
En 1959 la British Motor Company (BMC) lanzaba al mercado automovilístico el Austin Seven, un pequeño vehículo con el que la compañía británica daba respuesta a la crisis de carburantes generada a finales de la década de los 50 por el conflicto de Suez. Desde ese año, la historia del automóvil incorporó a uno de sus modelos más icónicos, que con el paso del tiempo fue conocido como Mini y del que se han vendido millones de unidades hasta que en el año 2000 dejó de fabricarse.
Son muchos los propietarios de un Mini que conservan este vehículo por su valor sentimental y al que dedican su tiempo libre recorriendo rutas turísticas en las que poder sacar partido a sus prestaciones que le convierten en el clásico más divertido.
Ayer, el Club Mini Clásico de Madrid reunió en Segovia a medio centenar de coches de la marca en una jornada en la que recorrieron varios lugares de la provincia para compartir paisajes, gastronomía y convivencia.
Santiago Pardo, vocal de la directiva del Club Mini Clásico, señaló que el objetivo de esta jornada no es otro que el de “compartir un día con los socios en una ciudad castellana tan auténtica como Segovia”, recorriendo lugares como Ortigosa del Monte o La Lastrilla y visitando el Palacio de Riofrío.
A su llegada a la capital, la pradera de San Marcos esperaba expedita a los ‘Minis’ para aparcar ante la imagen del Alcázar, en una peculiar estampa que atrajo también a muchos curiosos para ver este vehículo. Pardo señaló las dificultades que tienen los propietarios para dotar a los vehículos del estatus de históricos, donde la normativa se enmaraña para solicitar un gran número de requisitos. De igual modo, señala que la implantación de las Zonas Básicas de Emisiones en las ciudades limita su circulación, lo que supone otro inconveniente más.
Pero las dificultades se olvidan al volante de un coche que es “pequeño, molón y simpático y que hace disfrutar en al carretera”, asegura.