Espacio para el otro teatro

Cuando el único abierto en Segovia capital camina por la senda de la comercialidad (es de suponer que presupuestos obligan), la pequeña iglesia de San Nicolás, sede del Taller Municipal de Teatro, en la que, desde hace cerca de veinte años trabajan Maite Hernangómez y Andrzej Szkandera, sigue manteniéndose como un espacio para poder ver otro tipo de teatro, sin necesidad de desplazarse a la escena madrileña.

Los Viernes Abiertos, un ciclo apoyado desde la Concejalía de Cultura, pero en el que los responsables del Taller tienen libertad para programar, siempre han sido un reducto para espectáculos pequeños, en formato y en recursos, pero que comparten la voluntad de buscar algo más que el mero entretenimiento. Como diría un amigo que de esto entiende un rato largo, una apuesta a la vez estética y ética, que además tiene una pequeña legión de fieles, puntuales a su cita el último viernes de cada mes.

Este mes, la propuesta contaba además con un atractivo adicional, con la presencia en San Nicolás del colectivo Armadillo Teatro, puesto en marcha hace ya ocho años por un grupo en el que figuran varios segovianos, como el actor Raúl Marcos y el dramaturgo Carlos Rod, y que presentaba “Ascensión”, un espectáculo que pasó hace unos meses por los circuitos alternativos madrileños.

Desde la misma entrada, por la puerta trasera de la iglesia de San Nicolás, en lugar de por la habitual, con uno de los actores, Jesús Barranco, oficiando como anfitrión y dando la bienvenida a los espectadores y una gran olla en la que, evidentemente para cualquier nariz, algo se cocinaba, ya quedaba bien claro que “Ascensión” no iba a ser un espectáculo más de los que habitualmente se pueden ver en la ciudad.

Entiendo que haya quien saliera de San Nicolás preguntándose, después de dos horas, qué era lo que había visto, y quien considere excesivamente conceptual la propuesta (es lo que es, puro concepto). Para mi, sin entrar siquiera en la calidad del montaje, ya supone una bocanada de aire fresco poder ver una propuesta que huye del teatro de texto y del escenario a la italiana convencional. Me gusta de entrada deambular por una sala, ver santos con velitas por las esquinas, escuchar grabaciones que no se sabe muy bien lo que dicen y hacer fotos a un tipo que le da patadas a un balón.

Me gusta porque, igual que, me parece que si todos los pintores siguiesen pintando como Velázquez y todos los escritores escribiendo como Galdós (loados sean ambos), ni la pintura ni la escritura avanzarían un ápice, considero necesarias propuestas teatrales que indaguen. Propuestas que trabajen, por ejemplo, esa confusión entre actores y público que llevó al extremo en algunos de sus montajes La Fura del Baus; que los actores casi comulguen con sus espectadores, como hace al fin Armadillo compartiendo la comida y el vino; montajes que dejen que el texto sea una colección de pequeños apuntes que se deslizan entre el público.

Sin argumento ni una estructura clara, “Ascensión” son, sencillamente, dos actores que hablan de sus cosas. Algunas son tonterías intrascendentes de las que todos hablamos, a diario o de cuando en cuando, como el sueldo de Messi o Cristiano Ronaldo; otras, delirios que muchas veces pensamos solo nuestros pero que realmente compartimos con más personas de las que creemos. “¿Comeduras de coco?, yo prefiero llamarlo teorías personales”, que dice uno de los personajes.

Algunos de los pasajes de “Ascensión” descansan sobre textos deslumbrantes; me gustó especialmente la discusión de los dos personajes sobre los siete pecados capitales y su ardua tarea para ubicar cada uno de ellos, la ansiedad que cada uno de ellos genera, en una parte específica del cuerpo. En otros, el humor se convierte en un recurso muy bien utilizado, como en la charla sobre las películas que se han rodado en torno a la figura de San Francisco o la condición de icono gay de San Sebastián.

A mi hay otras escenas que no me terminan de encajar y creo que algunas de ellas podrían eliminarse sin problemas para aligerar un espectáculo que, con el público algo incómodamente ubicado, resulta un poco largo. Pero creo que el resultado alcanza el notable, nota en la que resulta decisiva la labor interpretativa de Raúl Marcos y Jesús Barranco.