Pío Caro Baroja.
Pío Caro Baroja.

— ¿Cómo se mantiene la memoria de Pío Baroja, escritor, Ricardo Baroja, pintor y grabador y Julio Caro Baroja, antropólogo e historiador?
—Pío Baroja está considerado de manera unánime el novelista más vigente del siglo XX en España. En su momento fue criticado por una prosa demasiado sencilla y algo desaliñada, pero hoy esto no es defecto sino virtud para contactar con los nuevos lectores; los virtuosos del encaje de bolillos literario y de la prosa alambicada no han resistido tan bien como él.
En cuanto a la temática de su literatura, aborda los asuntos esenciales del hombre, la perplejidad ante el hecho de existir, las zozobras de la vida, las ilusiones del proyecto social y sus decepciones. El hombre barojiano es un ser frágil y consciente ante la dificultad y el misterio de la vida, que empatiza con el resto de los congéneres al margen de abstracciones colectivas. Su moral gira entorno a esta idea de individuo libre. Esto le ha aportado un público joven que siempre se ha sentido identificado con don Pío y que se conforta con sus libros.
El caso de Ricardo es bien distinto, fue un hombre poliédrico, con una capacidad técnica e intelectual fuera de lo común, pero abarcó muchas facetas y la vida no le alcanzaba para tanto. Está reconocido como el mejor grabador español después de Goya, su pintura en cambio se ha resentido más en la medida que no fue un pintor cuco que se adscribiese a las modas y la pintura comercial del momento, quedando fuera del movimiento vanguardista. Era un hombre coherente con un ideal artístico, siempre a contracorriente, y eso no le ayudó mucho.
Julio Caro Baroja fue el hijo intelectual de Pío. Desarrolló de manera científica muchas de las inquietudes filosóficas y antropológicas por las que había sentido interés su tío. La biblioteca de ambos es común en casi un ochenta por ciento. Abrió un camino de heterodoxia metodológica que no siempre fue bien entendido entre el academicismo español. Su obra es un referente mundial de solvencia en etnología, en antropología y en muchas ramas más de las ciencias sociales. Una obra leída y poco citada, plagiada hasta la extenuación en algunos círculos académicos que, paradójicamente, habían renegado de él en lo público. Muchos temas son de interés minoritario en un país como el nuestro, pero de gran trascendencia para entendernos como país y como sociedad. Es original, ambiciosa, rigurosa y de hechuras monumentales, ajena a cualquier corriente o corsé prefabricado.

—¿Cuáles son sus novelas favoritas de Pio Baroja?
—Tengo cariño por las novelas que se desarrollan en un ámbito geográfico cercano o las que están relacionadas con la “mitología” familiar. Por ejemplo, Las inquietudes de Shanti Andía, referida a la rama marinera de la familia, los Goñi, y a muchos de los recuerdos barojianos de su infancia en torno a la casa de la tía Cesárea junto al puerto de San Sebastián. Su primer libro Vidas Sombrías, publicado en mil novecientos, se trata de una colección de relatos ambientados en El País Vasco y en Madrid, donde se contienen las semillas de toda su producción posterior. Me divierten las peripecias madrileñas de Silvestre Paradox y también ese magnífico folletín que es La feria de los discretos, que ha pasado a ser para muchos la gran novela cordobesa.

—¿Cuáles cree que la gente lee más?
—En primer lugar, El árbol de la ciencia y las novelas de la trilogía “La lucha por la vida” (La busca, Mala hierba y Aurora roja). También las novelas marineras como Las inquietudes de Shanti Andía o El laberinto de las sirenas.

—¿Qué obras inconclusas o no editadas antes han publicado recientemente?
—En el año 2015 se publicó Los caprichos de la suerte, su última novela inédita. En un futuro se publicarán algunos textos memorialísticos y quizás, quién sabe, parte del epistolario con su sobrino Julio Caro Baroja.

