Varios momentos de las jornadas del ciclo en diciembre. / Foto facilitadas por Arantza Rodrigo.

“Dulzaineros: semblanza y repertorio”, desde 2010, viene mostrado al público las características y peculiaridades del oficio de dulzainero, dando voz a los protagonistas, tanto solistas como pequeñas agrupaciones, que nos han mostrado perspectivas, trayectorias, vivencias y repertorios más que interesantes de diferentes generaciones y perfiles, así como la evolución a lo largo de los años, con la que llegó la incorporación de la mujer a un ámbito que fue exclusivo de los hombres.

Carlos de Miguel, profesor de dulzaina de las Aulas de Música Tradicional y coordinador del ciclo, ha querido contar en esta ocasión con la presencia de dulzaineros mayores, de los que aprendieron directamente de la tradición, como los Hermanos García Moreno, de La Matilla, y de una pareja más joven, pioneros como alumnos de la primera escuela de dulzaina de la provincia, en el caso de Mariano Ramos “Maete”, de Bernardos, y Andrés Muñoz, de Carbonero el Mayor.

El 1 de diciembre, conocimos la trayectoria de Gregorio y Vicente García Moreno, hermanos de Demetrio (1928-2018) al que tuvimos la suerte de tener en el I Ciclo que se realizó en 2010, dulzaineros de oficio que han hecho sobrevivir, ante dificultades y modas, la música tradicional.

Gregorio con 92 años, el mayor de los hermanos, comenzó como era habitual en los músicos de aquella época, tocando el pito de caña y un cuerno de cabra, y escuchando a los “Pichilines” que venían a tocar en las fiestas. Su primera dulzaina fue una de las dos que su padre comprara al Tío Benito de Pedraza, una para Demetrio y otra para Gregorio. Vicente, el pequeño, se inició con 6 años tocando el bombo, y posteriormente el tamboril, instrumento que domina a la perfección. No faltó el recuerdo al tío Valentín “Pitite”, viejo tamborilero de la Matilla que les acompañó en los inicios, así como a Pedro Matey “Tambores”—quien durante décadas tocó las danzas de San Pedro de Gaíllos— que generosamente enseñó a Gregorio los primeros pasos en dulzaina.

Gregorio y Vicente dibujaron el paisaje sonoro de aquellos tiempos duros en los que no se podía tocar la dulzaina, ni para ensayar, durante la Cuaresma y Semana Santa. Y al llegar la Pascua, en la que ya había fiestas en algún pueblo, ir a tocar sin apenas embocadura. Los años de oficio les han hecho conocer profundamente la fiesta, las danzas y el baile, así recordaron algunos de los pueblos donde tocaban, como San Martín de la Vega “donde se bailaba más y mejor”, también el bonito paso de jota que hacían los danzantes de San Pedro de Gaíllos, o Villalba donde se podían oír los acompasados pasos del baile. Dejaron constancia de su capacidad para adaptarse a cada fiesta y a las peticiones del público, así fueron aprendiendo, por ejemplo, los diferentes nombres que cada lugar daba a un mismo tipo de baile como El Rondón, La Respingona o La Rabiosa… Aprendieron a distinguir y apreciar el carácter de las gentes, estableciendo una frontera que diferenciaba la zona que iba de La Matilla hacía el Condado, de la parte de la Sierra, recordando con especial cariño el trato recibido en Casla.

Su primer jornal lo ganaron en Valleruela de Pedraza, 10 pesetas para los dos. Algo más les pagaron en Rebollo, 150 pesetas para los tres hermanos tocando en una boda que duró tres días. A partir de ahí ampliarían su radio de acción, con actuaciones en diferentes localidades —de un toque solía salir otro— amenizando fiestas, romerías y eventos variados.

Para finalizar ofrecieron un pequeño recital donde Gregorio exhibe su virtuosismo con diferentes instrumentos además de la dulzaina, para ello estuvieron acompañados por Antonio, hijo de Vicente, y Felipe, nieto de Gregorio.

