Alejandro Rodríguez de la Peña.

Es Vd. medievalista, catedrático del CEU San Pablo y autor de varios libros de éxito: Compasión: una Historia; Imperios de Crueldad; Los reyes sabios: cultura y poder en la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media; y Hacedores de Frontera (como editor) Empecemos por el principio, aunque creo que es su último libro. En la antigüedad clásica ¿Cuál era la visión antropológica del hombre?

—La antropología presocrática tiene una visión del ser humano en que la excelencia (areté) es la que constituye la virtud, la que determina el valor. En esa mentalidad una valoración de lo bueno está ligada a la excelencia: los ricos, los poderosos, los fuertes son moralmente buenos. Los aristoi. No hay diferencia entre lo bueno y lo superior. La consecuencia de ello es que los pobres, los enfermos y los débiles son “los malos”. La villanía social es la villanía moral. Es la gran diferencia con lo que luego se implantará como visión del hombre.

—¿Qué entiende Vd. por crueldad?
—En mi libro no hablo de la crueldad del criminal, del psicópata, del individuo al margen de la sociedad sino de la crueldad social, la admitida. El objeto de esa crueldad es el Otro: el que no tiene dignidad: el vencido, el esclavo, el niño, el extranjero. Eso nos lleva a espectáculos como los del circo romano donde se pagaba por ver torturar a seres humanos, porque no eran vistos como iguales.

—¿Cómo se trataba al vencido, al esclavo en Atenas, en Roma?
—Lo esencial del esclavo en el mundo antiguo es que está disposición de vida o muerte por parte de su dueño, de su amo “ius vitae necisque”. Puedes hacer con el prisionero lo que quieras y el derecho de guerra implica que todos los civiles de la ciudad son de propiedad del vencedor. A esto se añade el “ius utendi et abutendi”, derecho de uso y abuso que es un derecho absoluto en que puedes dañar a esa persona sin dar cuenta a nadie: torturar, violar, mutilar o regalar a placer. La esclavitud vendría a ser una condena a muerte “suspendida”, similar a la del derecho privado actual aplicado a las cosas.

—¿Y en el mundo judío?
—En el Antiguo Testamento la situación es parecida a la grecorromana, pero a la vez distinta. Hay abuso y exterminio de prisioneros. Hay esclavitud. Las escuelas distintas son las de los profetas que son poco escuchados, de lo cual se quejan reiteradamente. Hay crueldad social. Pero la tradición de misericordia es mucho más potente que en los filósofos griegos. El trato hebreo al débil es menos brutal que en el mundo grecolatino. Es más un siervo que un esclavo. En el mundo antiguo hay un germen que prepara el camino de Jesús y llega más lejos puesto que ya encontramos un discurso sacrificial que toca el corazón, la entraña y está menos intelectualizado que en los filósofos griegos. Rabi Hillal, contemporáneo en unos años a Jesús, dice ya que la Ley se resume en “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Los escritos proféticos del Antiguo Testamento eran leídos y divulgados, pero no tenían la misma fuerza de Ley que los 5 rollos de la Torah.

—¿Algún filósofo antiguo que propugnara la misericordia con los bárbaros o con los esclavos?
—Convendría no usar la palabra misericordia para lo grecolatino, sino más bien compasión, porque la misericordia no es propiamente romana. El primer filósofo antiguo en propugnar la compasión sería Sócrates y luego, en el mundo latino, toda la escuela estoica: Séneca, Cicerón, Epicteto…etc. Las epístolas a Lucilio de Séneca tienen ya preguntas de una mirada compasiva hacia el que sufre. Esto llevó a algunos Padres de la Iglesia a creer que Séneca hubiera sido cripto cristiano e incluso se hablaba de una supuesta correspondencia entre San Pablo y Séneca. Ahora bien, hay que recordar que Séneca, antes de caer en desgracia, fue un hombre de éxito y tuvo un inmenso poder, pero no se conoce que pusiera en práctica ninguno de sus consejos: no manumitió esclavos y no contribuyó a ninguna causa para paliar el sufrimiento.

—¿Ha leído Vd. a Catherine Nixey y su Edad de la penumbra cuya tesis es que el cristianismo destruyó al mundo clásico? —¿Es esta una corriente historiográfica con resonancia en el mundo académico anglosajón actual?
—Es una corriente historiográfica que arranca en Edward Gibbon y su “Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano”. Se apoya en fuentes tardo-antiguas muy anticristianas como Zósimo, Celso, Juliano el Apóstata, de los siglos III y IV. Todos ellos dicen que el cristianismo es una religión de chusma, de fanáticos, en contra de la élite cultural. Manipulan la historia de Hypatia y la de la quema de la Biblioteca de Alejandría.

Catherine Nixey es profesora en Oxford, lo cual es muy respetable, pero no aporta nada nuevo a lo que dice Gibbon, sino que aprovecha un ambiente anglosajón de cristianofobia actual en algunos círculos y escribe un libro de mala calidad y muy vendido. No es la única en ese movimiento negro-legendario sobre el cristianismo. Hay varios en la misma línea. Gibbon es otra historia: tiene calidad historiográfica y fue pionero, muy marcado por su pertenencia a la masonería. Hoy en día en el mundo académico nadie sostiene unas tesis parecidas a las de Nixey, tan toscas, tan sin matices.

