Audiciones de dulzaina el pasado viernes en el Salón de Actos del Conservatorio de Música con el profesor Ricardo Ramos a la percusión. / Luis Horcajada

El Conservatorio de Música de Segovia es el único, al menos en Castilla y León, que imparte la especialidad de dulzaina en su departamento de Viento Madera (donde se encuentran también las de flauta travesera, oboe, clarinete, fagot y saxofón). Esta enseñanza musical formal, con un instrumento tan ligado a las raíces, a la música tradicional, empezó a impartirse en este centro público en el curso 2008/2009, con una matrícula estable desde entonces que oscila entre los 13 y los 15 alumnos cada año. Siempre se cubre el cupo y pueden estimarse en cerca de 200 las matrículas formalizadas en los 14 años transcurridos desde su inicio.

El profesor de dulzaina del Conservatorio segoviano es desde el curso 2009/2010 el músico cuellarano Ricardo Ramos. Cuenta que las plazas de los que finalizan estos estudios musicales se compensan siempre con los nuevos ingresos y destaca la posibilidad de hacer pruebas de acceso para incorporarse a niveles superiores al inicial.

En este sentido, el ciclo completo es de diez años: cuatro cursos para el grado elemental y seis para el profesional. Este conservatorio no imparte el grado superior.

Lo que empezó como un proyecto piloto es ya una especialidad consolidada que se nutre, en gran parte, “de gente que ha aprendido en escuelas de la provincia, ya tienen un conocimiento del instrumento y hacen la prueba de acceso para entrar en segundo, tercero o incluso directamente al grado profesional”, explica.

“Hay algunos músicos que llevan tocando la dulzaina muchos años pero como hasta 2008 no existía esta formación académica oficial se han animado después”, añade. Por eso en sus clases hay alumnos de edades muy distintas cuando, lo habitual en las carreras musicales, es que empiecen con 8 años y terminen con 18.

A Ramos y a sus hermanos el gusanillo por tocar la dulzaina no les viene de tradición familiar porque ni sus padres ni abuelos son músicos. La ‘culpa’ es de un profesor del colegio “que nos empezó a enseñar a tocar la flauta dulce, lo poco que sabía pero con mucha ilusión, que nos transmitió y así empezó; luego entre los hermanos nos lo contagiamos”.

Luego se matriculó en la Escuela de Dulzaina de Segovia, nacida en 1982 de la mano en ese primer momento de la Diputación, con sede en la capital pero con extensiones en Cuéllar, Carbonero el Mayor, Riaza, Santa María la Real de Nieva…

Después Ramos decidió que la música era lo suyo y se matriculó en el Conservatorio donde ahora da clase pero en la especialidad de clarinete porque entonces todavía no existía la de dulzaina. Completó más adelante su formación con cursos no oficiales y etnomusicología.

Destaca este profesor dos hitos importantes para que la dulzaina haya alcanzado el lugar que merece y viva un momento dulce en la provincia. Por un lado fue fundamental la creación de esa Escuela de Dulzaina de Segovia, que este año cumple su 40º aniversario, aunque ahora ligada a la Asociación para la Promoción de la Cultura y la Música Tradicional y financiación del Ayuntamiento de Segovia y de la Diputación, a través de sendos convenios. Desde sus primeros años tomó como base la obra del maestro del folclore castellano Agapito Marazuela y contó como primer director con su discípulo Joaquín González-Herrero González.

Por otro, de nada hubiera servido crear esa escuela y sus sedes en distintos municipios de la provincia sin artesanos que elaborasen el instrumento. Destaca en ese momento, aunque ya despuntó desde los años setenta del siglo pasado, la figura de Lorenzo Sancho, de Carbonero el Mayor, a quien Ramos considera “el artífice de la innovación en la dulzaina” y el también dulzainero e investigador Carlos de Miguel, profesor de dulzaina desde hace 20 años en las Aulas de Música Tradicional de San Pedro de Gaillos, califica de “muy meritorio” el apoyo de la institución provincial y el trabajo de este constructor de instrumentos para abastecer la demanda desde ese momento.