Gregorio y Vicente, gaitero y tamborilero, que así se les llamaba cuando ellos empezaron, siguen llevando su música por el Valle de Lozoya y municipios importantes de la sierra madrileña como Villalba, Cercedilla o Guadarrama entre otros muchos.

El 15 de diciembre recibimos a Mariano Ramos “Maete” y Andrés Muñoz, músicos reconocidos y queridos en el actual panorama de la música tradicional segoviana, prueba de ello fue el nutrido público que acudió a la cita. Ellos son los máximos exponentes del movimiento que surgió en los años 80 con la creación de la Escuela de Dulzaina en Carbonero el Mayor, donde nació un estilo propio y reconocible, transmitido por Lorenzo Sancho, impulsor de dicha escuela y personalidad fundamental en la recuperación del instrumento en una época de profunda crisis, cuando todo estaba por hacer y comenzaban las reivindicaciones de las identidades ante la nueva situación política. “Nosotros solo teníamos ilusión” afirmó Maete, quién del mismo modo reconocía que entonces también era todo lo que debían de aprender y conocer sobre la tradición.

Maete es natural de Bernardos y Andrés de Carbonero el Mayor, donde se celebran dos de las más importantes romerías de la provincia, la subida de la Virgen a la ermita del Castillo que tiene lugar cada diez años, y la de la Virgen del Bustar, respectivamente. Maete que fue danzante en los años 80, ante la escasez de dulzaineros en aquel momento, comenzó con el aprendizaje de la dulzaina. Primero acudiendo al señor Blas, músico y sacristán de Bernardos, quien le inició en el solfeo, para después incorporarse a la escuela de Carbonero con una dulzaina sin llaves.

Andrés comenzaría tocando corneta y bombardino en las fiestas de Carbonero, animado siempre por Lorenzo Sancho, quien durante años marcaría la actividad musical de aquel grupo de jóvenes, favoreciendo su participación en encuentros, fiestas y homenajes como el que se hizo a Agapito Marazuela en Madrid.

El Tío Cerillas y el Tío Mariano de Lastras de Cuéllar o Crescencio Martín “Siete Almuerzos” de Santa María de Nieva, fueron claros referentes, en una época en la que quedaban pocos de los antiguos dulzaineros. Maete, al trasladarse a Ávila en los 90, pudo ampliar su formación con Félix y Teo de “Los Talaos”, teniendo la oportunidad también de conocer a Aureliano Muñoz ‘Polilo’ y Modesto Jiménez (Premio Europeo de Folklore 2017), lo que le sirvió para “ordenar todo lo que había aprendido hasta ese momento”. Aún hoy, ambos afirman que continúan aprendiendo.

Se lamentaron de la perdida de “las danzas a pie de obra”, al referirse a los paloteos que se hacían durante la romería de Carbonero, destacando la diferencia entre las danzas que se realizaban en su contexto original, de aquellas que actualmente se llevan a los escenarios, donde “se pierde el aliento cercano de la gente que te quiere”.

Sobre la situación actual de la dulzaina en Segovia se muestran satisfechos al comprobar que la raíz segoviana no ha llegado a extinguirse, algo que sí sucedió en otras provincias. Y que la variedad de formaciones donde se puede integrar este instrumento tradicional es sin duda garantía de continuidad. Para finalizar ofrecieron una breve muestra de su repertorio acompañados en la percusión por los hijos de Andrés, Gerardo y Beatriz.

Andrés y Maete que cumplirán en 2019 cuarenta años como dulzaineros, cerraron el IX Ciclo de Otoño, promovido por el Ayuntamiento de San Pedro de Gaíllos a través del Centro de Interpretación del Folklore.
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(*) Profesor de las Aulas de Música Tradicional de San Pedro de Gaíllos y Coordinador del Ciclo.
Directora del Centro de Interpretación del Folklore/Museo del Paloteo de San Pedro de Gaíllos.