—¿Cuál es el objetivo de la editorial Caro Raggio?
—La editorial Caro Raggio se refundó en 1972 por Julio Caro Baroja y su hermano Pío, mi padre. El propósito fue ir publicando toda la obra de don Pío, así como los principales libros de los distintos miembros de la familia. El objetivo se cumplió en dos décadas y ahora es una editorial poco comercial, singular por las limitaciones de su catálogo, que solo pretende satisfacer la bibliomanía de los barojianos más fanáticos, de los coleccionistas y de la gente curiosa. Recientemente hemos publicado unos Paseos por Madrid de Pío Baroja en una preciosa edición de mi hermana Carmen.

—¿Cuál es la obra de Ricardo Baroja? ¿En qué destaca?
—Ricardo Baroja destaca como uno de los grandes nombres del grabado en España. Participó socialmente de la vida bohemia del cambio de siglo y conoció las vanguardias. Su obra literaria es instintiva e inclasificable, es uno pioneros españoles de la ciencia ficción con El pedigree. Pero Ricardo tenía dentro una enorme vocación científica que le llevó a desarrollar y patentar algunos inventos que hoy siguen resultandos sorprendentes. Recientemente se ha publicado en una revista especializada Avion revue. cómo fue Ricardo uno de los pioneros mundiales en diseñar un piloto automático para aviones.

—¿Qué memorias tiene de Don Julio Caro Baroja, hermano de su padre, a quien conoció en su infancia?
—El tío Julio era catorce años mayor que nuestro padre. Para mí fue una combinación entre padre permisivo y abuelo. Pasamos juntos veinticinco años que coinciden con los mejores de mi vida. A partir de su desaparición asumí que la vida ya no volvería a ser igual y que todo declinaría poco a poco Le recuerdo paseando por el parque del Retiro de Madrid, escuchando música junto a él en el despachito de Itzea o caminando por el Foro de Roma. Él suponía el vínculo con aquellos barojas que no llegué a conocer. En lo afectivo estábamos muy compenetrados y disfrutábamos de los mismos lugares y de las mismas cosas. Era un hombre muy tímido, de una educación exquisita y de un porte de otra época. Me pregunto con frecuencia qué hubiera sido de mi vida si le hubiese disfrutado diez años más. Me quedé con cientos de preguntas que hacerle. Probablemente yo ahora sería un hombre mucho más completo. Me acuerdo de él todos los días de mi vida.

—Su obra ¿se reedita tanto como la de Don Pío? ¿Qué le reclaman los estudiosos que reedite?

—La obra de Julio es más árida que la de Baroja y tiene un público más limitado. De sus ensayos los más requeridos son Las brujas y su mundo, Los moriscos del Reino de Granada Los judíos en la España moderna y contemporánea, Vidas mágicas e Inquisición, El carnaval, y una obra que se aleja de todas las anteriores pero que en su momento fue pionera en una nueva manera de abordar la literatura memorística que es Los Baroja. Un libro que partiendo de la genealogía sentimental familiar traza un magnífico cuadro de la sociedad española de la primera mitad del siglo XX a través de unos personajes muy inusuales en este país y en aquella época.

—¿Sabe Vd. que fue pionero en desmitificar Zugarramurdi?
—Yo no soy un especialista en la materia y desconozco parte de la bibliografía posterior. Lo que no conviene olvidar es que Julio Caro Baroja fue el pionero mundial en abordar el asunto de la brujería. En 1961 la Revista de Occidente publicó Las brujas y su mundo que rápidamente fue traducida por las principales editoriales y universidades extranjeras. Esa obra es el referente fundamental del siglo XX en este asunto. Su abordaje al fenómeno fue desde distintos puntos de vista metodológicos y sin aferrarse a ninguna doctrina académica o corriente a la moda. Su carrera académica se desarrolló siempre en plena libertad al margen de la Universidad española y en total descreimiento e independencia. Probablemente la mitificación de Zugarramurdi viniera después, cuando en esta tierra se trató de levantar una identidad en torno a algunos asuntos como las brujas, el contrabando, los gigantes de las praderas o la oveja latxa, que para algunos, todo es el mismo paquete. Se creó también la mitología en torno al fenómeno de la brujería, de la misma manera que se crearon otras muchas más. Luego ya llegaron los productos literarios, la mayoría de ellos de dudosa calidad y aquello se convirtió en una especie de parque temático con unas bases no siempre rigurosas.