Ramos comenta que, menos conocido, pero otro artesano que despunta en la elaboración de dulzainas desde los años noventa es Martín López Llorente, con taller en Palazuelos de Eresma, que además “ha hecho una buena labor con la restauración de instrumentos antiguos”.

La especialidad de dulzaina atrae de 13 a 15 músicos cada año al Conservatorio de Música de Segovia
Pasacalles de la Escuela de Dulzaina de Segovia en 2022. / Kamarero

Escuela de Dulzaina de Segovia

Desde la directiva de la asociación que sostiene la Escuela de Dulzaina de Segovia a partir de 2016, Miguel Ángel Nogales anuncia que están preparando un programa conmemorativo del 40º aniversario, que se cumple este año, e incluirá una exposición, la publicación de un cancionero, etc.

Comenta que es difícil saber cuántos alumnos han pasado por ella en esas cuatro décadas pero, por libros de registro supervivientes, solo en la sede de la capital ha habido entre un mínimo de 30 alumnos y un máximo de 130 en los primeros años de la década de los noventa.

Las sedes en otros municipios de la provincia no duraron muchos años pero en algunos se crearon escuelas municipales o bien ligadas a asociaciones o dulzaineros locales.

A partir de esa explosión de los primeros años noventa la matrícula descendió y la pandemia de covid ha sido también un duro golpe del que todavía no se ha recuperado del todo.

Desde la llegada del covid imparte sus clases en las instalaciones municipales de la antigua fábrica de borra, en la Alameda del Parral, y la matrícula de este curso alcanzó las 60 personas aunque finalmente la asistencia se ha reducido a entre 56 ó 58, según este responsable.

Tiene tres profesores, dos de dulzaina y uno de percusión porque es un instrumento “inseparable” del tamboril, como dice, Carlos de Miguel, ligado también muchos años a esta escuela, que señala que hasta la mitad del siglo XX en las fiestas de los pueblos segovianos se anunciaban “bailes de tamboril”, relegando a la dulzaina.

La especialidad de dulzaina atrae de 13 a 15 músicos cada año al Conservatorio de Música de Segovia
De Miguel con las dulzaineras Rita San Romualdo y Bárbara Francisco. / E. A.

Jóvenes y mujeres

Por otro lado, Nogales dice que una ‘pelea’ constante es la renovación, y anima a los jóvenes (este año tienen alumnos de 12 y 14 años) pero también a las mujeres, que no se sabe bien si por tradición pero son casi siempre menos en número, salvo en el Conservatorio de Música, donde el alumnado de dulzaina está más compensado, siete hombres y seis mujeres en este momento.

Precisamente, hay que señalar que en la provincia hay grandes dulzaineras; entre otras, la riazana Elena de Frutos Manrique, la cuellarana Mari Carmen Riesgo, que enseña a tocar el instrumento como profesora de la Escuela de Música ‘Cecilio Benito’ de Cuéllar, con una larga trayectoria y por la que han pasado muchos alumnos del dulzaina, o Rita San Romualdo, nieta de ‘Silverio’ e hija de Fernando, director artístico de la Asociación Cultural Grupo de Danzas ‘La Esteva’, entidad que también tiene su propia escuela de música.

Mucho mérito tiene, en este caso atribuible, principalmente, al Ayuntamiento de San Pedro de Gaillos, el mantenimiento durante los últimos 20 años de las Aulas de Música Tradicional de este pequeño municipio de apenas 350 habitantes, donde Carlos de Miguel y su hermano César dan clases de dulzaina y tambor.

El primero admite que la matrícula ha sufrido un bajón, entre otros motivos porque ahora hay otras escuelas en la comarca, como la de Cantalejo, y también porque o bien en el municipio no hay tantos jóvenes como hace años o tienen otros intereses, además del daño que ha hecho la pandemia. “Nos estamos adaptando pero lo que sí se puede decir es que la calidad de la enseñanza ha mejorado bastante porque estamos dando clases individuales y se avanza mucho más”, explica.