—¿Qué es la compasión?
—Para mi libro Compasión: una historia he usado un concepto para atravesar todas las culturas y todas las épocas, aunque ellas no lo hayan albergado hasta ese punto. Sería algo así como “una mirada sobre el Otro, cuyo sufrimiento produce en el sujeto una respuesta empática” o más corto “una mirada en la cual el sufrimiento ajeno produce sufrimiento”. En China, India, el mundo clásico o el mundo judío no se ha llegado hasta ahí. Hoy en día existe otro concepto, lo que yo llamaría solidaridad de supermercado que es una emoción mucho más superficial y fría y donde no hay sufrimiento con el que sufre. A lo largo de la historia todos los seres humanos han tenido compasión hacia alguien: sus parientes, sus deudos, sus animales. La historia de la compasión es paralela y distinta a la historia científica y técnica y se aprende a sentir compasión por las demás personas, hasta el máximo ético de Cristo, en que la compasión alcanza al enemigo. En esto no es similar a la benevolencia budista. En este concepto hay dosis muy altas de sacrificio: para sufrir de verdad con el que sufre, uno se despoja de sí, de su poder. Es lo que hacen los santos. Habría pues tres niveles, digamos: la solidaridad de supermercado, sufrimiento con el que sufre o aquellos que hacen de la compasión su forma radical de vida.

—¿Por qué hay un componente sacrificial y de abandono?
— Porque para sufrir de verdad con el que sufre no hay que tener interés propio ninguno. “Querer ser pobre con Cristo pobre” como dirían los benedictinos o los discípulos de San Ignacio. Esto que sería para pocos, el cristianismo lo propone para todos. La diferencia con la tradición india, sea esta hindú o budista, es que los renunciantes de estas culturas no quieren crear un vínculo afectivo con el que sufre, ya que su máxima aspiración es huir del sufrimiento y el apego produce sufrimiento. De ahí la frase de Buda cuando le anuncian que va a ser padre “Me ha nacido un hijo, se ha creado una cadena para mí”. El cristiano abraza la cruz, el budista la aleja.

—¿Qué cambios surgieron con el cristianismo? ¿En qué momento?
—Mi libro acaba en San Pablo y las transformaciones siguientes las analizaré en un nuevo libro, pero podemos decir que:
• La esclavitud se suavizó o acabó: aunque en términos reales no se abolió hasta el siglo XIX, San Juan Crisóstomo, los evangelizadores españoles en América ya hablaron contra la esclavitud. Y San Pablo en su epístola a Filemón es el primer antiesclavista de la historia: Onésimo, un esclavo, sería obispo.
• Se acabó el sacrificio humano
• Se trataron mejor a los débiles: ancianos, mujeres y niños
• Se terminó con el infanticidio masivo.
El concepto de que cualquier ser humano tiene dignidad es más revolucionario que todas las revoluciones. Al final, se podría decir, con Chesterton, que los ideales de la Revolución Francesa son ideas cristianas “que se han vuelto locas”.

—La Alta Edad Media es bastante desconocida para el público en general —¿Qué hechos le parecen más relevantes de este periodo?
—Frente a una tradición romana que fue universal, durante la Alta Edad Media se establecen en Hispania/Galia/Britania las semillas de lo que luego serían esas naciones, pues la integración de lo germánico dará lugar al particularismo. Carlomagno es el padre de Europa, con la mirada en la recuperación de lo romano bajo la cristiandad. Hay en esta época un cataclismo cultural, pero la destrucción no vino de los cristianos, vino de los bárbaros.

En la Alta Edad Media Europa es pobre y acorralada por el gran auge y poder del islam, pues podemos decir que la primera globalización medieval es musulmana. Sin embargo, en esta época se recuperan, vía el monacato benedictino, el 95% de los autores latinos, unos 8900 códices de los 16.000 que hay, son de época carolingia. Los griegos se salvarán por otro lado que veremos más adelante. Estos monjes además inventan la minúscula, importantísima a la hora de escribir y el libro frente al rollo.

—¿Cómo cambia la figura del príncipe, del Rey en la Alta Edad Media?
—Carlomagno aspira a parecerse a Roma. Pero hay una diferencia esencial, Pericles está en la polis, César en la res pública, ambas formas de proto-estado. En la Alta Edad Media el monarca es un estadista sin estado y opera no desde lo público, sino desde lo familiar, el clan, la tribu, la dinastía. No hay un concepto operativo de estado, que va reconstruyéndose a lo largo de 1.000 años, pero son “estadistas” en su tratamiento del bien común, en un ámbito eclesiológico.

