
—Háblenos de su vocación de historiadora y de su campo de especialidad.
—Mi vocación no nació de los libros, sino de las historias de familia; mi padre, mi madre, una tía materna, entre otros, eran excelentes conversadores y nos relataban su vida. Cuando leía los textos escolares, encontraba cómo se reflejaban esos relatos íntimos en los cambios experimentados por México, mi país, a lo largo del siglo XX, la Revolución Mexicana, las crisis económicas, la Segunda Guerra Mundial… De ahí que decidí estudiar historia cuando no sabía siquiera que existía la carrera como tal. Ya en la licenciatura, un maestro, el doctor Antonio Rubial, por su calidad académica y talento para enseñar, me atrapó en el tema del Virreinato novohispano. Antonia Rubial es uno de los grandes historiadores mexicanos del período que nos ocupa con temas como franciscanos, agustinos, mitos de la Conquista de México, hagiografía, procesos de beatificaciones, entre muchos otros. Ahora está jubilado aunque sigue dando algunas clases en la UNAM y desarrolla una amplia actividad de comunicación. Con el tiempo me fui inclinando por las instituciones religiososas como las cofradías, el Santo Oficio de la Inquisición, los jesuitas, y de ahí me he extendido a la conquista del Norte novohispano, el culto mariano, y la evangelización del Noreste (Nuevo León) entre otros.
—¿Qué destacaría del periodo virreinal en México?
—Que en México es muy poco conocido. Es una época considerada oscura que apenas aparece en la versión oficial de la historia. Para muestra, un botón. México tiene una serie de museos nacionales dedicados a la historia, la arqueología y el arte. El de Antropología, en la capital del país, es enorme, fue construido exprofeso por uno de los mejores arquitectos de su tiempo en un lugar fenomenal, el Bosque de Chapultepec. El del Virreinato se asentó en un colegio jesuita fuera de la Ciudad de México. El edificio, es magnífico, pero antiguo y no suficientemente acondicionado, la colección es más bien pobre considerando los trescientos años que abarcó el periodo. Me parece que es un sígno del desdén que se tiene por la época que ocupa mis investigaciones. Lo poco que se sabe está cargado de mitos y prejuicios. Los historiadores necesitamos profundizar en en ese período comprendiendo, primero, que México no existió antes de 1821. Lo que los conquistadores sometieron no fue un país, era un conjunto de pueblos más o menos independientes, unos más poderosos que otros, como los mexicas y la Triple Alianza, pero que no tenían lazos políticos entre si. De manera que los acuerdos entre algunos de estos pueblos con Hernán Cortés, el conquistador de Tenochtitlan, no consituyen una traición. Segundo, que la cultura mexicana es heredera de las múltiples vertientes que la han nutrido: lo nativo con su diversidad, lo hispano con sus raíces celtas, íberas, latinas, árabes, visigodas y más; lo africano por los negros que llegaron, en su mayoría merced a la esclavitud, y lo oriental, que dio elementos que hicieron posible productos tan tradicionales como nuestras piñatas, las lacas de Olinalá o los maravillosos biombos. Cabe señalar que, durante casi 200 años, Nueva España se convirtió en la articulación entre Oriente y Occidente. Gracias a ello, tenemos un campo vastísimo por explorar.
—¿Cómo se produjo la evangelización del norte novohispano?
—Con muchas más dificultades que en el centro o sur del virreinato. La frontera norte, en realidad no estuvo claramente definida sino hasta los tratados Adams-Onis en 1819. Antes era más bien un espacio “vacío” de lo que se consideraba civilización o policía cristiana, pero habitado por pueblos nómadas, seminómadas y muy pocos sedentarios que no tenían las estructuras políticas y sociales que existían en lo que hoy llamamos Mesoamérica. Había grupos o naciones, genéricamente llamados chichimecas que, ante la presencia hispana, tomaron una postura altamente belicosa en la defensa de sus territorios; saqueaban y mataban a las caravanas que pretendían avanzar en busca de tierras y minas. Las misiones a cargo de jesuitas, franciscanos, entre otros, tenían que estar protegidas por gente armada. Los logros fueron escasos a costa de sangre, sudor y martirio. Sólo la abundancia de minas movió el interés del rey para la conversión de aquellos pobladores.
—¿Qué pueblos o naciones de indios vivían allí?
—La lista sería interminable. Es un espacio muy amplio, más del doble del tamaño actual de España, sólo estos territorios que englobamos en el concepto de El Norte, por mencionar algunos: guachichiles, cazcanes, pimas, pames, jonases. Algunos los nombraron por sus tatuajes, vestimenta o pintura corporal, como los rallados y borrados; otros han sido muy conocidos por su agresividad o resistencia hasta nuestros días: apaches, seris, mayos, yaquis, tarahumaras… insisto, imposible de saber porque muchas de estas naciones desaparecieron en el período virreinal, por las guerras y epidemias, y otras a lo largo de los siglos XIX y XX.