De Miguel apostilla que son necesarias más convocatorias como la que la Diputación hizo en 2014 para dotar de dulzainas a las escuelas de la provincia porque es una forma de incentivar el aprendizaje del instrumento sin que los alumnos tengan que hacer un desembolso de dinero desde el primer momento.

La especialidad de dulzaina atrae de 13 a 15 músicos cada año al Conservatorio de Música de Segovia
La Escuela de Dulzaina Collara, un centro privado con sede en Cuéllar. / E. A.

De iniciativa privada

También tiene mérito sostener una escuela privada, como la cuellarana ‘Collara’, por parte de un dulzainero que forma parte de una de las promociones del Conservatorio de Segovia, Javier Pilar Arranz, que además elabora e imparte talleres de cañas para dulzaina.

Su método, sin olvidar el carácter tradicional del instrumento y, por lo tanto, que los alumnos aprendan el repertorio tradicional, tiene en cuenta también los nuevos tiempos. “Al igual que los dulzaineros antiguos tuvieron que renovar su repertorio incluyendo los temas modernos de su época, debemos hacer hoy lo mismo mostrando la dulzaina como un instrumento capaz de interpretar cualquier estilo de música y tema musical”, sostiene.

En cualquier caso, como en el resto de escuelas, la metodología es básicamente práctica para aumentar la motivación del alumno.

La provincia, como cuna del maestro Marazuela, exporta profesores de dulzaina a otros lugares y Javier Pilar es uno de ellos, ya que imparte clases en la escuela municipal de Olmedo, en la de Campaspero y en Medina del Campo, tres municipios de la provincia de Valladolid.

Reconoce Pilar que con la pandemia, y sus consecuencias económicas y de todo tipo, se redujo la matrícula pero su escuela mantiene entre 12 y 15 alumnos sólo en Cuéllar, predominando los del tramo de edad entre 30 y 40 años. Reconoce el esfuerzo que supone no recibir apoyo ni de ayuntamientos ni asociaciones pero prefiere “no depender de nadie”.

La especialidad de dulzaina atrae de 13 a 15 músicos cada año al Conservatorio de Música de Segovia
La Escuela de Dulzaina de San Rafael cuando celebró su 25 aniversario. / E. A.

Entre las escuelas de dulzaina más veteranas de la provincia se encuentra la de San Rafael, nacida en 1988, y su fundador, Antonio María Rubio ‘Pete’, insiste en que es independiente de cualquier entidad pública salvo por la sede y lugar de ensayo, el Centro Cultural, que es municipal, y destaca sobre todo su carácter amateur, nacida de una peña de amigos en las fiestas de la localidad y que se ha convertido “en una familia”.

Un aspecto que la caracteriza es que no hay profesor, aunque él ejerza como tal, sino que aprenden en grupo y todos pueden hacer aportaciones. “La mayoría tocamos de oreja, de oído, pero alguno más joven tienen conocimientos de música y en ocasiones apunta si una nota está mal”.

Otra con más de 20 años de historia es la del barrio de San Lorenzo, fundada en 2002 con Jesús Costa al frente, un dulzainero que empezó a tocar a los 8 años en la escuela que existió en otro barrio, el de San José, con Mariano Matey de director. También pasó por la escuela de la Diputación en los ochenta. Como escuela de barrio, con el apoyo de la asociación de vecinos, que cede el local, empezó con 6 ó 7 alumnos y llegó a tener 40. Actualmente supera la treintena de edades muy variadas, desde los 8 ó 9 años a los 66. Hay relevo generacional porque las nuevas generaciones de San Lorenzo siguen demandando clases de dulzaina y tamboril y bombo, ya que Costa es profesor de ambas especialidades y, además, sus clases son individuales.

La especialidad de dulzaina atrae de 13 a 15 músicos cada año al Conservatorio de Música de Segovia
Escuela de Dulzaina del barrio de San Lorenzo en 2019. / E. A.