—¿Qué sucedió con los esclavos entre el mundo antiguo y la Alta Edad Media?
—La transición del esclavismo al feudalismo, por mala prensa que tenga este último, implica que en el siglo IV hay millones de esclavos y alrededor del año 1.000 según historiadores solventes queda solo un 1% de población esclava. Los cristianos al bautizarse se manumitían. La esclavitud es pecado según todos los manuales de confesores. El último gran aporte de esclavos al Imperio Romano fue la conquista de Dacia. En la Edad Media pervive el siervo de la gleba, pero este, aunque vinculado a la tierra, no es un esclavo: no es propiedad de nadie. La Edad Media fue socialmente más avanzada que el mundo antiguo.

—¿Dónde se quedó corta la Edad Media?
En que la repulsa de la esclavitud no alcanzó a los paganos, los musulmanes, los no bautizados. Y de ahí el horror que sucede en el siglo XVIII con el comercio triangular, donde aflora de nuevo un esclavismo masivo, que no había sucedido en la Edad Media. Este auge en el siglo XVIII se debe a la aparición de nuevos valores sociales mercantilistas.

—¿La situación es la misma en Europa Occidental que en Bizancio?
—El mundo bizantino tuvo dos aspectos mejores que el mundo europeo occidental: no hubo Guerra Santa, ni Cruzadas y tampoco Inquisición. Se puede decir que conservaron mejor las ideas de la iglesia primitiva de que no puede ejercerse violencia en nombre de Dios. Pero el mundo bizantino tuvo un problema que padece aún hoy en día: el cesaropapismo o un clero burocratizado y sometido al poder, solo compensado por un monacato oriental muy puro. Al patriarca de Constantinopla lo nombraba el Sultán Otomano. La Iglesia rusa se sovietizó y hoy vemos al Patriarca de Moscú tomar partido de forma, digamos, poco evangélica. Un cesaropapismo o poder religioso sometido al poder temporal, que en Occidente se daría luego en el protestantismo.

—¿Ha leído Vd. a Régine Pernoud y sus biografías de Juana de Arco, Leonor de Aquitania, Hildegarda de Bingen, Cristine de Pizan?
—Tengo una gran admiración por ella, no siendo investigadora, es una escritora y divulgadora extraordinaria. El gran público debe leer su libro “Para acabar con la Edad Media” Su talento narrativo y sus retratos de mujeres medievales son deliciosos.

—¿Es oscura la Edad Media francesa? ¿Y la italiana?
—Yo diría que no es oscura ninguna Edad Media, y menos la francesa. Los siglos VII y VIII son de una gran barbarie, la época merovingia. Pero tras Carlomagno y más adelante los siglos XII a XIV son prodigiosos: órdenes monásticas (Cluny, El Cister), trovadores, universidades, arquitectura. Y en Italia el medioevo es Dante y San Francisco. Podríamos decir que la Edad Media es muy franco- italiana.

—¿Cómo es la situación en los reinos ibéricos en la lucha contra el islam?

—En España la presencia del islam lo determina todo. Los 4 primeros siglos de 711 a 1085 (Reconquista de Toledo) son terribles. Pero desde esa fecha hasta Alfonso X en Castilla y Jaime I en Aragón se da una “convivencia” de las tres culturas, mezclada con una guerra permanente. No hay convivencia beatífica. Pero es cierto que la España de las taifas del siglo XI es un lugar de cultura único en Europa: la cultura griega y la cultura matemática árabe persa llegan a España antes que a ningún otro lugar de Europa, salvo quizás Palermo. Esos aportes del islam se incorporan a la Cristiandad a través de la Escuela de Traductores de Toledo, obra de los monjes cluniacenses, que serán también los primeros obispos de la Toledo reconquistada. Y las Universidades de Palencia y Salamanca están entre las más antiguas de Europa.

—¿La visión y la práctica de la compasión era la misma en las tres culturas?
—La misericordia es central en las tres religiones. Es uno de los atributos de Alá: el compasivo, el misericordioso. Viene del tronco bíblico. Pero entre ellos, hubo muy poca compasión tanto en las guerras como en el trato a la población civil. Sin embargo, el ideal compasivo cristiano es más potente que el musulmán, que se aproxima más al veterotestamentario. El mundo cristiano hace una fundación masiva de hospitales, de leprosarios. Las normas del siglo XI que dictó el Movimiento de la Paz de Dios prohibiendo atacar en caso de conflicto a civiles desarmados, mujeres y niños, no volverán a aparecer hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

—¿Qué está investigando actualmente?
—Estoy trabajando en el libro que será la continuación tanto de Imperios de Crueldad como de Compasión: una Historia, para ver precisamente como caló en la práctica el mensaje evangélico de la compasión en Europa y en el mundo desde la caída del Imperio Romano.

—¿Qué consejo les daría a las generaciones nuevas de historiadores?
—Que lean no sólo documentos de archivo o fuentes secundarias, sino la gran literatura e historia del periodo en el cual se hagan expertos. No se puede no haber leído a Tácito, Suetonio, Tito Livio, etc. Hay que tener esa cultura literaria esencial, sin la cual la especialización en un tema muy concreto no tiene gran interés ni puede ofrecer interpretaciones, ni perspectivas. Pero el mal de la especialización es el mal actual.