—¿Qué órdenes religiosas se encargaron de esa tarea?
—Principalmente los franciscanos (algunos formados y reunidos en los colegios de Propaganda fide) y los jesuitas. En algunas regiones la conversión o la administración religiosa estuvo a cargo del clero secular. En estos lugares, las misiones no eran únicamente centros de evangelización, también eran puntos de avanzada y protección para los viajeros en el llamado Camino Real de Tierra Adentro, que ha sido reconocido por la UNESCO como patrimonio mundial. Entre espacios amplísimos habitados por los chichimecas, había fortificaciones llamadas presidios, misiones, algunas haciendas y reales de minas, que fueron el verdadero atractivo para la colonización del Norte. Hay que tener en cuenta que el Camino Real de Tierra Adentro no es uno solo, son varios: el que iba directo a Nuevo México, con variantes que tomaban por Zacatecas, Guanajuato, San Luis Potosí y a Texas. Es una gran riqueza, harto compleja.
—¿Con qué creencias o visiones del mundo se encontraron?
—Nuevamente, muy diversas. Tanto que no se tiene el registro de la mayoría de ellas, sin considerar que, dado que muchos eran pueblos nómadas, se les etiquetó como “incivilizados” y no hubo el interés, o éste fue menor, para describir su historia, costumbres y tradiciones. La mayoría eran cazadores y recolectores. Practicaban, y algunos siguen practicando, diversas formas de arte: la danza, el canto y la pintura rupestre, que se han hecho en estas regiones hasta muy avanzado en el siglo XX. Salvo algunas excepciones, como Casas Grandes en Chihuahua, Chahlchihuites en Zacatecas, entre otros, no tenían urbanismo, frecuentemente, los shamanes, es decir, quienes administraban lo sagrado, realizaban otras tareas más profanas, ya que las comunidades no podían permitirse alejar a sus miembros de las actividades productivas de satisfactores básicos.
—¿Cómo se produjo la evangelización en otros imperios vecinos? ¿Cuáles imperios?
—En el siglo XVI, XVII y mitad del XVIII Inglaterra no es un imperio y Francia menos. Serán imperios en el siglo XIX que ya no pertenece a la Edad Moderna, sino a la Contemporánea. Hablando con propiedad ni la Monarquía Hispana tiene el título de Imperio, puesto que lo que se llamaba entonces así era el Sacro Imperio Romano Germánico. En el momento de la Monarquía Hispana no hay ninguna potencia en el mundo que se le parezca. Los sajones que colonizaron EEUU que son los más poderosos hoy, nos han querido hacer creer que de antiguo han sido la neta del planeta, y la misión nuestra de historiadores es desmentir lo que no tiene sustento en las fuentes.
En la Edad Moderna no hubo un dominio que tuviera el celo por la evangelización como España, pues fue no solo un tema de fe, sino político ya que lo que legitimaba su expansión en América desde las bulas alejandrinas era la extensión del catolicismo. Para ser parte del imperio español había que ser católico.
—¿Cuál era la utilidad de un manual de confesión?
—Ya desde el siglo XV se trató, en Europa, de normativizar la administración del sacramento de la penitencia, como también se le llama. Eso se volvió más urgente con multitudes de nativos recién convertidos o en proceso de conversión. Lo anterior se complicó con las diversas lenguas que ellos hablaban y que los evangelizadores desconocían. En Nueva España, si bien se usaron lo manuales de confesión, fue más frecuente el uso de los llamados confesionarios. Estos sirvieron como puente entre los religiosos y los fieles, eran bilingües y tenían preguntas detalladas sobre las costumbres y actividades de los confesantes para identificar aquellos que pudieran ser reconocidos como pecados. Una vez halladas las faltas, había que determinar su gravedad. Los casos de conciencia fueron fundamentales para eso. No era lo mismo una tamalera indígena que ponía menos peso de masa a sus productos, que un funcionario real que explotaba a los indios abusando de su cargo, es decir, había que considerar factores sociales, étnicos, de antigüedad en el conocimiento de la fe cristiana, nivel de estudios, etcétera. Por eso, los confesionarios son una fuente invaluable para conocer desde el comercio y la política, hasta la sexualidad. Recordemos que los frailes se encontraron con usos en diversas áreas que para los americanos eran normales, mientras los cristianos los consideraban pecados.
—¿Qué otras investigaciones o publicaciones ha llevado a cabo?
