La madre de familia, Yana Syrik, en un momento de la entrevista. / PABLO MARTÍN
La madre de familia, Yana Syrik, en un momento de la entrevista. / PABLO MARTÍN

La familia ucraniana Siryk ha encontrado en un pueblo de Segovia la paz que le arrebató la guerra desencadenada por la invasión rusa en su país de origen hace tres meses y, aunque aquí están más tranquilos y tienen sus necesidades básicas cubiertas, no pueden dejar de pensar en volver.

“No es una cuestión de querer o no, es que necesitamos volver. Es mi tierra, mi casa mi familia, mi todo”, asegura la madre de familia, Yana Syrik, de 41 años, junto a su hija Vera, de diez, que sufre parálisis cerebral infantil.

La condición de salud especial de la pequeña y la necesidad de ponerla a salvo a ella y a su otro hijo, Zahar, de nueve años, fue lo que llevó al matrimonio compuesto por Yana y Ruslan a huir del conflicto.

“Los niños entendieron muy bien el cambio, porque vivían con el sonido de las alarmas y de las bombas y sabían que teníamos que escapar de la guerra. Nosotros vivíamos cerca de la torre de televisión que destruida por un misil, así que lo tenían claro, para ellos este cambio ha sido la salvación”, relata Yana.

Después de viajar a Polonia, a esta familia se les presentó la oportunidad de ir a España porque, según fueron informados, en este país tendrían más facilidades para continuar con el tratamiento de Vera.

Llegada a la provincia

Fue el pasado 18 de marzo cuando llegaron los cuatro a La Estación de El Espinar gracias a una iniciativa de Mensajeros de la Paz y la Asociación Cueva Valiente, impulsada por el expárroco de El Espinar Valentín Bravo, que hasta hoy ha conseguido dar asilo a 79 personas -41 adultos y 38 niños- gracias a la colaboración de dieciocho familias de acogida.

Algo más de dos meses después de su llegada, Yana ya ha conseguido una de sus prioridades: que Vera fuera al neurólogo. El especialista del Hospital General de Segovia le encargó este lunes una serie de pruebas para llevar adelante el tratamiento que se vio trastocado por la guerra.

Sus vidas han cambiado por completo y ahora viven en una casa prestada por su familia de acogida en un pueblo del que valoran la “tranquilidad” y la amplitud para que Zahar pueda montar en bicicleta.

El pequeño ya está totalmente “integrado” en el colegio del municipio, donde ya tiene muchos amigos y al que acude cada día “contento”, mientras que la familia está a la espera de encontrar un centro especializado para que Vera pueda continuar su educación.
Yana señala que los primeros trámites en España han ido “muy rápido”, ya que en apenas diez días consiguieron el número de la seguridad social necesario para llevar a los niños a una primera visita al médico, pues ambos llegaron resfriados.

Ahora la pareja espera encontrar trabajo para poder mantener su vida aquí; Ruslan trabajaba como taxista en la capital ucraniana y Yana, en un centro para personas con problemas neurológicos. Tenía jornada reducida para cuidar también de los niños.

En La Estación de El Espinar se han sentido muy acogidos: “Nos recibieron muy bien, estamos en contacto siempre con los vecinos, siempre nos están preguntado si necesitamos algo y si queremos hablar con ellos usamos el traductor en el móvil”, narra la madre de familia.

El pensamiento en Ucrania

Yana ha salvado su vida, pero piensa constantemente en volver a su país, algo que sabe que “depende mucho de la guerra, de cómo termine y lo que va a pasar después”, por lo que se mantiene pegada las noticias y a lo que le cuenta su familia y amigos desde allí.

“Hay mucha dificultad para comprar alimentos, esta todo mucho más caro, y hay un problema muy grave con el combustible, hay que hacer grandes colas para conseguir y muy pocas gasolineras que tienen”, comenta.

Las peores noticias las recibe de una amiga suya que está en la ciudad ocupada de Jersón: “La situación está fatal, no pueden encontrar alimentos ni medicamentos, la gente está en una situación muy crítica”, lamenta.