—Conoció Vd. Italia de la mano de Julio Caro ¿Qué nos puede contar?

—Italia fue un descubrimiento tardío para nuestro tío Julio. La descubrió alrededor de los setenta años cuando le invitaron a dar unas conferencias en Roma. A partir de esa fecha se sucedieron más de veinte viajes acompañado siempre por sus sobrinos. Llegó a decir que si algo había lamentado en la vida era no haber viajado más a Italia. Italia fue inspiración para sus dibujos más lúdicos, para un singular libro de relatos romanos Las veladas de Santa Eufrosina. Italia fue también la música y en concreto las canciones napolitanas y romanas que escucharía sin cesar en el último tramo de su vida y que ya había escuchado en su juventud. Su interés por Italia se debía a cuestiones familiares por nuestra sangre lombarda y ligur, y también, por supuesto, a su inquietud y admiración artística, así como el interés científico que en un momento de la vida sintió por algunas ciudades como Nápoles y algunos fenómenos “sociales” singulares como las organizaciones criminales y las organizaciones secretas. En la vejez esa relación fue mucho más dionisiaca y pasional.

—Es Vd. vasco y vinculado, como sus antepasados al solar de Itzea ¿Qué papel juega la casa en la familia y en la memoria?
—Itzea es la depositaria de un mundo afectivo ya desaparecido, un mundo de recuerdos entrañables, y también de sólida memoria familiar. Itzea es la creación material o el “proyecto” vital de los distintos miembros de nuestra familia. Dentro de la casa conviven las personalidades y las inquietudes de Pío, Ricardo, nuestra abuela Carmen, nuestro tío Julio, nuestro padre, y también la de unos Barojas mucho más remotos que también, de una manera u otra la nutrieron de documentos, cuadros y libros. En lo personal Itzea es refugio, fuente de calor; me la imagino ocupando el lugar de una abuela algo reservada y cariñosa que te recibe siempre con cariño y amor verdadero.

—¿Qué relación tuvo Don Julio con Andalucía y por qué?
—La relación con Andalucía viene de lejos. Conviene recordar que nuestro bisabuelo Serafín fue el último ingeniero jefe de minas en Riotinto antes de la entrada de los ingleses y que allí nació Ricardo Baroja. Por el lado de los Caro los orígenes están en Málaga y en Sevilla. En 1956, después de la muerte de Pío Baroja, nuestro tío fue a visitar a su amigo Gerald Brenan a Churriana (Málaga) allí empezó una relación más íntima con Andalucía que se concretó en la compra del cortijo “El Carambuco” y de una relación directa con muchos personajes de la cultura malagueña y andaluza de la época. De todo ello salieron decenas de estudios etnológicos, que a su vez están acompañado de dibujos de edificios, plantas de pueblos, siluetas de ciudades, utensilios de labranza… Me temo que ahora muchas de esas siluetas estén ya desfiguradas por la ola de hormigón y que esos arados sean carne de chamarilería.

—¿Sabe el público que también pintaba?
—En el tranco final de su vida expuso sus cuadros en diversas galerías de Madrid y del norte de España. Sus cuadros llegaron a ser bastante cotizados porque eran divertidos y originales; también porque eran de don Julio Caro Baroja, un personaje con pajarita que por aquel entonces salía en televisiones, revistas y periódicos. Llegó a ganar mucho más dinero con la pintura que con los libros; y esto le hacía gracia. Ahora la gente se sorprende de esa faceta más desconocida. Para nuestro tío, el dibujo tuvo dos caras: la primera como herramienta fundamental para su obra “seria”, a través del dibujo de campo; y la otra cara, su faceta recreativa y lúdica, a la que se entregaba por las tardes para descansar de esos trabajos más sesudos.