Resultaría arduo contactar con todas las escuelas de dulzaina de la provincia y, como dice el dicho, en este reportaje no están todas las que son pero si son todas las que están. Por otro lado, en algunos pueblos la enseñanza de dulzaina forma parte de una oferta más amplia en escuelas de música generalmente municipales, como ocurre en Cuéllar o Carbonero el Mayor, o bien sostenidas por asociaciones como, por ejemplo, Alborada Musical en Cantalejo.

El mundo de la dulzaina es casi inabarcable y, por otro lado, el Instituto de la Cultura Tradicional Segoviana ‘Manuel González Herrero’, de la Diputación, promueve investigaciones, también sobre la dulzaina. Carlos de Miguel, por ejemplo, ha sido tutor y autor de los textos del libro de fotografía ‘El son de la dulzaina’, de Roberto Hernández Yustos, publicado por este instituto en 2020.

Mención aparte, merecen festivales, muestras, certámenes de dulzaina que se celebran por toda la provincia, algunos específicos como el Ciudad de Segovia, que organiza La Esteva, o los de Hontalbilla, Santa Mª la Real de Nieva, Casla, etc.

Algunos datos sobre la dulzaina

La dulzaina es un instrumento con variantes en varias comunidades como Cataluña (donde recibe el nombre de gralla), Valencia (dolçaina o xirimita), Aragón, Cantabria, en algunas provincias de Castilla-La Mancha como Guadalajara y en otras de Castilla y León como Ávila, Burgos, Palencia, Soria o Valladolid, donde también recibe el nombre de gaita.

En Segovia se utiliza la dulzaina castellana, con llaves, así como en la Comunidad de Madrid o en la de Guadalajara, entre otras.

Las mejoras introducidas en las últimas décadas, entre otros por Lorenzo Sancho, artesano de Carbonero el Mayor, permiten que sea un instrumento más fácil de tocar y técnicamente más completo que el que usaban los antiguos dulzaineros.

Al tener llaves, además, hace posible una mayor escala cromática, según los expertos.

Pero tiene un coste que para un neófito puede ser elevado, a partir de 1.000 euros, de segunda mano, y acercándose a los 2.000, nueva.

El profesor de dulzaina del Conservatorio de Segovia, Ricardo Ramos, explica que se trata de un instrumento artesanal y el precio está al mismo nivel que otros de viento como el clarinete y por debajo del oboe, por ejemplo.

Algunos alumnos empiezan con una diatónica, sin llaves, (con un precio en torno a los 200 euros) pero son muchos los profesores que recomiendan hacerlo desde el inicio con una de llaves, que es la que se utiliza en los ‘toques’, nombre que reciben las actuaciones en la calle.

Carlos de Miguel, dulzainero, investigador de la dulzaina y profesor de las Aulas de Música Tradicional de San Pedro de Gaillos, considera que en la provincia de Segovia, aunque muy poquitos pueden vivir de la música, hay «muchísimos dulzaineros» y apostilla que nunca sobran intérpretes como en cualquier ámbito cultural.

Su pervivencia parece asegurada aunque apunta que «sí puede que haya cierto escepticismo en cuanto al folclore, porque hay más acceso a partituras, a vídeos, a más música en general y, en mi opinión, se están perdiendo un poco los estilos tradicionales; por comarcas había incluso su propio estilo en el toque de dulzaina, algo que forma parte de nuestro patrimonio musical».

De Miguel señala que hay tendencias y modas. «Sale un dulzainero o dulzainera virtuoso y otros intentan imitarlos», dice, aunque modas ha habido siempre, añade. También crisis, porque en sus investigaciones en publicaciones de finales del siglo XIX y principios del XX se hablaba de crisis de la música de dulzaina y se convocaban concursos a nivel provincial precisamente para que no se perdiera la tradición.

Reconoce, sin embargo, que algunas melodías que llegaron hasta la provincia de otras zonas o países en esas décadas ahora lejanas se incorporaron a danzas o bailes que ahora se consideran tradicionales, incluyendo algunas en danzas de paloteo, que se adaptaron a esas modas.