propia obra me va pidiendo lo que necesita”, asegura. Realiza retratos por encargo. Y vende sus ilustraciones a empresas. La última obra que hizo fue para una empresa de videojuegos. Está feliz: recibe encargos que “están bien pagados”. Y que le permiten ir abriéndose hueco en Estados Unidos. La segoviana ha encontrado en este mercado una fuente de ingresos.

Sus ilustraciones han sido, además, la portada de cinco libros. Ahora está haciendo uno nuevo con otros artistas. El pasado año, recogió algunos de sus retratos en una exposición que acogió la galería de arte Zaca de La Granja. A ello se une su afición como restauradora de muñecas. Las compra rotas en mercadillos. “Les borro la cara, se la vuelvo a pintar, les pongo pelo, les hago la ropa…”, cuenta.

Hace años, fue también tatuadora. Unió las dos artes: utilizaba las cintas del tatuaje en la ilustración. “Mezclaba muchos materiales de todo tipo, y me iba a estaciones de tren abandonadas a coger papeles antiguos”, relata. Cuesta mezcla todo lo que se le pasa por la cabeza. Está continuamente innovando. Todo ello, para que su retrato vaya más allá. Y lance un mensaje que cale en la sociedad.