—Su padre, Pío Caro, tiene una obra como documentalista ¿Qué nos puede decir sobre ello?
—Nuestro padre [Pío Caro Baroja] se inició en el mundo del cine bebiendo del realismo cinematográfico italiano. Fue amigo de Cesare Zavattini y de De Santis, entre otros. En México hizo su primer documental ayudado por el genial Walter Reuter y ya de vuelta en España se dio cuenta que el documental etnológico era un campo por explorar. Con la colaboración de su hermano Julio se dedicaron a la recuperación de muchas fiestas y tradiciones populares que estaban a punto de desaparecer. Una España que se diluía a toda prisa por el progreso y la homogeneización. Formaron un buen tándem donde uno aportaba el rigor del estudio y el otro la poética visual del cine.

Pío Caro Baroja: “La editorial Caro Raggio se refundó en 1972 por Julio Caro Baroja y su hermano Pío, mi padre”

—¿Qué le llevó a escribir el Cuaderno de la Ausencia?
—Escribí El cuaderno de la ausencia en un contexto de crisis personal grave que tuvo su peor momento tras el fallecimiento de mi padre. Durante ese tiempo de duelo tuve la necesidad de aferrarme al mundo de Itzea y sus habitantes. Como si quisiera agarrar con las uñas un mundo para que no se me fuera para siempre de las manos. Es un libro espiritual, pero también es un libro muy físico, que al margen del diálogo con el padre ausente, se apoya en el consuelo con los objetos y los lugares que le habían pertenecido. Es un libro que transcurre en ese extraño lugar que es que el rastro físico de un hombre después de su paso por la vida.

—¿Tiene Pío Baroja el reconocimiento merecido en España? ¿En el País Vasco? ¿Por qué?
—Creo que sí. En el año del CL aniversario de su nacimiento ha acaparado más páginas y reportajes en prensa que cualquier otro escritor vivo o muerto en los últimos veinte años. Y eso al margen del silencio bochornoso del oficialismo y sus instituciones puestas al servicio de las consignas del momento. A Baroja se le sigue leyendo, publicando y sigue generando controversia con sus admiradores incondicionales y sus odiadores más fieles. Otro asunto es la importancia que pueda tener la cultura y la literatura en un país como el nuestro, que creo que es bien poquita y limitada a una porción de la sociedad que no se expande tan fácilmente con los asuntos de la cultura con mayúsculas. Otra cosa son las culturetas que van surgiendo devaluando el nombre de la anterior.

—¿Son Vds. vasco hablantes? ¿Lo hablaba alguien de su familia?
—No soy vascoparlante. En momentos puntuales de la vida he recibido lecciones. Comprendo un vascuence elemental que me ha llegado por el trato con los vecinos de Vera de Bidasoa y el interés por las cosas de la tierra, como las canciones vascas o la toponimia. Mis bisabuelos lo hablaban, Pío Baroja también, el tío Julio y nuestros padres entendían un vasco local y sencillo que chapurreaban de una manera básica.

—¿Se ha cumplido el sueño medio en broma, medio en veras de Don Pío de “una república libre de curas y moscas a la orilla del Bidasoa”?
—Por supuesto que no. Creo que hubiera sentido verdadero pavor ante la deriva que cogió su querido País Vasco, un par de décadas después de su muerte. Aunque sí que era conocedor de la violencia de este país ya que conocía bien la historia del siglo XIX y tuvo que salir de España al no encajar por ser incómodo para unos y para otros; conviene recordar que estuvo a punto de ser fusilado, aunque algunos cronistas locales, bastante sectarios, quiten importancia a aquello y se refieran a él como “el incidente”. Aquella frase, a pesar de su formulación humorística ocultaba unos anhelos sencillos y algo inocentes que ni de lejos se cumplirían. En mi opinión, era una frase que se centraba más en la contención de determinados estamentos que en un ideal revolucionario.

—¿Cree Vd. necesario hacer una Fundación para preservar el legado de su familia?
—Por el momento no nos lo hemos planteado. Tratamos de divulgar la obra todo lo mejor posible, pero siempre desde la libertad y sin ningún tipo de servidumbre. Y lo hacemos encantados. No sé si este país siente mucho entusiasmo por el legado de unos escritores; si se hubieran dedicado a otras cosas, a la gastronomía o al vino, quizás el entusiasmo fuera mayor. Es tan importante la voluntad de los fundadores como el entusiasmo del lugar de acogida.