—Sobre la Inquisición tengo publicaciones como “Discurso femenino, matrimonio y transferencia de poder: el proceso contra don Carlos Chichimecatecuhtli”; en relación con el culto mariano “María de la Paz y de la guerra: conflictos sociales y culto mariano en los albores del siglo XIX” y sobre análisis de discurso “Monacato femenino en discurso masculino: sermones y vida religiosa de capuchinas novohispanas”. Recientemente se ha publicado “Jesuítas, los Concilios Provinciales y la confesión en el Directorio de Juan de la Plaza”. Todos ellos son capítulos de libros.

—¿Qué destacaría de la enseñanza de la historia en México?
—Es difícil responder una pregunta tan amplia. Comenzaría por preguntar ¿a qué nivel? En la primaria y la secundaria (educación básica y media) la enseñanza de la Historia es muy limitada. El conocimiento que se transmite a niños y adolescentes tiene más de 50 años de atraso con respecto a las investigaciones más recientes. Curiosamente, no sucede lo mismo en otras áreas de las ciencias sociales, que se mantienen relativamente vigentes en temas como equidad, derechos humanos, no discriminación, entre otros. A nivel superior es otra cosa. Tenemos instituciones muy prestigiosas, como la Universidad Nacional Autónoma de México que tiene Institutos o centros destacados como los de Investigaciones Históricas y Antropológicas, el Centro de Estudios Mayas entre otros. También está El Colegio de México o el Instituto Nacional de Antropología con su Escuela Nacional de Antropología e Historia que generan investigaciones de alta calidad reconocidas internacionalmente. Por cierto, he colaborado en las tres. Hoy en día hay, o había (pues el panorama evoluciona muy rápido) un abismo entre la academia y la divulgación. Antes los académicos fracasaban en llegar a públicos amplios pues seguían siendo muy técnicos. Eso está cambiando, el propio Antonio Rubial tiene publicadas dos novelas históricas, la primera sobre una monja con amante que se llama “Los libros del deseo”.
—¿Qué cree que un programa de divulgación en radio aporta al aprendizaje de la Historia?
—Mucho. Yo tuve un programa de radio que se transformó en una emisión vía YouTube. La gente, al menos en México, está ávida de información histórica. Hay un gran interés por la cultura y las tradiciones. Paradójicamente, a muchas personas no les gusta leer. El radio y los medios digitales pueden ser importantes herramientas para difundir el conocimiento histórico. Muchos historiadores, al menos en México, se molestan de que periodistas, escritores y otros divulgadores sin formación profesional en humanidades tomen la bandera de indagar y compartir sobre historia. La solución la tenemos nosotros, los historiadores. Necesitamos, y para esto la radio es fundamental, crear productos serios, bien sustentados, pero al mismo tiempo amables y accesibles para un publico no especializado. Eso a mí me cuesta mucho trabajo, pero vamos avanzando en ese punto.
—¿Cree que existen otros medios que sean útiles para la divulgación histórica?
—Claro. Por ejemplo, yo doy visitas guiadas a público nacional y extranjero. Doy cursos para guías de turistas y esa es una forma de difundir el conocimiento en una especie de onda expansiva. El interés internacional por México ha sido constante. La pandemia, hizo que nuestro país se colocara entre los más visitados porque no cerró sus fronteras. De manera que se incrementó el afán por conocerlo. Además, el fenómeno de los nómadas digitales ha hecho de México un destino importante, por una parte, derivado de su cercanía con Estados Unidos, pero por otra parte, por el interés que despierta la cultura de nuestro país. Estos viajeros de estancias largas no sólo están interesados en los sitios más famosos internacionalmente. También quieren profundizar en la historia, costumbres y vida cotidiana de los mexicanos. Ahí tenemos una importante área de oportunidad.
Por otra parte, la creación de cursos, diplomados, conferencias por medios virtuales, como Zoom, nos permite llegar al público materialmente en cualquier parte del mundo. En mi caso, el hablar tres idiomas, español, inglés y francés, me facilita enormemente esta labor.
—¿Qué recomendaría a las nuevas generaciones de historiadores mexicanos?
—Lo primero, que no olviden que nuestro deber primordial es preservar la memoria histórica, que es local, nacional y mundial. Lo que ha sucedido en una región, de una manera o de otra, ha afectado lo sucedido al otro lado del planeta. Lo segundo, que tenemos la responsabilidad de fomentar el pensamiento crítico, filtrar lo que tiene sustento en las fuentes de lo que no. Los invito a tomar consciencia de que los egresados son muchos y las plazas para ser investigadores en instituciones académicas de nivel superior son mínimas. Sin embargo, las opciones profesionales son múltiples: docencia, investigación en instituciones privadas, divulgaciones por muchos medios. El trabajo independiente y el emprendimiento son alternativas reales para los egresados de las carreras humanísticas. De hecho, estamos en el mejor momento, ahora que los medios digitales, que facilitan tanto la investigación, como la enseñanza y la divulgación, nos abren las puertas a una gran diversidad de opciones.